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CUENTOS, MIL PALABRAS: RELATOS DE UN ENCIERRO COMUNAL
Una pandemia que contamina y diseca las
esperanzas, que permite apartarse, aprender a perder y resucitar, así la
ceguera colectiva no nos quiera dejar salir de los titulares apocalípticos que
engalanan los noticieros.
Idiota Inútil, publica 9 cuentos
escritos por Javier Barrera Lugo (1 por las siguientes 9 semanas), basados en
las 9 conclusiones que le ha dejado la pandemia por COVID-19, al filósofo sur
coreano Byung-Chul Han, expresadas en diversos medios de comunicación y que,
para criterio del escritor, son contundentes y veraces.
A continuación, presentamos el cuarto
postulado de Byung-Chul Han, y el cuarto cuento de Barrera.
** Reflexiones del filósofo
Byung-Chul Han, sobre la pandemia por Covid – 19, tomadas de una entrevista
para Carmen Sigüenza y Esther Rebollo, de Agencia EFE. Todos los derechos
reservados a sus autores.
BYUNG-CHUL
HAN SOBRE LA PANDEMIA**
Postulado
4.
“Con
la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo
nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de salud, se convierten en objetos de vigilancia
digital. El choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a
nivel mundial, que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de
nuestro cuerpo, dará lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que
también se monitorizará constantemente nuestro estado de salud”.
DE LA SELECCIÓN NATURAL Y EL IMPERIO DEL OLVIDO
“…Quería decir que cuando el enfermo se
acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los
recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por
último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta
hundirse en una especie de idiotez sin pasado…”
Fragmento de cien años de Soledad- Gabriel García Márquez.
Por: Javier Barrera Lugo
Foto de: Javier Barrera Lugo. Todos los derechos reservados al autor. 2021
La moralina, esa hija legítima
de la bastarda corrección política, empezó a dominar la psiquis mellada de un
país empobrecido hasta los tuétanos. No decir nada que pudiese ofender al
desgobierno y sus adeptos, era la consigna. Linchamiento público, pérdida del empleo,
dos gramos de plomo encapsulados adornando el interior del cráneo: esos eran
los premios a obtener por tamaña osadía.
Nada de protestar frente a nuestros detestables
conocidos, quienes prefirieron defender la legitimidad inexistente de un régimen,
que como todos los regímenes de este país de corazones sagrados en los que vos
confías, ganó las elecciones alquilándoles conciencias, votos, fusiles, tejas,
tamales y mercenarios a los gamonales de cada provincia.
Pero no sólo en lo recóndito de
esas selvas, montañas, llanos y costas, burlaron la posibilidad de permitir que
la gente tomar decisiones a conciencia. En las ciudades, el candidato títere y
sus secuaces, le hurgaron con el dedo untado de vaselina, sus miedos arribistas
a una porción gigantesca de la clase media (a la que como premio, un año
después de instalados en el solio del libertador, le clavaron impuestos hasta
por respirar) con el cuento de frenar al “castrochavismo
expansionista y ateo,” que según su discurso trasnochado y trastornado, pervertía
economías, espíritus, atentaba contra la esencia simbólica de ese Creador que
hace tanto nos olvidó. Una tendencia bolchevique que volvería maricas y
lesbianas a los niños con sólo invocar el nombre del sátrapa Hugo Rafael;
irrespetando así la sexualidad decorosa escrita en un testamento antiguo por profetas
misóginos perdidos en su fundamentalismo histérico hace milenios, y entregada a
nosotros por nuestros ancestros de la madre patria; porque sangre de indios patirrajados, los ciudadanos de los
estratos 4, 5 y 6, “la gente bien, las familias bien,” no tenemos ni una gota,
gracias a Dios y al tío Varitooo, pues, hoooommeeee…..
Ese sentido de absurda dignidad, gestado en
las menudencias de quienes condenaron cualquier atisbo de protesta, desde el
privilegio, acabó hundiéndonos… Ah, y por si acaso, terminamos peor que en
Venezuela... ¡Hágame el H.P. favor!
El gobierno recién posesionado le
añadió a una sociedad vapuleada, más desorden, toneladas de represión; y cuando
todo se puso color de hormiga, aumentaron los problemas implantando medidas poco
efectivas para atajar el virus chino que se tomaba el mundo. Llegó la
enfermedad a un país que estaba arrasado por la violencia, la corrupción, el
crimen y la peor de todas las plagas: la impiedad.
Mientras el “presidentico,” se
gastaba la plata de la gente intentando lavar su imagen pública a través de entrevistas
realizadas por “periodistas top,” a
sueldo del régimen, y cuyas transmisiones pagó a precio de vacuna en los medios
de comunicación más prestantes y nada veraces; en las calles, los ciudadanos enfermaban
por miles y morían por centenares día tras día. En respuesta a esta masacre
silenciosa propiciada por el estado, los presentadores de noticias (ojo, no los
de farándula) mostraban videos del excelentísimo bufón tocando guitarra y cantando a dúo con el “medio presidentico”
del país de al lado, triste caricatura inventada por él y sus amigos del pacto
de Lima-Limón y chispas de chocolate, mientras esperaban la caída incierta del
burro que reemplazó a Hugo Rafael; o llevando a la piara a pasear en el avión
presidencial, y hasta ayudándole al
vicepresidente a quitarse una lagaña en una junta de gabinete.
La mayoría agonizábamos lento, muy lento,
vapuleados por el desempleo, la nula existencia de ideas de la dirigencia y el
empobrecimiento al que fuimos condenados por un tipejo que nunca fue capaz de
ver más allá de su ego, sus abundantes carnes y la vocecilla socarrona del
mentor.
A diario gotas de terror en las
noticias: niveles desbordados de moribundos en los hospitales, comerciantes
ahogados por las medidas restrictivas adoptadas por mandatarios locales de
izquierda, de derecha, de centro, de medio centro, de extrema incompetencia
como regla. Fiestas clandestinas, hambre, trapos rojos en los dinteles de las
puertas, una ciudadanía ahogándose en carencias. Mientras, los dueños del
poder, el establecimiento que no mostraba la cara sino la chequera, los tildaba
de renegados, de revoltosos, de indisciplinados. Un estómago vacío era la
invitación perfecta a la insubordinación,
a afrontar el dilema: ¿morir de hambre o por el virus?
Si alguno “osaba” salir a quejarse,
gritar de físico hastío junto a una mayoría vejada, era tildado de irresponsable…
“¿Cómo salen a protestar con un virus mortal latiendo en cada calle?”
Preguntaba el poder. Y aconsejaba: ¡Protesten por internet! ¡Hagan plantones
por zoom! ¡Griten con tapabocas desde sus casas! ¡Invéntese cacerolazos en sus
baños con las puertas cerradas y la ducha a todo lo que dé…! Usaron el virus
como arma de censura, los muy descarados…Pero nunca cerraron los bancos, las
grandes superficies, las fábricas de cerveza, los cultivos industriales de
coca, las plantas de gaseosa. Los negocios de sus patrocinadores eran
intocables.
Así de caldeada estuvo la cosa.
Vaya raza de trúhanes, que aún sigue montada y nos empalaga con promesas tan
absurdas como la comodidad de quienes las abrazan sin cuestionar.
Las tan ansiadas vacunas, le llegaron tarde a Juan pueblo. El virus acabó con más de
ciento cuarenta mil vidas en veinte meses. Las medidas para atajarlo destrozaron
la poca economía formal y empleadora que existía. Un microorganismo y varias bestias graduadas
con honores en Harvard, dejaron a veinte millones de personas en el asfalto.
Años de horror, rabia, tiempos en los que el pez grande se comió al chico; aunque
sádico, jugó con él antes de embuchárselo. Le dio a su presa, pequeñas dosis de
ilusión sin sustento, la subió al cielo y desde allí la dejó caer para que estallara
entre sus fauces.
No fue ni lo último, ni lo peor
que sucedió. La mala salud no produce riqueza. Los dueños del país necesitaban
recursos para engrasar sus empresas, hacerlas viables en los reportes mensuales
del Wall Street Journal. La gente
encerrada es ingreso potencial represado, deuda latente que debe colocarse para
que el paciente sangre hasta casi la extinción, pero no muera. “¿Quiere hacer
el viaje de sus sueños después de tanto encierro, comprar carro o el último Ifon y no tiene plata? ¡Aproveche! La
pandemia se está acabando… ¡Hipoteque su casa con bajos intereses y cómodas
cuotas para que disfrute…! El gobierno le devuelve medio punto del IVA que sólo
está en el 49 %…”
Eso le dijeron los bancos a la
gente... Y la gente, pueblo embrutecido
y fácil de complacer, cayó sin chistar en la trampa. Un par de años después:
remate judicial… La cochina calle. ¡Los
mocos de un “chino” llorón no atajan el desalojo…! ¡No hay trabajo! ¡Eres un
perdedor, suicídate! La dinámica de los negocios en plena acción. El pez grande
se volvió a mandar a la tarasca al currutaco…
Sin otra opción, muchos debimos
salir a mendigar un trabajo, hacer lo que fuera para pagar deudas, sobrevivir,
rebuscar, retacar, intentar algo para no sucumbir a la pandemia del hambre… El
mercado laboral era una tragedia de 45 puntos porcentuales de desocupación. Los
puestos que no fueron destruidos por la pandemia y su gestión, los asumieron
máquinas (baratas, no se ausentaban por enfermedad) y trabajadores esclavos de maquilas
y call centers de países difíciles de
ubicar en un mapa, que cobraban cuatro veces menos sueldo y no jodían con
permisos para ir al médico o recibir las notas de los hijos colegiales. Salir a
molernos a golpes y en ayunas contra gigantes fue la única opción. Ni siquiera
delinquir era rentable. Para eso había estructuras que organizaban el mercado
negro, administraban mano de obra criminal
barata y estaban amparadas por aquellos a quienes no se debía criticar.
Nos volvieron parte de una
ecuación macabra. Al darwinismo social impuesto por el neoliberalismo económico
y social, le aumentaron una variable: “¿Está vacunado? Porque en esta empresa necesitamos gente
trabajando duro y parejo, todos los días.” Nos decían los seleccionadores
cuando pedíamos un puesto. Y no les faltaba razón. Debíamos “desgarrarnos” por obtener
un salario mínimo. Para eso, teníamos que “embutirnos” en un bus atestado de
contagiados y no contagiados, al menos, dos veces al día, interactuar con
personas de todos los calibres y pelambres (“simple pueblo,” diría la doctora Mafe
haciendo cara de fo y mil veces, fo, mientras rumiaba un baby beef patrocinado por su
marido y el gremio que representaba),
sudar, estornudar, comer, cagar, culear, dejarnos culear, respirar en espacios
que parecían hechos a la medida de las peores enfermedades. Por eso, sólo por
eso, la vacuna era parte de los requisitos exigibles para alquilarnos.
“No me la han colocado… El
gobierno no ha empezado a vacunar a la
gente de mi edad.” Contestábamos. Y era cierto. Ellos respondían: “Entonces, firme este papel
en el que libra de toda responsabilidad a esta empresa, que es una familia, y
que a bien ha tenido la deferencia de darle una oportunidad de progreso
personal y familiar en un país sin oportunidades; por si se llega a contagiar
del virus más mortífero en la historia de la humanidad y que ha sido casi
vencido en esta patria de héroes y tumbas, gracias a los poderes del divino
niño todo “monito” y bonito, ojizarco, del 20 de julio, al presidente gordo,
soso y canoso; y como es obvio, por el único, el omnipotente y con tres huevas,
el gran prócer de esta patria de carnitas y huesasos, el doctor Urbina Tréllez.
Agradézcales a ellos, indio bruto, cochino y pervertido, que volverán a tener
pan en su casa… Eso sí, por no tener la vacuna, tenemos que rebajarle el
sueldo… ¿Le sirve?
Y obvio, ni modos... Tenía que
servirme.
Trabajar, medio comer, medio mal
educar a los hijos, medio sobrevivir, estar completamente jodidos en este
desespero que llenó de úlceras el alma… Todos pensamos que una vez vacunados,
las cosas mejorarían; pero no pasó. El virus se potencializó. Variantes, nuevas
cepas, llenaron un ambiente lúgubre. Que la brasilera, que la surafricana, que la
del Reino Unido, que la de Girardot... La misma historia viciada, redundando.
Allá, en el paraíso, en los
países serios, todos vacunados contra las mutaciones en seis meses. Acá con dos
años de retraso, la primera vacuna se volvió ineficaz. Tuvimos que seguir esperando, continuar con un trabajo de
porquería y rogando porque un robot o una adolescente de la india, no nos quitara
el puesto que tanto nos costó conseguir.
Más y más protesta estériles; movimientos
en círculo, repetir lo mil veces dicho, olvidarlo al instante. El gobierno
respondiendo con palos, gases, balas de goma calibradas para sacar ojos, descargas
eléctricas con pistola taser por “lámpara y por jetón,” golpizas en el baño de
una estación policial, almohadillas llenas de balines disparadas a la nuca
adolescente que se despedaza por la violencia del taponazo, rejo para castigar
a esa “tribu de terroristas” que pide siempre trato justo, educación, salud,
libertad, dignidad, esas malditas cosas que deberían retribuirnos a quienes pagamos
impuestos cuando compramos el arroz y las lentejas de nuestro precario menú
diario. Pero no, no, no, no… Para el estado somos excremento, criaturas con
menos derechos que un perro de rico, lo de esconder, el ganado que se ordeña,
tetas fértiles, cero cerebro o identidad…
Las cárceles a las que nos
llevaron se atiborraron rápido. Allá también había pabellones para infectados y
para vacunados; todos moribundos, aunque unos con mayores privilegios. La
autoridad siempre vigilaba a los infectados; pasara lo que pasara, siempre iban
a la zanja, ya no tenían nada que perder, no se podían manipular con miedo…
Nuestros detestables conocidos,
siguieron repudiando las críticas salidas de nuestras entrañas. Como era de
esperarse, fueron vacunados antes que los médicos por el Ministerio de Salud. El
amo premia con galletas la obediencia.
El virus chino terminó
refundido en las gavetas de lo prescindible. Lo sustituyó otro aún más letal
venido desde Siria. Hoy peleamos de nuevo por no sucumbir al encierro, el
distanciamiento social, las efectivas mordazas desechables de color azul que
esconden nuestra mueca de zozobra. El nuevo presidente, también gordo,
respetabilísimo corrupto, tanto o más estúpido que el anterior; sale todas las
tardes por los canales de televisión enseñándonos a prevenir el contagio sirio,
aguantar, sacrificarnos por los intereses insignes de la patria boba… La
historia es circular, envuelve, sofoca, le encanta torturar. Como lo dijo un
nobel de literatura Caribe, sudaca y grande pensador: nuestra mayor peste es el
olvido.
26/04/2021