Páginas

lunes, 7 de marzo de 2016

EL PALOMO

EL PALOMO
Fernando Vanegas.
I
Viernes, 10 de la noche…, la rumba universitaria se hacía sentir en cada esquina. Para entonces, la Fundación universitaria Los Libertadores, quedaba en la calle 66 con 10ª, en el corazón de Chapinero, o Chapigay, como coloquialmente se conoce hoy día. La cofradía estaba completa: Jaime Arturo, el “gordo” Edisson, Julio César, William, Elkin, César, Juan Carlos, Alfredo “el Rosadito”, Dagoberto, Jaime Barrero “Pirulo”, y por supuesto, yo. Todos nos reuníamos en un Renault 9 blanco, al que de cariño dimos por bautizar “El Palomo”, que pertenecía a “el Gordo” Edisson, y que funcionaba como bar, celestina, baño, centro de estudios, alcahuete y compañero.
De vez en cuando se unían a esa alegre comparsa, Pedro Luis, Marianito y Placido, grandes bebedores, mejores e insuperables maestros; puedo decir, que de gramática, semántica y estadística, aprendí más ahí, al calor de los tragos, que dentro de las aulas, y creo que para todo el combo fue lo mismo. El aguardiente y la cerveza pasaba de mano en mano, sin egoísmo, con confianza; los fumadores, nos apartábamos un poco para no incomodar, y William, el bacán,  siempre se emputaba por ese “hábito tan maluco”. Ese era el hombre, y tenía razón.
En el año del señor de 1994, mi cercanía y empatía, estaban orientadas y marcaban línea directa con Jaime Baquero y César Vanegas, el primero, mi sensei por muchos años, el segundo, bueno, el segundo, un perdido igual a mi…, muy pilo, gran escritor, sarcasmo a flor de piel y humor negro, obscuro, jodido…, resulto un gran redactor…, resulte mejor persona. La música no podía faltar y los parlantes de ese carro, explotaban en los oídos de todos los que osaban acercarse a “gorrearnos” trago. Esa era la escena primaria del crimen que solo terminaba en la madrugada.

II
Así es que me gusta a mí, cuando tú te mueve' así, tú me rompiste el corazón, con tu mini y tacón” Cantaba y bailaba William, emulando a Fulanito, un grupo merenguero de moda en los 90, mientras el dueño del chuzo, o sea del carro discoteca, Edisson, amante del vallenato de Diomedes, refunfuñaba buscando el CD del “cacique”, y al mismo tiempo entonaba aquello de “Para que me quieres culpar si tú eras para mí, como agua pa'l sediento, acaso no recuerdas ya que me sentí morir, sin la miel de tus besos….” 
Entre tanto, sobre el baúl, los demás le hacíamos bullying al “tumbalocas” de esa facción. Ocho días antes, la esposa lo había encontrado con una amiguita y las marcas en su cara nos contaban lo duro de ese momento…, “¿se afeito con dinamita?”, fue lo más simple y sencillo que se llevó ese muchacho aquella noche, y en medio de risas, vallenatos, la labia eterna e inagotable de “pirulo”, los dichos de Julio César y los consejos de Jaime, se dieron las doce, hora de muertos, de fantasmas y de brujas, en nuestro caso, momento preciso para marcar rumbo a ninguna parte.

III

“Taberna paisa, lo que se dice paisa en Bogotá, solo existe el Cabuyal”, bueno, eso rezaba una cuña radial, falsa por cierto. Existían muchas, y nosotros las conocimos todas…, era increíble cómo, en un carro cuya capacidad era para cinco, (y luego de estudiar a profundidad el juego del tetris), llegamos a caber 12 y 14 personas. Una vaina sin sentido, pero fue real. Visitamos cuanto antro fue posible, tomando un trago aquí, una cerveza allá, hasta completar un recorrido bohemio, etílico y fraterno. En otras oportunidades, sí se establecía de antemano un destino; todos (excepto yo, que siempre he sido un tronco y tiene más sabor un cubio), eran grandes bailarines y amantes de la salsa, y por supuesto, lugares como: Siguaraya, Ambrosias, La tienda de los guaros, El Goce, y Anacona, nos recibieron con agrado en cada oscuridad. Yo le cuidaba el maletín a Julio y encadenado a la barra, veía a los demás conquistar, o bueno, tratar de ligar a la fea del lugar. Pero todo era tranquilo, nunca hubo un problema, a excepción de aquella noche en que “el rosadito”, preso de los celos por una vieja que ni bolas le paraba, intentó pelearse con Julio César, riña que no prosperó, gracias a la intervención de todos y la verdad, a que sabíamos que el chino era un culicagao, y no valía la pena; solo eso, nada más, eso fue lo más cercano a  nuestro Street Fighter de vereda.

IV
Dos de la mañana. “Para que se quiere tanto para que, si el amor es falsedad es ilusión…”, “ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia…”, Amada es imposible, borrarte en mi memoria, me persigue el recuerdo de tu extraño mirar…”, “Me gustas completica, tengo que confesarlo…”, Esas eran las notas que se desprendían de las gargantas de nuestro emotivo clan, voces aguardentosas y trasnochadas; era hora del regreso al hogar, teníamos clase de siete y aunque no lo crean, fuimos muy responsables. Edisson era un mago, se echó a cuestas el trabajo de llevarnos a cada uno a nuestras casas, la mayoría vivía al sur de la ciudad, incluyéndolo, pero este muchacho, quien escribe, residía y reside en la comarca de Suba, y en esos años, la última diligencia pasaba a las 12 de la noche. Pero al Gordo no le importaba, en ocasiones, para espantar el sueño, se dejaba solo en bóxer, y así, semi desnudo, me dejaba en la puerta de la cabaña, lo admire por esa lealtad, lo quiero por todo este pasado.
El sábado llegaba sin novedad, recordábamos las hazañas de la noche, enmarcábamos nuestros sueños con fulgurantes futuros, reíamos y compartíamos sin preocuparnos más que por el “ahora”, cuando lo real, lo duro, lo importante y trascendental, era el “después”.

V

Hace muchos años solo tengo contacto con Elkin…, no sé dónde están los demás, solo espero que la vida, les otorgué lo mejor, se lo merecen. Que los recuerdos de ayer, sean solo eso, recuerdos; que una sonrisa se dibuje cada mañana en sus rostros, por sus familias, por su prosperidad y por qué no, por estas idioteces de muchachos, solo quiero para ellos una alegría inmensa.

Y aunque “El Palomo”, hace rato voló con nuevas alas, sueño que algún día en su aletear de añoranzas, nos recoja de nuevo a todos, y nuestra existencia nos obsequie mil sonrisas y una canción inesperada.