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sábado, 19 de agosto de 2017

ESCUPO VERDADES EN LA CARA Y ESO NO GUSTA
Entrevista a Morete, filósofo ladrón

Por: Javier Barrera Lugo



Ladislao Morete es un personaje singular. Asegura haber nacido por allá en el 48 en Balvanera, barriada de Buenos Aires, lugar donde transcurrió la vida y obra de la leyenda del tango Enrique Santos Discépolo. Lo afirma con convicción, aunque en las borracheras más amargas, esas en las que recuerda a Lucia, el amor fundamental, escapada con su mejor amigo una madrugada de junio mientras la pandilla de ladrones que lideraba, desocupaba una casa en el exclusivo barrio bogotano de El Chicó, el acento lo traiciona y termina despotricando con un dejo huilense que genera más sombras que certezas sobre su historia.

       Las veces que lo he visto en la cantina pide al viejo Santafé la misma dosis letal: a todo volumen “Sueño de juventud,” vals de Santos Discépolo, en la voz de Virginia Luque, una cajetilla de Mustang azul y la acostumbrada botella de Néctar rojo para recordar lo que fue el amor, el sexo, la sumisión; la falta que le hará siempre y niega en agonía. Canta con la rabia del malandrín atorada en la garganta, con inocencia de amante burlado y la propiedad del filósofo curtido en el juego de la vida:

“Lírico amor primero,
Caricia y tortura,
Castigo y dulzura
De mi amanecer.
Yo acunaré en un canto
Tu inmensa ternura
Buscando en mi cielo
Tu imagen de ayer.

       Ahora que es un hombre viejo hablarle resulta menos peligroso; al menos eso quise creer cuando me atreví a solicitarle una entrevista y él accedió sin problema. Me cuenta el viejito Santafé, que cuando estaba “joven y ganaba dinero a raudales. Después de repartir los botines con sus secuaces, Morete se emborrachaba como una cuba y lanzaba golpes con su cuchillo a diestra y siniestra cimentando su fama de experimentado malevo. Hirió a varios mientras recitaba fragmentos de Cantos de vida y esperanza, poemario del genial Rubén Darío; pero llegar a matar, al menos en el barrio, nunca lo hizo.

       La última tarde de sábado me atreví a develar sus misterios, a ponerlo a hablar. Al principio me tildó de “tombo infiltrado” que quería devolverlo a los patios de La Modelo, la cárcel más jodida de América en los años setenta: “sos gordo, cachetón, moreno, camisa a rayas de manga corta, bluyines y botas bien lustradas, caminás raro, cabeza al rape… ¡Qué querés! Si no sos policía serás un maldito “tira,”  del F2, del DAS. ¡Fijo sos un topo!”  Lo tranquilicé al confesarle que era algo peor: escritor inédito.

       El viejo soltó la carcajada y se relajó de inmediato. “Pobrecitos tus papás, nene,” bufó con acento porteño. “Sabés, mi vieja siempre dijo que para una familia era preferible tener una puta, un ladrón, que un poeta en la familia. Los asociaba con los comunistas. La doña odiaba a Perón. Imaginá.

       Vení “concha de la lora,” sos un caballero, calladito, de buenos modales, me caés bien, hijo… Te voy a contar unas… que ni te imaginás…”

       Hablamos y nos embriagamos durante la  tarde soleada. Morete se comportó durante mi interrogatorio como estrella en todo el sentido de la palabra. Hombre distinguido, culto, traje de paño inglés bastante gastado, digno, corbata tweed, zapatos de amarrar color marrón, cabello teñido para esconder las canas, estampa flaca como la memoria de los amantes ocasionales. Iniciamos la bebeta, él con aguardiente y yo con cerveza; pero nos cambiamos por salud al asqueroso y adictivo John Thomas sin agua, el scotch hecho en Fontibón. Fumó como chimenea averiada y jamás estropeó el estilo porteño, altivo y denso a la hora de expresar.

A continuación relaciono las mejores respuestas que dio un ladrón sabio a unas preguntas bastante cojas que tuve a bien hacerle:

Idiota Inútil (I.I.): ¿Por qué robar y no trabajar? ¿Acaso  por comodidad? ¿Por carencia? ¿Por vicio?
Ladislao Morete (L.M.): Empecé a robar por Lucia, la que fue mi mujer, para tenerla bien, ¿entendés? La idea era que viviera como una reina y ese nivel de gasto no lo aguanta el jornal de un obrero de fábrica.
Vos sos escritor, te gusta lo tuyo, entrevistar, hurgar la vida ajena… Yo sólo sé quitarle a la gente las cosas que les estorban el espíritu, ¿viste? Al final les hice un favor (ríe). Claro que siempre le robé al que tenía mucho, jamás a los vecinos o a un desempleado… Tengo códigos.

(I.I.): ¿Códigos?
(L.M.): ¡Y, siií…! Códigos. No les robo a los pobres, no le quito un juguete a un chico, no daño a los ancianos, no jodo en mi barrio… La gente sin códigos no sirve, es basura. Código es respeto. No cagás donde comés. No perjudicás a los esclavos como vos. El amor también son códigos, acciones positivas…

(I.I.): Defina el amor, Morete.
(L.M.): Es una boludez que se inventaron los poetas estafadores como vos para torcernos la vida a los demás y ganar buena guita. Es una sensación bella que merece todo el respeto del mundo. Cuando fallás, todo se viene abajo… Después de eso el amor es sufrir, por eso los ricos no se joden cuando la mujer se muere o el hijo se va… ¡Se cagan por la plata que pierden los trolos estos! Es hermoso el amor, pero duele, eh…

(I.I.): ¿Cree en la humanidad?
(L.M.): Hay santos que se muelen ayudando a los demás, gente buena, gente regular, gente mala… ¡Y gente que no es gente! Somos hipócritas los seres humanos. ¿Querés conocer de verdad cómo es una persona? Dale poder, hermano.

(I.I.): ¿Cuál es el secreto para ser un buen ladrón?
(L.M.): No mentir. Suena paradójico, pero es así. Cuando estás desocupando una casa, saqueando un banco, acabando con una herencia, la honestidad del proceder está por encima de cualquier cosa. Robás, pero no podés matar a tus víctimas, golpearlas, humillarlas. Sería doble daño, doble karma. Después de eso necesitás personas firmes a tu lado haciendo negocios.  Hasta los malandros debemos tener socios honestos. Las tres veces que trabajé con gente que no conocí mucho, terminé en la cárcel. Una estupidez…

(I.I.): ¿Ha matado a alguien?
(L.M.): ¿Tenés ganas de que te llene la panza de balas, buchón? (Risas). No creo haber matado a nadie. Si fue así, debió pasar en una balacera y no me di cuenta. Don Santafé, acá presente, sabe que lo respeto y en este negocio no le armo quilombo… Igual, si maté a alguien lo siento si no se lo merecía; pero si me van a castigar por eso, que se lleven a los de las EPS, a los dueños de los bancos, a los políticos, a los ricos de este país, que robando matan a miles y los condecoran en el congreso. Esos no son ladrones, son vulgares rateros. Lo que te decía: hasta para delinquir hay que tener códigos. Está en los libros, en la jurisprudencia, en la literatura.

(I.I.): Ahora que menciona la literatura, ¿le gusta leer?
(L.M.): Me gusta más hacer. Los libros son importantes; pero no te muestran ni el diez por ciento de lo que es el mundo real. La literatura, la mensajería y la prostitución se aprenden en la calle, la mejor escuela. Sin calle no sos nada. Te lo pruebo: ¿Acostarte con una mujer es igual a leer o imaginar que te acuestas con esa mujer? La respuesta es obvia.

(I.I.): ¿Qué lo motiva hoy?
(L.M.): Que si existe dios, la justicia divina, volveré a estar con Lucia  en la muerte. Espero que falte poco para verla arder en el infierno conmigo. La traición es el peor crimen; preguntale a Judas, nomás.

(I.I.): ¿Las mujeres?
(L.M.): Son lo mejor, la belleza, la vida, pibe. Son fuertes, astutas, mueven lo que quieren con la cabeza y con el cuerpo. El cuerpo es una herramienta, una hermosa herramienta; pero no es la totalidad de ellas. Es la partecita suculenta con la que te tientan.
Las mujeres, todas ellas, tienen un prodigioso cerebro con el que manipulan las situaciones, a nosotros que pensamos con la verga… Papá me dijo alguna vez: “no creas en lágrimas de mujer ni en cojera de perro.” Un sabio el viejo…


(I.I.): ¿A qué le tiene miedo?
(L.M.): A que se metan en mi casa y se roben lo poco que tengo. Eso quiere decir que le temo al karma. Es justo. También a que Lucia aparezca arrepentida un día y ya estemos demasiado viejos para vernos desnudos y darnos cuenta que la vida se nos pasó rápido y ya no tenemos ganas o posibilidades de chingar. ¡Chingaba como los dioses la Lucia…!
(I.I.): Se puede hacer un libro con su vida… ¿cómo lo titulamos?
(L.M.): “Escupo verdades en la cara y eso no gusta.” ¿Qué te parece el título? Vos lo escribís; si no me das la plata de las regalías entro en tu casa y te dejo sin un alfiler. ¿Trato hecho?