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lunes, 15 de septiembre de 2014

EL GENIO QUE MURIÓ EN SILENCIO

                                                                                                                                    HISTERIA DE KAUIL
                                                                              SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA

EL GENIO QUE MURIÓ EN SILENCIO
POR: JAVIER BARRERA LUGO


La honestidad personal es la energía que mueve las entrañas de un fantasma hastiado de vivir en tinieblas. En un sencillo cuarto de hotel en Nueva York, resguardado por la oscuridad a la que le ganó importantes batallas, aunque no la guerra, muere Nikola Tesla; un hombre delgado, elegante, mejillas hundidas, cabello peinado hacia atrás, bigote; uno de los científicos más grandes que han habitado el planeta en toda su historia. Tras de sí el silencio, la persecución de los poderosos, (Thomas Alva Edison, J.P. Morgan, el banquero, Marconi) una centena de inventos que le dieron a la cotidianidad la cara que nos muestra por estos días. Sin los descubrimientos de Tesla no tendríamos servicio de electricidad en nuestras casas, ni existiría el vergonzante chat en los celulares, no podríamos calentar el almuerzo en el microondas o tener una radiografía cuando nos “quebramos un piecito.”
El hombre nació en la ciudad Smiljan, Imperio Austrohúngaro, hoy perteneciente a Croacia, el 10 de junio de 1.856. Su padre fue un respetado sacerdote de la iglesia ortodoxa de Serbia con habilidades para construir objetos y una memoria prodigiosa con la que entretenía a sus feligreses recitando interminables poemas épicos serbios que aprendió de oído, ya que fue analfabeto. El pequeño Nikola vio desde siempre cómo aquel hombre de sotana sencilla y barba frondosa, tomaba recursos que para otros eran basura prodigada por la naturaleza y los convertía en elementos útiles para la comunidad. Aprendió también de aquel hombre estricto, que la última respuesta en cualquier cuestión no pasa de ser el anuncio de incontables preguntas por resolver.
Inició estudios de ingeniería eléctrica en la universidad de Graz; sólo permaneció dos años allí. Consideró que los claustros obligan a seguir reglas que sustentan sistemas de pensamiento que limitan a los creativos. Sin ceguera no hay aceptación, parece ser la consigna, un mandamiento contundente certificado con la obtención de un bonito pedazo de cartón que se cuelga en la pared y da la potestad de ser lo que se quiere. Para Tesla la autenticidad, la ciencia y sus secretos, estaban en los lugares abiertos, en los laboratorios sin presupuesto donde el conocimiento humano tiene impulso real: el hambre. Su memoria era fotográfica, así que literalmente, retenía con sólo mirar, cientos de artículos científicos y teorías de los físicos de todos los tiempos que luego analizaba y comprobaba con sus propias manos. Cada imagen que procesaba su cerebro, cada sensación al pensar, se convertían en haces de luz que desgarraban su campo visual. Esa fue su verdadera escuela; la facultad no pasó de ser un corral para mediocres del que escapó para bien de la humanidad. Años después se supo que era sinestésico, una condición neuronal que amarra los procesos sensoriales y los mezcla creando un torrente de impulsos, visiones, olores y hasta sabores cuando alguno de los sentidos cumple su tarea.
Se trasladó a París en 1.882 y trabajó durante dos años para la Continental Edison Company, como ingeniero de mejoras de los motores que llegaban desde Estados Unidos. En 1.894 llegó a Nueva York y con una carta de recomendación de su amigo y antiguo empleador, Charles Batchelor, solicitó trabajo a Thomas Edison en la Edison Machine Works. El texto de la misiva no pudo ser más elocuente y premonitorio: “conozco a dos grandes hombres, usted es uno de ellos; el otro es este joven.” El reputado inventor de la bombilla, el fonógrafo y mil patentes más, vio en Tesla una oportunidad única por sólo 18 dólares la hora. Su compañía era un reputado monstruo industrial que distribuía electricidad y motores a un país que se preparaba para ser el imperio más grande de la historia y necesitaba gente con espíritu visionario para mantener su posición.
Tras ganarse un lugar en la compañía, Edison le ofreció 50.000 dólares de premio a Tesla si lograba optimizar los ineficientes generadores que se fabricaban en la empresa. No sólo  mejoró su diseño; hizo más económica su producción. Ilusionado, Nikola reclamó el premio; Edison, esgrimiendo uno de sus acostumbrados actos canallas, le respondió: “Tesla, usted no entiende nuestro humor estadounidense.” Sin ningún atisbo de moralidad rompió su palabra. No le entregó ni un centavo por su trabajo. La ira del genio sobrepasó las necesidades que lo asfixiaban. Renunció. Quedó plantada la ofensa que daría inicio a la pelea de dos mentes superiores.
Las tripas se le pegaban al espinazo, estaba en quiebra. La dignidad le concedió una tregua y fue así como terminó cavando zanjas para la compañía de su nuevo enemigo, el señor “bombilla eléctrica.” Ironías de la pobreza. Necesitaba alimentarse para tener fuerzas, el cerebro activo, el ingenio al tope para seguir desarrollando una idea que revolucionaría la forma como se entendía la electricidad, su distribución a escala industrial y con costos racionales: el sistema polifásico de corriente alterna.
En una tregua de la tormenta creó su propia empresa, la Tesla Electric Light & Manufacturing, pero sus socios lo expulsaron,  meses después, aduciendo que su idea de desarrollar un motor de corriente alterna era inviable y peligrosa. Volvió a las calles con los bolsillos vacíos y el espíritu intacto; la revancha fue una fuerza en el corazón que no le permitió resignarse. En 1.887 desarrollo el primer motor de inducción cuyo principio de acción no estaba sujeto a la mecánica sino al electromagnetismo. George Westinghouse, un año después, al verlo presentar el prototipo de la bobina que llevaba su apellido, Tesla, lo invitó a trabajar en su empresa. Era el comienzo del desquite contra Edison. Demostró que la corriente alterna era el futuro de la generación de energía eléctrica y su nuevo patrono lo apoyó viendo las posibilidades económicas que esto traería para la industria que nacía. Edison tenía el monopolio de la distribución de este servicio a través de corriente continua, método que se apoyaba en una infraestructura robusta que aumentaba los costos transmisión. Al enterarse de los avances en la investigación de Nikola, se dedicó a generar mala publicidad hacia la corriente alterna diciendo que era peligrosa, cara, una excentricidad y hasta que era un producto de los delirios maniacos del físico europeo. No estaba dispuesto a perder con un “aparecido de la nada”, el dinero que su monopolio obtenía.
Fue tanto el resentimiento de Edison hacia su nuevo competidor, que  hizo electrocutar animales para demonizar el descubrimiento de Tesla. El más famoso de estos fue el elefante Topsy, a quien una cuadrilla pagada por el magnate, trasladó hasta Coney Island para achicharrarlo frente a una turba de angustiados testigos. Al armazón de metal donde fue encadenado el paquidermo, se le aplicaron 100.000 voltios de corriente alterna que, sin exagerar, lo derritieron. La campaña de difamación continuó con la invención de la silla eléctrica a cargo de Harold P. Brown, empleado de la Edison Machine Works, que “casualmente” también utilizaba el sistema de alimentación eléctrica patentada por Nikola.
Tesla no se quedó quieto. Comenzó a hacer demostraciones circenses del poder generado por la corriente  alterna y denunciaba la utilidad limitada del producto ofrecido por el iracundo Thomas. Se encerraba en una jaula de metal, activaba una bobina y de la nada aparecían majestuosos rayos de energía que el científico manipulaba con destreza sin sufrir daños en su integridad. El futuro del sector se decidía con actos extremos, la supervivencia comercial se alimentaba en la metáfora. “La guerra de las corrientes”, como fue conocida esta competencia, estaba en su apogeo. El hombre que se enfrentó a la naturaleza le ganaba la batalla a las tinieblas, las propiciadas por el ambiente y la codicia humana. Por desgracia, la dicha duraría poco.
Años después, cuando las ventajas de su creación eran inocultables y la guerra con Edison era ya cuestión saldada, desarrollo un sistema que permitía la emisión de ondas electromagnéticas a través de largas distancias. Dos años después de este descubrimiento que quedó registrado a su nombre, y copiando casi que al carbón esta patente, Guglielmo Marconi, anunció con bombos y platillos su reciente “invención”: la radio. Tras una batalla legal que duró casi cuatro décadas, los tribunales reconocieron a Tesla como inventor del sistema que el italiano proclamaba como suyo. Desafortunadamente en los libros de historia hasta ahora aparece la corrección a este error, que tiene el  trasfondo oscuro con el cual Nikola tuvo que luchar toda su vida. “No te metas con los poderosos. Segundo anuncio”, dijeron los sátrapas.
Con esta base teórico-práctica, el movimiento de las ondas a través de la atmósfera, Tesla descubrió que la energía eléctrica se podría trasmitir de la misma forma; ya no se necesitarían cables, postes, centrales de distribución. Con la ayuda de la ionósfera terrestre y unas cuantas torres intermedias, era posible llevar este preciado insumo a cualquier parte del planeta. Interesado por el proyecto J.P. Morgan, el banquero más importante del mundo en esa época, financió el proyecto Wardenclyffe. Se construyó una torre de investigación, se invirtieron cuantiosos recursos en desarrollo y Nikola se sumergió en el plan bandera de su vida, pero meses después la subvención fue retirada y el emprendimiento se detuvo. Cuando Tesla le preguntó a Morgan la razón de la decisión que tomó, este le respondió tajante: “no voy a sufragar un proyecto que brinde energía sin pago”. Y era lógico, las inversiones en minas de cobre, elemento fundamental del cableado eléctrico e infraestructura que tenía el banquero, se verían afectadas. Tesla descubrió como hacer gratuita la energía para todos, pero como no era conveniente para los dueños del mundo, para su avaricia, la idea se desechó. La oscuridad volvió a ser la constante. El interés de unos pocos aún nos perjudica a todos, al ambiente, a la honestidad de la civilización.
Los años pasaron, Tesla siguió desplegando su trabajo, pero una herida profunda ya había infectado la fuerza de su alma. Los académicos formales, las universidades donde desarrollaban su poder, su sacerdocio infernal, los financiadores de estas, la industria y la banca, continuaron la campaña de desprestigio contra el inventor. Lo tildaron de loco, criticaron sin piedad sus logros y no contentos con el ridículo al que lo sometieron, lo sancionaron con el olvido. Nubes de humo se comieron su recuerdo en vida. Nadie pelea con el dinero, nadie desnuda su falta de escrúpulos, nadie, por más brillante que sea, ataca al poderoso dólar, el estiércol del diablo, y sale limpio.
Horas después de su muerte el FBI irrumpió en su despacho y confiscó todo el material que encontraron. Los “perros” pagados por el estado sabían de la potencialidad de los estudios de Nikola y no iban a desaprovechar la oportunidad de sacar ventaja a los conocimientos de un hombre inteligente y por lo tanto peligroso. A Tesla se le reconoce la invención de la radio, del motor de corriente alterna, la bobina que lleva su apellido,  los principios teóricos de la televisión, las microondas, los rayos x, el radar, el control remoto, el rayo de la muerte que mutó hacia el proyecto HAARP (emprendimiento táctico de las fuerzas armadas de los Estados Unidos que consiste en un cadena de transmisores de radio y antenas que se utilizan para calentar la ionosfera y modificar el clima de una región para generar desastres a gran escala) y otras decenas de creaciones.
Colmillos de oscuridad cegaron las antorchas de un hombre que tuvo la capacidad de escuchar lo que los elementos de la naturaleza nos muestran en clave todos los días. No es el capital, el poder, la venganza o el honor lo que mueve el mundo; las mentes claras, su generosidad, son el verdadero corazón que sustenta la vida en un planeta diminuto cuyos gritos se escuchan claros en el universo. Nikola Tesla, el genio que murió en silencio, entendió que los dioses tienen formas particulares de contarnos que su grandeza está en las fuerzas que no podemos ver.


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