ORACIÓN
POR LA PAZ
Señor Presidente Mariano
Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda
emoción me dirijo a vuestra excelencia, interpretando el querer y la voluntad
de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta
injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para
la patria.
En todo el día de hoy,
Excelentísimo Señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que
no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas
las latitudes – de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies – han
llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar
la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa
multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo, un solo
grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la
emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más
poderosa, y ésta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están
obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: aquí no se
oyen aplausos: ¡sólo se ven banderas negras que se agitan!
Señor Presidente: voz que sois
un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de
un partido, que logra contrariar las leyes de psicología colectiva para recatar
la emoción de un silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien
comprendéis que un partido que logra esto, muy fácil podría reaccionar bajo el
estímulo de la legítima defensa. Ninguna colectividad en el mundo ha dado una
demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es
porque hay algo muy grave y no por triviales razones. Hay un partido de orden
capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para
que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia
general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del
pueblo, porque éste concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración,
donde los vítores y los aplausos desaparecen para que sólo se escuche el rumor
emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para
recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.
Quienes anegan en sangre el
territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala
intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta
nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos
de sangre hacia el puerto de su destino
inexorable.
Señor Presidente: en esta
ocasión no reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que
nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y
extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y civilización!.
Os pedimos que cese la
persecución de las autoridades: así os lo pide esta inmensa muchedumbre.
Os pedimos una pequeña y
grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por los cauces de la
constitucionalidad. No creáis que
nuestra serenidad, esta impresionante serenidad, es cobardía. Nosotros, Señor
Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que
aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar
nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!
Impedid, Señor, la
violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede
pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la
capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: nuestra
bandera esta enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de
nuestros corazones sólo os reclama: ¡Que nos tratéis a nosotros, a nuestras
esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a
voz, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!
Os decimos finalmente,
Excelentísimo Señor: bienaventurados los que entienden que las palabras de
concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y de
exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de
las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán
señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!
JORGE ELIÉCER GAITÁN
Como contraposición al
genocidio hacia el Movimiento Gaitanista (iniciado desde 1945, y tras tomar
esta organización del pueblo dimensiones peligrosas para la oligarquía
liberal-conservadora, que optó por la violencia) Jorge Eliécer Gaitán convoca
la fuerza de la presencia popular en las calles y se realiza el 7 de febrero de
1948, una manifestación púbica y nacional llamada la “Marcha del Silencio”,
hecho sin antecedentes en la historia del país, donde expresa su posición en el
discurso conocido como la “Oración por la Paz”, frente a las masacres oficiales
propiciadas por las autoridades bajo el gobierno bipartidista del Presidente en
turno.