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lunes, 11 de junio de 2012

LA NOCHE ES DE COLORES...


LA NOCHE ES DE COLORES
POR: FERNANDO VANEGAS MORENO

Esta  noche salgo queriendo que fuera ayer.  Hace frío, anoche estuvo un poco más agradable. El paseo que me proponen me llama la atención, sin embargo, no puedo evitar sentirme nervioso, la espalda se me eriza y comienzo a sudar. La aventura me llama y me gana, y un leve “vamos”, se escapa de mis labios. Hoy como ayer, han existido parias, antes como ahora, se agolpan en su mugre, aquí y allá son olvidados, los más rechazados, por algo se llaman ellos mismos “desechables”. Son las 7 y 30 de la noche y salgo de mi casa con el pensamiento al lado de una cuota pendiente por pagar al banco. Me voy…., se a donde….., no sé el cómo.

La “ELE” no es una calle, más bien es un sector. El centro quizá más grande de consumo de sustancias psicoactivas en Colombia. La indigencia, la marginalidad, el delito, y la indignidad son sus habitantes desde siempre. Ubicarse es muy fácil, solo basta tomar un bus articulado del sistema Transmilenio hasta la estación de la Jiménez y se llega…., bienvenidos al mercado más grande de  alucinógenos en la ciudad. En la parte posterior de la dirección general de reclutamiento del Ejercito Colombiano, en pleno centro de Bogotá, se cocina toda la tristeza, toda la agonía y el sufrimiento de una cantidad indeterminada de personas que un día llegaron a este sitio y ya no pudieron partir. Cruzamos la plazoleta de los Mártires, a paso lento, despreocupado. “El flaco” ya conoce la rutina, es su calle hacia el escape, su surtidor inagotable de alegrías, su casa…, su olla. Nos observan; los habitantes de la calle que fingen dormir a esa hora en medio del frío de las noches capitalinas son los vigías a la entrada del averno, manejan sus propios códigos y señales, tendidos en el pasto, sus miradas pueden comunicar muchas cosas. Por ejemplo, conocen muy bien al “Kolino”, al consumidor, y por ende visitante habitual. También saben identificar a la policía encubierta…”es que su forma de andar y de moverse es muy boleta…, miran pa’ todo lado con el miedo en la cara”, explica “El flaco”.

Ir “bien” vestido, limpio o con algo llamativo es impensable. Se corre el riesgo de perder…, de perder la ropa, de perder lo suntuoso, de perder la vida. Aquí, todo tiene precio, todo se vende y todo se compra, por eso tal vez, las calles no están señalizadas, no tiene dirección; las placas metálicas que marcaban estos sitios hace rato se fueron en algún “sopladero” o casa alquilada por ratos para drogarse tranquilamente, si drogarse es tranquilo, claro. Mi guía y acompañante (es necesario ir con alguien reconocido, de lo contrario es peligroso y casi imposible manejar el gueto), me ubica en la primera esquina, huele a indigencia, a triste, a mierda, a orines…, me dan náuseas, siento ganas de vomitar…., debo aguantarme, no puedo mostrarme débil ante el barrio, me dice mi lazarillo. Pasan diez minutos, empiezo a acostumbrarme al hedor;  alguien se acerca, siento miedo, “que quieren los niños”, pregunta. “todo bien, nada por el rato”, contesta el flaco; busca a su jibaro o expendedor de siempre.

Empezamos a entrar en la comuna. Cientos de plásticos sirven de techo momentáneo a otras tantas almas que sentadas en el piso o recostadas contra las paredes, buscan con mirada perdida ese momento mágico que los libere por un rato, parece una zona de guerra, miles de huecos se dibujan en los muros, son las ventanas hacia el vicio, por estos pequeños agujeros se suministran las dosis necesarias para pasarla “bueno”, aunque sea solo momentáneamente. Todo cambia, ahora solo unos pocos nos miran, cada uno está en lo suyo, unos consumiendo como es lógico, otros, revolcando sus costales, buscando probablemente algo que vender o que cambiar por una “vicha”, por la dosis personal de esa noche. Otros hablan y pelean a madrazo limpio. Allá hay algunos jugando parques, un juego de mesa popular en el país, que aquí tiene otra connotación. El tablero, los dados y las fichas, son diseñados por ellos e implican una suerte de pitonisa o adivinatorio…, cada lanzada tiene un significado y puede definir el día siguiente: zonas para reciclar, la pérdida o la ganancia de una dosis, el cambio de unos “pirrieles” o zapatos por otros mejores, etc. El flaco sigue buscando, parece preocupado.., son las 9 de la noche y su “amigo” de confianza no aparece. Aunque suene paradójico o hasta ridículo, la confianza sí que es importante en este submundo. Cada expendedor tiene su clientela, y la ata a él con paquetes más grandes, con mayor calidad del producto, con cien o doscientos pesos menos en el precio de cada tamalito. Nada sobra, nada se pierde.

Me duele un poco la cabeza. La preocupación de mi “amigo”, da paso a su mal genio. Llevamos más de media hora y nadie da razón de su mercachifle. Otro más se acerca, ya no siento miedo, entro en confianza y pregunto que hay: “pues pa’ las ideas hay surtido, hay hachecita pero esta cara, le tenemos su periquito, que si su cilantrito, unas roquitas de seis, sus maduros…, en fin eso no es sino que me digan que quieren que se les tiene”. El flaco se chancea con el tipejo (bajito y sucio hasta el espíritu, yo creo), y después de unos minutos y cuando ve que somos solo preguntones, nos da una mirada de bacteriólogo, nos regala un hijueputazo y se aleja.

Existen también los “chichipatos”, los “pailas”, los más pobres entre los pobres, los que no consiguieron para la “traba”, para el viaje de esta noche y se apilan en los cambuches con el “chamber o pipo” en una botella (alcohol industrial mezclado con un refresco de preparación casera), de la cual beben todos hasta quedarse dormidos por efecto del alcohol (algunos han muerto producto  de esta mezcla), a la par, fabrican sus propios cigarrillos hechos con polvo de ladrillo, éter y telarañas. Sí, esas que usted ve en los lugares más oscuros de su casa, esas que usted desecha, aquí son apreciadas, repito, nada se pierde.

Una voz suave llama mi atención. Volteo, es un viejecito, que como todos los de aquí está sucio…, miento, algo en él lo hace ver más limpio, más digno. El flaco lo conoce y lo saluda efusivamente. Habla despacio, pausadamente, con la tranquilidad que le han dado los años y las calles. Se nota que todos lo respetan. Tiene un discurso elaborado, es inteligente, recordatorio imborrable de tiempos mejores. Tal vez fue un profesional prestigioso, quizá un gran medico…., habla de todo, no mira a nadie, sabe mucho. Deja en la mano de su cliente un paquete, es casi imperceptible esta transacción, se miran a la cara. En ningún momento desvían su mirada…, de igual forma se hace el pago. Las ansias no esperan, el flaco prende un “maduro”, un cigarrillo de bazucó, y lo aspira como si fuera el último. Pese a esto, luce calmado, relajado. El mal genio se fue. Yo también me pierdo en la labia del anciano, es mi forma de drogarme…., nos habla de la Bogotá de ayer, del cartucho (el antiguo lugar de concentración, que fue derrumbado y dio paso al parque Tercer Milenio), de los de antes, del ahora…, del peligro social y de salubridad del micro tráfico…, (jajajaa me rio interiormente, este viejo la vende y la crítica); que guevon cavilo un rato. Regreso. Ya el anciano se despide…, los ojos del flaco lo delatan, ahora son rojos, adormecidos. En la boca calle se detiene una moto, son un par de policías; lanzan una mirada de reojo  y se van, es territorio vedado para ellos, entrar los dos solos es un suicidio. Siempre que hay operativos, no menos de cien agentes son los encargados. El viejo me observa de arriba abajo, me da una palmada en el hombro y se va. Me acuerdo de la cuota del banco y me rio…., a mi alrededor esta la gente que de verdad tiene problemas, que no come, que no tiene un techo, que han sido discriminados y arrojados a la basura del olvido…., estoy rodeado de un adiós y un  hasta siempre.

Son las diez de la noche, huelo a mugre, a humo, a vicio, a acera. Salimos. El flaco se sienta un momento en las escalinatas de la iglesia del Voto Nacional…, necesita aire. Yo también. Los ñeritos han cambiado, los que estaban cuando llegamos ya se han ido, ahora son otros los vigilantes mudos, repetimos las miradas, las señales, los saludos. El flaco se incorpora, me dice cualquier cosa, me agradece la compañía, me da un abrazo y partimos….

Otro sitio, otro lado de la ciudad…, atrás dejamos la oscuridad y la tristeza. El flaco cierra los ojos; lo siento triste, melancólico y solo una frase acompaña su nostalgia…”si ve por que la noche es de colores”.