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domingo, 12 de julio de 2015

LA EPS

LA EPS

Fernando Vanegas Moreno




La EPS no podía garantizar sus cuidados. Día tras día, el deterioro del paciente era más notorio, quizá en otro país las condiciones fueran distintas,  pero en Colombia, no. Sus más cercanos, hicieron todo lo posible por romper las barreras burocráticas de un sistema de salud injusto y cuasi inexistente: cartas a las directivas de la entidad, a la Supersalud, al Ministerio correspondiente, derechos de petición, tutela…, nada, absolutamente nada fue posible. Lo más básico le fue administrado, pero él necesitaba cuidados de alta complejidad, había sido herido muchas veces dada su mal sana costumbre de intentar el bien para todos, sin egoísmos ni malquerencias, y eso, en un país como el nuestro, es, sin lugar a dudas, sentencia anticipada. En fin, sus buenas intenciones fueron retribuidas con sangre y el estado en el que hoy se encontraba, era solo el resultado de las mezquindades de una sociedad enferma que no permitía el bienestar y la confraternidad común.

Así transcurría el tiempo. En los pasillos de la clínica “La Nación”, se volvió costumbre macabra, apostar sobre el momento exacto en que la partida irremediable se diera. Nadie se lamentaba, nadie lloraba, nadie se condolía…, nadie hizo nada. Las enfermeras le suministraban líquidos cada 45 minutos, y los médicos pasaban a su cuarto cada 12 horas, muy mecánico, muy insensible, muy hijueputa. Pareciera que el juramento Hipocrático, lo hubieran hecho frente a sepulcros blanqueados, como si las facultades de medicina, y obvio, los actuales y futuros médicos, olvidaran que atienden seres humanos, que deben afrontar no solo el dolor de su paciente, también el de los familiares, como si aquello de: “Juro por Apolo médico, por Esculapio, Hygia y Panacea, juro por todos los dioses y todas las diosas….,En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción…”, lo hubieron encontrado en cualquier paquete de papas fritas.

Fue triste verlo llorar. Cada mañana pedía que le leyeran el periódico, y se dolía  como ninguno con cada injusticia redactada. De verdad quiso cambiar las cosas, lo había logrado en otras partes; infortunadamente, aquí fue imposible, fue el único lugar del mundo donde encontró que ser “bueno”, mata; que juzga de idiota y güevon al que se esmera por los demás, que vive de la ley del más vivo. Se repetía como para convencerse, que era un país hermoso, lleno de gente buena, que la gran mayoría lo respetó y lo acogió, que el problema era de arriba, del establecimiento, de sus dirigentes y sus secuaces…, para él siempre fue claro que el de a pie, el de ruana, el que no tenía nada (que eran la mayoría), eran los seres de luz más grandes del planeta, pero como había tocado fibras sensibles de las altas esferas, pues nada, su destino había sido marcado. Ya no importaba nada, ya había perdido. El sistema que había cuestionado, estaba colaborando a su partida, y la verdad, ya estaba cansado.


En la sala cinco de la funeraria Gaviria, reposa el féretro solitario. Nadie lo acompaña, nadie lo visita; en Colombia hace rato lo olvidamos, la cafetera sigue llena, el librito marica aquel donde firman aquellos que quieren “alivianar su conciencia y sus protagonismos al haber hecho una obra de caridad”, no tiene una sola firma. Hoy yace solo, tranquilo y relajado. Asistimos a una escena ensayada desde siempre, solo un cartel acompaña este entuerto: “EL AMOR FRATERNO…, DESCANSÓ EN LA PAZ DEL SEÑOR”.