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jueves, 27 de marzo de 2014

A CATA EN SU CUMPLEAÑOS: EL AIRE EN QUE NO ESTAS

EL AIRE EN QUE NO ESTÁS
Por: Javier Barrera Lugo









“Todo era de los otros y de nadie,
Hasta que tu belleza y tu pobreza
Llenaron el otoño de regalos.”
Pablo Neruda.-Antes de amarte, amor-.

“Retuve estrellas en el sur para animar tus ojos,
Guardé los cielos del glaciar para azular tus ojos
Que sepas que no es fácil respirar, el aire en que no estás”.
Pedro Guerra.- El aire en que no estás-.




Cata:

Lo importante siempre será tu presencia, las notas de ese viento que tu espíritu decidió volver hermano. Para ti lo más importante es estar en movimiento, quitarle espacios a la orfandad, tocar pieles que reclamen un poco de atención, calmar la sed de justicia esencial que dispone la imaginación cuando las personas pasan por dificultades que les aturden los sentidos. Libertad, una palabra que define el mejor regalo que nos das, virtud cargada de colores, latente, vinculante, clara como tu sonrisa inolvidable.
Las hojas de los limoneros de Yacó son el cielo que perseguimos por incontables tardes que duraron segundos y fueron la fantasía que echó raíces en un planeta gris hasta hacerlo estornudar con fiereza. Tú, unida a la eterna ambigüedad del cosmos, te metiste profundo en ese verde intenso lleno de nervaduras que se mezclaron con la espesura de la luz que golpeó nuestras mejillas con su calor hecho de gránulos, el azul y blanco de los firmamentos del pueblo encantado del que eres luz y música puesta en el olor de su fecundidad. Allá, tan cerca de ese espacio de paz en el que fuimos extraños amotinados contra la tristeza, te conocí. Por primera vez testifique cómo tu dulzura rebasaba cualquier posibilidad, que tu esencia presentía el primer campanazo de inmortalidad atada a la pata trasera de un gato amarillo, pero estábamos tan felices, tan ebrios, que esas nimiedades se quedaron ancladas a los días elaborados por la congoja para extrañar.
Y así has pasado y dejado huellas en las arenas que tapizan el tiempo de un lugar que nunca dejará de ser el origen de mis alucinaciones más limpias. Germinaste en el erial y ahora, que eres la tibieza de lo bueno que tengo en el alma, ese lugar me está prohibido, y puede que suene egoísta, pero de qué sirve leerle las líneas de la manos a Dios cuando todo lo que encuentro me remite a la prehistoria de una naturaleza que me cuesta entender. Los límites del universo están cerca, son insondables, se parecen a las sombras que no tiñen el pavimento cuando quieren lloverse sobre los silencios de la gente. Eres la música que serás, el arcoíris plagado de magia del cual los poetas varados y rebeldes vivimos enamorados.
Hoy estás de cumpleaños y después de mucho tiempo no celebro lo macabro de tu despedida prematura, al contrario, mantengo el corazón abierto a tu esencia; entendí que tu partida fue un evento cruel, una canallada del destino; nunca lo que eres. Me enseñaste las caras que se funden con los secretos que las palabras honestas manifiestan, la belleza de lo que se niega a ser oscuridad, las sonrisas tiernas, el poder que tiene el silencio para llenarme de paz los momentos en que le abro agujeros al techo cuando divago. No niego el dolor, ese demencial engendro estará presente en mí por lo que reste de vida, este enemigo me curte el alma, pero no llegará a contaminarme con odio; he logrado amainar sus gritos en la madrugada, sus uñas marcan mi pecho sin infectarme, no quiero comprar sus pócimas malditas, han surgido de mi espíritu y sangre tus caricias, el amor, las ganas de vivir un poco más, y todo gracias a tus apariciones en sueños para salvarme, como sucedió desde que te hallé, la eterna compañía que me brindas cuando el frío se cuela por las ventanas de un bus atestado de extraños sigue siendo mi escudo.

Hoy estás de cumpleaños y sé que estás cuidando a muchos niños que te necesitan, a cientos de seres que se sienten perdidos y descubren en el arrullo de tu viento mil razones para no creer que nada tiene sentido. Cata, de ahora en adelante celebro tu vida solamente, lo que me diste, lo que me das, lo que siento por ti y nunca olvidaré, las canciones de Pedro Guerra que me hiciste aprender a la fuerza, la aparición del rebelde Mario, personaje de Los Miserables y su anhelo de cambio, de la sociedad justa que creíste posible a través de la bondad y las luchas como el valeroso colibrí que se niega a quitarle la belleza a las flores que engrandecen un muro que se cae a pedazos.
Muchos eventos seguirán ocurriendo y tú eres mi invitada para que los veamos en primera fila. Así como esa imagen del limonero suspendido en el calor del lugar más hermoso que veré jamás se volvió la portada de un libro que comenzamos a escribir, así también me di cuenta que el cosmos se presenta como una cantidad infinita de perfección que queriendo, me enseñaste a disfrutar mientras estuvimos juntos compartiendo la física de las razones que vuelven un sublime acertijo el arte de construir sobre las aguas.
Feliz cumpleaños, Filipina, sólo tú tienes el poder de soñar y hacer que aquellas quimeras guardadas con celo en el cariño se vuelvan piedras que construyen el nuevo orden de las cosas. Estoy feliz de saber que estás conmigo en todo lo que logro, y que no descuidas la misión que te puso la energía central de lo existente: confortar a los que menos tienen, a quienes se luchan su paso por el mundo desde muy corta edad. Nunca podré ser egoísta y menos contigo; eres un ángel colmado de bendiciones y sé que lo que me diste generosa lo estás multiplicando en un montón de existencias que lo único que quieren es seguir batallando porque entendieron que los amaneceres tienen fecha de caducidad.

Un beso gigante de este poeta que te guarda en un lugar especial de su corazón, sus recuerdos, su trasegar diario.

lunes, 24 de marzo de 2014

SOBRE LA CUMBRE DEL MEDIO DÍA

 SOBRE LA CUMBRE DEL MEDIODÍA


Alejandro Marcelo Corona, Córdoba, Argentina




Un profundo barranco nos devoró las piernas durante varias horas. El sol caía plomizo sobre nuestras espaldas; entre las profundidades de las yungas anduvimos, machete y hombre, fogoneando la esperanza, abriendo paso a la columna que de a poco se despeñaba por la gruesa estampida del calor izado desde el barro húmedo y gredoso.
A lo lejos una bandada de pájaros cortó la quietud de la mañana ya antigua. Rasaron sobre nuestros cascos, eran guacamayos azules que de pronto le devolvieron la vida a nuestro camino. Un ruido a furia de agua comenzó a endulzarnos la fatiga. Buscamos su paso. Cuando encontramos el peso del río violento algunos de nuestros compañeros se precipitaron a refrescarse.
Era el primer contacto con agua, luego de andar por la espesura selvática entre el barro y los animales, las enfermedades y las desesperanzas. ¿Era esta la exigencia que nos pedía la revolución? ¿El dolor extremo, la clandestinidad, el olvido de nuestros seres queridos? ¿Defender la Patria Grande contra la intromisión constante del imperio, mientras el resto duerme en la tranquilidad de su casa?
Renegaba en mis pasos consumidos por el pensamiento huraño. Recordaba las palabras de Camilo Torres, buscar a través de medios eficaces la felicidad de todos, amar así verdaderamente a los empobrecidos de nuestro continente. Mi mente vagabundeaba, increpándome, rasgándome la conciencia cristiana, revolucionaria, socialista.
Miré el agua con su traje de vida y recuperé el optimismo. Cuatro compañeros se desprendieron de la columna, llegaron a la orilla, comenzaron a desnudarse, cuando tomaron contacto con la comisura del río una ráfaga de metralla ardió desde una barricada en la otra orilla. Aquel ramalazo de fuego y plomo dejó tres cadáveres en la arena.
- ¡Carajo, los gringos! – grito Arnulfo Rojas tirándose al piso
Tomamos resguardo de inmediato. Dos hombres en el agua boqueaban su último aliento sobre la corriente rojamente enardecida de muerte. Aquella línea de fuego descargó su ensañamiento sobre nuestros cuerpos. Silbaban en nuestras cabezas como avispas enojadas las balas del enemigo. Nos cubrimos tomando una posición de fuego favorable.
Cuando estuve a salvo, comencé a leer los disparos buscándole el origen. De cuclillas detrás de un paraíso robusto, coloqué mi ojo sobre la mira del rifle hacia la barricada. La posición aquella permitía desnudar la presencia del ejército de aquel dictador.
Totalmente descubiertos, eran dos; juro que odié aquel momento. El sol se ponía de azufre y descansaba su rigor sobre mi parietal. Ejecuté con calma dos disparos certeros; pude observar el desplomo del primer soldado, el segundo, sorprendido, no pudo huir a tiempo y fue destrozado en la ejecución.
Apenas disparé, volví mi espalda para apoyarla sobre el paraíso que se mantenía erguido, atestiguando mi terrible miedo. Respiraba hondo, asustado; era mi primer disparo sobre un ser humano.
- ¡Vamos al foco Antonio! – gritó Ceferino Roldán, advirtiéndome que revisarían la zona y yo debía resguardar sus espaldas.
Afirmé con la cabeza e hice un gesto de movimiento con la mano derecha mientras sostenía con el antebrazo izquierdo mi fusil caliente. El silencio azotaba junto al sol mi espinazo con un escalofrío duro; la adrenalina me salía por las uñas, me rascaba la cara, todo era como un pesado sueño.
El río incrementó su fuerza. Tres compañeros procuraron retener sin suerte los cuerpos sin vida de los caídos por el fuego enemigo. La vehemencia del agua no permitía a la pequeña tropa alcanzar la otra orilla. Los soldados hacían grandes pasos para cruzar, el agua les cubría hasta las rodillas, los fusiles eran alzados con las dos manos para evitar humedecer la pólvora.
Jamás mis manos habían dado muerte a nadie. No podía creer que éstas manos hubieran quitado de la faz de la tierra a un ser. Con la mira puesta sobre la barricada enemiga buscaba percibir un mínimo movimiento, los cuerpos yacían. Decidí salir de mi escondite. Fue una pésima decisión. El fusil apuntaba hacia la dirección de los cuerpos pero descuidé el frente.
- ¡Cúbrenos las espaldas, mierda! – se enfureció Ceferino.
Cuando volví mis ojos a la mira, pude observar que un tercer hombre se alzaba con las metrallas de los dos caídos y gritó:
-¡Mueran, indios de mierda!
En el mismo momento que gatilló sobre sus armas, le acerté un primer impacto sobre el hombro provocando una ráfaga de metrallas como una víbora desbocada que se arrastraba por todos lados. Mis compañeros disparaban, buscaron refugio en vano sobre el corazón del río, pero sin demora le acerté un segundo impacto que le ingresó por el cuello y un movimiento reflejo hizo que se cubriera de inmediato la garganta que se teñía de púrpura, cayendo inerme hacia adelante.
Los ojos de ese hombre se abrían grandes, yo podía verlos a través de la distancia, quizás sorprendidos de hallar la muerte se agigantaron hasta perecer. Ese hombre no buscaba la muerte, pero la halló sobre la cumbre del medio día. Ninguno de nosotros vino a buscar la muerte. Juro que lo vi en sus ojos, ese hombre vino a buscar la gloria y encontró este final. Los ojos bien abiertos, sorprendidos, comenzaron a llenarse de moscas cuando cayó duro junto a sus compañeros desvanecidos.
Por fin la columna alcanzó la otra orilla. Yo hice lo mismo, con una esperanza ciega de encontrar a aquellos hombres con vida, de no sentirme un asesino. Los soldados revisaron las pertenencias, se peleaban por ellas. Uno se probó la camisa manchada con la sangre final. Otro se guardó un anillo de oro, otro tomó una medalla del Jesús Redentor, las botas eran reñidas por dos soldados tupizeños. Cuando llegué, los tres cadáveres ya estaban casi desnudos. Yo tomé un cuchillo que reposaba cerca de su bota.
Tirado junto a la mano derecha de un combatiente, una fotografía. Limpié la sangre que la cubría. Una mujer hermosa abrazaba al hombre, dos niños sonreían con una belleza parecida a la felicidad. Digo, a ese momento de la vida en que ella nos golpea la puerta y nos invita franca a su morada. Aquel hombre había conocido la felicidad que yo anhelaba buscar con la revolución. Con este grupo armado quería buscar algo que nos pertenecía a todos.
Aquel hombre partía desde la felicidad, tenía una familia, una mujer que aguardaba su regreso. Dos niños que veían cada mañana inútilmente el retorno de su padre. Una mujer se recostaba sobre una almohada cálida pronunciando su nombre.
Yo contemplaba la fotografía. Una lágrima quiso lacerarme. Una mujer lo soñaba y yo le había quitado la vida. Yo, que no era soñado por nadie, que nadie me esperaba en un sueño, sin mujer que aguardara por las noches mi regreso. Ningún tejido del insomnio era empuñado por una mujer. Al menos por la que yo amo.
Con estos mismos dedos, con los que una vez dibujé los labios de aquella mujer dormida. Con este mismo índice que recorría sus lunares, que los contaba, que surcaba su espalda rosada y pura. Con esta mano que le escribió los versos más nutridos del amor, con esta misma mano pude detener la vida. Con la mano de dar amor, di también la muerte. Cruzó un rayo negro sobre mi frente. Quise volverme María a tus brazos, a tu sonrisa tierna. Quise tirar el fusil, abandonarlo, correr a tu lado. Te imaginaba, tú chica de bien, sin coincidir conmigo en la revolución, juzgándome, enjuiciándome por asesinar a un ser humano, por darle muerte. Enojada, explicándome una y mil veces que la violencia no soluciona nada. Y yo sollozando por tu encono.
Me había descubierto, sobre el río Tupiza, como un desdeñable asesino. El bautismo de fuego me había dado un nuevo espíritu. Quise hacerme fuerte.
- Volvamos al camino - dijo Ceferino, nos aguardan en la vertiente.
Yo dejé a los hombres tirados, me persigné tres veces. Te imaginaba diciéndome que Dios no justifica ninguna muerte, que soy una contradicción andante. Estrujé fuerte mi fusil y seguí la columna. Intenté dejarte en aquel costado del río. Fue inútil. Volvería a descubrirte como una pesada mochila sobre mis espaldas algunas leguas más adelante.

Ya no era el mismo, el fuego me había devorado el alma. La revolución murió en el horizonte de mi vida. De manera egoísta apareciste tú y quise dejarlo todo por correr a tus brazos. Preso de mi libertad, de elegir este camino seguí andando bajo el grillete del orgullo. No sabía que matar tenía este agrio sabor a justicia. El sol rompía con sus olas de fuego mi cuerpo débil y tu recuerdo ardientemente vivo me incendiaba en las manos de asesino, tú cada vez más lejos y a mí me dañaba el oscuro olor a muerte que tiene la libertad en este continente, que solía ser un paraíso.

viernes, 14 de marzo de 2014

EL SENTIDO DE LA VIDA EN ROJO

EL SENTIDO DE LA VIDA EN ROJO

POR: JAVIER BARRERA LUGO.



Saray Ramirez Pérez, una adolescente bogotana (nace el 25 de junio de 1996) quien se destaca no sólo por su alborotada melena roja y sus carcajadas estridentes, sino por su notable talento como poetisa, es la invitada de esta semana al blog Idiota Inútil, donde además de la semblanza que inicia, incluimos un par de sus versos: Por el beso clandestino y La noche no fue de nosotros.
Saray, integrante como alumna del Taller de creación literaria de IDARTES 2.013, fue la primera persona con la que interactué en dicho evento. Aunque se cataloga como una “tímida muchachita”, su empatía, don de gentes y una pizca de excentricidad llaman la atención de las personas cuando la conocen. En ese momento, agosto de 2.013, cursaba el último grado de bachillerato en el colegio Nicolás Buenaventura de la localidad de Suba. Me sorprendió su edad, comparada con la de la mayoría de los participantes; pensé que era una de esas niñitas que escampan en cuanto evento de carácter cultural se organiza simplemente por alentar un cliché de rebeldía, pero me equivoqué: una creadora precoz, una voz refrescante en el ámbito lírico de la ciudad emergió de entre las nieblas de los cerros del noroccidente de Bogotá.
Nuestras primeras conversaciones no se limitaron al espectro del lenguaje escrito, sus influencias sonoras (autoproclamada “enferma” por HIM, Janis Jopplin, Marceo Parker, The Strokes) vinieron al caso en la plática, porque además de hacer voces en grupos de rock, respira música, es música. Así como son música en el alma sus gatos: Poe, el amarillo (llamado por este escribidor snowball II) y su adorado Dalí (Q.E.P.D.), el negro.
Escribe desde el 2.010, y cuando le pregunto hasta dónde quiere llegar, a quién quiere llegarle con sus letras coloradas, cuáles son sus metas, me responde tajante: “La verdad busco personas a las cuales no les gusten mis escritos, (sin incluirme) intuir distintos puntos de vista, saber qué es una puñalada literaria y sentirme más enamorada de la literatura, amar más y más. ¡Ah!, también aprender a escribir.”  Así de desconcertante y “pila” es Saray, una militante de las letras tan dignamente representadas por sus “malditos” autores favoritos como llama a Alejandra Pizarnik, Edgar Allan Poe, Julio Cortázar, Albert Camus y Ernesto Sábato.
Desde esta tribuna auguramos un desarrollo literario lleno de éxitos para Saray. Todo el apoyo para una mujer cuyo color de cabello sintetiza el sentido intenso de su espíritu: rojo.

Una última cosa. Pueden acceder a más literatura de la pelirrojita en su blog: http://sarayramirez.blogspot.com, y en el blog del Taller de Creación Literaria de Suba: http://contactoescritosuba.blogspot.com.
Disfruten de la creación de Saray Ramirez y no olviden comentar, reenviar a sus contactos y promover, la creación de la nueva sangre poética de la ciudad.



“Ya sé, ya sé ¿pero qué cosa hubiera podido
Dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De
Alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que
Siguieras”.




LA NOCHE NO FUE DE NOSOTROS

Y así pasó la noche, la noche desgraciada,
Cabellos tuyos, cabellos míos
Pasean la alfombra desgastada.

Sueño, bendito sueño
Apodérate de nuestros pensamientos
Ellos tan sucios, sufren de insomnio.

No logrará la manceba
Pegar el ojo en toda la noche,
Con su escapulario decrépito lleno de telarañas.

Aquel ajado objeto no permite
La unificación de aquellos cuerpos,
Cuerpos ansiosos por descansar.

El hambre saciada al amar es
Penuria, penuria mía
Ya no se aguanta más.

O es tocar ese seductor ente,
O es morir de abstinencia al contemplarte, 
Desnuda sí.

Como cuando el agua del mar,
Pasa sobre la tersa arena
Y la deja desguarnecida.

¡No tengas miedo!
Que mi piel cubrirá la tuya,
Si así lo quieres.

Despojaremos las sabanas tortuosas,
Mandaremos al infierno esa ropa
Sólo si el momento lo permite y hay deseo.

Si tú me lo concedes, y 
Si la noche se antoja de fundirnos
Siendo la noche no nuestra.

Nuestros párpados contabilizan cada segundo,
Malgastado hablando
En donde la noche no sea ni tuya, ni mía.

Quiero que la noche sea
Unión de mentes corrompidas
Donde la oscuridad confunda nuestras almas.

Esperemos a que lleguen 
Los primeros reflejos del alba
Y nuestros cuerpos sigan aún con vida.


Saray Ramirez Perez.