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domingo, 14 de octubre de 2012

TODO ES PARA SIEMPRE


TODO ES PARA SIEMPRE

POR: JAVIER BARRERA LUGO

Para mi Cata,
Semper simul, Semper carmina.

En el antiguo cajón de las luces fue donde más palpable se hizo su ausencia. Allí los recuerdos se atesoraron por años y terminaron convertidos, víctimas de las circunstancias, en simples referencias carentes de sustento. Algunos rostros en las fotos almacenadas se habían borrado y los restantes el “loco”, los cubrió con tinta china. “Esos recuerdos ya no sirven para nada”, nos dijo sin creérselo y comenzó a llenar las cajas de la mudanza. Como un ejército de leales conspiradores, empezamos a cumplir las tareas que nos asignó.

Cada uno de los amigos que lo acompañamos en el trasteo se llevó algo de aquella casa donde alguna vez existió la felicidad en forma de anarquizados recuerdos y presentes donde jamás se escatimó el amor: Alejo, un cuaderno con versos que el “loco” dejó mancillado con más tachones que ideas, Carlos, se enamoró de las piedras de sanación con que La Filipina, le trataba las migrañas al “loco”, después de las farras a las que este sobrevivía cerrándose sin saber los chakras. Fernando, se embolsilló la edición de principios de siglo de Los Miserables, de Víctor Hugo, que ella tanto adoraba. “Motas”, le echó mano a la bicicleta que jamás fue utilizada por los habitantes de aquella casa y que en un arrebato de ridícula generosidad quisieron como a un hijo incompetente. Liliana, se hizo a un paquete de correspondencia y la tostadora, y Sulma, con todas las chucherías que La Filipina, acumuló en una caja de zapatos por años. Yo tomé las galeradas de Sendero de fuego frío, el primer poemario publicado por el “loco”,  que amablemente las firmó antes de que las guardara en mi morral.

La mudanza se realizó en total silencio. Una sensación de agorafobia dominaba el aire de las habitaciones que con cada cosa  empacada y bajada al camión, se hacían descomunales. Lo único que trastocó la solemnidad de la ceremonia en desarrollo, fue el golpeteo frenético de la lluvia que se estrellaba contra las ventanas. Todos nos miramos compungidos y llegamos al acuerdo tácito de no molestar al “loco”, de no hablarle al “loco”, de no ver llorar al “loco”. Un tipo parco como él, con fama de intolerante y hasta resentido, agradecía la solidaridad en los actos donde las palabras brillaban por su ausencia. Así era él, un cúmulo de eventos extraviados.

Y estoy seguro, porque lo conocí, que estaba complacido con la presencia de aquellos seres que amaba a rabiar, pero en ese momento cualquier sílaba estaba prohibida. Sus incondicionales lo acompañamos no sólo en las buenas, nos hicimos palpables cuando las cosas se pusieron feas y terminaron como terminaron. En ese momento existimos para él y sus excentricidades, para su dolor y agradecimiento con aquella mujer que lo puso a andar por los terrenos de la tierna cotidianidad como un hada madrina que enseña el amor como instinto y deja la lección aprendida antes de irse. Esa era toda la verdad del maldito mundo para el “loco”.

Las cosas del segundo piso quedaron empacadas en menos de una hora. Nos dividimos en grupos y cada uno tomo un punto de los espacios comunes de la primera planta para desmontarlo. Uno la sala, otra el baño auxiliar, el comedor, el patio de ropas, la biblioteca que pensamos era mejor incinerar, pero el “loco”, pidió con sutil ímpetu desmantelar la cocina solo. Quiso fumar para tragarse el dolor, ese sentimiento de orfandad que le machacaba el pecho, pero por respeto no lo hizo. Ella detestaba el humo, su tufo miserable. Uno a uno fueron pasando por sus manos recipientes de plástico, la licuadora, los horribles limpiones anaranjados que compraron en una rebaja, el vaso que se robaron del bar del centro comercial y en el que ella se servía la leche todas las mañanas, la vajilla que les regalaron los Quevedo “para que se la rompas en el lomo a este vago”,  las cucharitas de palo que les envió la tía Ana desde Yacó y todos los instrumentos inútiles que decoraban aquel templo de sana improvisación gastronómica.

El trabajo se hizo dispendioso porque cada cosa de aquel menaje tenía una anécdota pegada a su esencia, a los delirios de aquella muchachita oriental obsesionada con ser un ama de casa en todo el sentido de la frase. En menos de dos hora, uno a uno, sus incondicionales, nos agolpamos bajo el dintel de la puerta de la cocina para recibir instrucciones; nuestro trabajo estaba hecho. El “loco”, destapó una botella de vino y nos ofreció un trago. El silencio se hizo más cálido con esa simple inyección de motivos.

En la mitad de la tarea, mientras observábamos hechizados la meticulosidad del “loco”, ubicando de manera obsesiva las cosas en las cajas, el mutismo fue interrumpido por un poderoso estímulo olfativo. Un  olor a rosas se tomó la cocina. Todos comenzamos a mirarnos, a estudiar cada rincón, cada dilatación y espacio vacío. El “loco”, no pudo contener una sonrisa algo sádica y dijo con su acostumbrado tono de sarcasmo:

-Carajo, hasta que se “cagaron” los perfumes de La Filipina, ¿no? ¡Qué manitas tan dañinas, no joda…!

Una carcajada nerviosa llenó la cocina. Liliana, contestó:

-“Loquito”, la casa está vacía. Yo misma guardé los perfumes y quedaron en una maleta que subimos al camión hace casi una hora.

-Huevón, la casa está vacía. Lo único que queda por sacar es lo que está guardando en las cajas que tiene a su lado… ¡Esta vaina está rara!-dijo Alejo, sin disimular su estupor al comprobar que la fragancia se hacía más poderosa cada segundo.

El “loco”, pareció insertarse en un trance. Cientos de colores bombardearon su mente y lo llevaron a profundizar sus acostumbrados silencios. Las expresiones de nuestras caras pasaron del asombro a la petrificación. El olor dulzón se hizo único, radical. Los amigos empezamos a mirarnos y sonrojarnos presas del desconcierto, a especular con las miradas que lanzábamos curiosos, buscando a tientas el lugar específico de donde podría brotar aquella fragancia de la que aún hoy, diez años después, no hemos podido clasificar su naturaleza.

Un chisporroteo eléctrico se llevó la poca racionalidad del “loco”. Cerró los ojos, frunció el ceño y se sentó en el piso de la cocina. Cada momento con La Filipina,  guardado en su cerebro detonó en la parte anterior de sus ojos, destinada en ese momento a convertirse en el telón biológico donde se proyectaba cada escena de vida en la que sintió existir. Sus músculos frenaron cualquier actividad, dejaron su masa estacionada en el quicio de la muerte y fue en aquel instante cuando todo acabó de ocurrir: La Filipina, apareció, callada, sonriente, sólo ella como siempre fue.

-La alegría máxima, Barrera. La alegría que con ella nunca tuve que inventar… Volví a ser Mario, un ser esperanzado, no el “loco” marica que siempre está empezando y no llega a ningún lado, el arrimado, el que escribe mal, el malévolo enajenado que entendió que esa puta mierda de diosecitos a los que se les ruega en vano y  circunstancias vacías son en el fondo actos de traición propia, escupitajos en el rostro… Estoy cansado de apostar y perder obligado, pero ya eso es pasado. Ella me anticipó algo y sólo a ella le creo. Las cosas al fin van a mejorar, hermano…-me dijo catatónico, exultante y lleno de vigor días después de lo sucedido.

El “loco”, retomó la conciencia. Uno a uno nos volvimos a  mirar todavía más confundidos, al sentir como el aroma a rosas comenzó a hacerse tenue y desapareció minutos después. El letargo estuvo presente cada instante. Fue mágico, una prueba que quebró nuestras creencias acerca de cualquier cosa. La simpleza de aquella situación que no pudimos explicar nos crispó los nervios. Como pudimos, guardamos lo que restaba de los utensilios, tomamos a un sonriente “loco”, y abandonamos la casa sin más aspavientos.

Durante el recorrido del camión hacia el depósito que alquilamos para guardar las cosas, el “loco”, nos relató la conversación que tuvo en el umbral de la muerte, según su visión poética de los eventos, con La Filipina, las cosas que se confesaron, las manifestaciones de amor puro, el recuento de los momentos felices que compartieron, las cosas que se quemaron en los delirios que experimentaron tantas veces y los transformaron en siameses, lo que ella vivía al otro lado de los árboles, las promesas que revalidaron mientras su casa, la casa que compartieron cuatro  años, se convertía en el lugar con mejor olor en el planeta. Todo esto nos lo contó sin reparos, exultante, porque así era el “loco” cuando estaba feliz y se le daba la gana: una máquina de producir palabras. Después de tomarnos unos tragos, cada quien tomó su camino y se dedicó a lo suyo, pero una sensación, no de miedo sino de ansiosa curiosidad, nos acompaña hasta hoy. Así eran de caóticas las cosas cuando estaba metido el “loco”.

Pasaron un par de meses desde la mudanza y no supimos de él hasta dos semanas después de mi cumpleaños número cuarenta, cuando su primo nos comunicó la noticia. La policía nos permitió entrar al apartamento que había alquilado. Decenas de libros desperdigados por espacios insólitos, por el piso, el escritorio, la ducha, las hornillas de la estufa, la cama junto a la ventana, decoraban de manera singular aquella cripta donde pasó sus últimos momentos. Estaba tumbado junto a la puerta del baño, correctamente vestido y con una sonrisa que en otras circunstancias hubiese sido macabra. Repito, así era el “loco”: cúmulos de sorpresas en cada acto, discreta teatralidad, un tipo sin reparos y callado.

-A una vecina le pareció extraño no escucharlo hacer escándalo en varios días. Llegamos, golpeamos varias veces y no tuvimos respuesta. Lo encontramos así, como si estuviera durmiendo con traje de etiqueta. Fue un infarto fulminante según confirmó el médico…-dijo el oficial de servicio que llamó para avisar lo que había sucedido.

Se lo llevaron en el camión de medicina legal y los mismos policías permitieron que nos quedáramos un rato más en el apartamento. El portero del edificio nos dijo que no había problema en sacar las cosas al día siguiente: “dejó pagada la renta hasta el final del mes”, dijo con algo de piedad. Ninguno de los presentes fue capaz de mancillar el momento con una lágrima. Comenzamos a escarbar los papeles, las fotos que guardaba celoso en una carpeta, desmembramos su cotidianidad con la terquedad de un anatomista ante los restos de un monstruo mitológico.

El silencio de la inspección fue roto por un movimiento repentino que Fernando, su editor, realizó escandalizado para indicarnos los papeles que estaban sobre el anaquel de la cocina. Una buena cantidad de cuartillas unidas y marcadas con el título: TODO ES PARA SIEMPRE. Hojeamos la primera y única novela que el “loco” llegó a escribir, lo suyo era la poesía. Como homenaje, decidimos leer un capítulo todas las tardes hasta que hiciéramos la mudanza de las cosas.

En doscientas hojas escritas con fervor, hizo patente lo que era y lo que significó La Filipina en su vida. La condena para los tipos de su estirpe era disfrutar  del pasado, de lo que fueron y tuvieron, magnificarlo. En el presente eso no era posible porque las almas son endebles, están vivas, cuestionan y actúan por pulsión no por nobleza. Esa fue la idea que plasmó en el primer capítulo. Fernando, no pudo ocultar una expresión de sincera hilaridad. ”Hay que vivir un poquito el hoy, no exagerar, para generar hordas de recuerdos, Barrera”, decía cada vez que le insistía para que dejara el encierro y conociera a otras personas. Así era el tipo más raro que he conocido.

Nos encontramos temprano en el apartamento con Fernando y empezamos a  embalar las cosas. Todo iba para la casa de los padres del “loco”. Nos quedaban por leer unas diez páginas de la novela, así que decidimos terminarlas cuando todo estuviera listo para ser llevado al camión. Nos sentamos en el suelo y comenzamos con el ejercicio, pero no bien terminábamos de leer el primer párrafo, un olor a rosas, palpable, enérgico, visceral, comenzó a llenar el cuarto y a hacerse más denso.

Fernando, me miró asustado y yo sólo pude, en medio de la alegría, un punzante dolor del alma y una tranquilidad enorme, gritar a todo pulmón:

Filipina adorada, ”Loco” marica… Sólo ustedes son capaces de venir a restregarme con tanto cariño el secreto de la inmortalidad!