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miércoles, 2 de mayo de 2012

CUANDO FUIMOS HÉROES...


CUANDO FUIMOS HEROES
IMAGEN
IDEA CREATIVA Y ORIGINAL
ANDRES BARRERA LUGO
  
En su alma era de noche, aunque afuera el sol resplandecía con fuerza. El jardín de su alma se encontraba hollado y marchito, y, en su inconmensurable soledad revivía a diario la pompa y el fulgurante candor de su existencia.

La fama y el éxito habían llegado temprano, pero con ellos la frustración y la tristeza.

Conocido por todos, era sin embargo un completo extraño para él mismo. El dinero y las comodidades económicas no habían alcanzado para conseguir su mejor y más anhelado sueño: la siempre inigualable compañía de otra persona. Muchas mujeres exuberantes y hermosas se enredarían entre sus sabanas y al final de estas faenas amorosas solo el vacío y la desesperanza le acompañaban.

El pent-house donde vivía cada vez se hacía más pequeño, pues su solitaria personalidad cobraba a diario la mayoría de su espacio. Nunca se refugió en el alcohol, tampoco busco consuelo entre las drogas; tan solo hallaba quietud en el inmenso y verde panorama que le brindaba uno de los inmensos ventanales de su apartamento. Pero las noches eran todas iguales, y, los días, perfectas copias uno del otro.

Claro que se enamoró, y muchas veces, pero siempre sus ilusiones quedaron truncadas por inmensas agonías, y, un día de tedio maldijo el amor y sus desdichas. Nada, absolutamente nada cobraba importancia en su lúgubre existencia: ni sus autos de colección, ni su inmensa fortuna, mucho menos el afable pero siempre falso abrazo de la fama.

Todo era frío en su apariencia, y tan solo un pequeño brillo de esperanza se paseaba de vez en cuando tranquilo en sus recuerdos.

Recordaba su niñez y el abrazo tibio de su madre, un abrazo que nunca le pidió nada a cambio y por el contrario entregaba todo en cada ocasión. Era un héroe en aquel humilde barrio enclavado en la montaña, donde en el fútbol y las carreras en carros de balineras, así como en el trompo, el “cinco huecos”, el Valero y en fin, cuanto juego infantil recordemos, nadie le ganaba.

Evocaba con nostalgia y algo de cariño al flaco Ortiz, a Juanito, el de las empanadas, a Rosita, la pelirroja de trenzas y cara salpicada de pecas que una tarde viendo el Chapulín colorado le robara un beso en la mejilla para luego esconderse cada vez que lo veía. Todos ellos eran los amigos infantiles de aquel héroe y todos, cada uno de ellos aún vivían tranquilos en las calles polvorientas de aquella barriada. La ironía de la vida le había permitido salir de la pobreza, pero también y al tiempo le arrebataba sin anestesia lo mejor de su humilde inocencia.

Inquirió en su pasado un poco más y recordó a su viejo y sus hermanos, dando brincos, vivas, porras; dejando su garganta en cada grito, cada vez que él tomaba el balón en las canchas desniveladas y poco asfaltadas de su villorrio. Los aplausos y la salida en los hombros de sus compañeros hacia la panadería más cercana para refrescarse después de cada enfrentamiento, eran comunes, al igual que el orgullo inocultable de su padre cuando tomado, lo acercaba y lo sentaba sobre sus rodillas para sacar pecho y mostrarlo con un orgullo que rallaba en la arrogancia ante sus compañeros de trago.

Del héroe ya no quedaba nada, se había empezado a desvanecer el día que (y a diferencia que los demás del barrio), logró su título universitario y desaparecería por completo uno o dos años después cuando fue catalogado por los medios como el arquitecto más joven y de mayor proyección en América latina. Se olvido por completo de su pasado, la gaseosa fue remplazada por el whisky y el champán y aquellas calles polvorientas se convertirían de pronto en salones de lujo y recepciones de ensueño.

Quiso recompensar a su familia y ya con el rey dinero de su parte, los traslado a una hermosa quinta a las afueras de la ciudad, pero ellos prefirieron las escarpadas laderas de su montaña de siempre, donde el calor humano hacia olvidar las necesidades existentes a aquel derroche de lujo que nunca les pertenecería por más que su hijo el Doctor así les insistiera. Desde aquel día y preso de la arrogancia, jamás volvió a visitar a su familia, se encerró en su mundo de banalidades y  utopías.

Solo la verde extensión de la sabana lo acompañaba aquella noche de recuerdos, y en medio del llanto y la congoja salió apabullado por sus sombras.

Después de dos horas de constante corcoveo, llegó por fin a su destino. Descendió lentamente del alimentador en medio de empujones y reclamos. No quiso, o mejor sintió vergüenza de dar la cara ante aquellos que alguna vez y por orgullo despreciara. El barrio seguía igual, algunas casas más, la pavimentación de varias calles, pero en el fondo, igual. Dio un giro de 360 grados y aspiro profundamente como para volver a recargarse del heroísmo de antaño, pero hasta el aire de aquella montaña ahora le era esquivo, así lo sintió y aún más desconsolado dirigió sus pasos a un lugar donde muchas veces ocupó las rodillas de un amado, pero la vieja tienda con mostrador de madera, cinta y bolsa de agua para los moscos y orinal de pared, se había transformado en un tomadero de rockola, velas en las mesas y mini pista de baile. 

Sintió la mirada de todas y el comentario de todos, era nuevo para los presentes ver a un hombre de punta en blanco: vestido Armani, zapatos Capriani, gabardina, colonia Renoir numero 2. . .,  Sin embargo decidió entrar y de su reluciente billetera repleta de tarjetas de crédito, sacó el dinero suficiente para conseguir algo que sabía era popular en las celebraciones y despechos populares, pero que él como buen abstemio de la pobreza, no conocía.

Cuando se sentó en las viejas gradas de la cancha de microfútbol de su pasado, el aguardiente ya dominaba sus sentidos. Se veía así mismo corriendo tras su pasado y a su lado, la familia que su dinero había alejado. Rió y lloro como un loco y al final el desconsuelo gano aquella triste despedida. Un ruido se escucho en la madrugada, pero solo los  perros con sus tristes aullidos fueron testigos cómplices de la detonación final del heroico pasaje.

Es de madrugada y en la cuesta de una ciudad, de un país cualquiera, yace un hombre vestido de Armani, y gabardina, zapatos capriani y olorosa fragancia. Su vida escapó volando por un pequeño orificio de su heroica cabeza.


JACK 
FERNANDO VANEGAS MORENO