HISTERIA DE KAUIL
SEMPER SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
TARDE DE IDIOTAS
POR: JAVIER BARRERA LUGO
Era fácil para
nosotros llegar a conclusiones básicas. Unas cejas pobladas, un puñado de jetas
pálidas a las que no les cabía un milímetro más de tejido labial y babas,
miradas extraviadas entre las ventanillas del bus como marco para quienes nada
podían decir en su defensa, nos hicieron creer que el abuso era tolerable.
Todos los días desde que tengo memoria, el vehículo dejaba junto al colegio
parroquial a los alumnos de aquella fundación que atendía a personas con
discapacidad cognitiva y de los cuales mis amigos y yo nos burlábamos hasta el
hastío. (No por un acto de maldad sino de ignorancia, si podemos asumir este argumento como defensa)
“Esa peladita no deja
de mirarlo, poeta”, gritaba con sorna mi amigo “el diseñador”, y yo sólo
atinaba a buscar una ofensa peor que mitigara la vergüenza infundada que quemaba
mi interior. La mujer, de unos dieciocho años, trigueña, escasa estatura,
gorda, bigote poblado y una parálisis cerebral que la hacía moverse con
dificultad, me miraba y se carcajeaba hasta mucho después de que el auxiliar de
la ruta la retiraba de uno de los puestos cercanos a la puerta y lograba que se
agarrara del caminador de aluminio. Preso por la mediocridad, cumpliendo una
rutina vil, levantaba el brazo y le decía abusivo: “cuídate, mi amor”, y
volteaba para darle una sonora palmada en el pecho a mi amigo, el bromista
“tiralíneas”. Así, con un acto canalla, encontraba la aceptación de un grupo
pasado de revoluciones.
El “pelacables” era
el más radical a la hora de burlarse tanto de los alumnos como de nosotros, los
que con una cerveza en la mano celebrábamos la majestad de ser unos simples vagos
sin oficio o utilidad. Imaginaba las clases que tomaban los muchachos cada
mañana, a la profesora llena de amargura enseñando a doblar papelitos que sus
alumnos escarbarían como a animalitos de colores sin entrañas y que terminarían
comiéndose por instinto, los eternos gruñidos para hacerse entender, la maldita
anarquía que reinaría en el pedazo de isla donde los “idiotas” eran normales,
corrientes, iguales por una horas.
Tanto tiempo hablando
de ellos, de cómo serían, qué harían para provocarnos risas cuando los bajaran
del bus y se los devolvieran a sus padres. Eso sí, nunca se nos ocurrió pensar en
las ideas que rondarían sus mecanismos internos; qué les pareceríamos nosotros
ahí, parados mientras el atardecer se volvía historia, siempre en el mismo orden,
con la misma curiosidad infantiloide y esa sensación de superioridad que
denunciaba nuestro patetismo espiritual. Sus caras llenas de ángulos y
circunferencias prominentes, aquellos jadeos impotentes, nos decían sin hacerlo,
que algo malo teníamos en el corazón para desperdiciar los pocos talentos que
la naturaleza nos otorgó con inconcebible generosidad.
“El bobo del palo”,
aquella criatura enfundada en una ruana, sombrero de fieltro, temperamento violento,
-que recordaba las descripciones que los viejos hacían de la patasola- ojos
bizcos, y que sólo se hacía entender a punta de onomatopeyas y señalando las
cosas; aparecía como referencia de lo que considerábamos extraño. Que la
familia no lo quería, que le levantaba las enaguas a las tías cuando estaba
“cachondo”, que era el personaje al que todo el barrio le jugaba bromas cuando
se formaba en la fila para reclamar los cinco galones de cocinol que de mala gana el gobierno de la ciudad vendía en los
barrios populares y tantas desfiguraciones dejó. Los cerebros reverberaban con
las especulaciones. Aquel personaje desentonaba, según nuestro concepto, en un
barrio donde fuimos jóvenes y nos enamoramos de las madres de nuestros hijos
reales y ficticios… Ese era nuestro deporte favorito: denunciar con comentarios
rastreros a los “idiotas” que nos dañaban el paisaje y la uniformidad dudosa.
Ese viernes el sol de
julio carbonizaba cualquier intención. El“pelacables”, “el diseñador”, “Don
aerolínea” y mi amigo el “periodista”, pasaron por el almacén de mi viejo y me
invitaron a mitigar el bochorno con unas cervezas frías. En la noche iríamos de
cacería, las vendedoras de zapatos del Bulevar no daban espera. Don Santafé
destapó las primeras y nos lanzó su acostumbrado latigazo: “¿Y sí saben, no…?”
El viejo siempre con sus comentarios indirectos, con su malicioso tonito de
chismoso inocente, nos llevó hasta el centro de la exasperación. “¿Y ahora qué
pasó, “cuchito”?”, preguntó “el periodista”, más como protocolo que con
curiosidad.
El viejo, sabio perro
acostumbrado a latir echado, se fue hasta el mostrador y me pasó la edición del
día del periódico amarillista de los Ardila. Con estupor y un sentimiento de
rabia contra mí mismo, leí en voz alta el titular que mis escrúpulos aún
procesaban:
¡SE ACHICHARRARON!
BUS ESCOLAR QUE LLEVABA NIÑOS
DISCAPACITADOS DESPUÉS DE CLASES, SE INCENDIA POR ACTO IMPRUDENTE DEL
CONDUCTOR. 12 MUERTOS. LUTO EN EL BARRIO CIUDADELA FLORIDA
|
Nos miramos con espanto.
Sinceramente conmovidos, vapuleados, despachamos los cunchos de las cervezas
más culposas que alguna vez tomamos y decidimos irnos temprano para la casa. Por
el camino le dije al “pelacables”, lo único inteligente que me salió de la
cabeza en años: “Tarde de idiotas la que empezamos a soportar.”
31/07/2014
**TODOS LOS DERECHOS
RESERVADO PARA EL AUTOR.
Foto tomada de: http://biblioalange.wordpress.com/author/peferova/