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domingo, 13 de diciembre de 2015

LO MEJOR DEL 2015

SEMPER SIMUL, SEMPER CARMINA, CATA

¿EL ARCO ME QUEDA GRANDE?
(Historias de los arqueros de la promoción 1991 del COLSES)
POR: JAVIER BARRERA LUGO
(Número 4 de la lista de alumnos)

La mitad de los 80, ese período fascinante plagado de inocencia, obsesiones y leyendas para quienes ahora cruzamos el umbral de los cuarenta años. Cuántas cosas para recordar: una lista selecta de niñas lindas a las que amamos desaforadamente en minitecas y fiestas de casa donde los más adelantados aprendieron a beber, fumar y besar, la invasión del merengue dominicano por parte de Don Juan Luis Guerra y sus 4:40, Jossie Esteban y su nefasta patrulla 15, el rock de Mateos, Charly García, Compañía Ilimitada y su éxito La calle, aquella canción cuyo estribillo pegajoso decía: “en la calle, algo bueno va pasar...”,  y que pasó a ser: “en la calle, algo horrible va a explotar”, gracias a los actos demenciales de Pablo Escobar y su corte de matones a sueldo. Ese fue el entorno que aún se añora en silencio, el que el mundo de hoy tilda como “debilidad de marica” (porque según sus gestores es el lucro lo que importa) y muchos vemos como la necesaria oportunidad de evadirse en recuerdos vivificantes.
En 1986 junto a mi hermano Andrés, ingresamos al Colegio Seminario Espíritu Santo de Suba para iniciar nuestra formación media vocacional (bachillerato en castizo, “deformación”, en jerga de la calle). Niños de Ciudad Jardín Norte, Suba y sus veredas, de los 200 Prados (Jardín, Veraniego, Pinzón, Spring, etc) y hasta de Villa del Prado (Cabiativa), iniciamos el conocimiento de la vida, construimos sueños, inventamos la amistad a prueba de fuego, el amor, representado en esa noviecita que pagaba mal y de la que muchos ahora somos buenos amigos, aprendimos que la literatura da libertad, la música alivio; pero por encima de cualquier cosa, cimentamos el honor de caminar el mundo como personas libres.
Mi co-equipero de Idiota Inútil, Fernando Vanegas, ya ha sacudido el avispero en varios artículos con anécdotas de vida de muchos de nuestros compañeros y amigos de promoción. Hoy, el homenaje es al fútbol y específicamente a los “legendarios” arqueros de nuestra generación que con su “talento” a prueba de todo,  llevaron a sus equipos de los campeonatos internos y a la selección del  COLSES (infantil y junior) a victorias pírricas, empates desabridos y fracasos monumentales gracias a sus “gracias”, que aún hoy recordamos con altas dosis de mamagallismo.
Colombia siempre ha tenido grandes hombres defendiendo la portería: Pedro Antonio Zape, Efraín “caimán” Sánchez, Rene Higuita, Eduardo Niño, Farid Mondragón, Miguel Calero, Óscar Córdoba, David Ospina, Juan Carlos Henao. El COLSES, en nuestra época, se preciaba de tener las mejores gelatinas con guantes “defendiendo” su arco, adolescentes que se hacían goles increíbles y al minuto sacaban balones que el mismísimo Gian Luigi Buffon daría por perdidos. Igual, eso no era lo importante, eran íconos insustituibles a los que la afición reclamaba como un rebaño de chivos drogados. Si en esa época el mercadeo hubiese tenido el grado de desarrollo actual, serían figuras a la altura de Iker Casillas, guardadas las proporciones y pasándome de generoso.
Roger Alvarado, Helberth Rache, “el gordo Granados”, Leonardo “mono” Miranda, titulares indiscutibles en sus equipos de curso, la tenían cara peleando y perdiendo la titular con los protagonistas de este escrito, guardametas que contaban con todo el andamiaje a su favor: profesores amigos, compañeros que cargaban tambos, “amansalocos” y revólveres descargados del abuelo para amedrentar a la competencia y su combo, otra patota de camaradas “mamagallistas” que los imponían como pálidas estrellas fugaces, y un amor propio, un ego descomunal que comparado con el de los otros pretendientes los ponía en el top de la lista: ¡se creían la locura!
Giovanni Tibasosa “el gato”, Rafael “el marrano” Cotrino y Gerardo “Carrabs” Motta, eran la tripleta de goleros responsables de proteger las redes de los equipos del curso: Gerardo como arquero de  Racing y Giovanni de Cavernícolis, una engendro de escuadra creada por “el negro” Arévalo. Del de Rafa no recuerdo el nombre; pero siempre ganaban y “muendeaban” a sus rivales con el pensamiento, la palabra, la obra y la poca omisión. Era una formación con promedio de estatura de 1.90, 120 kilos y una fe en sí mismos que casi tumba el telescopio espacial Hubble. Su crueldad es legendaria.
Capitanes y técnicos sabían que con ellos en el arco se iba perdiendo uno a cero antes que el árbitro anunciara el inicio del juego. Su falta de seguridad, de reflejos, de la mínima capacidad de coordinación ojo-resto del cuerpo, los convertía en la peor amenaza para el rendimiento de sus equipos y las selecciones. Ante un panorama tan oscuro, eran los delanteros los llamados a salvar la nave del desastre, y ellos tampoco eran el mesías anunciado en las escrituras del fútbol juvenil del colegio. Raúl Motta debió hacer de tripas corazón para no enloquecerse con esa “inundación de talento”. Y todavía preguntan por qué tenía úlcera…
Esta historia tiene unos antecedentes que el lector merece conocer. En el COLSES, al mismo nivel de las letras o las matemáticas, el fútbol tenía importancia suprema. Maestros entrando a la edad que muchos tenemos hoy, se vestían de cortos para jugar el clásico de la semana amigoniana: “Profesores versus Resto del Colegio”. Enrique Torres (¡Qué le pasa, “granpendejo”!), Iván Lara (¡Quibo chino!), Manuel Buenaventura (A ver el amigo…), Silvestre Rodriguez, Humberto Beltrán (maesstroo..), Carlos Efraín Ruiz Suárez (la mosca), Leonardo Torres (prática), José Munca, Eliseo, Raúl Motta, Guillermo Quijano (la nana), Orlando Damián (el sicoloco) y por supuesto, Germán Solano (el gamín), conformaban una plantilla de lujo, que reforzada con algunos “embuchados” proporcionados por los Terciarios Capuchinos, daban el espectáculo más esperado por el alumnado cada octubre.
 Eran partidos jugados al límite del reglamento (ni profesores ni alumnos se arrugaban, daban zapato por parejo), cada rival era objetivo militar, toda rencilla se arreglaba a través y gracias a los taches de acero, a una patada bien dada en una pantorrilla sin canillera o un codazo a traición en los tiros de esquina. Prueba de esta fogosidad en el juego fue el brazo izquierdo de Germán Solano, a quien Gacha, el hermano mayor de Walter, se lo fracturó tras una entrada al “bulto” y con toda la intención de hacer doler. El yeso fue, en esa época, un símbolo de venganza para los alumnos que vivíamos el régimen draconiano del prefecto de disciplina con estoicismo de rufián. Hoy, creo que ninguno de nosotros deja de agradecer el esfuerzo del profe Germán, quien puso su grano de arena para que lográramos ser hombres de bien.
El fútbol era la segunda religión en el COLSES. Hasta el Padre Camilo Tobón, como cualquier barrista de corazón, presenciaba y apoyaba la realización de los encuentros. Su rectoría parecía la DIMAYOR, allí se limaban asperezas, se hacía la paz tras una riña propia del juego y hasta se fraguaba la polla del mundial de fútbol que el viejo sabio administraba con honradez. Era un entorno bacano en el que cada quien asumía su rol con tenacidad, con verdadero amor. Los defensas afilábamos los taches, los delanteros se ponían doble canillera, los mediocampistas rezaban para que el talento se les viera, los arqueros... ¡Ay, Dios…! ¡Los arqueros! Hincados, le pedían a su santo favorito que el gol bobo no apareciera tan seguido.
El final de la jornada escolar, en época de campeonato, era un acontecimiento sagrado. Los jugadores nos cambiábamos a velocidad de “raponero”, las barras listas y en posición, observaban atentas sí había algún posible malentendido para arreglar con los contrarios a golpes cuando el central decretara el tiempo cumplido. Los árbitros (Parrita, Cotrino cuando no jugaba, Mauricio Cercado, el ahora propietario de New Soccer) con la seguridad de un viaje en SITP, daban la bienvenida a las ansias de grandeza, las lesiones que acababan carreras sin empezar (¿por qué creen que a Lucho Mendez le dicen Robocop?), a los marcadores abultados, los 16-14 / 12-1 / 6-6 / a los 14-8 que siempre se presentaban. No recuerdo un 0-0.
De estos torneos se nutrían las gloriosas selecciones del COLSES (uniforme: camiseta verde con franja horizontal roja, pantaloneta blanca, medias rojas. La ropa se heredaba año a año. -Raúl Motta, al final del curso, no firmaba paz y salvo si algún integrante del máximo equipo no devolvía lavada y planchada la implementación-). La cancha del colegio, pelada, ondulante, una ciénaga caribe en invierno y en verano un filón de polvo, era Old Trafford, nuestro Teatro de los sueños, donde se conservó el invicto en intercolegiados a las buenas o a las patadas. La selección era la cara orgullosa de la comunidad amigoniana ante el mundo, siempre apoyada por la hinchada, salvo si jugaba de visitante; tocaba ir hasta el carajo para acompañarlos y no había plata para los buses… En esas ocasiones sí estaban solos.
Peñuela, Lucumí, Piñeros, “Garrincha”, Elkin, El “gato” Buitrago, eran ídolos del equipo; pero una vez desaparecieron del espectro (se graduaron, los echaron, se fueron, dejaron a la novia en embarazo y les toco “echar rusa”) el turno le tocó a nuestros compañeros de curso. Apareció el recambio: Fernando Ramirez, Andrés Barrera (el mejor si me lo preguntan), Fabio Cardozo, El “Cabezón” Andrés Corredor, Óscar “Scooby” Páez,  “Chucho” Gaviria, Carlos Julio “Toché” Corredor y una decena de muchachos emergieron como la nueva camada que tomaba las banderas del cambio, la ilusión: ganar los intercolegiados región Bogotá por primera vez.
Como selección organizada y de respeto, se convocaron tres arqueros, tres fortines de la portería, que “coincidencialmente” y gracias a las “buenas relaciones” con el seleccionador, eran de nuestro curso: Tibasosa, Motta y Cotrino (los dirigentes de FIFA copiaron el modelo y miren cómo andan por estos días). A Rojas, arquero de otro curso, un hombre que lloraba mucho porque era “nervioso”, lo sacaron de taquito. Los nuestros estaban volando.
No recuerdo mucho el desarrollo de los partidos en la fase de grupos; aunque sí el resultado final del campeonato: no se clasificó al cuadrangular final. Otro fracaso. Pero la fase de preparación para el reto, en la que se escogería al arquero titular para enfrentar el torneo, fue lo mejor de aquel proceso. Para nadie fue secreto que Rafa sería el 1, era el menos malo. Jugó en el Olaya, era el consentido de Raúl Motta, atarban de postín que no jugaba con los pies, bajo de estatura, se “encandelillaba”, según sus palabras, cuando salía a cortar centros y dejaba vivo el balón para que los delanteros rivales marcaran a placer. Lo que llenó de morbo al camerino y la hinchada fue la lucha por la suplencia.
Motta, barranquillero, inventor del “diezzz… diezzz… diiiezzz”, que tantos “admiradores” le hizo ganar entre sus compañeros que reprobaban álgebra,  era una copia al carbón del gran Hugo Orlando Gatti, titular en Boca por 10 años, aunque sólo en lo físico. Sus condiciones: sacaba mal, salía mal, ayudaba a descuadrar  la defensa, la estrategia la dejaba en el ajedrez, en el campo de juego se le nublaba la mente; pero era jodón, buena gente, se le metía a los balones divididos con la entereza de quien sabe que todo está perdido y persevera. Sus señas particulares: tenis Fastrack blancos, pelo desarreglado y una balaca rojo sangre que fijo, se colocaba en honor al Junior de su tierra. Un atleta de cartulina que descrestaba por su falta de motricidad gruesa.
El segundo postulante: Tiba, el legendario “Gato” Tibasosa. Un portento de desubicación. Sus reflejos de felino disecado le sacaron canas a más de un técnico. Si se regalaba un balón y nos metían un gol, todos sabíamos que era gracias a su “talento”. Portero de carácter, eso sí, más de una vez le arreó la madre a cuanto árbitro y rival se le metió por el camino, aunque para su desgracia, nunca le hicieron el favor de cuadrarle la cara de un golpe. Su personalidad en la cancha, semejante a la de Chilavert, rayaba en el trastorno esquizoide de la personalidad. Sus señas particulares: guayos  marca copa (imaginen la calidad) que tenían unos tachecitos de goma que parecía fideos, sudadera gris, un buzo anaranjado acolchado en el pecho, un acné bárbaro. Era una montaña de humo sin músculos.
La lucha por la suplencia terminó de facto. Raúl Motta jamás definió la cuestión porque sabía que al titular no lo sacaba así se le fracturaran las manos. Cotrino atajó en todos los partidos, todos los minutos, hasta los tortuosos segundos de la eliminación. “¡Rafa es una güeva!” Ese fue el estribillo que al unísono le cantamos los de la barra al “marrano”, cuando nos sacaron por enésima vez de un torneo gracias a su trabajo bajo los tres palos. El arco del COLSES siempre estuvo resguardado por la Divina Providencia y la Virgen de los Dolores; aun siendo agnóstico reconozco esa verdad. Si hubiera sido sólo por las “virtudes” de Cotrino, Motta y Tiba, la historia sería peor.
 “Tocó esperar para la otra”, dijo un apaleado Raúl, tras el descalabro del equipo que dirigía. La amargura duró poco, aunque los reproches siguen vivos, prueba de ello es este escrito. ¡Nos rompieron el corazón, muchachos! Lo único que hizo bajar la espuma del chocolate amargo de la derrota fue  que el fin de semana siguiente hubo fiesta en la casa de Fernando Ramírez con las niñas del Instituto, así que la testosterona cambió de objetivo…
Próximos a graduarnos, la selección se volvió recuerdo funesto para muchos. Los ídolos colgaron los guayos. Una nueva generación pedía pista: Alejo Barrera, Juan Pablo Congote, Alex Pulido, Mauricio Cercado, Medellín, un puñado de infantes a quienes apenas les comenzaba a salir bozo, se tomaron por asalto un terreno de gloria que fue desperdiciado por la promoción 91. Altaneros, prometieron títulos, pundonor deportivo, orgullo a raudales… Dos años después salieron con el “mismo chorro de babas”, eliminación en primera ronda.
La vida en el colegio llegó a su fin. Nunca volví a ver tapar tan mal a nadie: Cotrino, Tibasosa y Motta, dejaron la vara muy alta. De los futuros Willington Ortiz, Valderrama y compañía, quedaron un grupo de bohemios, de profesionales, de trabajadores y rebeldes, de padres de familia, unos tipos que pelean la vida y se reúnen de vez en cuando para ser los adolescentes que crecieron juntos y aman a su noble claustro grandioso, ese templo santo de ciencia y virtud al que se le cantaron en su nombre cientos de derrotas deportivas y muchos triunfos de vida. ¡Que viva el fútbol, la amistad, el Colegio Seminario Espíritu Santo, la época feliz!

 Agradecimientos y saludos fraternos a:


R.P. Samuel Camilo Tobón Betancur (Q.E.P.D.). A las señoras: Graciela Barreto, Esperanza Ramos, Amparo Rodríguez, Martha Diaz, Martha Parra, Inés de García (Inesita), Darcy García, Miriam Castellanos, Rosario Rojas. A los señores: Germán Solano, Carlos Efraín Ruiz Suárez, Henry Ríos, Iván Lara, Raúl Motta, Humberto Beltrán, Orlando Damián, Enrique Torres, José Munca, Leonardo Torres, Silvestre Rodríguez, Eliseo (no recuerdo su apellido), Guillermo Quijano, Manuel Buenaventura. A los compañeros y amigos: Raúl Arévalo (Rapero), Jorge “negro” Arévalo, Andrés Barrera (BLA), a los hermanos Javier y César (palomo) Martinez Becerra (Los Becerrita), Ángel Rivelino Becerra (Rivelo), Carlos Andrés “Cabezón” Corredor, Carlos Julio Corredor (Toché), Óscar Páez (Scooby), Andrés Mendez, Javier Díaz Espinosa (El mono), Óscar Javier Cabiativa (Cabia), Juan Carlos Devia, Gerardo Muñoz (moños), Freddy Moreno, Guillermo Quintero, Ángel Torres, Ítalo Javier Eduardo Ríos, mi padrino Fernando Vanegas Moreno (Gafas), George Rafael Zerda, Gerardo Motta, John Piracún, Ernesto Jimenez (Vico), Luis Antonio Mendez Vega (Lucho-Robocop), Carlos Eduardo Rodríguez (Casallas-el gordo), Pedro Pastrán (Pepe), “Negro” Rojas, Alexander Sánchez (Pirulo), Giovanni Tibasosa (El negro), Vladimir Rincón (Vlaky), Victor de Jesús Gaviria (Chucho), Jorge Enrique Bonilla (campanas), Joaquín Fernández (conejo), Rafael Cotrino (marrano), Fabio Ricardo Cardozo, Juan Pablo Pachón, Héctor Garzón, Alfredo Betancur (mi vecino-el capo), “su reverencia” el padre Jaime Iván Sánchez (Guillo), Fernando Ramírez (chiquilladas), Wilson Pinto (Topin), Juan Carlos Suárez (vaquero boyacense), Hamilton López, Willington Cucunubá (embale Cucunubá), Rosmiolimpo (Romito), Joaquín Martínez (el negro), Alejandro Barrera (Alejo), José Casallas (ex alumno honorario), Alex Pulido, Reinaldo Guerrero, los hermanos Congote, Edwin Barreto (Mico), Ricardo Forero (papayuela), a los que omito por escasez de memoria, no por falta de corazón,  a todos y cada uno de los integrantes de la gran familia Colegio Seminario Espíritu Santo de Suba, COLSES.




CRÓNICA SOBRE LOS GOLPES
Por Fernando Vanegas Moreno


La alarma del reloj, hoy no es tan tediosa e inoportuna como siempre, son las 4 AM, y aunque la ansiedad no me ha dejado dormir, ese ruidito repetitivo y agudo me indica que debo levantarme, que me espera un reto enorme y que los miedos no son excusa en ese momento. Cuenta la leyenda que el café, esta mañana no tiene el mismo sabor, es más fuerte que de costumbre, las botas me quedan holgadas y el beso de “La Mona” al despedirme, guarda todo el amor y los buenos deseos que su alma transparente puede regalarme ante lo que se aproxima…, un “buena suerte, sé que te va a ir bien”, son, junto a mi maletín de fatiga, la compañía más grata al salir hacia la incertidumbre.
Hoy esperaba que los trancones propios de la ciudad, me permitieran en el trayecto sosegarme un poco, pero al parecer, todo está dado…, un recorrido que por lo general es de una hora, hoy lo cubro en 20 minutos, y así, a las 7AM en punto, me encuentro en el escenario del enfrentamiento más tenaz para cualquier ser humano: vencerse a sí mismo. Ya no hay tiempo para quejas, ni lugar para arrepentimientos, para esto me he preparado por más de un año, solo espero que las lesiones no estén en la orden del día, y que mis compañeros más jóvenes y de mayor nivel se ausenten y no acudan a la cita con el “abuelo”, como suelen decirme; será más fácil, así pienso, pero me equivoco.
Un calentamiento suave tratando de recordar todo lo visto en 13 meses, despejar la mente para tratar de convencerme que “si puedo”, y que venga lo que venga, el reto será cumplido. Me siento un momento y entro en estado contemplativo, orando y apegándome a mis creencias más fuertes, continuo mi rutina…, en la distancia, veo acercarse a uno de mis mayores miedos, Mario, uno a los que imagine y quise lejos este día, excelente compañero, mejor peleador; menos, mucha menos edad, deportista por naturaleza, de entrenamiento diario, preparado en “Muay Thai” en Europa y un verdadero peligro con las piernas, en fin, ya está ahí después de cuatro meses de ausencia y obvio, lo saludo como se saludan los grandes amigos, con ofensas: “usted es mucho perro, ¿no viene en cuatro meses, pero el día de mi examen de ascenso si aparece?, claro, quieren matar al anciano”, le digo, y solo una sonrisa es su respuesta (afortunadamente para mí, Eldar, Jorge, Edison , Daniel, David y otro séquito de excelencia no asisten, respiro profundo).
7:30 de la mañana, aparece nuestro instructor en jefe, Daniel Santos, viene sonriente, mal augurio, la exigencia va ser total. Saludo cordial y a trotar por todo el parque metropolitano Simón Bolívar, esto hasta ahora empieza, me digo, y me hundo en las palabras de Mario, en los paisajes del sitio y en el resto de personas que a esa hora practica o intentan realizar algún deporte.
Volvemos al sitio de partida, Marina ya está presente. Su condición de fémina no la hace menos peligrosa que los demás, al contrario, es de más cuidado…, experta en golpear testículos y abrirse paso a dentelladas, es, fuera de entrenamiento, amiga leal y mejor compañera, su presencia me complica más las cosas, no importa, ya no puedo dar reversa. Empieza la fiesta, golpes vienen y van (en tres años, me he lesionado varias veces, costillas hundidas, manos y rodillas dislocadas, una que otra cortada; normal, nada que el tiempo y un poco de cuidado no curen), poco a poco, practicantes recién ingresados van copando el sitio, y mientras Daniel les da indicaciones, yo voy quemando energía, sintiendo más presión y transpirando más de lo acostumbrado (claro que yo sudo comiéndome un helado, lo confieso), los ojos de mi instructor, y a pesar de estar en varios lados, no se despegan de mí, me evalúa cada movimiento, me corrige en la marcha, me exige cada vez más.
Debo parar un momento, estoy combatiendo contra dos personas y, contrario a lo que piensa el profe, no paro por agotamiento o por estar recibiendo demasiados golpes, no, me detengo pues siento que impacté muy duro en la cara a Mario, y esa no es la intención del entrenamiento, y en este caso de mi exámen. Mi esposa, mi adorado “Monacho”, siempre me cuestiona sobre el motivo por el cual practico Krav Maga, se le hace demasiado violento para una persona que se prometió hace más de 20 años no ejercer ningún tipo de violencia, “a ti te gusta que te peguen”, dice, y yo solo puedo responder con la frase más cliché que conozco en este tema: “es mejor tener las herramientas y no usarlas, que necesitarlas y no tenerlas”, dicho esto, doy por terminada la conversación, me siento más sabio  que el señor Miyagi, doy media vuelta y me voy.
La verdad, al comienzo, asistía por acondicionamiento físico…, un cuarentón, fumador fuerte, cuyo deporte extremo era tomar tinto, y con un sobrepeso de 15 kilos, necesitaba algo de deporte para no dejar, o mejor, para no permitir que la máquina dejara de funcionar por descuido; pudo ser el atletismo pero no me gusta correr, pudo ser el baloncesto, pero salta más un Alka-Seltzer entre un yogurt, en fin, por necesidad y curiosidad llegue al Krav Maga, y me quedé. Hoy la motivación es otra, es la interrelación tan bonita que existe con los muchachos y niñas que me acompañan en esta aventura, es el poder aprender de ellos y regalarles algo de mí, ese es mi motivo actual, sin mayor pretensión o exigencia, no busco ser instructor, o permitirme licencias güevonas como creerme más que alguien, no pienso cambiar mi voto de no violencia y salir a darme en la cara con el primer “ñero” que encuentre, si algo he aprendido, si algo me ha dejado este cuento, es que la prevención y la inteligencia, nos pueden alejar de muchos peligros y dificultades, es nuestra base, y nuestra norma, “si sabe que por ese sector atracan, pues no se meta por ahí”, fácil y sencillo, en fin, estaba hablándoles de vacas y termine evocando a Blanca Nieves. Retomo.
Ya estoy en el punto de agotamiento extremo, son las 11:30, llevo cuatro horas de evaluación y no tengo mucho que ofrecer, Mario ya se ha marchado, pero el profe convoca a los demás compañeros a que “colaboren” conmigo en esta prueba, eso significa, que ya no tendré dos personas encima, ahora serán cuatro o cinco, y aunque principiantes, no tengo fuerza y eso, eso es para ellos tener un saco de arena que camina, hago acopio de fuerza y algunas técnicas de entrenamiento mental vistas con anterioridad, eso me permite seguir de pie, ya sin aliento, pero guerreando, estoy recibiendo de todo, por momentos me desespero y golpeo con fuerza a los chicos, Daniel me baja la intensión, combinando, este tipo de presión, con respiros momentáneos para observar técnicas específicas y obvio, con tandas no muy agradables de abdominales, sentadillas y flexiones de brazos, en mi interior puteo mil veces mi hábito de fumar.., debí empezar hace muchos años a entrenar, me afirmo; recuerdo a mi mamá, a mi esposa…, pienso ya no de manera tan grata en los que me están “abusando”, tomo aire y continuo resistiendo, en algún momento tendrá que acabar esto, nada es eterno, Daniel hace una señal con las manos…., todo termina.
1:30 PM, seis horas después de comenzar, ha culminado el castigo, la prueba, el exámen, la evaluación, cualquier sinónimo que le dé, no le va quitar lo pesado al esfuerzo, en el ambiente se respira expectativa, fueron varias las correcciones, además que no siempre se pasa: hay grandes practicantes que presentaron hasta tres veces su prueba de ascenso para nivel 1 y no lo lograron, yo, estoy para nivel 2 y la verdad me doy por bien servido al haber terminado sin rendirme y sin lesiones, el Profe tiene la última palabra…., como buen conversador, dilata el veredicto, habla de muchas cosas, hace un llamado a próximos eventos, a la disciplina y constancia…, algo en su discurso me da a entender que fue una “prueba NO superada”. Ya tranquilo me digo que “otra vez será”, que hay que entrenar más duro y que siempre habrá una circunstancia por superar, tomo aire y espero con paciencia una posible negativa, tengo hambre y quiero salir ya de eso, desespero propio de la falta de energía.
Por fin me llama frente al grupo, me felicita y en nombre de “KMG Global”, me da la bienvenida al nivel P3, prueba superada, el corazón palpita muy rápido, estoy feliz, doy gracias a Dios, a la vida, a los compañeros, a mi esposa, al instructor, a Marina, a Mario, al señor de los helados, al árbol, al perro…, estoy tan satisfecho que le agradezco a todo. La vida, es algo más que “nacer, crecer, reproducirse y morir”, siempre habrá nuevos retos, nuevas expectativas, la fiesta no puede acabar antes de que yo no  haya bailado, el retorno a casa me espera con la satisfacción del deber cumplido, Marysol estará esperando con confianza y un “te lo dije”, la noticia que ella intuía desde siempre, su Fe en mí es inquebrantable: sí, soy un P3.
En un año, si Dios lo permite, de nuevo el café sabrá más amargo, la ansiedad tal vez no me dejará dormir, La Mona me dará su mejor beso, el transporte estará excelente, Daniel será aún más exigente, y la vida seguirá siendo amable, en un año, el “abuelo” será más abuelo, mientras los niños, van a ser siempre niños.
Me retiro, ya terminó el esfuerzo; me reconcilio con el señor Marlboro, fumo como si fuera el primero en mi vida, con pasión y ganas…, me voy. En un año lo puteare de nuevo. 


Histeria de Kauil
Semper Simul Semper Carmina, Cata



NO OLVIDAR ES MI MANDAMIENTO
POR: JAVIER BARRERA LUGO

“Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
 Mi alma no se contenta con haberla perdido.”
Pablo Neruda.

Ella es ese lugar del planeta donde las influencias nefastas de la sociedad no son capaces de perseguirme.  Ella, Catalina, Mi Filipina,  desde el primer momento que la vi, se volvió el espacio de paz indicado para un espíritu ensimismado que temía a las sombras que él mismo creó. Sus ojos, su rostro, su carisma a prueba de cualquier mala actitud, llenaron de gozo los eternos grises de mi jaula literaria. Puede decirse que por culpa de Cata, tuve que aprender a escribir con optimismo en el corazón, la crudeza quedó para los textos ansiosos que permanecen amontonados en una gaveta, para las “tomatas” con los amigos o los partidos del cardenal. Gracias a esa dama onírica fui un espíritu emancipado que amó los parámetros impuestos por su lógica, las llegadas temprano los viernes para “envenenarla” con mis pastas y salsas de paquete. Con ella, amigo,  viví el amor de verdad, sin estupideces, totalmente libre y eso no me lo quitará nadie.
Un mañana de octubre sucio todo eso acabó, se empañó la felicidad, el futuro comenzó a estar más extraviado que siempre, mis hijos, los viajes, la estabilidad, la pasión, todo lo que soñamos, la inocencia,  gran parte de lo que fui, terminó sepultado en el norte de la ciudad, por lo menos es lo que siento desde aquel domingo que no podría volver a vivir otra vez. Ha pasado tiempo y algunos de los que tuvieron el privilegio de conocerla la habrán borrado ya de su cotidianidad. Lo dijo el Nobel: “La muerte empieza cuando somos olvidados” y yo jamás podré relegar a Catalina, mi Filipina, y sólo porque sé que si intercambiáramos lugares, ella tampoco lo haría. Así de fuerte es nuestro asunto, nuestro karma, nuestra existencia.
Este texto no está cargado de tristeza, ésta existe, ronda ciertas líneas, late furiosa y achicharra, pero ya hicimos un pacto para que no me destruya de un solo envión. Quiero resaltar cómo las acciones de las personas esenciales nos cambian la vida, nos vuelven fieles y felices de serlo, someten lo primario que controla esa estría de apetencias que nos bifurca el camino y convencen a ese yo que se esconde por prudencia para lograr lo que en anhelos se vuelve conversación propicia para cantinas a media luz cuando no confiamos. Cata logró eso, me movió cabeza, cuerpo y corazón, me hizo fuerte, mucho más independiente, siempre estuvo para mí cuando la necesité y eso no lo ha hecho nadie jamás, salvo mis viejos.
Por eso celebro lo que viví y me da, no lo que ya no tengo. Sigo recorriendo el camino trazado por los astros, lanzo dentelladas frenéticas sobre las cosas edificantes que el mundo tiene a bien proveerme, atardeceres, la mar, Doña Tere,  el compromiso sagrado de ir a Cuba para gritarles nuestras verdades a los dioses mediocres que todo creen saberlo. Mi Filipina, Doña Vulcano, es una presencia constate que no me deja renunciar por difíciles que sean los sucesos que se presenten. Muchos dicen que las cosas pasan porque debemos aprender algo, que debemos aceptar los designios de dios, que hay que superar los malos momentos… Agradezco esas frases de buena fe, sé que tienen esa connotación, pero ya no estoy en posición de hacerle caso a nadie. Su ausencia es una cortada en la cara que no cicatriza, nunca será así, vivo este dogma porque tengo la certeza que la volveré a ver, a estar con ella recuperando lo que es imposible dejar de ser.
Dos años marcan la etapa feliz de lo que germinó. Sólo gratitud para ti, “La Música que Serás”, te agradezco la confianza en lo que quiero, en mis palabras sueltas, los poemas, la radicalidad de mis escritos. Eres culpable de lo bueno que tengo en el pecho, jamás morirás mientras respire, esa no es una promesa, es un hermoso mandamiento que cumplo todos los días. Gracias por hacerme una mejor persona, Filipina de mi alma. ¡Gracias por ti!



LA BOLA DE CRISTAL
Por: ESTEBAN ESPITIA
ESTEBAN ESPITIA Nació en Cali, Valle del Cauca, el día 19 de Agosto de 1993. Se graduó de bachiller del Colegio Santo Tomas de Aquino en el año 2010. Es estudiante de Publicidad Profesional, cursa su Diplomado en 'Conceptualización estratégica de comunicación' en la Corporación Universitaria Unitec. Ha participado en diversos concursos literarios, entre ellos la antología de micro-relatos ‘Pluma Tinta y Papel’ en el cual fue publicado uno de sus relatos. Amante apasionado del arte, el deporte y la vida. La filosofía, es su doctrina preferida y la fotografía, la música, la literatura, el fútbol y el ejercicio, conforman sus actividades favoritas. Le encanta escribir, leer, dibujar, e interpretar el piano.

Alguna de esas noches alucinantes, mientras regresaba ebrio de un lugar recóndito, tropecé y caí sobre un monje de barbas blancas y ojos grises en una calle desolada. Yo vivía solo y no sentía miedo, pues no tenía mucho que perder, así que le invité a la casa.
Su cabeza sangraba, y de sus manos se podía leer el misterio que inspiraba, aquella historia que supongo nadie me creerá, pero al fin y al cabo, ¡qué interesa! Es un relato más.
 "Cuando solía ser joven y saludable, no era un niño, entonces me faltaba imaginación.  Dejé de soñar.  Mi familia no me dejó solo, fui yo quien se marchó.  No dormí, no descansé un segundo en aquella aventura. ¿Cómo iba a perderme semejante osadía? La verdad fue que sin perdérmela, me perdí.  Fue demasiado extraño el hecho de poder respirar bajo el agua y más aún, el de encontrar una deleznable ciénaga tan honda.
Esa tarde llovía, de acuerdo a la lógica del clima invernal, la ciudad debía inundarse debido al diluvio. No volví a casa, pero había regresado a mi antiguo hogar. Espeluznantes criaturas hallé debajo de aquella pequeña laguna, miedos profundos erizaban mi piel, las olas traslucidas eran espejismos, a través de los cuales veía mis vetustas escamas.
Me convertí en un espécimen terrorífico, podía nadar en el oasis a una velocidad inimaginable. Mientras más descendía, encontraba nuevas razas de peces, nuevos seres y especies modificadas por el efecto de una radiación más peligrosa que la nuclear, una energía volcánica que emergía de las profundidades más abismales y lúgubres.
En cada siguiente nivel, los organismos se perfeccionaban, los cuerpos se hacían más fuertes, era como un videojuego. ¡Cuántos entes raros no me figuro destruir! Ya no era un hombre, era un brutal asesino, un guerrero, uno de esos villanos tenaces, un héroe inmenso.
Empecé a creer en los mitos y las leyendas de los gigantescos engendros: El Leviatán, El Kraken, El Monstruo del Lago Ness; pero esas banales historias, ni se le parecían. ¿Cómo podrían ellos llegar hasta la tierra? – me pregunté, ni a la superficie siquiera.  Pensé entonces, que en algo se habían basado para inventarlas, quizás visiones, o lo que yo tuve, que era de hecho tan verdadera que parecía una grotesca fantasía, una sublime pesadilla.
Me hacía más grande en la medida en que mis oponentes eran voluminosos.  Todo el entorno iba a mi favor, así fuera yo contra la corriente, como si mi organismo se adaptara inmediatamente al medio, una evolución inminente, como la devastación que se presentaba.
Pronto iba a cesar la violencia, porque los poderes de todos comenzaban a ser nivelados. Pude ver al fin como mi esencia era igualada a la de los Dioses Majestuosos, ya no existían esos horripilantes endriagos.
Resultó entonces un aburrido lugar, ya no quería ir ni al infierno y ya estaba cansado del paraíso; pensé en excavar, pero la arena era demasiado férrea. Debía encontrar ese valle donde la tierra me enterrara y me absorbiera al punto de hacer parte de ella. Esperaba entonces ser sembrado por el Dios del fango. Necesitaba ensuciarme, ya estaba demasiado limpio, tanto que mi existencia carecía de diversión. Nunca entendí porque los dioses no quisieron escapar conmigo.
Jamás encontré aquella región en la cual me sería posible huir de la hostil ostentación que me pertenecía, aquella petulancia de los Dioses, menos del hastío que embargaba mi soledad, aquella necedad del nihilismo inconsciente.  Siempre quise seguir el instinto de mi obstinación. Así que intenté superarles, pero también fue en vano; el hecho de haberles alcanzado, ya era en sí una gran hazaña.
A veces los Dioses cargaban una gran esfera de vidrio (vulnerable a la furia del gran mago encolerizado por la insensatez de los risueños Dioses) en la cual veían cómo la humanidad demacrada se aniquilaba entre sí, con las armas que le sobrepasaban.
Sentían envidia por no ejercer voluntad, ni profesar el poder; tenían fuerzas, pero de nada les servía. Entonces discutían sin palabras ni gestos, solo miradas amenazantes que hechizaban a los más débiles, pero cuyas brujerías eran apariencias superfluas y encantos efímeros, nada de ellos era eterno, únicamente ellos y la apatía de aquel mundo.
Me fueron dados por el habitad nuevos oídos para la supervivencia y para comprender el nuevo lenguaje. Era una música asimétrica, nada común, compuesta por micro-tonalidades, diminutos sonidos casi imperceptibles, agudos estruendos, rozando la gravedad de lo radical.
Era un invento de los Dioses matemáticos, en un mundo repleto de dimensiones imposibles de describir, un lugar plural, un multiverso, un océano de soles, una galaxia encerrada en un recinto de cráteres y desiertos húmedos.
Poco a poco fui hallando mis propias esferas, entonces practicaba el lenguaje en soledad. Aquellas resonancias evocaban mi vida de hombre, cuando aprendí a interpretar ese instrumento llamado Theremin. El viento también cantaba en un idioma diferente, universal y tirano.
Me acariciaron los jardines fastuosos, y el éxtasis del aroma de cada arbusto, escuchaba los colores del caballero de la noche que junto al roció de la luna, respiraban aires de intensos arreboles. Las Auroras Boreales eran nubes que danzaban por doquier, adornando el océano blanco y helado.
El universo se compaginaba como una orquesta declamando la sinfonía de la inmensidad, la armonía de los horizontes magnificentes. Aquel último instante en el que aprendí a observarlo todo con gran detalle, fue cuando perdí la conciencia, terminó la fascinación, rompí en delirio y me fugué del misticismo”.
Desperté en el asfalto de la misma calle que estaba desamparada, mis audífonos aún servían, pero la colección de obras de Bach había finalizado, el ambiente estaba colmado de sirenas ambulantes.
El desperdicio de sangré fue alarmante, hubiera preferido que me hubiesen dejado allí tendido. Pero al final de la noche, terminé en casa de un anciano psiquiatra que trataba de adivinar mi enfermedad examinando una bola de cristal. El efecto de mi medicamento, había culminado al fin.



SOBRE AQUELLOS QUE RECORREN LAS ESTRELLAS
Por: Javier Barrera Lugo

Dedicado a los armeritas, sus familias y sus sueños de reencuentro.
A mi mamá, Teresa Lugo.

Sandra, Yaneth y Leonardo Díaz, los niños que aparecen en la foto que apoya este escrito, perdieron la vida en la tragedia de Armero.  Aquel 13 de noviembre de 1985, sus sueños adolescentes, sus risas, los deseos que sólo se le cuentan a la almohada por las noches, dejaron de latir.
       Mi hermano Andrés y el Idiota Inútil que escribe estas palabras (el “mechudito que completa el cuadro”), conocimos a Sandra, la más alta en la imagen, en unas vacaciones de fin de año en las que estuvo varios días hospedada en nuestra casa del “city”. Recuerdo su ternura, su espontaneidad, respeto y paciencia con un par de “bellacos” que desde el principio dieron señas de atorombolamiento. Aún sentimos por ella un cariño profundo. Mis hermanos Alejo y Lili eran muy pequeños, no creo que la recuerden.
       Esa fatídica noche millones de toneladas de hielo mezcladas con vegetación, rocas de increíble tamaño y escombros variados bajaron por las laderas de la cordillera, se hicieron un torrente con el caudal del río lagunilla y el resultado fue una avalancha que borró de la faz del mundo a una prospera ciudad que fue sostén de la economía del Tolima por más de un siglo. Un tufo azufrado, que poseía el lodo estacionado, le puso olor al concepto de muerte que Dante en su Divina Comedia asocia con el infierno. La gente de Armero me ha referido el impacto de esta fetidez en sus recuerdos.
       25.000 almas quedaron sepultadas allí. Otros miles, deambulando como fantasmas que hubiesen salido de un una mala película de terror, llenos de barro, con la mirada baja, no podían creer lo que acababa de pasar. Lo que fue una fértil población inundada de árboles y algarabía, el 14 de noviembre, con los primeros rayos del sol, se convirtió en un desierto gelatinoso que se tragó entero la felicidad.
       En minutos, cientos de niños quedaron huérfanos. Un estado golpeado por la violencia política y de la mafia arregló de manera absurda, a través del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF, el problema que él mismo generó por su falta de piedad.
       Sus representantes organizaron “adopciones exprés”, que sin metáforas quiere decir, adelantar procesos de adopción sospechosamente rápidos. Gracias a este mecanismo, muchos menores fueron entregados a familias del exterior y perdieron todo contacto con su historia de vida. Nunca se cotejaron antecedentes, no se hizo lo adecuado para atajar las separaciones,  se destruyeron familias, lazos sentimentales y de sangre. El daño estaba hecho. Fundaciones como “Armando Armero” y el mismo ICBF, luchan por encontrar la verdad y enmendar tamaño error propiciado por la burocracia.
       No creo que la intención de los funcionarios haya sido criminal y premeditada; pero a todas luces, los modos demostraron una precipitud que rayó en el facilismo cínico.
       El volcán, treinta años después, aún sigue martirizando a cientos de armeritas y como por variar, nadie responde. Los estamentos del gobierno central se conforman con realizar homenajes bobalicones y todo queda ahí.  Las responsabilidades se evaden, la verdad está escondida y es un deber ciudadano exigir aclaraciones.

       En los días posteriores a la catástrofe testifiqué como mi madre, desesperada, recorría hospitales buscando a mi abuela Ana Rosa, a su tía Elvira, a su primo Ezequiel y a más de dos docenas de familiares y amigos que desaparecieron del mundo, jamás de su corazón.
       En la Hortúa, La Samaritana, el infantil Lorencita Villegas de Santos, en la Cruz Roja, los heridos se contaban por miles, la mayoría con la piel quemada, golpeados, desorientados en ciudades frías y extrañas. Acompañé a mi mamá en estas búsquedas sin resultado, compartí su desasosiego, el horror. Nunca olvidaré los lamentos a lo largo de pasillos atiborrados de víctimas preguntando, en medio de sus delirios, por los hijos, las mamás, la familia que vivía cerca a Telecom, sobre todo por qué dios se había olvidado de ellos.
        El desorden era patente, listas de pacientes que aseguraban la presencia de un sobreviviente en tal o cual clínica no eran confiables. Por arte de emergencia el paciente aparecía en otra, o nunca llegó. La catástrofe desbordó las posibilidades de los servicios de socorro y sus integrantes, verdaderos héroes en esta historia.
       La nación estaba en caos, en una semana el M-19 se tomó el Palacio de Justicia, la naturaleza borró del mapa a la población de Armero y las circunstancias desnudaron la mediocridad de los dueños del poder. El gobierno de la República, maniatado por los militares, evitó realizar grandes movilizaciones de ciudadanos o crear zozobras que afectaran el orden público. Omisión y negligencia jugaron en contra de los armeritas.
       Esos días marcaron mi vida, fueron el final de la inocencia. Ver los estragos de la muerte, el sufrimiento ajeno, arrugó mi alma. Entendí que las cosas buenas se acaban, que mi mamá, aquella mujer hermosa y con carácter, no era invencible, que la muerte nos doblega, aunque ella, una guerrera vital, superó la desesperanza. Sé que todos los días, además de por sus “pollos”, “zurrones”, por Don Barrera, las amigas, huérfanos y todo el que tenga una dificultad,  Doña Teresa ora por el alma de los paisanos que descansaron en paz y los sobrevivientes que aún buscan a sus niños (hoy adultos) en todo el mundo.
       Prueba de fe, que la vida sigue y da alegrías en medio de la desdicha, son su prima Consuelo, Ernesto su esposo y sus hijos, quienes milagrosamente sobrevivieron a la avalancha. Para ellos también es este homenaje.
Armero vivirá en ellos, es la marca de su nuevo nacimiento. Insisto, mientras las personas estén en nuestra memoria, no han muerto, sólo están recorriendo las estrellas hasta que nos volvemos a encontrar. Un beso a Sandra y sus hermanos, ángeles desde que estaban vivos.




LAS MUJERES MÁGICAS
TERESA LÓPEZ OLIVERA, MÉXICO

Hace miles de luces del tiempo, cuando solía vagar creyendo que sabía de la vida, iba desde las costas a las montañas.
Las montañas son las más misteriosas y embrujadoras geografías donde se encuentra el alma de una misma y aprende a respetar las luces y sombras de las demás personas, a las razones de la vida y las sinrazones de las luchas por la vida sin muerte.
En esas montañas hace miles de años y hace unos segundos, las conocí a ellas, las mujeres mágicas, las de las fuerzas incontenibles, que te traspasan con su horror y su esperanza inaudita.
Conocí a muchas pues mi ignorancia era muy grande, gracias a que al menos tenía ojos claros, un poco de oído y pies ligeros; pero sólo te hablaré de algunas: las de Tonantzin y las de Raramuri. Eran señoriales sin lujos ni poderes conocidos, es decir sin dinero ni honores ni prestigio, aquello por lo que hay tantas guerras y desgracias sangrantes en el mundo. Solían caminar mucho a pie, hacer tortillas y lavar en el río, cantar en lenguas antiquísimas y amar con pasión todo lo que implicara la vida.
Las de la arena fina, eran madres, hijas y nietas. Lupe, la hija, fue a la fiesta patronal de San Juan Bautista y el borrachito le llamó, un perro estaba a punto de comer a la bebé que habían tirado en la madrugada porque era fruto de una relación sin matrimonio. Lupe la levantó le quitó la placenta y la calentó con agua hirviendo, en botellas para devolverle la vida, ese día la bautizaron y la llamaron Reina Guadalupe, porque estaba mandada por Tonantzin, como regalo. Lupe tenía una vida de penurias y compartía la leche de su hija de sangre con su hija de magia, se llevaban cinco meses. Se la pidió regalada una mujer rica y no la dio, se la pelearon los parientes y pronto la registró a su nombre. Esa magia de la misericordia fue invencible, sin precio, el amor nunca se puede comprar ni destruir, sólo ancharse como el mar. Allá quedaron en el pueblo náhuatl dando luces y luces.

Las otras mujeres que me dejaron la vida cambiada y la mente azuzada fueron las de raramuri. Fui cuando no pensaba. El terror llegó primero y les arrebato los hijos, los maridos y los yernos, los papás y familiares y algunas hijas. Les arrebato por medio de los sicarios, esos que se dicen hombres y están muertos en vida, sin corazón ni entrañas. Los cielos estaban negros mucho tiempo, solo veían las luces de las balas y las veladoras. Era como la peste de la muerte que dice el éxodo o el apocalipsis. Ellas agonizaron, un día enloquecieron y los fueron a buscar a las montañas, sus ojos eran más que lámparas, sus corazones bombearon la fuerza de las caminatas infinitas en búsqueda de sus muertos y desaparecidos, por ahí encontraron a un esclavo de crimen, quien se hizo tonto y caminó al monte para que ellas buscaran. Encontraron la fosa con cientos de asesinados y sus pulmones iba a reventar del olor a podrido, sangre y quemado, muchos huesos con carne agusanada, otros cuerpos, la mayoría jóvenes, asesinados, torturados y algunos desnudos otros aún con ropa…vieron…vieron…pero no estaban los suyos. Entonces lloraron largamente por todas las familias que no encontrarían nunca a sus seres amados porque estaban en esa fosa frente a ellos, oculta en raramuri…y se volvieron. Se murieron un mes, de llanto, no quisieron comer, no podían cerrar los ojos pues los de la fosa se levantaban ante ellas. Cuando paso el mes de la muerte se levantaron, iluminaron sus comunidades y trabajaron sus siembras, sus comidas, sus sonrisas. Cuando las conocí me invadieron con su luz y su horror, cambiaron mi vida, las de otros y otras, me arrancaron el mundo de consumismo, de ignorancia, de mediocridad. Allá están en las montañas, ya no mueren, viven en el cosmos manteniendo la esencia de la luz, de la magia invencible que hace crecer los bosques, los ríos y alimenta el tiempo de los relojes de la justicia.