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viernes, 4 de agosto de 2017


HISTERIA DE KAUIL

SEMPER  SIMUL, SEMPER CARMINA, CATA




DANIELA VILLARRAGA

POR: JAVIER BARRERA LUGO

 

“Yo, nosotros.”

Poema de Muhammad Alí

 

La vida real no es un camino plantado con rosas o con agujas, simplemente es una circunstancia que transcurre y hay que afrontar, ese es su encanto cargado de autenticidad. Cosas buenas y malas suceden, dejan señales impresas en nuestros tejidos para que descifremos su naturaleza. En el mejor de los casos, algo aprendamos.

       Pasamos por confusiones y certezas, perdemos cuando sentimos estar preparados para  triunfar porque tal vez el momento de despegarnos del piso no es el que creemos sino el que está programado hace mucho en nuestra libreta vital. Amamos horripilados cuando la pasión nos exige entrega sin medir las consecuencias, o terminamos por quitarnos la máscara y descubrir quiénes somos en realidad.  Este juego  siempre deja recompensas y está en nosotros definir el valor de las mismas.

       Todo lo que soñamos no pasa de ser anécdota. La mayoría de las veces los tentáculos de la vida, lo que calificamos como destino, nos coloca en lugares, presenta situaciones, que terminan por arrancarnos la piel y eso es bueno para el crecimiento espiritual.

       La vida es el máximo ejercicio de observación.

 

       8:11 de la noche de un martes de mayo con lluvia. Suba, el vientre de la locura, aúlla de indolencia, una refinada forma de odio. A esa hora los que volvemos del trabajo anhelamos el aislamiento, único derecho que no se les cobra a los esclavos. Ceños fruncidos, pensamientos martirizados por las cuotas atrasadas con el banco que amenaza con destrozarnos el futuro si no pagamos, la cotidianidad que ahoga, son el entorno sucio en el que vagabundean las mentes.

       El bus está casi vacío. La ruta finaliza y el agua nos encarcela a varios pasajeros, que por honrar el instinto antropoide de no bañarnos con la ropa puesta, desistimos de abandonar el vehículo y caminar las escasas cuadras que restan para alcanzar nuestro destino, la casa donde al menos, esperamos encontrar un abrazo, la negación de esa catástrofe a la que llamamos “la vida que toca vivir para ser alguien.”  

       La música popular-ramplonería del espíritu primitivo-, tan de moda en estos días,  hace patético el ya de por sí viciado ambiente del vehículo. Vecinos que no conocen a nadie, vecinos que no quieren conocer a nadie, vecinos atrapados en una ciudad hambrienta y llena de dientes que se sacia con los corazones desvencijados que ha adobado con mentiras por años, le hacen un altar a la deshumanización en ese conjunto de latas y hule en el que estamos atrapados. Todos y cada uno masticamos la perra suerte de compartir la nula movilidad de la ciudad  con desconocidos que por costumbre, miran de reojo.

       De repente, sobre aquella bulla mediocre, eso a lo que el tarado locutor de la emisora llama música, aparece la voz firme de una criatura que parece sacada de una pesadilla de Dante. No grita, simplemente es fuerte, decidida. La necesidad de vender su mercancía, sumada al chubasco, la hacen colarse en el bus y arriesgarse ante la antipatía de unos  extraños a los que nos duele responder a la nobleza de sus maneras:

 

-Gracias a las personas educadas que me contestaron el saludo-, dice el engendro a quien se le notan las ganas de “jodernos” con el tema de la básica cortesía y urbanidad que no demostramos. Continua: -Mi nombre es Daniela Villarraga, tengo veinte años, aunque parezco de cuarenta, ya lo sé. Soy una mamita cabeza de familia, tengo tres hermosos bebés…Ellos están en la casa con mi abuela de setenta y un añitos, que me los ayuda a cuidar. Con el producido de estos dulces los mantengo a los cuatro. Desafortunadamente mi mami y mi papi no me pueden ayudar porque cogieron malos vicios y no sé dónde están. La última vez que los vi estaban reciclando… No sé más.

       Claro que no es culpa de ustedes, tampoco mía. En mi familia hemos tomado malas decisiones y por eso prefiero enfrentar mis problemas  vendiendo estas ricas chocolatinas llamadas garitto, que robar y hacerle daño a alguien… La unidad vale 400, para su mayor economía, 3 x 1000… Si no me los pueden comprar, no importa. Les agradezco que me hayan escuchado, eso es muy valioso para mí… De eso se trata la vida, de escucharnos los problemas unos a otros...

 

       Quisiera escribir que el discurso, trillado para cualquier habitante de esta ciudad, abrió corazones y bolsillos, pero no fue así. Sólo dos de las diez personas que estábamos en el bus le compramos. Ella no se amilanó; sonrió con una dulzura y un agradecimiento que hicieron nacer, a través de unos ojos pequeños y vivos, a la muchachita  de veinte años que borró de mi mente a la fastidiosa vendedora de chucherías que pensé, tenía cuarenta y parecía un engendro atrapado por los vicios. El monstruo adquirió rostro humano, contó con calma las utilidades y se sentó a esperar que bajara la lluvia, como todos nosotros.

       Las malditas canciones de despecho y ruina intelectual volvieron a tomarse el ambiente. El trancón era bestial. De repente, un valiente llevado por el desespero, timbró para bajarse, situación que aprovechó un rapaz de la edad de Daniela, para subirse a vender unos chicles; esta vez invocando el poder rehabilitador de Cristo en su vida. Ninguno de nosotros le compró.

       Las lecciones de bondad, solidaridad y amor a la vida aparecen cuando uno menos las espera, y son los menesterosos, los que entienden de penurias verdaderas, quienes dan no lo que les sobra, sino lo que les terminará faltando.

       Daniela sacó de su bolsa un par de chocolatinas, las monedas que le acabábamos de dar y se las entregó al atolondrado muchacho, que las recibió y expresó un “gracias,” que se le enredó entre las muelas carcomidas por el sarro.

       Llegando al portal de Transmilenio, Daniela timbró y se bajó del bus. El ruido se volvió opresivo en esa prisión hastiada de rumores y problemas en ciernes.

       ¿Final de la historia? No fue así. Como Daniela Villarraga, la mamá de “tres hermosos bebés,” hay gente sobreviviendo con limpieza de espíritu, a la inmundicia  que muchos otros proveen al sentirse superiores, hombres y mujeres con algo poder (¿o joder?).

       Ella es prueba fehaciente de la  bondad que nos permite elaborar futuros reales, días mejores, apoyados en la solidaridad que debemos profesar los hijos de la naturaleza. Esta sociedad tiene esperanza cuando la igualdad es practicada por personas como la vivaz Daniela, que no creen ser mejor o peor que nadie, que le da prioridad a lo que tiene y no a lo que quiere tener, que quiere salir adelante sin molestar a nadie, sin quejarse por la suerte que cada uno se labra.

       Gracias por darle ese respirito necesario a mi corazón, pequeño engendro de veinte años.

 

 

**Si esta columna le genera algún comentario puede escribirme al correo: baluja74@hotmail.com o deje  un comentario en nuestro blog idiota Inútil.