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domingo, 12 de junio de 2016

SEIS DE CORAZONES

SEIS DE CORAZONES

Por: Javier Barrera Lugo

Cuando buscó en el cielo la respuesta  que ningún mortal o artefacto del demonio pudo ofrendarle, de arriba llegaron lluvias y un naipe, un seis de corazones que según decía su abuela, experta en nigromancia, era un anuncio de repentinas olas de buena estrella: “Alguien te cuida si te sale invertido, derecho te anticipa viaje. Notifican los corazones la aparición de mujeres de naturaleza agua, sensibles, en extremo arriesgadas.”
 “Este seis de corazones lo dejó volar por accidente una pelirroja que no pudo enderezarle la chueca jeta a la suerte,” pensó. “Debe estar desnuda en alguno de estos edificios  apostándole sus restos a un tahúr malayo, a una anciana  que por costumbre les destroza las esperanzas de ganar a sus adversarios con una flor improbable cuando creen con todas sus fuerzas que por fin les llegó el día de cobrar, y un negro sin alma que blofea por obligación y no sabe mentir. Eso sí, la mira con deseo, mudo, perdiendo por necesidad y gozo. ¡Es una señal!” La convicción llenó de argumentos la interpretación de sus cábalas.
 “Piel blanca, miles de pecas en forma de corazones franceses pringando su piel carente de tintes, la impresión de ser estropeada por sus afables enemigos… Y todo eso mientras espera nuestro encuentro en su castillo de humo y montones de billetes arrugados”. La imagina así. Seis de corazones la nombró y la llamará cuando la vea, y ella en un acto cursi le cuente que lo esperó desde la primera noche del universo y será su seis de corazones de allí a la eternidad.
La penuria que tenía, el milagro que imploró a la masa de agua que colgaba del firmamento antes de la aparición del corazones repetido seis veces se le volvió un olvido más. “Seis de corazones, ¿dónde encontrarte? ¿En qué lugar de los sueños te esconden los amos de mis suplicios?” Seis de corazones rojos con su rojo cabello y sus rojas marcas se le volvió la nueva pesadilla, la nueva dádiva para implorarle a un cielo atestado de sordera y sádicas deidades.
Una puerta se abre. Magia, a eso huele el ambiente. Sale seis de corazones, lo observa, espera una palabra, al menos un guiño… El mendicante habitual, pusilánime, calla y la deja ir. Seis de corazones no mueve sus labios que apretados forman un corazón lleno de pequeños pliegues; no tiene que hacerlo, nada se da al que todo lo quiere regalado, nada llega  a las manos sin ampollas, nada se materializa sin sudor; esa es la lección que le escupirá su falta de espíritu al pordiosero.
Seis de corazones se evapora, dobla la esquina y deja de existir. Todo se va  al carajo… El suplicante grita desesperado, “los medrosos nada cosechamos,” y se tira al piso a llorar. Una anciana acompañada por un negro grande con movimientos de perro famélico y un viejo de ojos orientaloides y refinados modales, le lanza uno de los cientos de billetes arrugados que carga en su cartera y le dice: “Seis de corazones, es en el fondo una reina de espadas que nunca ganará en el póker. Dichoso tú que jamás te atreverás a nada, estúpido comodín, corazón roto, bueno para nada…Tómate un café y desaparece.