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lunes, 12 de agosto de 2013

TARDE DE FRÍO EN CERETÉ

HISTERIA DE KAUIL
SEMPER SIMUL SEMPER CARMINA, CATA



TARDE DE FRÍO EN CERETÉ
POR: JAVIER BARRERA LUGO
Para: Motas.





"En vano golpea a las puertas de la poesía el que está en sus cabales", dijo no sé si Sócrates o Platón, allá en la noble Grecia, el centro del universo hace cuatro mil años y no se equivocó al proferir esta sentencia. Quien se compromete con el acto poético, con la poesía pura y cruda, hacerla, destruirla y vivirla, tiene  la capacidad de subvertir la fealdad de un mundo hecho para el deleite de pocos. Raúl, el poeta, el marica, el loco, camina las calles de Cereté, tarareando como poseso una canción de Orlando Contreras, la que le dedicó a Isabel, la del verso, la noche en que se casó con el inagotable alcalde del pueblo. Camina y está feliz como siempre lo fue, a su manera.
Pese a que está muerto, me reconoce. Levanta la mano izquierda y me llama. El pavimento de las calles arde, como si de un horno industrial de fundición en plena producción se tratara. Me recibe con un “quiubo”, Barrera, que es como mis buenos amigos suelen matizar nuestros encuentros.
-Está fresco Cereté hoy y eso que no está corriendo brisa-, me dice, y continúa con las palabras que juzgo quieren salírsele descarriadas de la boca-: parece que por fin nos vamos a parecer a la Europa que estos paisanos sarracenos, negros e indios siempre han añorado. ¿Conoces Bruselas?
-No la conozco, Raúl, jamás he estado allí, de hecho nunca ha llamado mi atención- le contesto animado.
-Allí los niños mean en las fuentes de agua fresca, sus padres se lo permiten porque dicen que los anticuerpos de la orina poseen características terapéuticas que deben ser compartidas con los habitantes de la ciudad. Es algo maravilloso.
Sus ojos se pierden en la inmensidad del Sinú. Ya no poseen el brillo que la locura les impregnaba cuando trasegaba por el presente, son mansos, carecen de visceralidad, es un estado semejante al de la paz el que se funde en los colores que brillan sobre la superficie de sus pupilas. Lo interrumpo con una pregunta que por la cara que me hace, fue inconveniente hacer.
-No sabía que habías ido a Bruselas. Sé que Borrás el poeta comunista estuvo allí en los sesenta, pero de ti no lo recuerdo, ¿cuándo asomaste por allá?
Milcíades Arévalo y Raúl Gómez Jattin
-Jamás he estado allí, lo vi en un documental medio “maluco” de esos que le prestaban las embajadas a INRAVISIÓN en los ochentas. Una belleza, Barrera, una belleza que ahora que estoy muerto no me interesa comprobar. Sabes, la imagen la trajeron a mi mente dos chiquitines que estaban haciendo lo mismo en el río, meaban como dioses valones buscándole la fecundidad a las aguas… De eso parece tratarse este cuento de la muerte, señor, añorar lo que no se alcanzó a ver, asumir el silencio y no sentirse jodido por ello. Que tarde entendemos las cosas los maricas que aún creemos en el amor- sentenció, no dolido sino buscando hacer encajar un sueño en las lágrimas que los fantasmas no pueden sacarse de lo que les queda de alma.
Le invito un trago de aguardiente y lo bebe despacio, varios sorbos y una mueca que me desconcierta. Busco un tema que no lo haga divagar entre los recuerdos de vida, pero me quedo callado, no sé de qué diablos puedan hablar los muertos. Pido dos copas más y me siento en uno de los escalones de acceso al local. Raúl, acaricia mi cabeza y me suelta una de esas frases con las que siempre me deja hecha trizas la conciencia:
-¿Te atemoriza la idea de la muerte, dejar de respirar, no volver a ver a los que amas?
-Claro, Raúl, mucho. Alguna vez deseé que pasara, pero cuando pensé que la “pelona” estaba cerca se me vinieron a los sentidos demasiadas miradas, el deseo de sentir pieles que no conozco, ambientes en los que me sentí feliz así hubiese sido una vez. Llámalo cobardía, no me ofendo si lo dices, pero todavía tengo ganas de hacer vainas.
-Yo también, poeta varado, yo también. Creo que los dioses me jugaron sucio y me fui mucho antes de lo debido. Tanta vaina para nada, tanto verso que la gente olvidó antes de que me echaran encima la primera palada de tierra, tantos hombres y mujeres que amé contando cosas inapropiadas, que eran sólo de nosotros, la escritura de poemas con popó sobre las paredes blancas del sanatorio, las comilonas de huevos fritos con helechos, la pobreza a la que ellos le dieron el talante de vergüenza, cuando para mí fue el espacio en el que fui libre… Morí antes de tiempo, la gloria me llegó después de muerto, valiente pendejada…
-¿Fuiste feliz? ¿Eso bastó?-pregunto compungido.
-Bastó, marica, pero los de nuestra calaña no nos conformamos con la probadita, tú lo sabes, es todo o nada hasta el hastío. No somos normales, nos limpiamos el culo con la plata que hay que guardar, amamos a muerte, nos volvemos un ocho en felicidad o tristeza. Bastó y no fue suficiente, ¿me entiendes?
-Claro que te entiendo, Raúl. Lo peor es que también empecé a entenderme.
-Vamos a caminar. Es la primera vez que en Cereté,  a esta hora de la tarde hace un frío tan bestial. Disfrutemos de la temperatura glacial en la imperfección del paraíso.
Caminamos hasta que el cielo desapareció y Raúl, de a poco, se hizo silencio. Volví a la pensión, saqué los últimos billetes que me quedaban y salí a la cantina del frente a emborracharme. Una mujer de ojos verdes y piel morena se sentó a mi lado y me pidió un aguardiente. Le dije que me iba a emborrachar en silencio, que no la molestaría, que me acompañara. Encendió un cigarrillo y me sonrió antes de servirse el segundo de la noche.