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domingo, 29 de noviembre de 2015

EL ARCO ME QUEDA GRANDE

SEMPER SIMUL, SEMPER CARMINA, CATA

¿EL ARCO ME QUEDA GRANDE?
(Historias de los arqueros de la promoción 1991 del COLSES)

POR: JAVIER BARRERA LUGO
(Número 4 de la lista de alumnos)


La mitad de los 80, ese período fascinante plagado de inocencia, obsesiones y leyendas para quienes ahora cruzamos el umbral de los cuarenta años. Cuántas cosas para recordar: una lista selecta de niñas lindas a las que amamos desaforadamente en minitecas y fiestas de casa donde los más adelantados aprendieron a beber, fumar y besar, la invasión del merengue dominicano por parte de Don Juan Luis Guerra y sus 4:40, Jossie Esteban y su nefasta patrulla 15, el rock de Mateos, Charly García, Compañía Ilimitada y su éxito La calle, aquella canción cuyo estribillo pegajoso decía: “en la calle, algo bueno va pasar...”,  y que pasó a ser: “en la calle, algo horrible va a explotar”, gracias a los actos demenciales de Pablo Escobar y su corte de matones a sueldo. Ese fue el entorno que aún se añora en silencio, el que el mundo de hoy tilda como “debilidad de marica” (porque según sus gestores es el lucro lo que importa) y muchos vemos como la necesaria oportunidad de evadirse en recuerdos vivificantes.
En 1986 junto a mi hermano Andrés, ingresamos al Colegio Seminario Espíritu Santo de Suba para iniciar nuestra formación media vocacional (bachillerato en castizo, “deformación”, en jerga de la calle). Niños de Ciudad Jardín Norte, Suba y sus veredas, de los 200 Prados (Jardín, Veraniego, Pinzón, Spring, etc) y hasta de Villa del Prado (Cabiativa), iniciamos el conocimiento de la vida, construimos sueños, inventamos la amistad a prueba de fuego, el amor, representado en esa noviecita que pagaba mal y de la que muchos ahora somos buenos amigos, aprendimos que la literatura da libertad, la música alivio; pero por encima de cualquier cosa, cimentamos el honor de caminar el mundo como personas libres.
Mi co-equipero de Idiota Inútil, Fernando Vanegas, ya ha sacudido el avispero en varios artículos con anécdotas de vida de muchos de nuestros compañeros y amigos de promoción. Hoy, el homenaje es al fútbol y específicamente a los “legendarios” arqueros de nuestra generación que con su “talento” a prueba de todo,  llevaron a sus equipos de los campeonatos internos y a la selección del  COLSES (infantil y junior) a victorias pírricas, empates desabridos y fracasos monumentales gracias a sus “gracias”, que aún hoy recordamos con altas dosis de mamagallismo.
Colombia siempre ha tenido grandes hombres defendiendo la portería: Pedro Antonio Zape, Efraín “caimán” Sánchez, Rene Higuita, Eduardo Niño, Farid Mondragón, Miguel Calero, Óscar Córdoba, David Ospina, Juan Carlos Henao. El COLSES, en nuestra época, se preciaba de tener las mejores gelatinas con guantes “defendiendo” su arco, adolescentes que se hacían goles increíbles y al minuto sacaban balones que el mismísimo Gian Luigi Buffon daría por perdidos. Igual, eso no era lo importante, eran íconos insustituibles a los que la afición reclamaba como un rebaño de chivos drogados. Si en esa época el mercadeo hubiese tenido el grado de desarrollo actual, serían figuras a la altura de Iker Casillas, guardadas las proporciones y pasándome de generoso.
Roger Alvarado, Helberth Rache, “el gordo Granados”, Leonardo “mono” Miranda, titulares indiscutibles en sus equipos de curso, la tenían cara peleando y perdiendo la titular con los protagonistas de este escrito, guardametas que contaban con todo el andamiaje a su favor: profesores amigos, compañeros que cargaban tambos, “amansalocos” y revólveres descargados del abuelo para amedrentar a la competencia y su combo, otra patota de camaradas “mamagallistas” que los imponían como pálidas estrellas fugaces, y un amor propio, un ego descomunal que comparado con el de los otros pretendientes los ponía en el top de la lista: ¡se creían la locura!
Giovanni Tibasosa “el gato”, Rafael “el marrano” Cotrino y Gerardo “Carrabs” Motta, eran la tripleta de goleros responsables de proteger las redes de los equipos del curso: Gerardo como arquero de  Racing y Giovanni de Cavernícolis, una engendro de escuadra creada por “el negro” Arévalo. Del de Rafa no recuerdo el nombre; pero siempre ganaban y “muendeaban” a sus rivales con el pensamiento, la palabra, la obra y la poca omisión. Era una formación con promedio de estatura de 1.90, 120 kilos y una fe en sí mismos que casi tumba el telescopio espacial Hubble. Su crueldad es legendaria.
Capitanes y técnicos sabían que con ellos en el arco se iba perdiendo uno a cero antes que el árbitro anunciara el inicio del juego. Su falta de seguridad, de reflejos, de la mínima capacidad de coordinación ojo-resto del cuerpo, los convertía en la peor amenaza para el rendimiento de sus equipos y las selecciones. Ante un panorama tan oscuro, eran los delanteros los llamados a salvar la nave del desastre, y ellos tampoco eran el mesías anunciado en las escrituras del fútbol juvenil del colegio. Raúl Motta debió hacer de tripas corazón para no enloquecerse con esa “inundación de talento”. Y todavía preguntan por qué tenía úlcera…
Esta historia tiene unos antecedentes que el lector merece conocer. En el COLSES, al mismo nivel de las letras o las matemáticas, el fútbol tenía importancia suprema. Maestros entrando a la edad que muchos tenemos hoy, se vestían de cortos para jugar el clásico de la semana amigoniana: “Profesores versus Resto del Colegio”. Enrique Torres (¡Qué le pasa, “granpendejo”!), Iván Lara (¡Quibo chino!), Manuel Buenaventura (A ver el amigo…), Silvestre Rodriguez, Humberto Beltrán (maesstroo..), Carlos Efraín Ruiz Suárez (la mosca), Leonardo Torres (prática), José Munca, Eliseo, Raúl Motta, Guillermo Quijano (la nana), Orlando Damián (el sicoloco) y por supuesto, Germán Solano (el gamín), conformaban una plantilla de lujo, que reforzada con algunos “embuchados” proporcionados por los Terciarios Capuchinos, daban el espectáculo más esperado por el alumnado cada octubre.
 Eran partidos jugados al límite del reglamento (ni profesores ni alumnos se arrugaban, daban zapato por parejo), cada rival era objetivo militar, toda rencilla se arreglaba a través y gracias a los taches de acero, a una patada bien dada en una pantorrilla sin canillera o un codazo a traición en los tiros de esquina. Prueba de esta fogosidad en el juego fue el brazo izquierdo de Germán Solano, a quien Gacha, el hermano mayor de Walter, se lo fracturó tras una entrada al “bulto” y con toda la intención de hacer doler. El yeso fue, en esa época, un símbolo de venganza para los alumnos que vivíamos el régimen draconiano del prefecto de disciplina con estoicismo de rufián. Hoy, creo que ninguno de nosotros deja de agradecer el esfuerzo del profe Germán, quien puso su grano de arena para que lográramos ser hombres de bien.
El fútbol era la segunda religión en el COLSES. Hasta el Padre Camilo Tobón, como cualquier barrista de corazón, presenciaba y apoyaba la realización de los encuentros. Su rectoría parecía la DIMAYOR, allí se limaban asperezas, se hacía la paz tras una riña propia del juego y hasta se fraguaba la polla del mundial de fútbol que el viejo sabio administraba con honradez. Era un entorno bacano en el que cada quien asumía su rol con tenacidad, con verdadero amor. Los defensas afilábamos los taches, los delanteros se ponían doble canillera, los mediocampistas rezaban para que el talento se les viera, los arqueros... ¡Ay, Dios…! ¡Los arqueros! Hincados, le pedían a su santo favorito que el gol bobo no apareciera tan seguido.
El final de la jornada escolar, en época de campeonato, era un acontecimiento sagrado. Los jugadores nos cambiábamos a velocidad de “raponero”, las barras listas y en posición, observaban atentas sí había algún posible malentendido para arreglar con los contrarios a golpes cuando el central decretara el tiempo cumplido. Los árbitros (Parrita, Cotrino cuando no jugaba, Mauricio Cercado, el ahora propietario de New Soccer) con la seguridad de un viaje en SITP, daban la bienvenida a las ansias de grandeza, las lesiones que acababan carreras sin empezar (¿por qué creen que a Lucho Mendez le dicen Robocop?), a los marcadores abultados, los 16-14 / 12-1 / 6-6 / a los 14-8 que siempre se presentaban. No recuerdo un 0-0.
De estos torneos se nutrían las gloriosas selecciones del COLSES (uniforme: camiseta verde con franja horizontal roja, pantaloneta blanca, medias rojas. La ropa se heredaba año a año. -Raúl Motta, al final del curso, no firmaba paz y salvo si algún integrante del máximo equipo no devolvía lavada y planchada la implementación-). La cancha del colegio, pelada, ondulante, una ciénaga caribe en invierno y en verano un filón de polvo, era Old Trafford, nuestro Teatro de los sueños, donde se conservó el invicto en intercolegiados a las buenas o a las patadas. La selección era la cara orgullosa de la comunidad amigoniana ante el mundo, siempre apoyada por la hinchada, salvo si jugaba de visitante; tocaba ir hasta el carajo para acompañarlos y no había plata para los buses… En esas ocasiones sí estaban solos.
Peñuela, Lucumí, Piñeros, “Garrincha”, Elkin, El “gato” Buitrago, eran ídolos del equipo; pero una vez desaparecieron del espectro (se graduaron, los echaron, se fueron, dejaron a la novia en embarazo y les toco “echar rusa”) el turno le tocó a nuestros compañeros de curso. Apareció el recambio: Fernando Ramirez, Andrés Barrera (el mejor si me lo preguntan), Fabio Cardozo, El “Cabezón” Andrés Corredor, Óscar “Scooby” Páez,  “Chucho” Gaviria, Carlos Julio “Toché” Corredor y una decena de muchachos emergieron como la nueva camada que tomaba las banderas del cambio, la ilusión: ganar los intercolegiados región Bogotá por primera vez.
Como selección organizada y de respeto, se convocaron tres arqueros, tres fortines de la portería, que “coincidencialmente” y gracias a las “buenas relaciones” con el seleccionador, eran de nuestro curso: Tibasosa, Motta y Cotrino (los dirigentes de FIFA copiaron el modelo y miren cómo andan por estos días). A Rojas, arquero de otro curso, un hombre que lloraba mucho porque era “nervioso”, lo sacaron de taquito. Los nuestros estaban volando.
No recuerdo mucho el desarrollo de los partidos en la fase de grupos; aunque sí el resultado final del campeonato: no se clasificó al cuadrangular final. Otro fracaso. Pero la fase de preparación para el reto, en la que se escogería al arquero titular para enfrentar el torneo, fue lo mejor de aquel proceso. Para nadie fue secreto que Rafa sería el 1, era el menos malo. Jugó en el Olaya, era el consentido de Raúl Motta, atarban de postín que no jugaba con los pies, bajo de estatura, se “encandelillaba”, según sus palabras, cuando salía a cortar centros y dejaba vivo el balón para que los delanteros rivales marcaran a placer. Lo que llenó de morbo al camerino y la hinchada fue la lucha por la suplencia.
Motta, barranquillero, inventor del “diezzz… diezzz… diiiezzz”, que tantos “admiradores” le hizo ganar entre sus compañeros que reprobaban álgebra,  era una copia al carbón del gran Hugo Orlando Gatti, titular en Boca por 10 años, aunque sólo en lo físico. Sus condiciones: sacaba mal, salía mal, ayudaba a descuadrar  la defensa, la estrategia la dejaba en el ajedrez, en el campo de juego se le nublaba la mente; pero era jodón, buena gente, se le metía a los balones divididos con la entereza de quien sabe que todo está perdido y persevera. Sus señas particulares: tenis Fastrack blancos, pelo desarreglado y una balaca rojo sangre que fijo, se colocaba en honor al Junior de su tierra. Un atleta de cartulina que descrestaba por su falta de motricidad gruesa.
El segundo postulante: Tiba, el legendario “Gato” Tibasosa. Un portento de desubicación. Sus reflejos de felino disecado le sacaron canas a más de un técnico. Si se regalaba un balón y nos metían un gol, todos sabíamos que era gracias a su “talento”. Portero de carácter, eso sí, más de una vez le arreó la madre a cuanto árbitro y rival se le metió por el camino, aunque para su desgracia, nunca le hicieron el favor de cuadrarle la cara de un golpe. Su personalidad en la cancha, semejante a la de Chilavert, rayaba en el trastorno esquizoide de la personalidad. Sus señas particulares: guayos  marca copa (imaginen la calidad) que tenían unos tachecitos de goma que parecía fideos, sudadera gris, un buzo anaranjado acolchado en el pecho, un acné bárbaro. Era una montaña de humo sin músculos.
La lucha por la suplencia terminó de facto. Raúl Motta jamás definió la cuestión porque sabía que al titular no lo sacaba así se le fracturaran las manos. Cotrino atajó en todos los partidos, todos los minutos, hasta los tortuosos segundos de la eliminación. “¡Rafa es una güeva!” Ese fue el estribillo que al unísono le cantamos los de la barra al “marrano”, cuando nos sacaron por enésima vez de un torneo gracias a su trabajo bajo los tres palos. El arco del COLSES siempre estuvo resguardado por la Divina Providencia y la Virgen de los Dolores; aun siendo agnóstico reconozco esa verdad. Si hubiera sido sólo por las “virtudes” de Cotrino, Motta y Tiba, la historia sería peor.
 “Tocó esperar para la otra”, dijo un apaleado Raúl, tras el descalabro del equipo que dirigía. La amargura duró poco, aunque los reproches siguen vivos, prueba de ello es este escrito. ¡Nos rompieron el corazón, muchachos! Lo único que hizo bajar la espuma del chocolate amargo de la derrota fue  que el fin de semana siguiente hubo fiesta en la casa de Fernando Ramírez con las niñas del Instituto, así que la testosterona cambió de objetivo…
Próximos a graduarnos, la selección se volvió recuerdo funesto para muchos. Los ídolos colgaron los guayos. Una nueva generación pedía pista: Alejo Barrera, Juan Pablo Congote, Alex Pulido, Mauricio Cercado, Medellín, un puñado de infantes a quienes apenas les comenzaba a salir bozo, se tomaron por asalto un terreno de gloria que fue desperdiciado por la promoción 91. Altaneros, prometieron títulos, pundonor deportivo, orgullo a raudales… Dos años después salieron con el “mismo chorro de babas”, eliminación en primera ronda.
La vida en el colegio llegó a su fin. Nunca volví a ver tapar tan mal a nadie: Cotrino, Tibasosa y Motta, dejaron la vara muy alta. De los futuros Willington Ortiz, Valderrama y compañía, quedaron un grupo de bohemios, de profesionales, de trabajadores y rebeldes, de padres de familia, unos tipos que pelean la vida y se reúnen de vez en cuando para ser los adolescentes que crecieron juntos y aman a su noble claustro grandioso, ese templo santo de ciencia y virtud al que se le cantaron en su nombre cientos de derrotas deportivas y muchos triunfos de vida. ¡Que viva el fútbol, la amistad, el Colegio Seminario Espíritu Santo, la época feliz!

 Agradecimientos y saludos fraternos a:
R.P. Samuel Camilo Tobón Betancur (Q.E.P.D.). A las señoras: Graciela Barreto, Esperanza Ramos, Amparo Rodríguez, Martha Diaz, Martha Parra, Inés de García (Inesita), Darcy García, Miriam Castellanos, Rosario Rojas. A los señores: Germán Solano, Carlos Efraín Ruiz Suárez, Henry Ríos, Iván Lara, Raúl Motta, Humberto Beltrán, Orlando Damián, Enrique Torres, José Munca, Leonardo Torres, Silvestre Rodríguez, Eliseo (no recuerdo su apellido), Guillermo Quijano, Manuel Buenaventura. A los compañeros y amigos: Raúl Arévalo (Rapero), Jorge “negro” Arévalo, Andrés Barrera (BLA), a los hermanos Javier y César (palomo) Martinez Becerra (Los Becerrita), Ángel Rivelino Becerra (Rivelo), Carlos Andrés “Cabezón” Corredor, Carlos Julio Corredor (Toché), Óscar Páez (Scooby), Andrés Mendez, Javier Díaz Espinosa (El mono), Óscar Javier Cabiativa (Cabia), Juan Carlos Devia, Gerardo Muñoz (moños), Freddy Moreno, Guillermo Quintero, Ángel Torres, Ítalo Javier Eduardo Ríos, mi padrino Fernando Vanegas Moreno (Gafas), George Rafael Zerda, Gerardo Motta, John Piracún, Ernesto Jimenez (Vico), Luis Antonio Mendez Vega (Lucho-Robocop), Carlos Eduardo Rodríguez (Casallas-el gordo), Pedro Pastrán (Pepe), “Negro” Rojas, Alexander Sánchez (Pirulo), Giovanni Tibasosa (El negro), Vladimir Rincón (Vlaky), Victor de Jesús Gaviria (Chucho), Jorge Enrique Bonilla (campanas), Joaquín Fernández (conejo), Rafael Cotrino (marrano), Fabio Ricardo Cardozo, Juan Pablo Pachón, Héctor Garzón, Alfredo Betancur (mi vecino-el capo), “su reverencia” el padre Jaime Iván Sánchez (Guillo), Fernando Ramírez (chiquilladas), Wilson Pinto (Topin), Juan Carlos Suárez (vaquero boyacense), Hamilton López, Willington Cucunubá (embale Cucunubá), Rosmiolimpo (Romito), Joaquín Martínez (el negro), Alejandro Barrera (Alejo), José Casallas (ex alumno honorario), Alex Pulido, Reinaldo Guerrero, los hermanos Congote, Edwin Barreto (Mico), Ricardo Forero (papayuela), a los que omito por escases de memoria, no por falta de corazón,  a todos y cada uno de los integrantes de la gran familia Colegio Seminario Espíritu Santo de Suba, COLSES.

*Foto de respaldo al post tomada del perfil de Facebook de Javier Eduardo Ríos.

24/11/2015