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lunes, 29 de julio de 2013

MI REFLEJO

MI REFLEJO

Brailyn García Trimiño, Cuba.


Adoro a los espejos. ¿Imaginas la vida sin ellos?
No es vanidad, pero si no estuvieran, si de pronto dejaran de existir, habría un caos.
No me refiero al simple, vulnerable y gastado acto de reflejar nuestras caras y cuerpos en ellos, sino de cuestiones del alma.
Sería como quemar una parte importante de nuestra vida.
Las fotos son buenas, pero recuerdas la primera vez que te miraste a un espejo. Tal vez no te acuerdes pero él sí, él no olvida: la primera sonrisa, el primer uniforme, el llanto más agudo, el suspiro más hondo.
Los diarios son buenos, pero alguien los puede descubrir; entonces se enterarían de lo que jamás hubieras querido que nadie supiera: el primer amor, el primer beso, los horrores de tu cuerpo, o la inconformidad con la propia vida.
Los amigos también son buenos; pero cuántas veces deseabas estar solo para meditar un poco y organizar tus pensamientos, esos que te llenan la cabeza producto del común ciclo vital, sin encontrar solución alguna.
Ahí estaban entonces, solos, tú y el espejo. Listos para desaparecer juntos, tú en él, y salirte de ese sitio, al que a veces no quisieras regresar, y encontrar el mundo imaginario, donde la vida tiene matices.
Hace 35 años en mi casa vive un espejo. Adoro a los espejos. Este es diferente.
Hace días que no me reflejo en él, será que lo encuentro obsoleto. O más bien creo que no se acuerda de mí, que no me quiere.
Es cierto que hace tiempo que no hablamos. Pero tiene que entender que yo crecí, que ya no le puedo dedicar el mismo tiempo que antes; he madurado, y mi sonrisa a pesar de la corta edad está aburrida, se siente cansada. Es que ya no río igual, lloro menos y sueño más.
¿Pero seré egoísta? He tenido fotos, diarios y amigos, y todo ha pasado, pero él sigue ahí, reflejándome cada día, pero sin intercambiar palabra alguna.
Por eso hoy no me reflejé en el espejo de mi cuarto, el que me acompaña  desde hace tanto tiempo. Hoy me vi, hoy solo me vi, y también le hice un regalo. Le obsequié una oveja fluorescente. ¡Sí! Cuando todo se pone oscuro ella permanece encendida, así no estará más solo, y aunque yo me duerma una parte de mi permanece encendida.
El espejo de mi cuarto, el que todo lo ve desde su lugar, está rodeado por un marco de líneas sinuosas como látigo sobre las olas, como el propio sol. Es precioso. Mide algo más de un metro, pero eso no es lo importante, lo importante es que nadie en el mundo sabe tanto de mí, ni me conoce tan bien como mi propio espejo.
Adoro a los espejos. Sobre todo al mío. Es por eso que hoy le declararé mi amor. ¡Sí! Creo que estoy enamorado. ¿Pero cómo lo hago?, ¿le bailo?, ¿le beso?, o ¿le canto? Ya sé, le voy a decir lo que siento con una canción que me encanta:
“Cada vez que veo tu fotografía descubro algo nuevo que antes no veía.
Siempre te he soñado indiferente, eras tan solo un amigo, y de repente lo eres todo, todo para mí, mi principio y mi fin”.
Así es, cuando lo haga estoy convencido de que no me rechazará. De esta forma también le estaré agradeciendo por soportarme durante tanto tiempo. Pero yo sé que me ama, aunque no me lo diga.
Solo faltan veinte minutos para que este viaje termine, llegue a mi casa y comience otro viaje más interesante; de hecho, el más interesante jamás emprendido. Lo digo porque cuántas personas han decidido abandonarlo todo y perderse con su propio espejo.
Le pediré que me llene de su alegría su buen humor, de su melancolía, su pena y dolor, que me dé su aroma, hasta su sabor; pero algo más importante aún, que me dé su mundo interior.
Sin duda alguna quiero su sonrisa, su color, la muerte y la vida, su frío y ardor, quiero que me dé su calma, su furor, y su oculto rencor.
¡Al fin llegué!
Es que ha pasado tanto tiempo desde que nos vimos por primera vez, que nadie en el mundo me conoce tan bien como mi espejo, ese que está en el cuarto, que vive conmigo, que yo amo.
— ¡Qué amabas! Dijo una voz en el interior de mi cabeza al ver la escena.
— ¿Cómo que amaba?, ¿justo ahora?, hoy que venía dispuesto a declararle todo mi amor. ¡No es posible!
Puede que no quisiera creerlo, pero ahí estaba. O mejor dicho, no estaba.
Todas las alas de mi libertad, la senda que estaba completamente dispuesto a seguir, el aire que respirar, el agua que beber, y el sueño que quería alcanzar completamente deshechos. Deshechos porque no está. Se esfumó, y para siempre.
Adoro a los espejos, pero maldigo la hora en que vine a enamorarme de uno. Y precisamente hoy, que finalmente me había decidido a contarle, ya no está. Lo busqué y rebusqué, y solo encontré una nota.
No conozco esta letra. Aunque lo que dice me es suficiente para entender.
Justamente hoy, el día de mi cumpleaños. Cómo iba yo a imaginarme que lo que más me importa en el mundo desaparecería así, de ese cuarto descolorido pero nuestro.
Se llevó la oveja que le regalé. También se llevó mi libertad.
Hoy no puedo dormirme. No sé hacerlo sin mi espejo, al que amo. Pero qué puedo hacer.
Solo deseo pedir un favor a la maldita soledad, la única que de verdad y sin variaciones llega cuando todos se van, la única con la que puedo llorar: que lo busque y lo ame como a ninguno, para que logre sentir lo que siento.

Y yo solo le prometo que nunca más volveré a adorar así, a ningún espejo.

lunes, 15 de julio de 2013

LAS CUATROCIENTAS ESPADAS DEL BRANDY

LAS CUATROCIENTAS ESPADAS DEL BRANDY

(Cuento inédito de Rafael Chaparro Madiedo)


Me mataste. Eso es lo único que sé. También sé que estoy en el cielo. Por fortuna. Llevaba diez minutos de muerta y me pediste un cigarrillo. Yo busqué en mi cartera y te ofrecí uno de mis mentolados. Lo encendiste y te fuiste al balcón y lo fumaste en silencio mientras los fogonazos silenciosos del cigarro te iluminaban los ángulos del rostro. Afuera llovía. Era una lluvia mezclada con los pasos de los gatos que se deslizaban por los techos buscando un poco de calor. Me mataste en una noche de lluvia. Eso había sido demasiado para ti. Nunca has soportado la lluvia, ni los Stones más allá de las once de la noche. Después de las seis no puedes soportar las películas inglesas, ni los cafés cargados. Eres extraño Spada. Muy extraño. Ese día que me mataste me llamaste desde algún teléfono del parque Giordano Bruno y me dijiste hey baby vamos a ver Naked de Mike Leigh y yo te dije, pobre idiota ilusa, claro baby nos vemos a las seis en la estación de metro Radio City.
Esa tarde vagué sin sentido por la ciudad. Me metí al metro, cubrí varias rutas, fui al barrio árabe a la calle Dranaz por un hash. Luego me fumé el hash en el parquecito mientras miraba el tren elevado. Alguien desde el tren me hizo una seña con la mano y yo le mandé un beso que se diluyó en el aire caliente de la tarde. Fue un maldito beso que explotó en el núcleo del aire, puff!, y desapareció para siempre. Finalmente cogí la ruta del Radio City para cumplirte la cita y cuando entré al metro parecía que la gente se moría poco a poco en las nubes alucinógenas de las cinco de la tarde, esas nubes negras que olían a heroína con orines.
Más tarde nos encontramos en Londres. Estabas en el parque. Las palomas grises hacían maniobras confusas en el aire precario de la tarde y el olor de la lluvia me entró a los pulmones y me intoxicó. Caminamos por la trece y el conjunto de las luces, el conjunto de los rostros y de los olores nos marearon lentamente. Las campanas de Lourdes empezaron a sonar en el tejido del aire. En el aire había latidos. Grandes latidos. Latidos. Latidos de un corazón invisible, herido y borracho que bombea tinieblas sobre la lluvia, sobre la noche.
Antes de entrar a cine tomamos un café donde los árabes. Sensación conocida: café cargado, negro, espeso, un cigarrillo. Una conversación banal. Un golpe en el estómago. Mierda. Adrenalina pura. Subordinación. Escalofrío. Un tabaco. Un Marlboro. Otro café. Un beso. Un silencio. Un golpe en la cabeza. Salimos del café mareados, aturdidos, y el ruido de la ciudad nos abaleó el pecho y las miradas. Me dieron ganas de que te largaras para la mierda, pero dada la casualidad de que íbamos a ver Naked de Mike Leigh y entonces sentí y entonces sentí en el corazón cuatrocientos golpes, cuatrocientos golpes de brandy, cuatrocientos golpes de lluvia, cuatrocientos golpes de heroína, cuatrocientos golpes de sangre, de carne, de pólvora, de humo azul, cuatrocientos golpes de tristeza, cuatrocientos golpes de cuatrocientas aves muertas revoloteando en mi pecho.
En el cine, la fauna de siempre. Un par de mamertos, Una pareja de viejos embutidos en sus viejos gabanes, el borracho que siempre encontrábamos en los cines alternativos con su botella de coñac y las chicas universitarias con cara de que no se las habían comido en meses por estar viendo películas para solitarios todas las noches. Salí enamorada de Johnny, el clochard de la película. Yo te dije después que nunca había visto un man que se fumara tanto como ese. Era un man vestido de negro siempre envuelto en una nube de humo, un man como tú y yo, un triste man siempre flotando en las nubes confusas de los días como aviones absurdos, perdidos, a la deriva, un man como tú y yo navegaba en el cielo maligno de los días, esos días llenos de pequeñas lluvias donde se te llenaba la boquita de heroína y saliva negra. Un man bacano, ese Johnny.
Entonces llegamos a tu apartamento. Me metiste tres balazos en el corazón. Once de la noche. Me mataste. Después fumamos, tomamos un café, dos cuerpos extraños sumidos en la conocida confusión del amor después del cine, dos cuerpos desnudos atravesados por cuatrocientas espadas brillantes antes del café, dos cuerpos extraños sumidos en la conocida confusión del amor después del cine, dos cuerpos desnudos llenos de humo, dos cuerpos desnudos atropellados por la alucinación, dos cuerpos desnudos con la sangre llena de perros atroces, dos cuerpos desnudos naufragando en alguna ola de la marea de la noche, dos cuerpos oscuros fulgurando antes de apagarse para siempre el reflejo caliente de la lluvia.
A la media noche salimos y nos dirigimos a la estación del metro y allí me dejaste. Baby. Creíste que nunca más me ibas a volver a ver. Pura mierda. Me subiste al vagón y diste media vuelta. Yo me fui bien muerta. Lo último que me acuerdo eres tú fumando y yo sentada en el vagón mientras éste se deslizaba hacia la oscuridad del túnel.
Es verdad. Me mataste. Y estoy en el cielo, tal como tú querías. En el cielo. Tal como querían mis padres y tú. Muerta, en el cielo.
Ahora he vuelto. Estoy en el balcón. Tú acabas de regresar del cine. Me ves. Te detienes. Te acercas. Me observas en silencio. Fumas un cigarrillo. No has cambiado mucho baby. Abres la ventana. Afuera llueve. Me acaricias la cabeza con suavidad. Me dejo tomar en tus manos y me pones frente a ti. Entonces te clavo el pico en un ojo y la sangre brota lentamente. Mierda. Te saco el otro ojo.
Afuera llueve y las luces de la ciudad son peces suicidas que se destrozan en las aguas sucias y turbulentas de la tiniebla. Estás tirado en la mitad del salón y el viento frío de la noche te cubre. Llevas diez minutos muerto. Yo llevo diez minutos convertida en paloma.

Rafael Chaparro Madiedo

Bogotá Colombia, 1963-1995. Estudio filosofía y letras en la universidad  de los Andes, Trabajó como redactor y columnista en el diario La Prensa y la revista Consigna, y para televisión como libretista en programas como Zoociedad y Quack, el noticero. Además, dirigió el programa de televisión infantil Brújula Mágica. En 1992 ganó el Premio Nacional de Novela, convocado por Colcultura, con Opio en las nubes. Al morir dejó inéditos un libro de cuentos y una novela.

lunes, 8 de julio de 2013

ENGAÑO

HISTERIA DE KAUIL
SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA

ENGAÑO
POR: JAVIER BARRERA LUGO 




El engaño huele a rosas y veneno,
Sabe a almendras en descomposición,
Es leal al tacto curioso
Que busca el origen del pecado
En un organismo lejano a su posesión.

Prometes lealtad para devolver silencios.
Es triste no estar ciego
Cuando al firmamento lo carbonizan
Una veintena de lenguas de fuego
Que un chico imbécil manipula a su antojo.

Lo tuyo, lo que eras…, ella;  murió
Una madrugada de octubre,
Y tú moriste para todos
Apenas los árboles
Contrajeron sus dedos.


Dolor cuando estrujas mentiras contra tu pecho;
Quien pierde es aquel dispuesto a implorar
Dones que no ganó, que no merece.
El alfabeto de su cuerpo
Liga frases confusas
Interesantes sólo para el demonio.

El engaño tiene tu rostro patente
Mientras tu sangre macula
El blanco de la espuma de afeitar
Dispersa por el mentón,
Tanto honor comiéndose las células
De quienes agonizan en la estupidez de la guerra,
Mortecinas almas danzantes
Escudriñan el bosque que sus padres
Cultivaron honrados siendoniños.

El engaño es traición física y cruda
Con tantos dolientes como responsables,
Comulga con el marchitamiento
De la creación y sus circunstancias,
Es un pueblo que se tapa los oídos
Para no llorar con la verdad,
Un insulto que se queda atrapado
En el hígado por siglos,
Es sin lugar a dudas
Lo que te permitirá compartir la pena eterna
Al lado de Judas en el limbo.

Los ángeles también arrastran cadenas,
Rapan sus cráneos
Con sublime arrogancia
Porque creen que un sacrificio trivial compensa
El mecanismo de una perfidia
Aplicada con cinismo.

Volverás a ser brisa inconsecuente
Cuando todo lo que ames muera,
Se hagan cenizas tus músculos
Y no reconozcas tu voz mientras gritas.
La paz es sinceridad que duele
Fulgor, maltrecho bienestar
Que admite de nosotros honor y grandeza
Por eso ser libre
Es nacer sin madre.

Amputa tus raíces
Y sé feliz entre bárbaros,
Entre anacoretas y putas,
Sé feliz entre tus hermanos de casta,
Como tú, lloran en la hoguera
Donde se cocinan sus instintos,
Siéntete sepultado en el mar que bautiza
Tu nombre olvidado ya,
Nada más van a ofrecerte
Quienes te demuestran amor
Por pura rutina.



04 julio 2.013


**Si esta columna le genera algún comentario puede escribirme al correo: baluja74@hotmail.com