YO ERA CIEGO
El banco del parque
estaba vacío cuando me senté a leer debajo de las ramas de un viejo sauce
llorón, desilusionado de la vida y con buenas razones para fruncir el ceño ya
que el mundo se había empeñado en agobiarme.
Y como para arruinar
mi raro día tranquilo, un joven muchacho, cansado de jugar, se acercó. Se paró
justo enfrente de mí con su cabeza inclinada hacia delante y dijo con gran
emoción: “¡mira lo que encontré!”.
En su mano, tenía una
flor que daba pena mirar, con sus pétalos marchitos por falta de lluvia o luz.
“Seguro que huele bien y es hermosa también. Por eso la elegí; es para ti.”
Sabía que la debía
agarrar o nunca se iría. Entonces extendí mi mano y dije: “Justo lo que
necesito.”
Pero en vez de
colocar la flor en mi mano, la sostuvo a medio camino, sin razón alguna. Fue
entonces que me di cuenta, por primera vez, que el muchacho que sostenía esa
pequeña maleza no podía ver, era ciego.
Escuché el temblor de
mi voz y las lagrimas se asomaron como el sol mientras le agradecía por haber
escogido la mejor de todas. “De nada,” sonrió y corrió a jugar, ignorando el
impacto que había causado en mi día.
¿Cómo sabía él de mis
dificultades auto-impuestas? Quizás, dentro de su corazón, había sido bendecido
con la visión verdadera.
A través de lo ojos
de un niño ciego, pude ver al fin, que el problema no era el mundo, sino yo.
Acerqué esa flor marchita a mi nariz y respiré la fragancia de una bella rosa y
sonreí por el niño que, con otra maleza en la mano, se iba a cambiar la vida de
un anciano desprevenido.
A
TRAVÉS DEL VIDRIO
Una mujer recién casada se mudó a Mumbai para vivir con su marido en
un departamento de dos habitaciones en el piso más alto de una torre de
departamentos. Los edificios colindantes eran igual de altos y las ventanas
tenían que estar siempre cerradas.
Desde la ventana, la joven mujer podía ver cómo su vecina del edificio
de al lado lavaba la ropa y la ponía a secar todas las mañanas. Para la recién
casada, la ropa que lavaba su vecina se veía sucia y le comentaba a su esposo
la falta de voluntad que ponía aquella mujer al lavar. Cada mañana, la mujer se
ponía a mirar por la ventana no bien se despertaba e inevitablemente hacía
comentarios sobre la ropa “sucia” de su
vecina. Esta situación continuó durante varios días, y el esposo se cansó de la
intromisión de su esposa en la vida de la mujer de al lado.
Una mañana, la esposa se levantó y espió a su vecina. Se sorprendió al
ver que la ropa colgada estaba impecablemente limpia. Le hizo el comentario a
su esposo y agregó: “Tal vez, mis críticas le llegaron y comenzó a usar un
jabón en polvo de mejor calidad".
Con calma, el esposo le respondió: "Estaba tan cansado de tu
hábito de criticar a la vecina que hoy, mientras dormías, me levanté más
temprano y limpié el vidrio de nuestra ventana.