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sábado, 17 de septiembre de 2022

¿A DÓNDE IREMOS A PARAR?

 

¿A DÓNDE IREMOS A PARAR?

Por: Javier Barrera Lugo


Foto: Javier Barrera Lugo. Todos los derechos reservados

Los peones fuimos invisibles aquel verano para doña Amalia. Podíamos estar dos pasos al frente, a su lado, respirarle casi en la nuca, en cuatro patas limpiando algún reguero, y, aun así, éramos invisibles, cosas, no seres; imperceptibles para cualquiera de sus sentidos. Eran el espejo y ella en medio del calor, ella y el maldito espejo insolente que no le contestaba la pregunta que repetía como loca cada cinco minutos: “Espejito, espejito… ¿Quién es la…?”


      Le decía doña, aunque no tuviera más de veinte años, porque el ingeniero Ruiz, su amante cargado de dinero, con ganas de todo y probabilidades nulas de cumplirlas, me lo exigió si quería seguir trabajando como obrero en la finca donde la mantenía apartada de las “cochinas intenciones” de la gente que hacía parte de su mundo de negocios exitosos, la estofa social tóxica a la que pertenecía la señora Bere, un atado de “basura blanca arribista” que, sólo con él y sus vicios, no fueron alcahuetas.


       Una caterva de chismosos que con toda la mala leche y a grito entero hacían las preguntas que en verdad lo incomodaban: ¿Esa mujer tan “chirreada” es sólo tu amiga, bandido? ¿Alguna sobrina que no conocíamos, Jairito…? ¿Berenice sabe que estás acá con una clienta tan hermosa…? ¿Aparte del corazón, te hace parar algo más esta belleza…?  “¡Partida de “levantados venidos a menos”! Gritaba su mirada de macho ofendido, mientras fingía la sonrisita socarrona que apenas le salía.


       A los pedigüeños que se envalentonaban (sacaban como escudito de batalla los abolengos de unos antepasados igual de rufianes a ellos) frente a timoratos como él, les pagaba con generosidad el inmenso favor de la prudencia cuando estuviera su esposa Berenice presente.  Gracias a esos sobornos, terminó con un archivador lleno de réplicas de corbatas Hermès hechas en cualquier toldo de San Victorino, que los arribistas quebrados le cobraban como si las hubiesen traído desde la mismísima tienda de la Vía Montenapoleone en Milán.


       Giró cientos de cheques por asesorías ficticias para determinar las incidencias de la revolución francesa en el desarrollo de la corriente de Humboldt, el efecto de la gravedad en Mercurio y hasta para hacer pasar por real la genealogía y  la heráldica inventada de su familia mazamorrera venida desde las entrañas de la cordillera. El precio que se paga cuando se peca es alto.


       “Una mujer hermosa. ¡Qué fatalidad! Todavía más joven y hermosa si su acaudalado dueño se le plantaba al lado y generaba contraste con su fealdad y decrepitud. Varias veces los vi en el club, pero el viejo cretino decía que era una colega que le hacía asesorías… ¡Y vaya que se las debió hacer…! Alta, delgada, rubia, llena de pecas perfectas. ¿Se da cuenta?”


       Imitando a un perito, señaló con el bolígrafo el pómulo derecho. Continuó: “vea, no son sucias como las que le embarran los cachetes a los pobres.” Con esta frase terminó su intervención Rendón, periodista del diario El Universo, que se  coló por una rendija en el vallado de la finca y presenció en exclusiva el levantamiento del cadáver como si fuese autoridad.


       “¿Qué le pasó a esta pobre criatura?” Preguntó.  


       “Cuando llegué estaba ahí, junto al primer paso de la escalerilla, ojos abiertos, miedosos, su mano izquierda apretando el colorete, un punto rojo en la frente, charco de sangre untándole el pelo de la nuca y los hombros, cara pálida… Y más nada…Como dormida…” Dije.


       ¿Lo viste todo, cierto? Sin mirarlo a los ojos, contesté: “Cómo se le ocurre señor, yo estaba pintando los galpones. Un ruido seco y nada más escuché… Mañana compro su periódico y averiguo qué paso…” Socarrón, Rendón le tomó una foto a los policías que asistían al legista y se fue silbando como si lo que acababa de testificar fuese la sacada de un moco.


       Tres días después don Luis, el capataz de la finca, me citó a las siete de la noche en los billares para darme la plata convenida. Imitando un ventilador, movía la cabeza de izquierda a derecha y viceversa. Luchaba para que no se le notara el susto; sus ojos no estaban conmigo sino en la calle, buscaban sin consciencia la venia del conductor del Dodge Dart blanco hueso que lo esperaba fumando. Pidió dos cervezas y me transmitió las órdenes que mandó el ingeniero: “dos millones para que te pierdas de acá  y uno más cuando cruces la frontera y comprobemos que no abriste la bocota. Una fortuna, Chuchito. Te espero allá en ocho días… Yo veré, el doctor no quiere saber más de este accidente. Cualquier cosa, calladito, o yo mismo te cierro la jeta.” Ninguno tomó la advertencia como algo más que el llamado de auxilio de un hombre servil que quiso demostrar rudeza al patrón que aguardaba el cierre del trato.


       Con lo que me dieron, compré la casa y puse una cantina en el primer piso. No volví al pueblo, tampoco hablé de tema. Cumplí mi palabra. Desde las 2 de la tarde hasta las 3 de la mañana del día siguiente estoy limpiando mesas, arrumando canastas de cerveza, destapando baños, escuchando gritos, separando peleas… la rutina del que intenta sobrevivir…


       No lo niego: de la muerta ya no me acuerdo. Ni un padrenuestro en su memoria rezo. Sé que está mal, pero no me nace.  En cambio, no dejo de pensar en la protagonista de la película que cambió mi vida: sudor cubriéndole la frente, cañón de pistola a centímetros de la cabeza infantil, el dolor de una provocación que cala en el orgullo, brillo en el agua azul, una detonación, el olor a pólvora, cloro y sangre… Silencio por un instante. Berridos. La señora Berenice diciéndose: ¡no quería, yo no quería hacerlo…! Don Luis, sacándola a empellones y al mismo tiempo diciéndome: ¡No viste nada, negro pendejo! ¡No viste…! Pero sí; sí vi, y el sacrifico de doña Amalia, la culpa de la señora Berenice, la pusilanimidad del ingeniero Ruiz, la zalamería criminal del viejo Luis, mi falta de escrúpulos, nos aseguraron un encuentro en el infierno.


       Ojalá no exista la belleza en esos lares, porque sin dudas, así como en la tierra, doña Amalia otra vez nos va a meter en problemas a todos, y sí eso pasa sólo me pregunto: ¿a dónde iremos a parar?

 

16/09/2022