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domingo, 28 de octubre de 2012

SILENCIO


SILENCIO


Por: Sanlisan


La mayoría de las veces, no sabemos qué decir. En frente nuestro se dispara la madre de las dudas y volvemos a ser solo carne. Y pasan los minutos y dentro nos vemos pequeñitos, como adoloridos de tanta ausencia, como poseídos por la vehemencia.
Mañana será el día, al empezar… promesa vana que nos llena de felicidad para poder ir a dormir. Nadie sabe si dejara de ser eso, una promesa.
En el momento justo en cuanto saca sus garras, suavecitas y nos envuelve la garganta. Bajamos, subimos. Reímos y callamos. Y más arriba es pleno carnaval, sabemos que pensamos, recordamos todo lo que imaginamos, sabemos más de lo que escuchamos.
Las ideas bailan, entrelazadas en las frases que lentas y encorvadas van hacia el sótano. Hay una fiesta en mi cabeza y siempre, siempre tengo ganas de gritar.
Voy a inventarme la manera de no callarme nunca más, decir lo que me plazca. Lo bueno, lo malo. Lo casto y lo sórdido. Dejaré de engañar a quien lo intenta conmigo, le diré la cantidad de minutos exactos en que le pienso. No ocultaré más que su voz me ensordece. Que sus quejas me desangran la nostalgia y que en realidad parece un barco a la deriva que nunca ha salido de su puerto. Diré con dulces palabras tiernas que sin esperarlo, ha llenado los días de alegrías, que sus ojos son la puerta de salida a todos mis viajes. Que el olor de la montaña es más fresco en la mañana, que las tardes de sol en pleno invierno compartimos un cigarrillo a pocos metros de distancia. Decirle que amo esa cita diaria en medio de miles de personas que nos separan, que me gusta el azul y más cuando me habla de su azul. 
Debo encontrar la manera, es urgente. Las palabras tienen fecha de expiración, pero fallecen pronto. Quiero encontrar hoy mismo la manera de darle a cada quien las frases que nacen en mí. Hacer reír, hacer llorar. Hacer el bien, hacer el mal. Vaciar mis adentros llenos de escrituras, de nombres, de lugares, de alientos y desahucios.
Palabras, todas.

EL MONO QUE QUISO SER ESCRITOR SATÍRICO


“EL MONO QUE QUISO SER ESCRITOR SATÍRICO”




Por: Augusto Monterroso



En la selva vivía una vez un Mono que quiso ser escritor satírico.
Estudió mucho, pero pronto se dio cuenta de que para ser escritor satírico le faltaba conocer a la gente y se aplicó a visitar a todos y a ir a los cócteles y a observarlos por el rabo del ojo mientras estaban distraídos con la copa en la mano.
Como era de veras gracioso y sus ágiles piruetas entretenían a los otros animales, en cualquier parte era bien recibido y él perfeccionó el arte de ser mejor recibido aún.
No había quien no se encantara con su conversación y cuando llegaba era agasajado con júbilo tanto por las Monas como por los esposos de las Monas y por los demás habitantes de la Selva, ante los cuales, por contrarios que fueran a él en política internacional, nacional o doméstica, se mostraba invariablemente comprensivo; siempre, claro, con el ánimo de investigar a fondo la naturaleza humana y poder retratarla en sus sátiras.
Así llegó el momento en que entre los animales era el más experto conocedor de la naturaleza humana, sin que se le escapara nada.
Entonces, un día dijo voy a escribir en contra de los ladrones, y se fijó en la Urraca, y principió a hacerlo con entusiasmo y gozaba y se reía y se encaramaba de placer a los árboles por las cosas que se le ocurrían acerca de la Urraca; pero de repente reflexionó que entre los animales de sociedad que lo agasajaban había muchas Urracas y especialmente una, y que se iban a ver retratadas en su sátira, por suave que la escribiera, y desistió de hacerlo.
Después quiso escribir sobre los oportunistas, y puso el ojo en la Serpiente, quien por diferentes medios -auxiliares en realidad de su arte adulatorio- lograba siempre conservar, o sustituir, mejorándolos, sus cargos; pero varias Serpientes amigas suyas, y especialmente una, se sentirían aludidas, y desistió de hacerlo.
Después deseó satirizar a los laboriosos compulsivos y se detuvo en la Abeja, que trabajaba estúpidamente sin saber para qué ni para quién; pero por miedo de que sus amigos de este género, y especialmente uno, se ofendieran, terminó comparándola favorablemente con la Cigarra, que egoísta no hacia más que cantar y cantar dándoselas de poeta, y desistió de hacerlo.
Después se le ocurrió escribir contra la promiscuidad sexual y enfiló su sátira contra las Gallinas adúlteras que andaban todo el día inquietas en busca de Gallitos; pero tantas de éstas lo habían recibido que temió lastimarlas, y desistió de hacerlo.
Finalmente elaboró una lista completa de las debilidades y los defectos humanos y no encontró contra quién dirigir sus baterías, pues todos estaban en los amigos que compartían su mesa y en él mismo.
En ese momento renunció a ser escritor satírico y le empezó a dar por la Mística y el Amor y esas cosas; pero a raíz de eso, ya se sabe cómo es la gente, todos dijeron que se había vuelto loco y ya no lo recibieron tan bien ni con tanto gusto.