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lunes, 11 de noviembre de 2013

EL ENTRAÑABLE

ENTRAÑABLE INDESCIFRABLE

Cuando comenzó a vivir, tal vez tendría 13 o 14 años. Eran pues los años maravillosos de colegio, de las amistades eternas, de la primera novia, y por qué no, el inicio de las grandes decepciones.

Siempre se considero bueno, y para justificarse aplicaba a sí mismo aquel adagio popular de que aquel que reza y peca empata.


La severidad de un padre ebrio e intransigente contrastaba con la figura malgeniada y luchadora de su madre, la pasividad, alegría y confianza que le despertaba uno de sus hermanos, y, la angustia existencial, locura temporal,  bohemia inescrutable y tristeza pertinaz del mayor confraterno de este clan. Todo esto convertía a este grupo en una mezcla perfecta de especímenes patológicos; y a la larga esta masa familiar que lo envolvía lo fue apartando lentamente de la inocencia sutil que a todos nos rodea.

No pasaron muchas madrugadas  para que se creara en él la necesidad de inventar dentro de sí un mundo independiente de este mundo, y ya con la decisión tomada y la loca idea de revolucionar la tierra, que en algunas oportunidades a todos nos envuelve, empezó a sumergirse en coloquios nocturnos, en hacer amistades peregrinas y durables y en apartarse del circulo vicioso de su familia, todo esto amparado por la sombra fatal de su inconformismo.

Un hombre realmente inteligente y alegre dio paso reverencial a su silencio y despreocupación; la sonrisa de niñez se transformo entonces en un carácter irascible y huraño, y, las manifestaciones emotivas que entonces empezaban a nacer, fueron sepultadas para siempre por una máscara imborrable de dureza y estoicismo propio de las estatuas marmóreas de los próceres.

En fin, todo había cambiado y alrededor suyo surgió entonces la preocupación impajaritable de su horda. Pero no era una angustia gratuita, no, eran sus hechos los que afanaban, pues aquel a quien hasta ese momento todos creían niño, había crecido y ni su madre con regaños, ni sus hermanos con sus desplantes, ni aún su padre con su carácter recio lograban entenderlo.

Tomo salidas inconclusas, busco bajo las rocas el destino fugaz de su existencia, atravesó el mar inmisericordioso de la vida, batallo muchas noches con su almohada,  pero nunca, ni en ningún lugar de estos encontró respuesta a  sus preguntas, al final él,  solo él, y dentro de él encontraría la verdad que tanto añoraba en su silencio: había madurado.

Atrás, pero no para siempre quedarían las locuras de adolescencia y la terrible edad de los destrozos, en la memoria cercana añoraría los amigos de antaño, los lugares visitados y las experiencias recibidas; sonreiría al recordar las noches eternas de impaciencias, de abotagamientos etílicos, de conversaciones eternas, de amor a la naturaleza verde y de amaneceres vacíos, y al final, y, pensativo, entraría en catarsis reflexiva, colocando su norte al sur del de los demás para demostrarse satisfecho que siempre tuvo la razón.

Nunca entenderán sus motivos, tampoco lo acompañaran en sus razones, tal vez jamás crecerá para los otros, pero ya en el ocaso de sus experiencias entenderán el juicio empírico de sus vivencias, pues al fin y solo en ese momento los demás comprenderán lo maravilloso y complejo de su existencia.

Hoy como ayer seguirá siendo el niño de la casa, porque al final hoy como ayer, es el niño de mi casa. 

 
Fernando Vanegas Moreno