IMPERIO
DE SILENCIOS
POR:
JAVIER BARRERA LUGO.
Todas las miradas, como no
queriendo querer, señalan el dintel de la puerta donde Genoveva, la buena de
Genoveva, vestida con el abrigo azul de la abuela Renata, yació colgada por el
cuello la víspera de su cumpleaños.
Amanda, se limita a contar todo
tal cual lo vio: “Golpeé varias veces y nadie contestó… Decidí entrar y mira
con lo que me encuentro… Vaya tragedia, Lucas.”
Pregunto estúpido, los motivos
que Genoveva pudo tener para terminar con todo así, radical, de forma tan
teatral y ella, ceño adusto, puños apretados, me contesta: Qué te puedo decir,
comisario. Se ahorcó. No sé más. Pero sus ojos gritan otras cosas, otras
circunstancias, otros nombres.
Siempre habrá un espacio para
encontrarla en mis pensamientos, hablando, burlándose, escondida en los rincones
como una bruja que fascinada, inventa travesuras que pueden costarle la cordura
a decenas de personas. Por más que pregunte y pregunte, las respuestas serán
las mismas: no sé. Nunca hablé con ella. Era una mujer rara. La conociste,
Lucas, un mar de secretos.
Me río de vos, comisario de
pacotilla, estará diciendo desde el infierno la hermosa Genoveva; enamorado sin
cerebro o pantalones para entenderme. Lucas, el comisario acostumbrado a
descubrir el agua tibia, valiente como no fui, sordo como no quise ser… Toda
una caja de sorpresas este noviecito mío. Miedo, a eso se limitan tu amor y mi
egoísmo, a sentir un miedo grande que hiela la sangre. Sin dilación hubiese
sido tu mujer, de corazón tu mujer; ahora me conformo con
ser sombra en un lugar de colores ausentes que empiezas a compartir con mi
presencia… ¡Ya nada vale…!
Y tiene razón. Este imperio de
silencios lo cargo yo en la espalda. Nada más para decir.