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lunes, 19 de agosto de 2013

YO ERA CIEGO

YO ERA CIEGO



El banco del parque estaba vacío cuando me senté a leer debajo de las ramas de un viejo sauce llorón, desilusionado de la vida y con buenas razones para fruncir el ceño ya que el mundo se había empeñado en agobiarme.


Y como para arruinar mi raro día tranquilo, un joven muchacho, cansado de jugar, se acercó. Se paró justo enfrente de mí con su cabeza inclinada hacia delante y dijo con gran emoción: “¡mira lo que encontré!”.
En su mano, tenía una flor que daba pena mirar, con sus pétalos marchitos por falta de lluvia o luz. “Seguro que huele bien y es hermosa también. Por eso la elegí; es para ti.”

Sabía que la debía agarrar o nunca se iría. Entonces extendí mi mano y dije: “Justo lo que necesito.”

Pero en vez de colocar la flor en mi mano, la sostuvo a medio camino, sin razón alguna. Fue entonces que me di cuenta, por primera vez, que el muchacho que sostenía esa pequeña maleza no podía ver, era ciego.

Escuché el temblor de mi voz y las lagrimas se asomaron como el sol mientras le agradecía por haber escogido la mejor de todas. “De nada,” sonrió y corrió a jugar, ignorando el impacto que había causado en mi día.

¿Cómo sabía él de mis dificultades auto-impuestas? Quizás, dentro de su corazón, había sido bendecido con la visión verdadera.
A través de lo ojos de un niño ciego, pude ver al fin, que el problema no era el mundo, sino yo. Acerqué esa flor marchita a mi nariz y respiré la fragancia de una bella rosa y sonreí por el niño que, con otra maleza en la mano, se iba a cambiar la vida de un anciano desprevenido.


A TRAVÉS DEL VIDRIO

Una mujer recién casada se mudó a Mumbai para vivir con su marido en un departamento de dos habitaciones en el piso más alto de una torre de departamentos. Los edificios colindantes eran igual de altos y las ventanas tenían que estar siempre cerradas.

Desde la ventana, la joven mujer podía ver cómo su vecina del edificio de al lado lavaba la ropa y la ponía a secar todas las mañanas. Para la recién casada, la ropa que lavaba su vecina se veía sucia y le comentaba a su esposo la falta de voluntad que ponía aquella mujer al lavar. Cada mañana, la mujer se ponía a mirar por la ventana no bien se despertaba e inevitablemente hacía comentarios sobre la ropa  “sucia” de su vecina. Esta situación continuó durante varios días, y el esposo se cansó de la intromisión de su esposa en la vida de la mujer de al lado.


Una mañana, la esposa se levantó y espió a su vecina. Se sorprendió al ver que la ropa colgada estaba impecablemente limpia. Le hizo el comentario a su esposo y agregó: “Tal vez, mis críticas le llegaron y comenzó a usar un jabón en polvo de mejor calidad".


Con calma, el esposo le respondió: "Estaba tan cansado de tu hábito de criticar a la vecina que hoy, mientras dormías, me levanté más temprano y limpié el vidrio de nuestra ventana.