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martes, 24 de abril de 2012

VE.... LO QUE QUIERAS VER!!


Fotografía de Eddie Adams, 1969

Foto Retocada:
Metaficción sobre una Obra de Eddie Adams, 1969 realizada por el
Equipo Creativo de El Idiota Inútil

Se trata de no limitarse, de contar sin aspavientos e infinitas esperanzas, historias nuevas. No hay peor ciego que el que viendo, decide cerrar los ojos. La ceguera no es física sino espiritual, un caudal de lugares comunes, explicaciones no pedidas y daños a terceros. Ser idiota inútil, es no servir a intereses ajenos sólo por hacerlo, es actuar o abstenerse a conciencia, solamente eso

VERDADES A MEDIAS


VERDADES A MEDIAS

POR: JAVIER BARRERA LUGO.
El público maravillado, no escatimó vítores ni manifestaciones de sincera admiración cuando el viejo, explayado sobre un taburete de cuero ajado, expresó sin titubear que la rubia con varios kilos de más, profuso brillo facial, mejillas casi moradas como ciruelas, labios delgados y ojos ladinos de profundo azul, tenía atado el cabello con dos cintas de terciopelo rojo y una hebilla forrada con diminutas cuentas plateadas, “sin duda compradas en “El Colibrí”, uno de los ocho dispensarios que evidenciaban el progreso económico del puerto.

El ciego, acostumbrado a las expresiones delirantes de las gentes de aquellos pueblos repetidos como mantras en la línea costera de un país incipiente, que atribuían a las artes ocultas y poderes de adivinación, los  resultados de un truco que se ceñía simplemente a la conjunción de unos sentidos bien utilizados con la simple lógica, dejó caer lo poco que le quedaba de energía vital sobre el taburete, acercó la chaqueta que colgaba del brazo derecho de la silla de Amancio y sacó del bolsillo una petaca con whisky. Bebió un trago largo y posó, como acto final de la jornada, la mirada muerta sobre un grupo de estrías que se comían la pared del salón comunal donde se presentaba desde las doce del día como “El que todo lo ve sin ver”.

-No creen que seas ciego, brother-dijo Amancio.

- En estos cagaderos todo el mundo dice lo mismo. Peor para ellos… ¡Pobres maricas que juran que además de ciego soy pendejo!

Despachó otro trago con ansia. Se movió con la agilidad de un viejo de veinte años mal llevados para tomar el brazo de Amancio. Acercó los labios a la oreja de coliflor del anacrónico boxeador que perdió treinta y dos combates y,  entre naturales y prótesis, un diente como mínimo en cada uno de ellos. Un gigante con más vísceras que cerebro a quien convenció de ser su lazarillo en el mundo de la adivinación una noche en que se le mezclaron en el olfato el ímpetu de un  Carlos Monzón, adolescente y encabritado por los tragos y el miedo lácteo de un negro, que antes de los combates engullía generosas cantidades de leche sin pasteurizar y bocadillos de guayaba. Monzón, en el tercer asalto lo tenía como un nazareno. Cuatro imperceptibles golpes sobre la lona le dijeron al ciego esa noche, que además de las pocas piezas que le quedaban en la boca, a Amancio la intolerancia a la lactosa y la brutalidad ebria de Monzón, le quitaron el valor. Desde esa noche recorrían los pueblos desplumando crédulos con actos de percepción sensorial parecidos a la magia.

-¿Trajiste lo que te pedí?-preguntó el viejo a la mole.
-Llegó desde antes de acabar la función… ¡Ya se la traigo, patrón…!- contestó Amancio corriendo hacia la puerta.

Sus dedos, amorcillados mientras realizaba las funciones, se fueron tensando hasta volverse garras. Los nervios trasformaron su rostro como si una centella hubiese impactado contra él: ceño adusto, mandíbula apretada, labios morados que se volvieron dos lajas volcánicas, mejillas impregnadas de verdores cadavéricos, las cuencas vacías de los ojos llenas de una luz mortecina que le daban un aspecto lúgubre.

Estaba horrorizado, pero en su cabeza una voz, que era la de él mismo cuando tenía veinte años, repetía hasta el cansancio un estribillo: “El olor de la hembra a los diecisiete años: maracuyá, pimienta, fragancia de azahar… El olor de la hembra a los diecisiete años, maracuyá, pimienta, fragan…”-interrumpió los pensamientos para decirse sin pizca de compasión que ya no era joven, que era un hombre joven envejecido, un patético viejo rejuvenecido y que así las cosas no tenían chiste…
La muchachita se quedó en silencio ante su presencia. El ciego deslizó un billete por el éter y Amancio, desapareció del salón una vez lo guardó en el bolsillo de la camisa.

-¡Desnúdese que quiero verla!-ordenó el ciego.

La muchachita, asqueada por el espectáculo de las cuencas huecas, se quitó el vestido de flores, la ropa interior que parecía de cristal con encajes y hasta las sandalias verdes. El viejo levantó la cabeza buscando el génesis de los olores de aquel cuerpo joven.

-El malparido que le metió esa puñalada la amaba mucho, niña…-respiró profundo y continuó-…Si la hubiese querido joder no le mete el golpe en la ingle sino directo en el ombligo…Je, je… ¡Bien celoso el cabrón enamorado…!-concluyó divertido.

Por instinto la mujer se cubrió los senos con los antebrazos y dirigió su mirada incrédula hacia la cicatriz cercana al pubis. No pudo aguantar las ganas de llorar. El viejo estiró las manos, la llevó hasta su regazo y empezó a cantarle la única canción que sabía: “El olor de la hembra a los diecisiete años: maracuyá, pimienta, fragancia de azahar… El olor de la hembra a los diecisiete años: maracuyá, pimienta, fragancia de azahar…”