HISTERIA DE KAUIL
SEMPER
SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
PROMETEO
Y LA OSCURIDAD
POR: JAVIER BARRERA LUGO
A veces quienes menos
apuestan terminan llevándose las mejores partes del cadáver. Se comen la médula
que representa la espiritualidad de lo que en ese momento son trozos de
proteína a punto de ser devorada. Rasgan las extremidades, trituran huesos de
lo que fue unidad y certeza de vida. Esos, que esperan boquiabiertos la
materialización de sus deseos, escriben música sobre los cuerpos
desvencijados de los mártires. El honor,
concepto llevado a extremos enfermizos por los poetas guerreros, los hace parte
inoperante de una jugada parasitaria. Suenan tambores de ejecución, la
muchedumbre hastiada de milagros ahora testifica con su silencio mordaz, el
pago que un ilustre desconocido hará plausible ante los dioses sordos que todo
lo cobran.
Prometeo les dio el fuego a
los hombres y ahora es encadenado en Escitia a una roca por la eternidad,
vientre al cielo para que un águila, cada día de la eternidad, le abra el cuero
del tórax y se coma su hígado, que en las noches se renueva para hacer palpable
el doloroso castigo por traicionar a los dioses. Los dioses, los putos
diosecitos inconscientes, se extasían viendo a través de las ventanas del
Olimpo, cómo su poder, fracturado por la arrogancia de un idealista, se
restituye y fortalece a través del miedo. Un tallo de cañaheja encendido fue la
ofensa, una víscera fresca el decoro que se restituye de la única manera
apropiada que sirve también para educar.
Patente de corso las ganas
de llegar al sol cobijado por la sombra de otro. El mártir cumple su condena,
los ídolos siguen recibiendo culto y sacrificios insignificantes, los hombres,
hipócritas como ninguno, reverencian, pero en la oscuridad de las cavernas
utilizan el regalo del titán para construir pequeños imperios. El fuego se
encapsula y termina sometiendo a los menos adaptados, a los cobardes, a los
débiles. Todo está consumado para quienes quisieron dejar huellas palpables en
el polvo del mundo y sólo consiguieron ser retratados por alucinados como
Esquilo, el trágico escribidor de fracasos.
Pero el protagonista de esta
historia no se conformó con ser el idiota que expió la necedad de los hombres y
sus padres. Según me contó una vez en una cantina de Yacó, la mañana del año
siete mil ochocientos cuarenta y nueve de su suplicio entendió que los castigos
dejan de tener vigor cuando desaparece el concepto de culpa. Al siguiente día,
cuando el águila llegó, la tomó por el cuello y le arrancó la cabeza, estiró
las cadenas y estas cedieron, se dio cuenta que sus carceleros, los dioses,
habían muerto hacía mucho y a sus reemplazantes les importaba demasiado poco su
suerte. “Siempre estaré solo, lo que sucedió debía ser, pero si algo me quedó
claro es que por ustedes no me vuelvo a echar la responsabilidad”, dijo, y
continuó: “yo fui la prueba fehaciente de que los hombres no merecen confianza,
que al igual que los dioses que detestan, prefieren comer mierda en silencio
monacal que compartir el pan, ese es el gran pecado de su género”. Concluyó.
Tomó dos tragos más de aguardiente y se fue sin decir adiós.
Mesías y ovejas ansiosas por
devorar, Prometeo y la longevidad de la ambición, todo redundando, creándose y
muriendo sin ninguna utilidad práctica. Trata de soñar y de luchar tus sueños,
eso es lo único valioso que puede guardarse un ser para el día en que todo
acabe. De héroes está lleno el cementerio, me recuerda alguien, un pragmático,
de escritores ilustres y sin voz las bibliotecas que nadie visita, añado, de
lugares comunes y discursos repetidos el planeta que más fracasos posee,
manifiesta un profeta. Trata de ser feliz en la oscuridad.