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viernes, 22 de junio de 2012

NOCHE DE VICTORIAS SIMPLES...


  NOCHE DE VICTORIAS SIMPLES
POR: JAVIER BARRERA LUGO.
Tal vez los sueños se cumplían demasiado rápido. Tal vez los dioses eran felices tratando de madurar a golpes los pensamientos de Mayer Rosales, “Pinturita bogotana”, como fue bautizado por Darío Grajales, el “Narrador de Colombia” cuando se supo que Boca Juniors, desembolsó los cinco millones de dólares que el Independiente Santa Fe, cobró en retribución al mítico club argentino, por los derechos deportivos de aquel muchacho díscolo que todos en el barrio conocimos desde siempre como “El ñerito Rosales”.
    Tal vez los sueños de Mayer eran tentados por la pereza y las costumbres callejeras, la buena vida y el estilo de los que cuando ven a dios se asustan (aprovecha lo que te llegue, llénate rapidito, disfruta mientras puedas). Y aquella noche de un Buenos Aires sumido por las lluvias de julio, la tendencia se volvió ley: Giunta, perdió el balón en la mitad de la cancha y el tridente de Independiente: Garnero, Pizutti y Serrizuela, corrieron como una tromba al encuentro del balón. Embriagado por los recuerdos de ser figura en un estanque chico, “El ñerito”, ni siquiera intentó meter la pierna cuando vio como el gigante Serrizuela, hacedor de viudas y seis de sacrificio, tiró la plancha y ganó la bola sin despeinarse.
-¡Colombiano conche’ tu madreeee!- vociferó Giunta-¡Metele la patita, boludo…! ¡El cabro no te va a partir el orto...Te lo voy a partir yo, desgraciado…! 
    El “ñerito Rosales”, herido en su amor propio trato de seguir a la bestia roja y negra que se preparaba para patear el cuero hacia el arco defendido por el “colorado” Navarro Otoya, pero una mano pesada lo tomó de la melena y le hizo doblar el cuerpo hacia atrás. En un segundo besó el barrizal que cubría la superficie de la Bombonera, donde tantas veces se graduó de genio díscolo. “Si hubiera sido Maradona, estos maricas no me tratarían así”, pensó lleno de ira.
    La doce comenzó a putearlo con la misma intensidad con la que Blas Armando Giunta, capitán, insignia, carbonero, dios y cinco de la Boca, lo increpaba por “la falta de sacrificio”, por lo “corto de tu espíritu de lucha”, por “la estupidez del directivo que te sacó de la selva donde jugabas fútbol con mil monos igual de chorros a vos, pedazo de bosta…”.
-¡La doce…! ¡Me echó  encima a la doce…!¡mucha coscorria”- me dijo borracho y pletórico la noche de navidad que me ofreció un trago y me contó esta historia que yo había testificado por televisión y que ahora les cuento.
    Pero la vida da revanchas. De eso pudo dar fe el “ñerito” que le embadurnó la cara con atrevimiento al heroísmo. Siguiente jugada. Templa un centro klinembaum desde la izquierda y Rosales se zambulle entre Housemann y el “Mono” Gamboa…
    ¿De dónde salió aquello? No lo sé. Pero fue una de esas joyas que se quedan pegadas a la memoria sentimental del hincha que sabe construir los cimientos de las leyendas.
    “Pinturita Rosales”, Nuestro “Ñerito Rosales”, arqueó el cuerpo y metió de “escorpión” el gol más lindo que se haya anotado en la catedral del espíritu  argentino. La doce estalló. De inmediato, los insultos fueron reemplazados por un sonoro: ¡COLOMBIANO, COLOMBIANO, COLOMBIANO…!
    Giunta, el “capo” del equipo se acercó para cobrar su pedazo de gloria en la historia azul y oro: -¡Sos un grande, Cheeee!-le dijo casi llorando.
El “ñerito lo abrazó humilde, gambeteó a los demás compañeros y le cogió el culo al patrón del medio campo xeneixe con la templanza que un ídolo de verdad merece y le dijo al oído:
-¡Este “pepino” que acabo de meter se lo dedico a su madrecita, “lámpara”. Y le voy a puntear uno así hasta que se lo aprenda “pichurria”...-le dijo mientras los diarios tomaban las fotos de la noche épica en que un aguerrido colombiano y un “sorprendido dios boquense” lanzaban sus camisetas hacia la barra mítica que hizo de América el fortín de los que sueñan con noches de victorias simples.