AUSENCIA DE LOS DIOSES
Por: Camilo Etna
Llegaba
sin advertirlo. Cerraba los puños e insinuaba un golpe seco al mentón (Quería
triturarme el cráneo). Observaba en silencio, escrutaba los torpes movimientos
de mis ojos buscando el instante preciso
en que quebraría mi lápida de plomo y le
terminaría confesando todo lo que quería escuchar y yo no decir tanto.
Me
gustaba su cuerpo, imposible, delicioso al tacto. Su conversación no estaba
mal; aunque lo que siempre cegó mis instintos y la hacía marginal frente
a las sensaciones de este dios mentiroso y omiso, era la brutal
compulsión con la que se comía sin saborear el eterno gris del cielo a través
de la ventana de mi oficina.
-¿Has
pensado alguna vez que Dios se olvida demasiado fácil de nosotros?-me decía en
medio del trance. Sólo podía callar.
Flotaba
entre cristales hechos polvo y ópalos cenizos que se fugaban de mis sueños.
Estar a su lado era sentir complicidad en la desgracia, no echar de menos estar solo, abrir una caja y desmenuzar sus
sorpresas, debilitar criminalmente las ideas de cortarme las venas en esta
cárcel de mierda cada vez más llena de estúpidos clientes insatisfechos que no
soporto... ...(¿Esto puede considerarse el paso inicial hacia la improbable
resurrección?)
Cuando
me dijo que se largaba, que no volvería y que ojala nunca saliera de este
agujero, me conformé con guardar silencio y comerme la puñalada. Eso hacemos
los hombres bien hombres... ¡Tamaña estupidez! Un segundo después de su partida
comprendí que ella simplemente era el paliativo para esa perpetua zozobra
alimentada en ausencia de los dioses.