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viernes, 14 de septiembre de 2012

INFLUENCIA DE LA LUNA


INFLUENCIA DE LA LUNA
Por: JAVIER BARRERA LUGO.

Entonces, tomé el cuello monumental del caballo que flotaba sobre la superficie húmeda del asfalto y tatué colores de tu piel en ese océano oscuro que cubría la electricidad de unos músculos fabulosos.

-Ella entenderá el mensaje cuando te vea-le susurré al oído y permití que volviera a la anarquía de luces hechizadas e insomnes, alargadas por ondas del agua que escapaban del encierro líquido hacia los ojos de quienes apostaban sus restos a la hipnosis de la futilidad congénita.

Seguí buscándote en los sonidos de la lluvia, con la imagen de tus pies como fetiche congelado en mis pensamientos, triste porque la ausencia de tu vida hacía de la mía un resumen de hechos inconexos, pétalos llevados hasta el infierno del silencio por una sucesión de abriles que dejaron de latir en el pecho helado de dios.
Te busco, te seguiré buscando. Es una promesa. Lo único que sé de ti es que existes. Eres una sensación clara que vibra en los puntos cardinales de mis obsesiones. Las historias se basan en desencuentros que le van dejando cicatrices al rostro espiritual de la verdad.
Cuando llego a donde estuviste, en ese mismo instante usurpas esquinas opuestas a la ansiedad de mi sed, tierra de por medio que separa  la paz y su frenesí de los cuerpos hastiados de amar tan poco.
Imágenes angustiosas hacen pactos suicidas con la idea de pecar y pecar es resignarse a existir sin causas mínimas, es obstinarse en no escapar del laberinto por miedo a ser devorado en batallas que dividen claridad y tinieblas, por mostrarse sumiso ante las urgencias propias de la esperanza.
Buscarte es la mayor prueba de delirio; eso me llena de orgullo. Esperar tu diáfana mirada, sus exquisitez, es recluirse en los pasillos que comunican el edén con la bondad de la sensualidad. Buscarte es encontrarme y hacer que lluevan bendiciones de fecundidad sobre la cara del desierto en cuyos tejidos carcomidos por el olvido reinan las traiciones de los seres humanos. La flaqueza es una regla inherente a nuestra condición de verdugos.
Cae la noche sobre mi universo. Juntar la maravillosa estela de imágenes desgastadas por la belleza es una costumbre perturbadora; pero también un paliativo que compensa el vacío de imaginarte extraviada de mi camino. Sigo tu olor a través de todas las realidades de las que soy prisionero tocado por desvaríos, sólo te encuentro al final de los sueños y cuando el cerebro trata de grabar tus facciones en la dilatación de mis pupilas, desapareces, dejas para los cuervos un rastro de perfume mezclado con el plasma amarillento del liquen, un puñado de frases sin dolientes, ninguna otra pista a la cual aferrarse o endilgarle culpas.
Los eventos centrales de mi vida futura tienen un mapa grabado en las entrañas: cuando te vea, voy a desentrañar la margarita gigantesca que decoré tus zapatos. Curioso, trataré  de intuir los paisajes que se le pegaron a tus raíces trashumantes, la sinuosa estructura de las tierras donde incubaste embriones de fe liberadora y anarquía que siga nuestro juego de extremas consecuencias. Beberé preguntas imposibles de resolver, pero valiosas como la densidad mística del cielo que no puede quedarse quieto en una sola boca. Los retos que siembre la energía curiosa de la atracción, serán el principio de nuevas aventuras y tormentas que reclamen la paternidad de sus espejismos.
Seguiré las instrucciones del mapa. Ni por un segundo dudaré.  Mostraré cautela a la hora de quitar las tinieblas de la sangre, grises retazos del hombre que fui a las malas, del patán que todos sacaron a golpes del mundo con motivos de sobra. Te entregaré palabras unidas entre sí por la inocencia: te amo con urgencia. Sobra el paraíso si están tus ojos el día de la muerte. Adiós a los aullidos diversos del enemigo. ¡Estoy vivo! Le diré jamás al silencio de los deseos o a los límites impuestos al vital accionar del cuerpo que anhela descifrar las claves del tuyo.
No podré ser asesino de nuestras ilusiones. Sepultar las ganas de ti equivaldría a desperdiciar las opciones de la propia dignidad. Lo que se persigue en un torbellino de  orfandad es el chispazo sorpresivo de la alegría.
Cuando te vea por primera vez, recitaré  versos que censuran ejércitos de ángeles drogados por la tristeza. Las estrofas que repetías desde niña y tratas de olvidar por pudor, servirán como escalones iniciales que conecten los tentáculos diminutos de las estrellas a la timidez atrayente de tu espíritu.
Las estrofas que pulvericé en instantes de agonía cuando fui viejo, las que hablan de soñar e inculparse, de obtener como premio a la testarudez del que abre otros caminos en los caminos señalados, las llamas del destierro, llenarán de sangre nueva las paredes de mi corazón y de vigor la eterna limpieza del juramento.
Las estrofas restantes, los poemas sin dueño, las sílabas que invitan a descarriar la razón, que estorban y enseñan trascendencia y sopor, irán a amamantar la ceguera de quienes se conformaron con amarnos por hacerlo.
El día que intuya tu llegada, desconocida de mi reino en cenizas, cesará el influjo visceral del eclipse, porque ese estertor vacío que llena de líneas incandescentes los momentos sin ti, mis extremos, es una barrera que esconde el poder de los soles que cabalgan. De nada valen las sonrisas amables cuando los lobos  buscan cebar su poder acariciándome el lomo herido y llenando de basura la creación.
Te propondré un encuentro sin pretensiones. Subiremos al techo de tu casa y desde allí contemplaremos  extraños ojos endemoniados en el horizonte hechizado por la música. Abrirás los brazos para que los vientos recién nacidos se lleven las alas rotas que te aferran a las mazmorras. Alucinada, intentarás preservar la cordura, asirte a las cosas que conoces; pero de eso se trata esta prueba: dejarte llevar sin preguntar, acabar de golpe con lo que tanto hace daño, lanzarte contra filones oscuros como si fueras un ave de fuego que reclama su esencia en el Hades.
Quiero cambiarte la existencia así como la tuya cambió el eco transparente de mis miedos por la colérica emancipación de las dudas. Desbordar mares estelares con  sólo nombrar el instinto que domine tu racionalidad, pensamientos violeta encadenados a los haces rojos con los que la electricidad premia la naturaleza de tu carne. Desbordar aguas para lograr la purificación de esta ciudad que pretende endosarse nuestro renacer como suyo. Desbordar líquidos para hacer cercana la regeneración primaria de cientos de quimeras. Desbordar será quitarle la capa de nácar, la fisonomía de muerto al tiempo que tantas cosas se apresura a quemar.
¿Cuánta fe es necesaria para mover el universo unos centímetros? ¿Le tienes confianza a los manotazos del sonámbulo que a tientas recorre el laberinto trabajoso del amor? ¿Dónde queda la marginalidad de la sensación que carece de espectro? ¿Llegaré al final del día con algo concreto o cada paso que recorra sobre el aire es un simple eslabón en la caída cuyo final se prolonga? ¿Te amaré como te amo cuando te materialices?
Tantas preguntas y un cúmulo de respuestas escabrosas. Tengo claro, eso sí, que no es estéril esta lucha. Soy un hombre volcán y no puedo quejarme de inconstancia o mala leche. Hay cosas que se deben hacer sin dubitar, hay gente que vale la pena así no la conozcas y tú haces parte de ese axioma. No me conformo con lo poco que me dan, rechazo lo fácil por indigno, por cruel y egoísta. Existes y mis corazonadas pocas veces fallan. Existes y por eso te busco hasta debajo de las piedras. Existes y esa certeza hace que toda esta locura tenga dignidad, amaneceres y atardeceres para compartirte, brumas que me tornan nostálgico, pero  también le pican  los costados a las ganas inmensas de triunfar a pesar del dolor de estar sin ti.
Llevo aferradas a las meninges  tus características: la cadencia de tus pálpitos, las tardes escuchando noticias de los lugares que desististe de frecuentar a través de los murmullos, la tibieza de tus miradas penetrantes hastiadas del cansancio que produce la sobrevivencia. De eso se trata, niña, de aguantar como las heroínas del cuento que le cortan la cabeza al dragón: libre de llanto y neurosis.
Ronda esperanzada  las calles de tu infancia. Encuentra al caballo que deambula por charcos cromáticos recién formados en la dermis del suelo. Cada mancha, cada sombra, cada poro y cada sonoridad pegada a su sudor tienen claves que me identifican. No descartes un encuentro próximo, una repentina sucesión de sorpresas que te hagan flotar entre las carnosidades de las nubes anaranjadas.  No subestimes al destino. A lo mejor un amigo mutuo conecte tu realidad con alguna de mis dimensiones; quizás seas la vecina que no he visto salir cinco minutos antes que yo del edificio o el espíritu celeste que me salve de la anunciada  sobredosis. Mantén los brazos arriba, no te rindas, las buenas acciones nos darán independencia para amarnos, criterio para olvidar, sentidos para fornicar, para amarnos como se debe, para crecer y ser individuos atados al diluvio de la entrega. Ten fe.
Guardo silencio esta noche. Mañana repetiré este mantra antes, durante, al término del sueño, es ese un lugar propicio, el tiempo, la estancia donde el temblor del encuentro se hace una causa. Cierra los ojos y tócame, abre las piernas para sentirte y hacerme sentir, muestra el corazón para volverlo  un refugio digno para la poesía y su grandeza particular.
Somos mañana, futuro, pronóstico, quietud, nuevo comienzo. Somos el último pensamiento antes que la tristeza sea ley, huellas labradas en una caverna, hojas que llenan de belleza el otoño, somos nada más y todo.
Duerme, duerme y sueña, que la noche bendice a los que se dejan influenciar por la luna.