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jueves, 7 de junio de 2012

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ALGUNAS VECES...


ALGUNAS VECES…
POR: JOSÉ GUERRERO

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Algunas  veces se dice adiós
escondiendo tras nosotros
el fatal miedo al abandono,

Algunas veces se dice adiós
con la inevitable melancolía 
que produce la terrible partida,

Algunas veces se dice adiós
tratando de esconder las lagrimas
que brotan desde el fondo del alma,

Algunas veces se dice adiós
con la esperanza encadenada
a incontables recuerdos que matan,

Algunas veces se dice adiós
con los labios sellados y temblorosos
para así encarcelar los resentimientos

Algunas veces se dice adiós
de tantas y contradictorias maneras
anhelando ser inmune a la tristeza, 
Pero algunas veces se dice adiós
manteniendo siempre viva la ilusión
del feliz retorno al verdadero amor.

AUSENCIA DE LOS DIOSES...


AUSENCIA DE LOS DIOSES
Por: Camilo Etna

Llegaba sin advertirlo. Cerraba los puños e insinuaba un golpe seco al mentón (Quería triturarme el cráneo). Observaba en silencio, escrutaba los torpes movimientos de mis ojos  buscando el instante preciso en que  quebraría mi lápida de plomo y le terminaría confesando todo lo que quería escuchar y yo no decir tanto.

Me gustaba su cuerpo, imposible, delicioso al tacto. Su conversación no estaba mal; aunque lo que siempre cegó mis instintos y la hacía marginal frente a las sensaciones de este dios mentiroso y omiso, era la brutal compulsión con la que se comía sin saborear el eterno gris del cielo a través de la ventana de mi oficina.

-¿Has pensado alguna vez que Dios se olvida demasiado fácil de nosotros?-me decía en medio del trance. Sólo podía callar.

Flotaba entre cristales hechos polvo y ópalos cenizos que se fugaban de mis sueños. Estar a su lado era sentir complicidad en la desgracia, no echar de menos  estar solo, abrir una caja y desmenuzar sus sorpresas, debilitar criminalmente las ideas de cortarme las venas en esta cárcel de mierda cada vez más llena de estúpidos clientes insatisfechos que no soporto... ...(¿Esto puede considerarse el paso inicial hacia la improbable resurrección?)

Cuando me dijo que se largaba, que no volvería y que ojala nunca saliera de este agujero, me conformé con guardar silencio y comerme la puñalada. Eso hacemos los hombres bien hombres... ¡Tamaña estupidez! Un segundo después de su partida comprendí que ella simplemente era el paliativo para esa perpetua zozobra alimentada en ausencia de los dioses.