HISTERIA DE KAUIL
SEMPER SIMUL SEMPER CARMINA, CATA
EL
GENIO QUE MURIÓ EN SILENCIO
POR:
JAVIER BARRERA LUGO
La honestidad
personal es la energía que mueve las entrañas de un fantasma hastiado de vivir
en tinieblas. En un sencillo cuarto de hotel en Nueva York, resguardado por la
oscuridad a la que le ganó importantes batallas, aunque no la guerra, muere
Nikola Tesla; un hombre delgado, elegante, mejillas hundidas, cabello peinado
hacia atrás, bigote; uno de los científicos más grandes que han habitado el
planeta en toda su historia. Tras de sí el silencio, la persecución de los
poderosos, (Thomas Alva Edison, J.P. Morgan, el banquero, Marconi) una centena
de inventos que le dieron a la cotidianidad la cara que nos muestra por estos
días. Sin los descubrimientos de Tesla no tendríamos servicio de electricidad
en nuestras casas, ni existiría el vergonzante chat en los celulares, no podríamos
calentar el almuerzo en el microondas o tener una radiografía cuando nos
“quebramos un piecito.”
El
hombre nació en la ciudad Smiljan, Imperio
Austrohúngaro, hoy perteneciente a Croacia, el 10 de junio de 1.856. Su padre
fue un respetado sacerdote de la iglesia ortodoxa de Serbia con habilidades
para construir objetos y una memoria prodigiosa con la que entretenía a sus
feligreses recitando interminables poemas épicos serbios que aprendió de oído,
ya que fue analfabeto. El pequeño Nikola vio desde siempre cómo aquel hombre de
sotana sencilla y barba frondosa, tomaba recursos que para otros eran basura prodigada
por la naturaleza y los convertía en elementos útiles para la comunidad.
Aprendió también de aquel hombre estricto, que la última respuesta en cualquier
cuestión no pasa de ser el anuncio de incontables preguntas por resolver.
Inició
estudios de ingeniería eléctrica en la universidad de Graz; sólo permaneció dos
años allí. Consideró que los claustros obligan a seguir reglas que sustentan
sistemas de pensamiento que limitan a los creativos. Sin ceguera no hay
aceptación, parece ser la consigna, un mandamiento contundente certificado con
la obtención de un bonito pedazo de cartón que se cuelga en la pared y da la
potestad de ser lo que se quiere. Para Tesla la autenticidad, la ciencia y sus
secretos, estaban en los lugares abiertos, en los laboratorios sin presupuesto
donde el conocimiento humano tiene impulso real: el hambre. Su memoria era
fotográfica, así que literalmente, retenía con sólo mirar, cientos de artículos
científicos y teorías de los físicos de todos los tiempos que luego analizaba y
comprobaba con sus propias manos. Cada imagen que procesaba su cerebro, cada
sensación al pensar, se convertían en haces de luz que desgarraban su campo visual.
Esa fue su verdadera escuela; la facultad no pasó de ser un corral para
mediocres del que escapó para bien de la humanidad. Años después se supo que
era sinestésico, una condición neuronal que amarra los procesos sensoriales y
los mezcla creando un torrente de impulsos, visiones, olores y hasta sabores
cuando alguno de los sentidos cumple su tarea.
Se
trasladó a París en 1.882 y trabajó durante dos años para la Continental Edison Company, como
ingeniero de mejoras de los motores que llegaban desde Estados Unidos. En 1.894
llegó a Nueva York y con una carta de recomendación de su amigo y antiguo
empleador, Charles Batchelor, solicitó trabajo a Thomas Edison en la Edison Machine Works. El texto de la
misiva no pudo ser más elocuente y premonitorio: “conozco a dos grandes
hombres, usted es uno de ellos; el otro es este joven.” El reputado inventor de
la bombilla, el fonógrafo y mil patentes más, vio en Tesla una oportunidad única
por sólo 18 dólares la hora. Su compañía era un reputado monstruo industrial
que distribuía electricidad y motores a un país que se preparaba para ser el
imperio más grande de la historia y necesitaba gente con espíritu visionario
para mantener su posición.
Tras
ganarse un lugar en la compañía, Edison le ofreció 50.000 dólares de premio a
Tesla si lograba optimizar los ineficientes generadores que se fabricaban en la
empresa. No sólo mejoró su diseño; hizo
más económica su producción. Ilusionado, Nikola reclamó el premio; Edison, esgrimiendo
uno de sus acostumbrados actos canallas, le respondió: “Tesla, usted no
entiende nuestro humor estadounidense.” Sin ningún atisbo de moralidad rompió
su palabra. No le entregó ni un centavo por su trabajo. La ira del genio sobrepasó
las necesidades que lo asfixiaban. Renunció. Quedó plantada la ofensa que daría
inicio a la pelea de dos mentes superiores.
Las
tripas se le pegaban al espinazo, estaba en quiebra. La dignidad le concedió
una tregua y fue así como terminó cavando zanjas para la compañía de su nuevo
enemigo, el señor “bombilla eléctrica.” Ironías de la pobreza. Necesitaba
alimentarse para tener fuerzas, el cerebro activo, el ingenio al tope para
seguir desarrollando una idea que revolucionaría la forma como se entendía la
electricidad, su distribución a escala industrial y con costos racionales: el
sistema polifásico de corriente alterna.
En
una tregua de la tormenta creó su propia empresa, la Tesla Electric Light & Manufacturing, pero sus socios lo expulsaron, meses después, aduciendo que su idea de
desarrollar un motor de corriente alterna era inviable y peligrosa. Volvió a
las calles con los bolsillos vacíos y el espíritu intacto; la revancha fue una
fuerza en el corazón que no le permitió resignarse. En 1.887 desarrollo el
primer motor de inducción cuyo principio de acción no estaba sujeto a la
mecánica sino al electromagnetismo. George Westinghouse, un año después, al
verlo presentar el prototipo de la bobina que llevaba su apellido, Tesla, lo
invitó a trabajar en su empresa. Era el comienzo del desquite contra Edison.
Demostró que la corriente alterna era el futuro de la generación de energía
eléctrica y su nuevo patrono lo apoyó viendo las posibilidades económicas que
esto traería para la industria que nacía. Edison tenía el monopolio de la
distribución de este servicio a través de corriente continua, método que se
apoyaba en una infraestructura robusta que aumentaba los costos transmisión. Al
enterarse de los avances en la investigación de Nikola, se dedicó a generar
mala publicidad hacia la corriente alterna diciendo que era peligrosa, cara,
una excentricidad y hasta que era un producto de los delirios maniacos del
físico europeo. No estaba dispuesto a perder con un “aparecido de la nada”, el
dinero que su monopolio obtenía.
Fue
tanto el resentimiento de Edison hacia su nuevo competidor, que hizo electrocutar animales para demonizar el
descubrimiento de Tesla. El más famoso de estos fue el elefante Topsy, a quien una cuadrilla pagada por
el magnate, trasladó hasta Coney Island para achicharrarlo frente a una turba
de angustiados testigos. Al armazón de metal donde fue encadenado el paquidermo,
se le aplicaron 100.000 voltios de corriente alterna que, sin exagerar, lo
derritieron. La campaña de difamación continuó con la invención de la silla
eléctrica a cargo de Harold P. Brown, empleado de la Edison Machine Works, que “casualmente” también utilizaba el
sistema de alimentación eléctrica patentada por Nikola.
Tesla
no se quedó quieto. Comenzó a hacer demostraciones circenses del poder generado
por la corriente alterna y denunciaba la
utilidad limitada del producto ofrecido por el iracundo Thomas. Se encerraba en
una jaula de metal, activaba una bobina y de la nada aparecían majestuosos rayos
de energía que el científico manipulaba con destreza sin sufrir daños en su
integridad. El futuro del sector se decidía con actos extremos, la
supervivencia comercial se alimentaba en la metáfora. “La guerra de las corrientes”,
como fue conocida esta competencia, estaba en su apogeo. El hombre que se
enfrentó a la naturaleza le ganaba la batalla a las tinieblas, las propiciadas
por el ambiente y la codicia humana. Por desgracia, la dicha duraría poco.
Años
después, cuando las ventajas de su creación eran inocultables y la guerra con
Edison era ya cuestión saldada, desarrollo un sistema que permitía la emisión
de ondas electromagnéticas a través de largas distancias. Dos años después de
este descubrimiento que quedó registrado a su nombre, y copiando casi que al
carbón esta patente, Guglielmo Marconi, anunció
con bombos y platillos su reciente “invención”: la radio. Tras una batalla
legal que duró casi cuatro décadas, los tribunales reconocieron a Tesla como
inventor del sistema que el italiano proclamaba como suyo. Desafortunadamente
en los libros de historia hasta ahora aparece la corrección a este error, que
tiene el trasfondo oscuro con el cual
Nikola tuvo que luchar toda su vida. “No te metas con los poderosos. Segundo
anuncio”, dijeron los sátrapas.
Con
esta base teórico-práctica, el movimiento de las ondas a través de la
atmósfera, Tesla descubrió que la energía eléctrica se podría trasmitir de la
misma forma; ya no se necesitarían cables, postes, centrales de distribución.
Con la ayuda de la ionósfera terrestre y unas cuantas torres intermedias, era
posible llevar este preciado insumo a cualquier parte del planeta. Interesado
por el proyecto J.P. Morgan, el banquero más importante del mundo en esa época,
financió el proyecto Wardenclyffe. Se
construyó una torre de investigación, se invirtieron cuantiosos recursos en
desarrollo y Nikola se sumergió en el plan bandera de su vida, pero meses
después la subvención fue retirada y el emprendimiento se detuvo. Cuando Tesla
le preguntó a Morgan la razón de la decisión que tomó, este le respondió
tajante: “no voy a sufragar un proyecto que brinde energía sin pago”. Y era
lógico, las inversiones en minas de cobre, elemento fundamental del cableado
eléctrico e infraestructura que tenía el banquero, se verían afectadas. Tesla
descubrió como hacer gratuita la energía para todos, pero como no era
conveniente para los dueños del mundo, para su avaricia, la idea se desechó. La
oscuridad volvió a ser la constante. El interés de unos pocos aún nos perjudica
a todos, al ambiente, a la honestidad de la civilización.
Los
años pasaron, Tesla siguió desplegando su trabajo, pero una herida profunda ya
había infectado la fuerza de su alma. Los académicos formales, las
universidades donde desarrollaban su poder, su sacerdocio infernal, los
financiadores de estas, la industria y la banca, continuaron la campaña de
desprestigio contra el inventor. Lo tildaron de loco, criticaron sin piedad sus
logros y no contentos con el ridículo al que lo sometieron, lo sancionaron con
el olvido. Nubes de humo se comieron su recuerdo en vida. Nadie pelea con el
dinero, nadie desnuda su falta de escrúpulos, nadie, por más brillante que sea,
ataca al poderoso dólar, el estiércol del diablo, y sale limpio.
Horas
después de su muerte el FBI irrumpió en su despacho y confiscó todo el material
que encontraron. Los “perros” pagados por el estado sabían de la potencialidad
de los estudios de Nikola y no iban a desaprovechar la oportunidad de sacar ventaja
a los conocimientos de un hombre inteligente y por lo tanto peligroso. A Tesla
se le reconoce la invención de la radio, del motor de corriente alterna, la
bobina que lleva su apellido, los
principios teóricos de la televisión, las microondas, los rayos x, el radar, el
control remoto, el rayo de la muerte que mutó hacia el proyecto HAARP (emprendimiento
táctico de las fuerzas armadas de los Estados Unidos que
consiste en un cadena de transmisores de radio y antenas que se utilizan para
calentar la ionosfera y modificar el clima de una región para generar desastres
a gran escala) y otras decenas de creaciones.
Colmillos
de oscuridad cegaron las antorchas de un hombre que tuvo la capacidad de
escuchar lo que los elementos de la naturaleza nos muestran en clave todos los
días. No es el capital, el poder, la venganza o el honor lo que mueve el mundo;
las mentes claras, su generosidad, son el verdadero corazón que sustenta la
vida en un planeta diminuto cuyos gritos se escuchan claros en el universo.
Nikola Tesla, el genio que murió en silencio, entendió que los dioses tienen
formas particulares de contarnos que su grandeza está en las fuerzas que no
podemos ver.
**Si
esta columna le genera alguna inquietud puede escribirme al correo: baluja74@hotmail.com o dejarme un comentario en nuestro blog idiota Inútil.