HISTERIA DE KAUIL
SEMPER
SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
LOS VERDADEROS JÓVENES
Por: Javier Barrera Lugo
“Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y
entregaron su alegría y su espíritu de lucha.”
Salvador Allende.
“La juventud debe
ejercitar los derechos que ha de realizar y enseñar después. “
José Martí.
Somos, como sociedad, el resultado de infinitos
experimentos fallidos, eso para nadie es un secreto. Hijos, nietos,
tataranietos, verdugos y víctimas de infamias como la invasión a sangre y fuego
por parte de España y sus criminales lacayos, las guerras de independencia cuyo
resultado siniestro fue la legitimación de
esa fastidiosa oligarquía criolla que aún hoy persiste en su idea de asesinar a
la gallina de los huevos de oro con mezquindad y arribismo, patria boba, la
guerra de los mil días y los millones de caídos en combate (jóvenes, como en la
mayoría de las confrontaciones), la violencia partidista, el frente nacional,
la guerra insurgente y contrainsurgente, el narcotráfico, saqueos disfrazados
de libertad de mercados, bancos rapaces lucrándose de la necesidad y sueños de
la gente, el ilusorio estado de bienestar con Empresas Promotoras de Salud
(EPS) llenándose los bolsillos y matando a sus afiliados (afiliados que
pagamos, por si lo han olvidado) y
fondos de pensiones dispuestos a condenarnos a la miseria. La maldita guerra
como destino. Todo un fracaso, tan cotidiano que ni siquiera nos avergüenza, la
conformidad nos lleva refunfuñar y desear, mediocres, anestesiados, plenos en un
estado de confort artificial, pero a la hora de iniciar cambios, por mínimos
que sean, nos hacemos para atrás, dudamos, compramos algo bonito y terminamos
en casa viendo la telenovela de moda. Todo queda ahí.
Simplista e irrelevante hablar de un entorno social
que no está a punto de explotar, parecemos felices de estar varados en el mismo
lugar. El gran problema de Colombia,
como nación, está en la pasividad con que muchos de los individuos que la
conformamos, afrontamos la realidad. Dejar que las cosas pasen si no nos afectan
directamente es la panacea para acallar la conciencia. En mi columna anterior
abordé el nihilismo como corriente de pensamiento que ataca directamente la
atroz banalidad con la que desafiamos el problema de conciencia que nos genera
un mundo enloquecido por el consumo. Este ha sido el hilo conductor de mis
últimas disertaciones, pero en la semana que corre, ciertos eventos me han
proporcionado nuevas luces esperanzadoras respecto al futuro que podemos
construir.
A continuación compartiré un problema y un matiz que
al discernirlos, si bien no son la clave mágica para resolver la dificultad que
planteo, espero sirvan como válvula de optimismo reflexivo que nos mueva los
huesos y nos cree por lo menos una actitud crítica respecto a lo que merecemos
del futuro, lo que necesitan los nuevos colombianos en quienes no confiamos y
que con sus actos generosos demuestran que ni el futuro es tan aciago, ni la
juventud es un enemigo al que hay que aniquilarle su capacidad de subvertir, de
crear, de demostrar lo equivocados que estamos quienes en su momento fuimos
llamados “generación de cambio”.
La confusión
lleva a lo profundo del bosque.
Domingo cualquiera, cuatro de la tarde. En el CESPA,
Centro Transitorio Para Adolescentes, entidad de apoyo que se encarga de
atender el procedimiento de responsabilidad penal para menores de edad,
regentada por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), se respira
una calma que huele a preámbulo de tormenta. A esta hora, los funcionarios que
atienden el turno están extrañados por la escasa cantidad de muchachos que han
sido llevados por la Policía de Infancia y adolescencia, para presentarlos ante
un defensor de familia y su equipo psicosocial e iniciar el trámite de
verificación de derechos. Eso en palabras llanas significa que deben
preguntarle al indiciado si recibió buen trato de parte de la autoridad, se le
explican sus garantías, responde una serie de preguntas hechas por profesionales
en el área de trabajo social y psicología, llama a sus padres y es remitido al
Instituto de Medicina Legal, para los exámenes de rigor. Cabe resaltar que en ningún
momento, sin importar qué infracción o delito haya cometido el menor, puede ser
esposado o ultrajado por los policiales.
A las cinco de la tarde el panorama cambia. A la
oficina de la psicóloga comienzan a llegar muchachos en problemas. Desde esa
hora, hasta las diez de la noche, cuando se acaba el turno y tengo que irme,
son cuatro los jóvenes que exponen de mala manera los motivos por los cuales
han sido llevados hasta allí. El panorama es el mismo: rezagos de adrenalina
hacen brillar los ojos asustados de los muchachos, casi niños, que llegan
acompañados de un patrullero. Sus faltas: agresión al servidor público,
posesión de estupefacientes, robo de productos en supermercados, riñas
callejeras… Etc, etc. Las preguntas son estandarizadas, burocráticas, las
respuestas un compendio de las mismas quejas que a nadie parecen importar: la
mamá trabaja de domingo a domingo y el esposo actual, con el cual tiene dos
“hermanitos” y mantiene a los otros tres del primer compromiso, después de
embriagarse, golpea a propios, hijastros y mujer con un sadismo semejante al de
un legionario romano en batalla. Que su consumo de estupefacientes, alcohol y
tabaco es esporádico, que “los angelitos también se tropiezan, profe”, como le
dicen afables a la psicóloga a la que no recuerdan, pero que los ha visto pasar
por esa silla en promedio cinco veces desde que fueron aprehendidos uno o dos
años antes. En el rostro de la profesional la decepción y tedio son evidentes.
-¿Esto que se realiza aquí tiene algún componente de
mejora para los infractores, Doctora?- le pregunto. Ella organiza la
documentación propia de su oficio y responde de manera lapidaria:
-Es lo decepcionante. Pasan una o dos noches aquí.
Los padres se comprometen, se comprometen ellos, firman acuerdos de
verificación de los compromisos antes admitidos, se tabula información y esta
es enviada a la regional del ICBF, vuelven, mismo comportamiento, misma madre
golpeada, mismo consumo que se niega… Amenazar con institucionalizarlos
(encerrarlos en el reformatorio) es simplemente un juego de reglas; a los pocos
días escapan y en un par de meses están de vuelta aquí… Bueno, al Redentor
(centro de reclusión con estricto reglamento), sí le tienen miedo, allá la
disciplina es mayor, trabajan; los funcionarios no son permisivos, allá si es
en serio el cuento de la formación, pero los cupos son escasos, vive atestado.-manifiesta.
No voy al detalle, la “Profe”, está ocupada y mis
preguntas no tienen mayor sentido. Todo está dicho, lo grita el mutismo de la
oficina, las caras de pocos amigos de los adolescentes, el afán del policía por
salir rápido del “chicharrón”. La atmósfera constriñe, “primero muerto antes
que lidiar con la ingratitud de una tarea pesada y llena de resignación como esta”, pienso para darme
valor. Cierro la conversación con una infidencia que segundos después me
atormenta haber expresado:
-Estudie con Terciarios Capuchinos, los que dirigen
el proyecto del Redentor. Unos tipos disciplinados que dan estructura a la
gente que acogen… Deberían administrar más centros, ayudaría mucho…
-Ellos controlan casi todas las instituciones. La
única fuerte es el Redentor- dice aséptica la funcionaria.
Silencio.
El estado perpetúa la miseria, condena a unos
cuantos para que otros puedan tener vidas moderadamente normales, esa es la
sensación de boca que me queda. Si no es esto es la guerra, “el combo”, la
pandilla, la puta calle del Bronx, repetida
por todo el país. Estos ciudadanos sustentan las dádivas que llegan menguadas
hasta quienes las necesitan. Una familia en problemas genera ingresos para
mucha gente, por lo que concluyo, estas problemáticas son círculos viciosos que
facilitan el flujo de dinero para llenar muchos bolsillos. Seguridad
democrática, prosperidad para todos… ¿Algo más por esperar de una sociedad
sorda a la cual parece importarle más quién se gana el reality o cuál cantante de vallenato le rompe el lomo a la mujer de
turno?
Sorpresa en mitad
del aguacero.
Felipe, llegó con el ímpetu desbordado, ideas
frescas y con ganas de salir del corazón para volverse tangibles. Tiene
diecisiete años, es músico, le gusta el fútbol y juega bien. Es uno de los trescientos mil jóvenes que en diciembre terminó los estudios
secundarios. Hace parte de una nueva generación que vuelve atávico el miedo que
invade a padres y ciudadanos mayores de treinta, por estos días: hijo de la
tecnología, la televisión basura (casi siempre ha sido así, digo yo), los
videojuegos, la interactividad, ese vacío que se come las venas de la gente y
se confunde con el “libre desarrollo de la personalidad”. Quiere irse del país
para depurar sus conocimientos musicales, por el momento estudia en la Academia
de artes Guerrero, trabaja en el almacén de la mamá y estudia inglés.
Refiero la mañana del pasado domingo, antes de salir
para el CESPA: con voz encendida me contó que hace parte de un movimiento
social juvenil que quiere dar a conocer los derechos que por ley garantiza el
estado a este grupo de población. Acampan, reciben clases de liderazgo, realizan actividades de integración con niños
y ancianos en situación de vulnerabilidad, se reúnen, piensan, ¡PIENSAN!, por
amor a Dios, capotean el asunto del licor no con restricciones sino con
conceptos sólidos y sentido común, nada de facilismos y culpas, no beben porque
prefieren invertir dinero y tiempo en actividades que les hagan crecer el
espíritu. El estigma de “la juventud sin sustentos ideológicos o morales”, que
como loros repetimos los “mayorcetes”, queda fuera de contexto al escuchar a
tipos como Felipe y sus compañeros. Cuando le pregunto si ve futuro para sus
iguales, responde de manera tajante: “El futuro es una cosa que se construye
con dignidad y disciplina. Es una tarea personal que necesita de un grupo
estructurado como apoyo. Me enerva ver a gente de mi edad pensando en el dinero
que va supuestamente a ganar cuando termine ingeniería en una universidad con
prestigio, en esos cinco años disfrutarán, se excederán, algunos tendrán hijos
y caerán ante la tentación del estatus que da su profesión o en el peor de los
casos tendrán que conformarse con lo que el sistema quiera pagarles. En el
fondo alquilan su felicidad, pero la felicidad no es eso, es verle la cara a un
anciano cuando compartimos con él un
almuerzo, la sonrisa de un niño al asistir por primera vez a una obra de teatro…
Eso es la vida. Hay gente que pasa y no ve o hace nada en el mundo, ni
sufrimientos, exclusión, desventura, belleza, amor, piedad... Hacer plata es
fácil, Javier, lo difícil es permitir que esa circunstancia sirva para algo”,
me dijo con una sensatez que agradecí.
El “pelado” estaba feliz contándome su nueva vocación.
Yo, orgulloso de comprobar que los jóvenes de este país no son los “locos
buenos para nada”, que muchos padres y miedosos observadores han querido crear
y no han logrado consolidar del todo. Me explicó el marco conceptual de la ley
375 del 97, famosa y desconocida ley de juventud, que ellos, los jóvenes, están
dispuestos a hacer respetar. Esto generó curiosidad, varias preguntas de
verificación que él, respondió con sapiencia.
-Dígame si me equivoco: ¿Los que manejan temas de
juventud en este país por lo general tienen más de cuarenta años y no tiene ni
idea del cuento, no cree?
-Vivo en Mosquera (Cundinamarca), y los encargados
de este tema en la alcaldía no conocen del asunto por el cual cobran sueldo, se
ponen nerviosos, se pasan la “papa caliente” entre ellos, tratan de deshacerse
de nosotros con cartillitas sobre sexualidad y promesas vanas. Colocan al joven
en un corralito pequeño, creen que política de juventud es hacer un par de
conciertos de hip hop, entregar balones donde no hay canchas para jugar, levantar dos tumultos de tierra para que la
gente practique skate, regalar tres
becas en institutos de garaje donde enseñan sistemas y decirle “parce” al
beneficiario cuando se las entregan. Eso para ellos es ser joven, un prejuicio
que no tiene que ver con la edad, la de ellos y de nosotros, una simple
suposición que hace daño.
-¿Qué significa ser joven en estos días, según su
visión y la de sus compañeros?
No ver las cosas que da el estado como un regalo
sino como derechos. Ellos desconocen esos derechos y dan sobras a los programas
que tienen que ver con nosotros. Esto pasa por desconocimiento de las normas,
por pereza, por omisión. Nuestra principal tarea es hacer visibles las
políticas que nos benefician. Los jóvenes tenemos problemas fuertes, pero no
son diferentes a los que tiene los adultos, drogas, licor, cigarrillo, ETS. Nos
criaron con miedos, encerrados en conjuntos residenciales, lejos del campo.
Somos, históricamente, la generación que más información tiene disponible, pero
esta es sesgada, comercial, no aporta. Podemos tener problemas que no iniciamos
y queremos ayudar a resolverlos, ojalá nos dejen.
-¿Qué es para usted el futuro?
-Algo que cada uno de nosotros debe construirse, no
esperar que otros lo hagan. La prioridad es educarse y tener conceptos propios,
no conformarse, sacar adelante lo que uno ama.
Felipe, se va para su casa y me deja una sensación
de alegría que no experimentaba hace mucho. Los jóvenes son optimismo,
confusión, ideas, no resignación. Como sociedad les hemos fallado y como
sociedad debemos ayudarlos a que logren lo que se proponen. Ellos son los
líderes del futuro, pero nosotros los que dirigimos ahora y no estamos
realizando bien nuestro papel. Como Felipe y sus compañeros de la asamblea
juvenil, hay miles de muchachos diciéndonos: ¡NO ESTAMOS DE ACUERDO! Deberíamos preguntarles porqué.
Vale la pena mencionar también a los estudiantes de
bachillerato y educación superior que se manifestaron contra la ley 30, que
pretendía atropellar la educación pública en este país (Derecho amparado por la
Constitución). Un ejemplo de organización, tolerancia, respeto por el prójimo y
del activismo creativo que empieza a tomarse al mundo. Hace más de un año le
demostraron a los violentos, a los omisos y a quienes se consideran dueños de
este país, que hacer diferente las cosas es posible, sano y sobre todo,
necesario.