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domingo, 1 de septiembre de 2013

PRIMERO EL CAMPO, DESPUÉS USTED

HISTERIA DE KAUIL
SEMPER  SIMUL  SEMPER CARMINA, CATA





PRIMERO EL CAMPO, DESPUÉS USTED

POR: JAVIER BARRERA LUGO

“Es deber del Estado promover el acceso progresivo a la propiedad de la tierra de los trabajadores agrarios, en forma individual o asociativa, y a los servicios de educación, salud, vivienda, seguridad social, recreación, crédito, comunicaciones, comercialización de los productos, asistencia técnica y empresarial, con el fin de mejorar el ingreso y calidad de vida de los campesinos”.
ARTICULO 64, CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA



En el campo colombiano se han gestado históricamente los cambios que el país ha necesitado. Campesinos eran los comuneros que sembraron semillas (no certificadas) de emancipación liderados por José Antonio Galán, del campo salieron miles de jóvenes a defender lo que los “doctorcitos” ilustrados de Bogotá, negociaron en contra de los ciudadanos con la casa real de España, La Independencia. Del campo caminaron hacia la muerte por un sueño común los hombres y mujeres que ofrendaron su vida en la Campaña Libertadora dirigida por el General Bolívar. Del campo son los seres que permiten que cada día haya un plato de comida en su hogar. Del campo son nuestros abuelos, nuestros padres, del campo son las raíces de cada uno de nosotros. Del campo son los individuos que han pagado el precio más alto en el sin número de guerras estúpidas que desangran este país. Del campo es la gente que hoy defiende los derechos y estabilidad de una comunidad nacional que duerme en un precario estado de confort frente a las malas decisiones de sus dirigentes.
Colombia, sus pobladores, les debemos mucho a nuestros campesinos. Años de olvido, apatía general y gobiernos de pacotilla le endilgan al sector rural la miseria que humilla. ¿Cuántas veces se emplea la palabra “campesino” para denigrar a otro, para denunciar torpeza? ¿Por qué se dejan para el final las soluciones a las necesidades de estos ciudadanos? ¿Acaso vale más la gente de la ciudad, sus excentricidades y problemas que los agricultores? ¿Son mejores nuestros hijos que los de ellos? ¿Merecen un sustento menor? Preguntas que no se resuelven con golpes de pecho y maniqueos pronunciamientos de apoyo. No. El respaldo a ellos debe ser solidaridad de cuerpo, de nación, de hermanos.
Ante las exigencias casi mafiosas de la dirigencia de los Estados Unidos y la Unión Europea, que no ven los TLC firmados con Colombia, como acuerdos de libre comercio sino como mecanismos de colocación de excedentes de producción agrícola (sobrados, para ser precisos), el precio, como siempre, lo comenzaron a pagar nuestros campesinos. Los subsidios que brindan las potencias a su producción agropecuaria hacen que la comercialización de alimentos propios sea un suicidio económico para el gestor local. Una tonelada de maíz importado desde Estados Unidos, llega con una diferencia de precio de casi 70% menos, eso a algunos les parece bien, supuestamente fomenta el consumo, pero si algo tienen claro los técnicos es que la economía es una cadena con muchos intervinientes, con millones de dolientes y bocas que reclaman algo de los beneficios que por obra y gracia de intereses particulares desaparecen como opción. ¿Si no vende el productor nacional a quién le puede comprar, a quién le puede dar trabajo? Simple matemática de escuela primaria.
Usted, que vive en la ciudad cree que los problemas del campo no lo afectan salvo en el abastecimiento de su nevera. No se sienta tan confiado.  Esto que vivimos es sólo la prueba piloto de lo que viene. Nuestra normatividad se está ajustando a la de Estados Unidos y la Unión Europea. Lo que en nuestras leyes es derecho, principio fundamental, en la de ellos es fuente, uso, objeto, algo palpable y hasta de propiedad individual. Según esa concepción tendremos que pagar patentes y derechos sobre cosas que en nuestros ámbitos son de interés general. Los medicamentos genéricos desaparecerán y tendrá que comprar medicinas al precio que se le dé la gana cobrar al productor extranjero. Las plantas, las quebradas, los conocimientos de sus ancestros perderán características de saber y colectividad para volverse mercancía que cualquier compañía extranjera con el suficiente dinero y apoyo de nuestras laxas autoridades logrará apropiar y vender. La industria nacional, las confecciones de Medellín, el bordado de Cartago, los zapatos del Restrepo y Bucaramanga, los libros de texto de sus hijos, las mermeladas de guayaba, las panelas de Villeta, los tamales tolimenses, los hará un gringo de Michigan o un chino de Guangzhou que gana un sueldo de hambre y usted si tiene suerte, los podrá adquirir en algún hipermercado de propiedad francesa. Para allá vamos, allá estamos, hasta los sombreros “vueltiaos” los producen ya en China.
Exportaremos algo, hay que salvar las apariencias, eso es claro, pero qué y cuánto, esa es la cuestión. La importación de productos no crea suficientes puestos de trabajo, su papel es de intermediación no de producción. En un par de años el trabajo será más escaso, un privilegio mal remunerado (ya lo hemos padecido sin TLC), usted tendrá que pagar seguridad social completa, conseguir tres trabajos los siete días de la semana para poder comprar la basura (muebles, enseres, servicios) que le prometieron como panacea los políticos antes de firmar los adefesios de acuerdos comerciales que empezamos a padecer. Las clínicas estarán vacías porque sólo un grupo privilegiado podrá acceder al derecho a la salud, los viejos trabajarán y pedirán limosna porque las pensiones no serán suficientes para su sustento, será un milagro que sus hijos asistan a una universidad que les garantice algo de calidad en la educación, el que quiera algo bueno tendrá que pagar mucho para obtenerlo, endeudarse con los bancos a perpetuidad será la única alternativa de sobrevivencia. Ese es nuestro panorama si seguimos ciegos las recetas de quienes ven esta comarca como un potrerito lleno de consumidores potenciales o mano de obra barata y sin cerebro.
Cada peso que compre de la producción exterior será un peso que saque de su propio bolsillo en el futuro inmediato. No es una sentencia sin apoyo, un peso entregado a lo importado es un peso en contra de la industria nacional (pequeña y mediana empresa, la que más empleos provee), de su vecino que hace buenos zapatos, del obrero, de su primo que trabaja de sol a sol para mantener su panadería, de los empleados de las fábricas, del “veci” que tiene un pequeño mercado de frutas, del campesino del Caquetá que hace quesillos, de su puesto de trabajo, de la salud, educación y dignidad que sus hijos merecen. Somos ciudadanos no clientes, tenemos derechos que no respetan quienes se sienten dueños de este país. Condenan a varias generaciones buscando lucro personal y nos venden el concepto de prosperidad, disfrazan la pobreza e iniquidad con lindos anuncios publicitarios.
La empresa nacional, los pequeños y medianos emprendedores tienen el reto de renovar activos de producción y conocimiento, adaptarse a esta avalancha de codicia, luchar con ahínco, están acostumbrados, el gobierno penaliza el trabajo honrado. El colombiano común debe comprar colombiano, exigir calidad, ser firme. Teniendo una despensa comprobada no podemos caer en el engaño de sacrificar la seguridad alimentaria de la nación por simples embelecos de unos piratas comerciales que deciden el futuro de millones desde sus amplias oficinas en Nueva York. La idea es salvar al país y sus habitantes, ejercer el derecho de acoger alternativas, no de aceptar imposiciones. Uno no le paga al padrastro de sus hijos para que los maltrate.
Está en juego la soberanía y dignidad de cada uno de nosotros. Esta reflexión carece  de matices políticos o intereses creados, la lógica nunca pelea con los hechos y estos son evidentes. Apoyo el paro campesino, su ejemplo, su pundonor. La violencia no es camino, el saqueo no se justifica, tampoco el desperdicio, eso deslegitima la justa protesta. Hay que seguir luchando el valor de las ideas, abstenerse de dañarnos, respetar. Las mayorías estamos con el agro, con nuestros hermanos. Si ellos ganan, ganamos todos, están exigiendo lo justo, como siempre abanderan la protección de la dignidad Colombiana. Permitir que algo malo les pase es firmar nuestra sentencia de fracaso. Ojalá, lo digo de corazón, todo lo malo que creo que pasará, no pase.
PD: Desde el congreso y la Casa de Nariño, desde sus fincas y fortalezas, los ex presidentes y candidatos se suben al bus del apoyo a los campesinos, ya casi son las elecciones, es por eso el repentino interés. Les pregunto: ¿No es el congreso el que ratificó la firma de los TLC? ¿No fue el gobierno anterior quien negoció los TLC? ¿No fue el actual presidente, miembro estrella del gobierno anterior, quien firmó los TLC? ¿No fue el actual presidente quien defendió en un libro junto a Blair, el nefasto ex primer ministro del Reino Unido, las maravillas del libre comercio justo y no practicado en la realidad? ¿Ejercicios de hipocresía los golpes de pecho de la dirigencia? No sé ustedes, pero yo revisaría con lupa por quién votar el año entrante. Ahí está tácito nuestro poder de cambiar las cosas.




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