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viernes, 28 de septiembre de 2012

HISTERIA DE KAUIL


HISTERIA DE KAUIL
SEMPER SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
POR: JAVIER BARRERA LUGO

NEREO, LOS NIÑOS NUNCA SONRÍEN PARA LAS FOTOS

Foto: bahíanoticias.com

Un hombre con noventa y dos años de existencia expresó hace un lustro una conclusión cargada de sutileza que terminó moviendo mi cerebro. Nereo López, fotógrafo barranquillero, luchador, un tipo pegado a la lúdica de las cosas que no son fáciles,  dio a Heriberto Fiorillo, en un documental que éste último le hizo para la televisión pública, una explicación poética sobre la felicidad y la esencia entreverada de esta : “Los niños no sonríen para las fotos”. Esa sentencia, emanada de la mente ágil de un hombre que se especializó en Nueva York, precisamente en retratar infantes, resulta paradójica a  primera  vista, pero si se va al meollo del asunto, la cosa no es tan descabellada.

Nereo, uno de los artistas gráficos más importantes de Colombia, sólo igualado por el virtuosismo de creadores como Leo Matiz, Manuel H Rodríguez y Ruven Afanador, dejó plasmado en una oración sencilla el instinto que late en los buenos artistas: más que talento mecánico o conocimientos técnicos, prima en ellos la observación.  Una cosa es mirar, otra observar; un axioma lógico, pero nunca aplicado con la rigurosidad del caso.

Los adultos siempre estamos a la caza de sonrisas, de momentos pletóricos con amaneceres, hadas, casas estilo californiano, hijos rubios, esposas de cuarenta años con cuerpos de veinte y dos carros parqueados frente a la visión idílica del suburbio de clase media gringa puesto por la mente falaz en la realidad de nuestras semidestruidas vecindades suramericanas. Para nosotros, como especie en plena evolución, la felicidad, más que un estado del alma se nos volvió necesidad o necedad, según el cristal con que se mire.
Para los niños en cambio, la existencia es presente, lo tangible, lo susceptible de ser disfrutado. Lo digo con conocimiento de causa, yo también hice parte de ese clan con tanta voz y poco voto. El instante debería imperar sobre la suposición, por lo menos la frustración de la que tanto nos quejamos en los bares con nuestros amigos cansados de escucharnos el mismo discurso cada viernes, estaría parcialmente controlada, evitaríamos por simple previsión una que otra riña de esas en las que uno no se explica, después de tener la ceja rota, por qué se metió.

Foto: Mateu Carrió

Tal vez, sólo tal vez, nos baste observar y tener el valor de aceptar que lo que se tiene puede ser mejor a lo que se podría tener. ¿Quién lo sabe? O niegue usted amable lector, que la vida es una ruleta bastante alocada en la que una frase coloquial puede definir el mañana: “Hoy estamos, mañana no sabemos”.  “La felicidad es pasajera”, dice otra máxima y así hay mil ejemplos que no consideramos poner  en práctica. Asumo que la edad nos vuelve temerosos, nos da miedo mirarnos al espejo, el futuro parece ser nuestro escape para enmendar lo que no nos atrevemos a hacer en el instante preciso. ¡Chanfle, que filosófica me salió esta reflexión!
No digo que ser feliz esté mal, de hecho siempre he creído que lograr este estado de plenitud, o por lo menos intentar lograrlo es un derecho inalienable; lo que sí me parece es que el concepto está sobrevaluado. Ser feliz es un evento no una un fin tácito. Si no fuese por personas infelices la literatura no se hubiese estremecido con las historias de Proust,  los desgarradores poemas de Rimbaud, los textos de la generación perdida, o los versos de Vallejo, para citar algunos integrantes de la tribu aciaga. Repito, no me malinterpreten, el concepto de felicidad al igual que el de amor, libertad o justicia son el norte al cual los anhelos deben dirigirse, hay que intentarlo, claro está, pero no jugarse los restos a lo factible sino a lo concreto. Si queremos ser felices debemos serlo hoy; por lo menos sudar en el intento.
Nereo, en esa charla con Fiorillo, dijo cosas importantes, contó fragmentos de su vida, recordó a sus padres, su orfandad, las ganas y el empeño que le puso a todas las actividades que desarrolló en su vida, cómo las sintió y vivió sin abstenciones ridículas, sin importar el qué dirán. Me enseñó a ver a los niños como elementos de anarquía y cruda verdad necesaria. Actúan por instinto, viven con intensidad, para todo tienen un tiempo y espacio y no se desgastan forzando las situaciones, o buscando explicaciones que llevan a ningún lado, simplemente iluminan su realidad, existen.
Tiene razón el viejo fotógrafo, los niños nunca sonríen para las fotos, bueno, por lo menos los niños de antes no lo hacíamos así nos obligaran, el malestar no podía maquillarse y en el papel revelado sólo quedaban muecas hipócritas. Ahora, con padres  caprichosos que quieren llenar los espacios grises de su vida a través del mentiroso facebook, las cosas para los “chinos” ya no son tan fáciles.
¡Miren el pajarito, sonrían para la foto…!