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miércoles, 2 de diciembre de 2020

9 CUENTOS, MIL PALABRAS: RELATOS DE UN ENCIERRO COMUNAL / CUENTO 3

 

9 CUENTOS, MIL PALABRAS: RELATOS DE UN ENCIERRO COMUNAL

 

Una pandemia que contamina y diseca las esperanzas, que permite apartarse, aprender a perder y resucitar, así la ceguera colectiva no nos quiera dejar salir de los titulares apocalípticos que engalanan los noticieros.

Idiota Inútil, publica 9 cuentos escritos por Javier Barrera Lugo (1 por las siguientes 9 semanas), basados en las 9 conclusiones que le ha dejado la pandemia por COVID-19, al filósofo sur coreano Byung-Chul Han, expresadas en diversos medios de comunicación y que, para criterio del escritor, son contundentes y veraces.

A continuación, presentamos el tercer postulado de Byung-Chul Han, y el tercer cuento de Barrera.

 

Gracias por seguir la serie, esperamos la disfruten.

  

BYUNG-CHUL HAN SOBRE LA PANDEMIA**

 

** Reflexiones del filósofo tomadas de una entrevista para Carmen Sigüenza y Esther Rebollo, de Agencia EFE. Todos los derechos reservados a sus autores.

 

Postulado 3.

“La Covid-19 no sustenta a la democracia. Como es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis, las personas vuelven a buscar líderes. El húngaro Viktor Orban se beneficia enormemente de ello, declara el estado de emergencia y lo convierte en una situación normal. Ese es el final de la democracia.”

 

 

MONSTRUOS DE PAPEL MACHÉ O EL ELOGÍO DEL ENTRECOMILLADO


 

Por: Javier Barrera Lugo 

 

No fue la incompetencia de los investigadores de la Procuraduría Nacional y de los funcionarios de migraciones las que permitieron la fuga. No. La complicidad de un sistema tan grande y podrido como el estómago del diablo; la alcahuetería de unas  “fichas uniformadas,” afiliadas a los partidos políticos tradicionales que se crearon a sí mismos con el objetivo de  burlar hasta las mínimas normas éticas y acolitarle la pendejada al dictador de turno, permitieron el desastre.

  

La ministra de economía pasó de largo los “estrictos” controles de las autoridades y ninguno quiso preguntarle nada. La miraron de reojo mientras sacaba de su cartera los pasaportes de los niños; a ella no se lo solicitaron. Le ayudaron a acomodar dos maletas en la banda transportadora de la aerolínea, cuidaron a los dos pequeños rubios mientras “mami” cuadraba su escape, y hasta deshabilitaron una cámara de seguridad que registraba de frente la compungida expresión de la mujer. Todo por satisfacer a la ministra, que azarada, lanzaba propinas a diestra y siniestra.

 

Sigilosos, recibieron los cinco billetes de veinte dólares, por cabeza, que entregó a quienes se topó en su camino al exilio, logrando mantener a raya cualquier intento de pregunta incómoda, los consabidos “¿por qué? ¿Para dónde? ¿Motivos?” Salió del país sin despeinarse. “Un pueblo que vende el alma por moneditas… ¡Maricas!” Alcanzó a pensar.

 

            No bien se abrió la puerta del avión en el aeropuerto de Miami, tres horas después, las autoridades gringas la capturaron. Los niños fueron puestos a disposición del servicio estatal de protección de menores, y ella, enviada a un centro de detención  de mujeres. 

 

            Una semana después, se declaró culpable de sacar del erario, lavar en Florida, e ingresar en las cuentas del presidente Duarte y sus más apasionados partidarios, al menos doscientos millones de dólares.

 

            La fiscalía del estado le ofreció un acuerdo cuyas condiciones aceptó sin chistar: delatar a los autores materiales del desfalco, señalar a los capitalistas de su país que organizaron la salida de la plata, y omitir, por respeto a las “víctimas,” los nombres de una docena de “ingenuos” banqueros de Florida (con sucursales en Delaware y Nueva York), que fueron “engañados para lavar esa tonelada de dinero manchado” en los “yunais.” En contraprestación, le garantizaron quedarse con el 10% del botín confiscado, pasar dos años en una cárcel de mediana seguridad, visitas de los niños cada 8 días (se le concedió la custodia temporal a su hermana, quien era ciudadana y  testaferro que pasó de “agache” ese monumental escándalo) y entrar a un programa de protección a testigos una vez cumpliera la sentencia.

 

            El Asesor para asuntos latinoamericanos del presidente Rush, filtró a la prensa el indictment (la acusación) en contra del presidente Duarte, la vicepresidenta Rodríguez y diez de sus cercanos compinches. “¡Acabaremos con ese régimen ladino y cruel! No permitiremos dictaduras ladronas en nuestro continente. Los culpables pagarán... Tienen las horas contadas…” Dijo antes de finalizar la conferencia de prensa. Los aplausos y vítores de los “opositores en el exilio,” dieron un toque de folclor a la descafeinada reunión.

 

Las reacciones no se hicieron esperar: “Lo paradójico del cuento,” escribió en su columna semanal del Miami Tribune, Gabriel Brigadier, periodista desterrado por el gobierno Duarte, “es que el otrora mejor amigo de Rush, el sátrapa Duarte, es hoy satán para el gobierno Republicano. Asumo que el dictador ya no puede atribuirle a perfidias de la oposición, los duros señalamientos de corrupción, latrocinio,  desapariciones forzadas y toda suerte de artimañas en contra de nuestro pueblo. Como cantó el soldado rescatado del secuestro: ¡Cómo nos cambia la vida, amiguito…!”

 

Duarte y su corte ni se inmutaron ante las acusaciones, o al menos eso quisieron proyectarle a la opinión pública. La gente del común, en cambio,  se tomó las calles y protestó durante semanas. El presidente, curtido en batallas por el poder, permitió la desobediencia; pero sólo para preparar el contragolpe. Miembros de la policía se infiltraron en las marchas y comenzaron a incendiar estaciones del metro recién inauguradas por la alcaldesa opositora (medio metro, lo llamó ella, porque ante el robo de recursos, sólo pudo construirse la mitad del proyecto). En los barrios, organizaron a los partidarios del gobierno, los encapucharon e instruyeron para saquear pequeños abastos, apedrear edificios, golpear rejas y gritar arengas en nombre de los pocos opositores que quedaban en el país, quienes supuestamente, lideraban la violencia.

 

            Fue tanto el descaro, que, aprovechando la histeria colectiva, la policía envió noticias falsas a través de los servicios de mensajería telefónica en las que alertaban a la gente sobre asonadas y saqueos de malhechores contra conjuntos residenciales (“se están metiendo en los conjuntos,” pregonaba una voz agitada), comercios, casas en barrios populares, zonas de diversión… Y sí, desafortunadamente pasaron cosas terribles, aunque patrocinadas por la fuerza pública: varios líderes opositores fueron encerrados sin cargos y cientos de sus seguidores, asesinados cuando “delincuentes,” según la autoridad, “pretendieron robarlos.” Lo más triste fue que los dejaron en zanjas con tiros de gracia (más bien de desgracia) en la nuca y sus pertenencias intactas.

 

El gobierno implantó de manera soterrada la censura. Los medios mostraban a “valientes ciudadanos,” resguardando sus posesiones del “vandalismo  terrorista” asociado a la protesta. John David Algarra, el rey del amarillismo, “periodista” que alguna vez puso a comer papel y tomar aguapanela a unos niños, para “informar” que sufrían de hambre y nadie los ayudaba, y gracias a esto obtuvo el premio de periodismo “Presidente Duarte,” comenzó a entrevistar a vecinos  de un sector “del occidente de nuestra amada Santafé,” que cuidaban sus propiedades armados con palos de escoba, percheros, raquetas, tablas de la cama, garrotes y un sinnúmero artículos cotidianos vueltos armas ridículas.

 

“¡Vecino, estamos en vivo para el noticiero SBM! Ante estos desmanes, ¿Qué les pide a las autoridades?” El viejo contestó casi suplicante: “¡Que nos envíen la tropa, sumercé…! Esto está muy verraco… No podemos esperar a que los delincuentes nos desocupen los apartamentos, el fruto de una vida de sacrificios... En esta urbanización  son como 120… ¡Por favor! Le pedimos ayuda al presidente…”

 

Y sospechosamente, como si el presidente hubiese estado viendo el noticiero, a los tres minutos; mientras Algarra entrevistaba con voz lloriqueante y obcecada a doña Nepomucena, líder comunal, que con paraguas de punta metálica ayudaba a hacer guardia, apareció una destartalada tanqueta de la policía rodeada por diez asustados alféreces armados con carabinas y a quienes los uniformes les quedaban grandes. Un primer plano inolvidable y en horario prime

 

Los gritos de apoyo al comando heroico retumbaron por toda la localidad. No atraparon a nadie, ni frustraron ningún delito, porque nunca pasó nada; pero metieron en la mente de la gente una idea: los amo, los cuido, les pego; pero a los ladrones también los acabo… Ese grupo de adolescentes disfrazados de guerreros y transmitidos en directo por la televisión, fueron el placebo que institucionalizó el virus del miedo en la conciencia de una sociedad, y legitimó la teoría del salvador patán, que, aunque nos haga sufrir, nunca nos desamparará.

 

El recelo absurdo, criminal, mentiroso, ensordeció la verdad. La protesta fue manchada, sus líderes, desprestigiados… La gente aceptó ser golpeada por la bota protectora si eso garantizaba que los supuestos criminales que asaltarían y asesinarían a toda la gente de una ciudad, eran atajados de la misma forma: a patadas.

 

Los rumores de aquella vigilia, los días y las noches siguientes, acompasaron el ritmo de más fusilamientos, mentiras y héroes prefabricados. Institucionalizar la violencia hizo que el gobierno de Duarte cayera un año después.

 

Las evidencias en las que se basa este relato y comprueban las barbaridades ordenadas y ejecutadas por la dictadura, están en manos del nuevo gobierno, el régimen de los “decentes,” opositores autoproclamados “Partido de la Reconstrucción Nacional” (que sin juicio o mecanismo legal de por medio, extraditaron a Duarte y sus lamebotas hacia los yunais, claro está, antes de confiscarles sus botines de guerra),  otra pandilla de  manipuladores, rufianes y déspotas tan sucios como Duarte; nada más que al ser novatos en el poder, guardan las formas y aún no delinquen tan de frente…

 

Al presidente y varios de sus ministros les empiezan a aparecer casos de corrupción.  John David Algarra los ha entrevistado, ellos juran que son inocentes, “la renovación”. El periodista, “desinteresado, comprometido con la verdad,” les cree… Es la ingenuidad “prepagada,” una nueva forma “light” de chupársela a los poderosos.

 

 Los gringos dicen que lanzarán un nuevo indictment, contra los integrantes principales del gobierno recién instaurado. Se les acusa de perseguir de forma violenta a la oposición (los Duartedistas), de tener nexos ideológicos con los Castro en el CaribeLa serpiente vuelve a comerse desde su cola.

 

El juramentado presidente, en medio de escándalos de corrupción que comprometen de manera directa a gente de su círculo más íntimo, le advierte a Algarra, en un publirreportaje, que “un nuevo virus mortal viene desde Asia y matará más ciudadanos que el gobierno de Duarte…”

 

“Compren tapabocas, millones de litros del alcohol al 70% que por casualidad fabrica de mi hermano, burbujas de plástico para sus hijos y mascotas, caretas con el logo del Che; encierren a los ancianos, pierdan sus empleos, desconfíen de todos, vivan preocupados por morir ahogados y solos en la UCI de un triste hospital, o en la cochina calle… Como lo anunciaron por años los testigos de Jehová, el final de los tiempos ha llegado…”

 

John David Algarra, gesticula, su mirada se llena de lágrimas “sinceras,” hace su cara de “paniqueado lindo,” se mira al espejo, los televidentes lo aman, es igual a ellos, periodista con calle, un profesional emotivo (imbécil crónico, dictamina un respetado siquiatra amigo mío).

 

“El virus ha llegado al país… Se detectó el primer caso… Presidente Pietro, confiamos en usted. Que la Virgencita santísima, María Teresa de Calcuta, protectora de Calcuta y sus leprosos, que sólo se llamaba Teresa y la gente de este país olvidado por los Santos muy santos y presidenciables volvió María Teresa, y la Divina Providencia, patronos de esta patria con dos mares, tres cordilleras y el “segundo himno más lindo del mundo,” lo sigan guiando. Hágalo por la “gentecita” que lo necesita hoy más que nunca, Presidente… Es que usted sí es honesto, no como los otros “que no me lo quieren…”

 

Después de comerciales, informa que el gobierno pedirá prestados 189 billones de pesos para afrontar la crisis económica y social derivada del nuevo virus asiático; recursos que serán administrados con “toda la transparencia que esta emergencia amerita y se enfocarán en los más necesitados…” “Es una deuda que pagaremos solidarios todos, en partes iguales; pero… ¡Estamos salvados, tenemos gobierno!” Chilla en éxtasis el “periodista de marras,” futuro Ministro de Comunicaciones… “El churro,” como le dice Momi, su atractiva compañera de set.

 

11/11/2020

 

 Todos los derechos reservados al autor. 2020.