POR:
FERNANDO VANEGAS MORENO
Esta noche salgo queriendo que fuera
ayer. Hace frío, anoche estuvo un poco más agradable. El paseo que me
proponen me llama la atención, sin embargo, no puedo evitar sentirme nervioso,
la espalda se me eriza y comienzo a sudar. La aventura me llama y me gana, y un
leve “vamos”, se escapa de mis labios. Hoy como ayer, han existido parias,
antes como ahora, se agolpan en su mugre, aquí y allá son olvidados, los más
rechazados, por algo se llaman ellos mismos “desechables”. Son las 7 y 30 de la
noche y salgo de mi casa con el pensamiento al lado de una cuota pendiente por
pagar al banco. Me voy…., se a donde….., no sé el cómo.
La “ELE” no es una
calle, más bien es un sector. El centro quizá más grande de consumo de
sustancias psicoactivas en Colombia. La indigencia, la marginalidad, el delito,
y la indignidad son sus habitantes desde siempre. Ubicarse es muy fácil, solo
basta tomar un bus articulado del sistema Transmilenio hasta la estación de la Jiménez y se llega….,
bienvenidos al mercado más grande de alucinógenos en la ciudad. En la
parte posterior de la dirección general de reclutamiento del Ejercito
Colombiano, en pleno centro de Bogotá, se cocina toda la tristeza, toda la
agonía y el sufrimiento de una cantidad indeterminada de personas que un día
llegaron a este sitio y ya no pudieron partir. Cruzamos la plazoleta de los
Mártires, a paso lento, despreocupado. “El flaco” ya conoce la rutina, es su
calle hacia el escape, su surtidor inagotable de alegrías, su casa…, su olla.
Nos observan; los habitantes de la calle que fingen dormir a esa hora en medio
del frío de las noches capitalinas son los vigías a la entrada del averno,
manejan sus propios códigos y señales, tendidos en el pasto, sus miradas pueden
comunicar muchas cosas. Por ejemplo, conocen muy bien al “Kolino”, al
consumidor, y por ende visitante habitual. También saben identificar a la
policía encubierta…”es que su forma de andar y de moverse es muy boleta…, miran
pa’ todo lado con el miedo en la cara”, explica “El flaco”.
Ir “bien” vestido,
limpio o con algo llamativo es impensable. Se corre el riesgo de perder…, de
perder la ropa, de perder lo suntuoso, de perder la vida. Aquí, todo tiene
precio, todo se vende y todo se compra, por eso tal vez, las calles no están
señalizadas, no tiene dirección; las placas metálicas que marcaban estos sitios
hace rato se fueron en algún “sopladero” o casa alquilada por ratos para drogarse
tranquilamente, si drogarse es tranquilo, claro. Mi guía y acompañante (es
necesario ir con alguien reconocido, de lo contrario es peligroso y casi
imposible manejar el gueto), me ubica en la primera esquina, huele a
indigencia, a triste, a mierda, a orines…, me dan náuseas, siento ganas de
vomitar…., debo aguantarme, no puedo mostrarme débil ante el barrio, me dice mi
lazarillo. Pasan diez minutos, empiezo a acostumbrarme al hedor; alguien
se acerca, siento miedo, “que quieren los niños”, pregunta. “todo bien, nada
por el rato”, contesta el flaco; busca a su jibaro o expendedor de siempre.
Empezamos a entrar
en la comuna. Cientos de plásticos sirven de techo momentáneo a otras tantas
almas que sentadas en el piso o recostadas contra las paredes, buscan con
mirada perdida ese momento mágico que los libere por un rato, parece una zona
de guerra, miles de huecos se dibujan en los muros, son las ventanas hacia el
vicio, por estos pequeños agujeros se suministran las dosis necesarias para
pasarla “bueno”, aunque sea solo momentáneamente. Todo cambia, ahora solo unos
pocos nos miran, cada uno está en lo suyo, unos consumiendo como es lógico,
otros, revolcando sus costales, buscando probablemente algo que vender o que
cambiar por una “vicha”, por la dosis personal de esa noche. Otros hablan y
pelean a madrazo limpio. Allá hay algunos jugando parques, un juego de mesa
popular en el país, que aquí tiene otra connotación. El tablero, los dados y
las fichas, son diseñados por ellos e implican una suerte de pitonisa o
adivinatorio…, cada lanzada tiene un significado y puede definir el día
siguiente: zonas para reciclar, la pérdida o la ganancia de una dosis, el
cambio de unos “pirrieles” o zapatos por otros mejores, etc. El flaco sigue
buscando, parece preocupado.., son las 9 de la noche y su “amigo” de confianza
no aparece. Aunque suene paradójico o hasta ridículo, la confianza sí que es
importante en este submundo. Cada expendedor tiene su clientela, y la ata a él
con paquetes más grandes, con mayor calidad del producto, con cien o doscientos
pesos menos en el precio de cada tamalito. Nada sobra, nada se pierde.
Me duele un poco
la cabeza. La preocupación de mi “amigo”, da paso a su mal genio. Llevamos más
de media hora y nadie da razón de su mercachifle. Otro más se acerca, ya no
siento miedo, entro en confianza y pregunto que hay: “pues pa’ las ideas hay
surtido, hay hachecita pero esta cara, le tenemos su periquito, que si su
cilantrito, unas roquitas de seis, sus maduros…, en fin eso no es sino que me
digan que quieren que se les tiene”. El flaco se chancea con el tipejo (bajito
y sucio hasta el espíritu, yo creo), y después de unos minutos y cuando ve que
somos solo preguntones, nos da una mirada de bacteriólogo, nos regala un
hijueputazo y se aleja.
Existen también
los “chichipatos”, los “pailas”, los más pobres entre los pobres, los que no
consiguieron para la “traba”, para el viaje de esta noche y se apilan en los
cambuches con el “chamber o pipo” en una botella (alcohol industrial mezclado
con un refresco de preparación casera), de la cual beben todos hasta quedarse
dormidos por efecto del alcohol (algunos han muerto producto de esta
mezcla), a la par, fabrican sus propios cigarrillos hechos con polvo de
ladrillo, éter y telarañas. Sí, esas que usted ve en los lugares más oscuros de
su casa, esas que usted desecha, aquí son apreciadas, repito, nada se pierde.
Una voz suave
llama mi atención. Volteo, es un viejecito, que como todos los de aquí está
sucio…, miento, algo en él lo hace ver más limpio, más digno. El flaco lo
conoce y lo saluda efusivamente. Habla despacio, pausadamente, con la
tranquilidad que le han dado los años y las calles. Se nota que todos lo
respetan. Tiene un discurso elaborado, es inteligente, recordatorio imborrable
de tiempos mejores. Tal vez fue un profesional prestigioso, quizá un gran
medico…., habla de todo, no mira a nadie, sabe mucho. Deja en la mano de su
cliente un paquete, es casi imperceptible esta transacción, se miran a la cara.
En ningún momento desvían su mirada…, de igual forma se hace el pago. Las
ansias no esperan, el flaco prende un “maduro”, un cigarrillo de bazucó, y lo
aspira como si fuera el último. Pese a esto, luce calmado, relajado. El mal
genio se fue. Yo también me pierdo en la labia del anciano, es mi forma de drogarme….,
nos habla de la Bogotá
de ayer, del cartucho (el antiguo lugar de concentración, que fue derrumbado y
dio paso al parque Tercer Milenio), de los de antes, del ahora…, del peligro
social y de salubridad del micro tráfico…, (jajajaa me rio interiormente, este
viejo la vende y la crítica); que guevon cavilo un rato. Regreso. Ya el anciano
se despide…, los ojos del flaco lo delatan, ahora son rojos, adormecidos. En la
boca calle se detiene una moto, son un par de policías; lanzan una mirada de
reojo y se van, es territorio vedado para ellos, entrar los dos solos es
un suicidio. Siempre que hay operativos, no menos de cien agentes son los
encargados. El viejo me observa de arriba abajo, me da una palmada en el hombro
y se va. Me acuerdo de la cuota del banco y me rio…., a mi alrededor esta la
gente que de verdad tiene problemas, que no come, que no tiene un techo, que
han sido discriminados y arrojados a la basura del olvido…., estoy rodeado de
un adiós y un hasta siempre.
Son las diez de la
noche, huelo a mugre, a humo, a vicio, a acera. Salimos. El flaco se sienta un
momento en las escalinatas de la iglesia del Voto Nacional…, necesita aire. Yo
también. Los ñeritos han cambiado, los que estaban cuando llegamos ya se han
ido, ahora son otros los vigilantes mudos, repetimos las miradas, las señales,
los saludos. El flaco se incorpora, me dice cualquier cosa, me agradece la
compañía, me da un abrazo y partimos….
Otro sitio, otro
lado de la ciudad…, atrás dejamos la oscuridad y la tristeza. El flaco cierra
los ojos; lo siento triste, melancólico y solo una frase acompaña su
nostalgia…”si ve por que la noche es de colores”.