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jueves, 22 de octubre de 2015

PROMESAS

PROMESAS
Por: Javier Barrera Lugo


A todos nos prometieron lo mismo hace dos años: si apoyábamos al actual alcalde para que no lo destituyera la Procuraduría, nos darían a cada uno, tras un par de meses, un quiosco metálico y los documentos de propiedad del mismo para que nunca más la policía nos jodiera con el decomiso de las chucherías que vendemos en la calle. Nos reunieron aquí en la plaza, vinieron unos “doctorcitos” de la alcaldía, “mamertos” arrogantes que ni siquiera se molestaron en hablarnos a la cara. Los acompañaban unas niñas “todas lindas y uniformaditas” que nos dijeron que la “política de la administración distrital era la de formalizar nuestra actividad para que los habitantes de la ciudad comenzaran a generar en su mente la dignificación de una actividad que es soporte fundamental para la economía de la ciudad.” Repetían como loritas lo que esos manes les decían al oído y que debieron memorizar de algún libro de Foucault que medio leyeron. Todo un montón de mierda bien elaborada que hasta hoy es físico humo.
Le ruego no interprete este relato como una maniobra de propaganda de un miembro de la oposición al régimen “progresista” que dirige de mala manera la ciudad, un panfleto elaborado por un oscuro personaje que asesora a uno de los candidatos  que prometen el oro y el moro, y al final sólo esperan sacar su tajada de este circo al que llamamos democracia, mucho menos un mafioso que vende espacio público a precios de centro comercial. Este tampoco es un ataque personal hacia unos concejales que se acostumbraron a ganar plata por hablar basura e inventarse logros. No. Es simplemente una narración escrita por un hombre, un ciudadano que se gana la vida en la calle, así como lo hacen las putas, los barrenderos, los mensajeros, poetas y ladronzuelos, los mendigos, la maldita base que hace funcionar el delicado mecanismo que sin querer, arrastra la prosperidad en una ciudad llena de injusticia.
Mi nombre es Gabriel Barreto, filósofo egresado, por obra y gracia de la divina providencia, de la Universidad Nacional a finales de los noventa. No tengo hijos, ni mujer; tampoco soy marica, si eso le viene a la cabeza como primera conclusión. Digamos que soy bastante complicado, eso es todo. Mi familia me odia; que venda galguerías en la calle los llena de vergüenza y me lo dicen.  Mis hermanos son profesionales exitosos que viven fiando en todo lado y no se ruborizan cuando les presto plata para irse de vacaciones a Europa y todos esos lugares plagados de glamour y donde las compras absorben las mentes de los más cautos. (En esos momentos dejo de ser una sombra para volverme el adorado “integrante chiflado de una banda de excéntricos,” como la que siempre hemos sido) No los juzgo por eso, al contrario, hasta ternura me producen…

Ellos jamás asumirán que en un país donde las promesas son leyes que nunca se cumplen haya tenido una revelación, que me hubiese dado cuenta que vendiendo cigarrillos al menudeo, chicles, minutos a celular, caramelos de todos los pelambres y hasta empanadas, gane más plata al mes que un profesional posgraduado como los que pululan en las oficinas devengando miserias y aguantando humillaciones de jefes que tienen la décima parte de su intelecto y veinte veces más pelotas.
¿Culpa de quién? De los hijueputas políticos y grandes empresarios que ven en los trabajadores un medio de llenarse la panza. ¿Culpa de quién, querido amigo? De la gente que por guardar las formas se alquila por migajas y aguanta, vive alcanzada, llena de créditos que ni sus nietos podrán pagar. Culpa de aquellos que cumplidos, como borregos al matadero, van y le colaboran al sistema empeñando votos, conciencias y el futuro de sus hijos.
Que la casa, que los dos carros, que los colegios carísimos, que la ropa de marca, el “¿qué dirán nuestros conocidos?”, los que no los conocen, los “indios” que los admiran y envidian, qué… qué… ¡Las malditas apariencias! Ojalá los diplomas, las plaquitas metálicas con nombre y cargo que colocan sobre sus escritorios, la dirección donde viven, les ayudaran a pagar las deudas. ¡Ni modos! Los huevones son ellos y no me creo mejor o peor; mis problemas son otros, tantos o más graves que los de ellos, la ventaja es que no me quejo en público.
Aproveché lo valioso que me dio la academia. A mí, en la universidad, me enseñaron a razonar. Entendí que en un país como el que me tocó, en una urbe ahogada por rutilancias y servidumbres, un tipo como yo debe influir de otra manera. La idea es buscarse la forma cómoda de vivir. Esa la considero mi única obligación, así como tratar de ser feliz. El trabajo es una imposición anti natura, así que entre más fácil sea la vaina, mejor. Que el resto se meta el dedo ya sabe por dónde sino les gusta como mato mis pulgas.
A esto nos llevó el neoliberalismo, la rapiña disfrazada de triunfo. A todos nos gritaron en la cara las pocas ventajas de este sistema, nunca sus inagotables perjuicios, la distribución de las pérdidas, la exclusión de las utilidades, que una centena de tipos desde Nueva York o Londres condenen al hambre a millones de personas en el resto del mundo, que los países se vuelven despensas, fábricas sin alma, cunas para gente desesperada que sueña con largarse para Miami a fregar baños porque aquí su dirigentes los venden a negociantes extranjeros con bandera e himno nacional de fondo para hacer más patético el crimen.
Soy consecuente con lo que pienso, la pobreza es mental, el costo de las posesiones relativo, ¿no fue eso lo que dijo el presidente Pepe Mujica, que el valor de las cosas lo determina la cantidad de tiempo que trabajaste para conseguirlas? Ese viejo es un verraco, lástima que aquí nunca nos va a tocar uno de esos. Lo más cercano que tenemos a ese genio uruguayo es Petro, (¡qué tristeza!) una bofetada para mentes inteligentes.
Promesas, sólo promesas y decepciones en una metrópoli llena de gente fea y triste. Se acercan las elecciones y los ambulantes volvemos a ser el centro de atracción. El alcalde que termina su mediocre administración se escuda con nosotros; los rebuscadores callejeros somos un botín para salvar gestión y justificar su ineptitud: “Que gestionó programas a favor nuestro, que nos volvieron una fuerza central del nuevo socialismo latinoamericano,” dice en la tele cada vez que lo ataca la oposición, cuando lo único que hicieron fue censarnos, ponernos a marchar como micos e inscribirnos de mala manera a la empresa de salud del distrito, en la cual aportamos un poco menos que un empleado formal, o una millonada, si se compara con el aporte que hacen los subsidiados por el distrito. Bueno, al menos sirve para que nos saquen una muela sin tener que hipotecar la casa.  En Bogotá parece ser más lógico pedir regalado, así toque votar por algún ladrón que no conocemos, que trabajar todo el día como hacemos mis compañeros y yo.
Y ahora los candidatos de oposición, los “fachos,” sobre todo, que en público nos satanizan como expendedores de drogas, ladrones, hampones de la peor calaña, ponen a sus “mantecos” a llamarnos a los dirigentes del comercio informal para pedirnos apoyo: “Vea Barreto, la vaina es sencilla, organice su plebe, dígales que voten por mi jefe, el doctor “enano mental” y nosotros les arreglamos definitivamente el problema de la formalización. ¡Hágale hermano, la idea es ayudarle a su gentecita y a usted lo nombramos de algo en la nueva administración!” Lo dice con todo el resentimiento posible, con el clasismo que le cabe a ese cuerpo deforme, regordete y pequeño que imita a la perfección el de su jefe, el doctor ex vicepresidente.
Iragorri, se apellida el imbécil. Compañero de la Nacional. Un idiota con abolengos y sin dinero que le vende el alma al diablo y ha vivido siempre chupándole la teta al estado a través de los trúhanes a los que apoya en cada elección.
Pero no es el único. A los miembros de la asociación nos han llamado los candidatos de izquierda, de derecha, los de centro, los que se presentaron con firmas, los reformistas y godos,  los chistosos, los atarbanes, los que nadie conoce… ¡Pobres hijueputas! Todos dicen lo mismo, prometen lo mismo, la misma vaina siempre… Nos creen ignorantes, huevones; no saben que descubrimos nuestra parte de la torta en este desorden y no vamos a renunciar a ella, no la entregaremos por fotos y tamales hechos a la carrera.
Yo, Gabriel Barreto, les prometo en nombre de los trece mil vendedores ambulantes de la ciudad que si no nos arreglan el problema, sea quien sea el que gané la alcaldía o maneje ese relajo llamado concejo, si no nos dan el estatus que merecemos, saldremos a las calles a hacer ruido. Cada palo, revólver, navaja y varilla que tenemos para defender nuestras chazas, será utilizado para despertar a la ciudadanía. Si nos ven como ralea, lo descartable, no tenemos mucho por perder y sí bastante por conseguir.
Y esta, respetados amigos, no es una promesa. Como escribió el Nobel: esta es una ciudad de espejos y espejismos. Aquí nada es lo que parece y es gracias a las palabras ociosas que no se traducen en hechos. Este no es un juramento vacío, repito, es una amenaza directa. La violencia en un lugar como el que habitamos dinamiza las cosas, abre piernas… No me creen: vean lo que acaban de firmar el gobierno y los putos farcos en Cuba.

No nos busquen con ilusiones, lleguen con resultados, señores candidatos. Nada más para decir desde esta orilla. Mil gracias y ojalá gane su candidato, cumpla sus promesas y no nos condene a muchos más años de atraso y miseria. Tenemos ganas de hacer sonar las campanas de la libertad verdadera…