Páginas

lunes, 4 de abril de 2016

¿EL ORIGEN DEL MAL?

¿EL ORIGEN DEL MAL?
Por: Javier Barrera Lugo


A cada uno el demonio nos saluda con amabilidad cada vez que estamos en la mina o en la chacra haciendo lo que el amo y sus secuaces nos ordenan. Pregunta por aquellas familias que se borran de la memoria, el calor de la selva que queda al otro lado del mundo y tenemos tatuada en el iris, por las palabras que dejamos pegadas al amamba, el agua, cuando el hombre que dice ser nuestro propietario nos adornó los tobillos con fríos grilletes de hierro y nos trajo hasta su reino de niebla y sal, para trabajar bajo una lluvia que no deja de llorar.
       No sé si este demonio, una metáfora de alas inmensas que mueve las hojas pardas de nuestros espíritus, sea más despiadado que el hombre que intenta robarnos la transparencia del corazón con oraciones recitadas a un todopoderoso que nunca quiere hablarnos, mientras con el látigo nos deja la espalda en carne viva.
       El demonio no quiere doblegarnos el espíritu, al contrario, invita a cantarles a los dioses bantú (pueblos e ídolos son lenguajes), sus hermanos, para que no se sientan olvidados, que nos abramos el pecho con la punta de un rayo de plata y dejemos que las flores se escapen y lleguen a la montaña sagrada donde nacimos, morimos, volvemos a nacer, a morir, y le aullamos a la luna un universo entero de metáforas porque los ciclos son perpetuos.
       Todas las mañanas el dueño del mundo que caminamos, pequeño como una lágrima, nos dice que el mal se mide en desnudeces, insurrecciones y libertades. Yo no le creo. La naturaleza es sabia, venimos con lo necesario. Si la ropa fuese primordial, naceríamos vestidos; si de callar hablara el acertijo, no tendríamos boca; si fuésemos esclavos, nos quedaríamos encerrados en el útero de la madre.
       El demonio es poesía, hablar duro, pero con respeto; nunca he escuchado un insulto de su parte hacia mí. El origen del mal es el silencio, su apostolado, perpetuarlo o  conformarse con soportarlo. ¡Hoy tengo ganas de cantar y ser magia! Aprovechando que el amo tiene una gripa cerrera, te hablaré bajito de la verdadera cara del diablo, joven Abeeku, de los espíritus errantes que somos todos los que alguna vez implantamos en el corazón la certeza de caminar por la tierra sin que nadie nos indicara una ruta a seguir.
       Los defensores de una fe minúscula, basada en las enseñanzas de un hombre al que crucifican con cada delito que cometen; los defensores del ultraje, que con palabras bellas y actos contrarios dicen preservar la verdad, tienen la misma lógica de los paganos a quienes temen y han perseguido por mil siglos, de los herejes como nosotros, pueblos unidos al atavismo hacia el fuego que honramos porque además de calor brinda luz, un elemento primario que utilizamos los personas para no sentirnos solos.
       Tras descubrir el fuego, la humanidad inventó a sus dioses, a los honestos, a los díscolos, dio vida a los rebeldes amándonos con la misma intensidad con la que nos odia. Los amos y sus amos, sintetizaron el cúmulo de miedos que los atormentaban en sólo dos deidades principales: dios y el diablo, a quien llamaron Luzbel, el portador de la luz.
       Y ese nombre es paradójico. Sus leyendas cuentan que antes de hundirse en la oscuridad del inframundo, este demonio fue el ángel más bello del cielo, pero sus ansias de poder lo llevaron a generar una rebelión contra la supuesta bondad de dios que casi acaba con la lógica del cosmos y terminó por condenarlo al más cruel de los exilios desde donde, supuestamente, tienta y convence a los hombres para cometer fechorías tan atroces como la insurrección, la libertad de conciencia, el sexo o las ganas de conocer.
       Los amos de los amos disfrazaron la naturaleza de su alma, el miedo que se tienen, su propensión al crimen y a atormentar al débil, creando una caricatura que genera histerias con la sola mención de su nombre, con la aparición de unos cuernos, un tridente, alas negras y hasta genitalidades erectas o mezcladas con características femeninas, como si la sexualidad y la fecundidad fuesen faltas contra el orden dado por la naturaleza.
       Demiurgo, Satán, “el patas,” “el putas,” anticristo, Baal, Asmodeo, son los otros apodos con los que se identifica al pobre Luzbel en estas tierras donde se cocina a fuego lento el horror. Lo llaman los señores con tantos apelativos que ya ni nosotros sabemos quién es. Es una dolorosa verdad.
       Los más viejos me contaron que en una tierra que se conoce como Roma, los reyes se sentaban a ver arder las casas de los pobres y sacrificaban, por creer en otro dios que no era el de ellos, a los ancestros de nuestros amos. Hoy, los blancos que poseen el mundo, hacen lo mismo con los que adoramos a la naturaleza, la verdadera luz, la auténtica e irrefutable verdad de la vida.
       Sabes, pequeño Abeeku,  nunca entenderé cómo esta gente que se nos come el alma, el cuerpo y cree que sólo somos cosas, ve con malos ojos  la música, de la que dicen es un atentado a la moral. Detestan nuestros tambores, las flores que salen de la garganta de mamá Nosipho cuando el calor que tienen sus entrañas  se mezcla con el de esta selva infecta a la que llamaremos por siempre hogar. Pecado es abstenerse de disfrutar los dones de la madre, del suelo, del cielo, la tierra roja de esa África ausente que tememos aún bajo las uñas, de los diluvios que duran un suspiro y llenan de vegetación la esencia de las cosas que existen. El diablo son ellos, por eso lo nombran tanto y le temen cuando se ven las caras reflejadas en el agua, cuando sus cuerpos están desnudos, cuando cierran puertas, ventanas y corazones mientras copulan.
      Te prometo una cosa, amigo, desde hoy seré un demonio. Ya estoy cansado de implorarle favores a unas estatuas que siempre están sufriendo y jamás me responden, a una masa de yeso, madera y pintura demasiado triste. Los demonios, los que nos describen los amos,  no agreden, no violan a las esposas de otros, no dicen ser mejores que otros cuando el pánico los doblega y se pegan del color de su cuero pálido para imponerse.
       Soy negro, no idiota. Mi historia es igual que la de muchos, sólo que se ha desarrollado en otros lugares, en otras circunstancias. ¡Sí, seré demonio! Demonio unido a más colegas que queremos cambiar las cosas, los que vemos siempre belleza en el mundo y sus seres, los que no nos limitamos a ser simples monstruos que acumulamos piedras, tierras que son de todos, leche que regalan las vacas. ¡Sí, seré demonio!
       Seré dueño de supuestos pecados y sismas, leeré las intenciones en el viento cuando corra a través de los árboles, sin inocencia malsana o infame cursilería. Escucharé aleteos mínimos en la penumbra, de colores disímiles, míos a perpetuidad. Renuncio a la miseria del corazón, a pensar como mezquino ángel que sea cómplice de las cosas brutales que hagan otros.
       Demonios somos los hombres dispuestos a salvar del hambre espiritual a quienes desesperados, transitan como sombras por las paredes de calicanto que levantaron los amos para encerrar  el alma de otros.

       Escribiré sentencias de vida en las nervaduras de los músculos de los dioses muertos esperanzado en que nadie las lea. Un día toda mi retahíla, la que has escuchado con paciencia, respetado Abeeku, será patente cuando los hombres como tú y como yo, como los amos, no nos limitemos a pensar que el demonio es malo y el resto, la cara linda de un paraíso que anhelan y nunca tendrán para sí.