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martes, 30 de agosto de 2022

LAS RUINAS ARDERÁN

 

LAS RUINAS ARDERÁN

 Por: Javier Barrera Lugo

Advertencia inicial y epígrafe:

 

“Dios salve a Colombia de sus salvadores…”

Jorge Luis Borges, en entrevista con Gloria Valencia de Castaño.

 


Cada día es más notorio que nos contentamos con pretender ser la memoria de unos tiempos hace mucho borrados por las sombras de lo rutinario. Peleamos contra fantasmas creados en nuestras pesadillas que cuando ganaron confianza  nos quitaron, preñaron, cansaron, usufructuaron, envejecieron, amargaron, envilecieron y dieron una patada en el trasero a esa Colombia que juramos defender por la eternidad mientras duro la noche.

 

Nos gana la pusilanimidad colectiva. Un pueblo cobardón y conformista voltea la cara para no reconocer lo evidente. La mayoría de nosotros jamás tuvo el talante de defenderla, ninguno lo tiene o lo hará. Los de nuestra raza somos cobardes patológicos, tiramos la piedra, escondemos la mano, nos quejamos bajito y bajamos la crin cuando los politiqueros y los “dueños del país” nos tiran una galleta, un puesto, un elogio vacío. Somos conformidad hecha la panza llena por un día.

 

Colombia, esa niña (como la catalogó acertadamente Yuri Buenaventura en una entrevista) que siempre creímos entregaría su virtud por la gracia del amor pasional irredento, limpio, libertino; terminó  desposada por los siglos de los siglos amén, de blanco virginal y por la santa madre iglesia católica, apostólica, romana hasta los tuétanos, con un millar de “principetes” amanerados hechos de cartón, témpera aguada, sildenafilo y babas, formando un amasijo.

 

Viles y mediocres, los amantes de la “nación” la acaban a patadas mientras le susurran al oído un “te amo” doloroso como el hambre. Humillantes, la reconquistan cada tanto con piropos baratos, frases bonitas y huecas; cinco minutos después, con $ 100 de cilantro, arreglan cualquier problema y empieza la serpiente a comerse desde la cola… Obvio, la muy tonta cae en sus redes por enésima vez…El oído la traiciona.

 

Se adueñan de sus virtudes y después la desechan vejada unos salvajes sin honor. Todos los presidentes, en mayor o menor medida, lo han hecho, desde “longanizo,” libertador, el primero en imponer normas megalómanas a sangre y fuego hasta “porky,” ese ignorante vanidoso cerebro de pollo.  Como es obvio, lo comenzó a hacer la más reciente joyita de la lista: el desalmado “cacas,” quien no tuvo reparos en incendiar un país para hacerse elegir, sólo para terminar haciendo las mismas cosas en las que se escudó para incendiarlo… ¡Patético!

 

Criminales, taimados, pusilánimes en jactancia nuestros presidentes de turno;  aupados, además,  por una recua de cortesanos cuyas lenguas viperinas chuparon, chupan y chuparán sin descaro las arrugadas pelotas del otrora rival y en presente “nuevo mejor amigo,” si les otorga una migaja de poder, embajada, burocracia o mermelada a cambio de su silencio cómplice y un trasero ardiente disponible 24/7. Cada cuatro años mil marrullas para apoderarse del cuerpo y  alma de una patria, de una ingenua niña idiotizada por símbolos tan vacíos como la mayoría de cabezas de los habitantes de una república que nunca cuajó.

 

Nuestro sentimiento de culpa como votantes, por lo antes descrito, parece fenecer y revivir con virulencia. Lo bello queda enterrado en la lobotomía que al terminar su administración, los presidentes le practican sin anestesia a la niña. La violencia queda ubicadita en su inconsciente: latente, promiscua, congénita. La candidez entrega a la tierra una camada de sicarios.

 

Cada cuatrienio, Colombia, la niñita, arde de emoción conspicua y nosotros de pulsión sexual moderada, caballerosa, silente como la muerte, seguros de que tomaremos decisiones que la harán feliz o al menos le darán tranquilidad… El resultado es evidente: elegimos a los peores, pero nos convencemos de lo contrario, que “el futuro será de todos,” que tendremos “paz con legalidad” (y es cuando más muertos aparecieron en los baldíos, con las botas de caucho puestas al revés, tiros a quemarropa en el pecho y el camuflado intacto), que somos “potencia de la vida,” mientras vemos impávidos a través de la tele basura, cómo los que negocian su fuerza electoral con los candidatos de turno para que les garanticen amnistías, les vuelan los sesos a decenas de policías  en veredas abandonadas y los compañeros de estos, embrutecidos, matan a los jóvenes de estos caseríos que por mala suerte cruzaron sus destinos en un retén.

 

Y es una ilusión pendeja que para nosotros como manada atolondrada vale el oro, el moro, hasta la pelea con unos familiares que en “modo tarado” ven la acción de votar como fin y no como medio para no lograr lo justo sino lo necesario. Los políticos triunfan al fraccionarnos y nos golean. Carta blanca parta prostituir sin quejas a la niña Colombia, venderla al mejor postor con los cuentos más “chimbos”.

 

Guerra de colores, de falsas ideologías, bandos en pugna por el presupuesto. Unos nos dicen que el progreso de todos está ligado a permitir la riqueza instantánea de las mafias agiotistas que dan AVALes de color naranja, (esa ola que roba vidas, sueños, endeuda) que el frenesí codicioso de la mafia banquera, terminará salvando a través de la “mano invisible” de Smith, -esa garra que tanto defiende el mediocre gordo, falso canoso- a las personas en situación de pobreza, 7.1 millones de seres, bocas suplicantes, jetas llenas de mocos y hambrientas para ser exacto.

 

Sus oponentes, “los otros salvadores,” adoradores de la vareta y los sacos de lana sucios, nos clavan como verdad el sofisma “vivir sabroso”. A través de la queja y la insustancialidad de la protesta violenta envían a sus lacayos, trastornados por la interpretación pueril de la teoría marxista, tan blanda de pruebas y practicidad, a romperse y romperle la “mula” al primer maric@ que “ose intentar detener a la horda retrechera y jetona que grita blandiendo un machete: “¡Cambio, justicia, honradez!” Esa turba que pregona la  “eliminación de los pobres y la pobreza” a punta de subsidios que sus mismos líderes robarán tarde o temprano y porque les toca… Gente empobrecida, no pobre. Cuánta razón la de esa señora regordeta, su única idea real,  que parece no ver en los puentes comunicación sino barreras a incendiar que deben detener a los enemigos que se inventa y volver más dependiente a ese rebaño ávido de su discursito plagado de resentimiento y no de soluciones realistas...  ¡Y “lleve, malparado…”!

 

Los líderes de lado y lado pactan con el enemigo que gobierna: llenan sus bolsillos, sus estómagos y meninges de “vulgar carterista,” con el soborno dado por la “oligarquía,” y le dicen al pueblo (el que se muere, el que asesina, el que pone los muertos siempre, el que destruye, el que no logra ni un puñado de excremento después de chuparse todos los gases y el pene del policía que lo muele a golpes en un CAI) que lograron un “acuerdo patriótico,” “un pacto para la historia…” y que gracias… ¡Y suerte es que les digo…! Que recojan todo y se larguen, porque los grandes pensadores del movimiento social no soportan ver menesterosos, mutilados y huérfanos,  llorándoles en la puerta de la oficina… ¡Ellos ya son gobierno…! Y como en la milonga, el pobre sólo conserva “el valor de su tibio corazón”.  

 

¡Somos estúpidos, niña Colombia…! Siempre llegaremos un segundo después de terminada la subasta de tu alma y tu cuerpo. No tenemos remedio, lo sabemos… ¡Seguiremos aguardando tiempos mejores…! ¡Que aparezca nuestro mesías chibcha! Por el momento son ellos, seductores sin vergüenza, dueños de los ejércitos corruptos y mafiosos, quienes te imponen las reglas: volverán a las calles las turbas de niños violentos, tus hijos cegados por la pereza mental y el bazuco, los celulares, el “chorro,” la red social, el FIFA 22, m@stercheik, Guri Guri y Vicky, la pornografía y todos esos juguetes que les provee la élite a costo razonable. Intentarán matar a pedradas, a cuchillo, a tus otros hijos, los policías y soldados, los de abajo, pueblo bruto, gleba-dicen los amos-, como lo son ellos, cegados también por la pereza mental y el bazuco, los celulares, el “chorro,” la red social, el FIFA 22, m@stercheik, Guri Guri, Vicky, la pornografía y todos esos juguetes que también les provee la élite a costo razonable.

 

Niños resignados matando a otros niños resignados. Mientras, sus jefes, tus amantes traidores, los presidentes y sus cortes bufas, brindan con whisky  por ese pueblo tonto que se mata, literalmente, por elegirlos. Esos líderes, que tienen cincuenta años más que los niños que acabo de describir, además, les enseñan a exterminar en tu nombre, Colombia, por un plato de arroz chino, porque no hay cupos en la universidad pública, por un permiso de salida el fin de semana, por simple rabia y ninguna razón válida.

 

El resultado: los niños que estén de servicio le volarán la nuca a otro niño capucho, con una almohadilla llena de balines disparada con una escopeta dizque “no letal,” que vendió algún traficante de armas para repeler las acciones de quienes protestan. “El resentimiento lo volvió una pequeña “máquina de guerra,”  dirá en su defensa el jefe que les enseñó, por obra u omisión,  a ser criminales a los muchachitos, que parapetados en los CAI, le disparan a lo que se mueva y preguntan después. Odio y miedo se revuelven, la anarquía se respira en los bandos, el daño está hecho. Calles incendiadas y pueblos abortan y replican el Informe sobre los ciegos. Sábato, hombre de las razones, que gran título le diste a una tragedia con ADN de Fénix.

 

Los otros niños se solidarizarán con el niño capucho muerto y matarán a algún niño facho que esté de guardia, lanzándole una papa explosiva directo a la cara. Sacarán sus ojos cargados con la misma vivacidad y las mismas ilusiones que ellos tienen, comerán sus testículos, beberán su sangre, lo enterrarán en un baldío y no le dirán a nadie donde quedó el cuerpo, porque en este país olvidado de dios, el sufrimiento de la gente debe ser perpetuo y tienen más derechos los perros que los hombres.

 

Después de unos años, los niños de bando y bando que queden vivos, los señores políticos a sueldo de su generación, (imitando a sus maestros, como lo describí párrafos atrás) pactarán un cese al fuego, se “perdonarán y olvidarán”, claro está sin justicia ni reparación. La guerra los volverá mercaderes de la muerte, gusanos con ambiciones de poder depredador y  montañas de plata manchadas de sangre guardadas en Panamá. Para eso sus leguleyos crearán amnistías, procesos de paz (no de justicia) y harán del etcétera de la paz una patente de impunidad. Tus amantes “cuadrarán” en prostíbulos de países garantes el “desmonte histórico de la violencia.” -Una mano lava la otra- dicen sin decir de frente. -¡Que se jodan los que queden en la mitad! Las víctimas, sus escuderos, la gente decente; ellos sí son los enemigos de la “reconciliación, el enemigo interno.”

 

Se murieron el niño protestante primera línea roba motos y el soldadito policía muchachito pistoloco al que mandaron detenerlo… Fusibles en un intrincado sistema de usufructo que dominan si acaso seis viejos pederastas que ven pantallas todo el día desde sus islas privadas y dictan las normas grandes y pequeñas de un país de gente absurda que, a esa misma hora, sufre por la suerte de los payasos  que dejan quemar un agua tibia en m@stercheik.

Estúpidos habitantes del país. País de estúpidos. Pobrecita niña crédula. Los amigos del gordo presidente inepto de canas pintadas que terminaron siendo reales, su único logro de gobierno, le entregaron en bandeja de plata a Colombia al tipo que todo lo ha prometido y todo lo ha incumplido, al “reformista borrachín” que, ansioso de materializar sus mezquindades, hace pactos de sangre y mermelada con la peor basura de la basuresca clase gangsteril que nos ha perjudicado desde siempre. Un atado de corrupción (maldito Barreras, no Barrera; desalmado Benedetti jamás poeta), plomo, mediocridad. Su discurso habla de acabar, quitar, expropiar; desconoce adrede la construcción, la mentoría, el aliento, la decencia, el ejemplo, la memoria, la creación, el trabajo, la moralización, la dignificación de un camino que debemos construir todos los que decimos  amar a la niña Colombia.

 

Nos invitan a soñar: sus bocas gritan esperanza, sus ojos perfidia, revancha… Así son y así serán los amantes de la niña Colombia, prometen, meten, desaparecen… Y así nos comportamos el resto: como tarados maltratamos al hermano, destruimos a la familia, al amigo, ignoramos la verdad que un tal Julio César, tirano de Roma, develó hace más de 2100 años: Divide et impera,  Divide y vencerás… Caemos redonditos elección tras erección y erección tras disfunción. Ese es el juego del poder.

 

¿Las ruinas arderán? Quisiera pensar que no. De corazón lo deseo. Ojalá el nuevo atarbán que desde gallos hasta medianoche se aplasta a dormir la juma en el solio de Bolívar y del que se enamoró la niña, me cierre la boca. Ansío equivocarme por el bien de todos. Desafortunadamente la  contundencia de los hechos de los últimos días acrecientan, no mi pesimismo sino mi realismo: cambio es una expresión manoseada que encubre  engatusar. Es como tratar de homologar honradez con banquero y certificar el “para siempre” escupido entre polvo y polvo por un rufián a su adorada concubina.

 

Las ruinas arderán, pero todo seguirá igual, esa es la tragedia de la niña Colombia y nosotros sus vástagos: siempre estamos colgando, al borde, pero no caemos, ni subimos, pendemos de un hilo, como la carnada del pescador novato.

 

Bogotá, 14 de agosto 2022