Páginas

domingo, 24 de mayo de 2015

TEORÍA DE DULCINEA Y EN VACACIONES

TEORÍA DE DULCINEA

JUAN JOSÉ ARREOLA

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.

Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de patrañas, embustes y despropósitos.

En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.

El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía en frente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas al aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca.

Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.

JUAN JOSÉ ARREOLA: Orfebre, comediante y mago de la palabra es este autodidacta mexicano, amante del lenguaje por sobre todas las cosas y quien venera a quienes mediante la palabra han manifestado su espíritu, desde los cuatro evangelistas hasta Kafka.

Arreola, al igual que su amigo Rulfo, escribió una obra breve, pero contundente, entre las que se encuentran: Confabulario personal, La feria, cuentos fantásticos y varia invención.  




EN VACACIONES

JAIME CASTAÑO

Mi entusiasmo esperaba las vacaciones. Tus costumbres sin anuncio, cualquier mañana por el oriente que nos enseñaban en el colegio, arribaban tus manos y tu grito sobre la puerta de la carretera, para que amarráramos los perros. Luego, en estampida de risas, por el hilo de pasos entre el potrero y el monte, nos escapábamos hasta el pueblo. Copitos de nieve hirviendo de colores y abejas junto a las misas que nunca escuchábamos. Comíamos con tu bocaza de sabroso sol. Un brazo de hombre sobre mis hombros.

Entonces los vestidos me quedaban ya muy cortos. Aún no tenía las palabras para decirte de los hornos en mi cara, cuando descubriste mis autocaricias donde todo era apenas asomándose a través de la blusa rota del uniforme. Ni supiste del resto del día huyéndote por la casa.

Esa noche mi sobresalto mudo no tocó el sueño de los demás. El aguacero, concierto de puntillas sobre el techo de zinc que le hacia agujeros al silencio, te había levantado descaro asustado. A mi me mostraría esa fuerza nueva: miedo-galope-de-emociones. La presencia invisible eras tú. Cercanía. Nada más.

Martha me regalo la camiseta: grande en mi cuerpo, exacta a mi ausencia de lenguaje. Tejido cómplice ante tus ojos en el inicio del verano. En esa temporada, sin explicaciones, me negué a llevar más ropa. De repente me hacía interesante para los muchachos, eran los años de los primeros besos de parque.

En nuestra siguiente ida al río la intuición se volvió verdad: las piedras, tú, los árboles también, estaban desnudos, limpios como el agua. Al final esa revelación, paisaje de conocimientos, hasta ahora vedados, terminó por arrebatarme el mínimo traje de baño.

 Partir de ese momento hubo un antes y un después. Las noches tomaron forma. La indiferencia tan marcad parecía cancelar el juego. Desde la rivera de los sueños esperabas que el silencio fuera oscuro profundo y nacieran esos remolinos devoradores, los mismos que adiviné en el río. Los demás habitantes de la casa haciendo burbujas con sus gargantas extraviadas. Y aún no tenía las palabras para leer tu respiración y tu pulso anclados en el borde de mi cama pero que se deslizaban hacia mi como nítidas cometas nocturnas. Tu desnudes contra la ventana al asecho de otra nube que vistiera la luna...

No  volvimos a saber de ti.

Ahora, casi en mi medio día, tengo las palabras. Conozco de tus naufragios entre los lechos de la noche, y escucho esas nubes inflando recuerdos entre un arrecife de sábanas.

Ya no espero temporadas de vacaciones. No hay perros furiosos. Ni existe” la pieza de los muchachos”. Tampoco voy al río, y se derritieron los alegres copitos de nieve. Pero estoy yo, habitada de mares desvelados. Si regresaran tus manos y tus voces, por el oriente que nos enseñaron, te mostraría con estos lenguajes sin prólogos, esta sensación de naves rojas que fondeaste en mis puertos blandos.

Si regresaras.

Más ahora sé, me han contado, que en tu mundo, en el que parecías de paseo, el tiempo con su obligado viaje no volverá a darte vacaciones.