HISTERIA
DE KAUIL
SEMPER SIMUL
SEMPER CARMINA, CATA
PRIMERO
EL CAMPO, DESPUÉS USTED
POR: JAVIER BARRERA LUGO
“Es deber del Estado
promover el acceso progresivo a la propiedad de la tierra de los trabajadores
agrarios, en forma individual o asociativa, y a los servicios de educación,
salud, vivienda, seguridad social, recreación, crédito, comunicaciones,
comercialización de los productos, asistencia técnica y empresarial, con el fin
de mejorar el ingreso y calidad de vida de los campesinos”.
ARTICULO 64, CONSTITUCIÓN
POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA
En el campo colombiano se
han gestado históricamente los cambios que el país ha necesitado. Campesinos
eran los comuneros que sembraron semillas (no certificadas) de emancipación
liderados por José Antonio Galán, del campo salieron miles de jóvenes a
defender lo que los “doctorcitos” ilustrados de Bogotá, negociaron en contra de
los ciudadanos con la casa real de España, La Independencia. Del campo
caminaron hacia la muerte por un sueño común los hombres y mujeres que
ofrendaron su vida en la Campaña Libertadora dirigida por el General Bolívar.
Del campo son los seres que permiten que cada día haya un plato de comida en su
hogar. Del campo son nuestros abuelos, nuestros padres, del campo son las
raíces de cada uno de nosotros. Del campo son los individuos que han pagado el
precio más alto en el sin número de guerras estúpidas que desangran este país.
Del campo es la gente que hoy defiende los derechos y estabilidad de una comunidad
nacional que duerme en un precario estado de confort frente a las malas
decisiones de sus dirigentes.
Colombia, sus pobladores,
les debemos mucho a nuestros campesinos. Años de olvido, apatía general y
gobiernos de pacotilla le endilgan al sector rural la miseria que humilla.
¿Cuántas veces se emplea la palabra “campesino” para denigrar a otro, para
denunciar torpeza? ¿Por qué se dejan para el final las soluciones a las
necesidades de estos ciudadanos? ¿Acaso vale más la gente de la ciudad, sus
excentricidades y problemas que los agricultores? ¿Son mejores nuestros hijos
que los de ellos? ¿Merecen un sustento menor? Preguntas que no se resuelven con
golpes de pecho y maniqueos pronunciamientos de apoyo. No. El respaldo a ellos
debe ser solidaridad de cuerpo, de nación, de hermanos.
Ante las exigencias casi
mafiosas de la dirigencia de los Estados Unidos y la Unión Europea, que no ven
los TLC firmados con Colombia, como acuerdos de libre comercio sino como mecanismos
de colocación de excedentes de producción agrícola (sobrados, para ser precisos),
el precio, como siempre, lo comenzaron a pagar nuestros campesinos. Los
subsidios que brindan las potencias a su producción agropecuaria hacen que la
comercialización de alimentos propios sea un suicidio económico para el gestor
local. Una tonelada de maíz importado desde Estados Unidos, llega con una
diferencia de precio de casi 70% menos, eso a algunos les parece bien,
supuestamente fomenta el consumo, pero si algo tienen claro los técnicos es que
la economía es una cadena con muchos intervinientes, con millones de dolientes
y bocas que reclaman algo de los beneficios que por obra y gracia de intereses
particulares desaparecen como opción. ¿Si no vende el productor nacional a
quién le puede comprar, a quién le puede dar trabajo? Simple matemática de
escuela primaria.
Usted, que vive en la ciudad
cree que los problemas del campo no lo afectan salvo en el abastecimiento de su
nevera. No se sienta tan confiado. Esto
que vivimos es sólo la prueba piloto de lo que viene. Nuestra normatividad se
está ajustando a la de Estados Unidos y la Unión Europea. Lo que en nuestras
leyes es derecho, principio fundamental, en la de ellos es fuente, uso, objeto,
algo palpable y hasta de propiedad individual. Según esa concepción tendremos
que pagar patentes y derechos sobre cosas que en nuestros ámbitos son de
interés general. Los medicamentos genéricos desaparecerán y tendrá que comprar
medicinas al precio que se le dé la gana cobrar al productor extranjero. Las
plantas, las quebradas, los conocimientos de sus ancestros perderán
características de saber y colectividad para volverse mercancía que cualquier
compañía extranjera con el suficiente dinero y apoyo de nuestras laxas
autoridades logrará apropiar y vender. La industria nacional, las confecciones
de Medellín, el bordado de Cartago, los zapatos del Restrepo y Bucaramanga, los
libros de texto de sus hijos, las mermeladas de guayaba, las panelas de
Villeta, los tamales tolimenses, los hará un gringo de Michigan o un chino de Guangzhou que gana un sueldo de hambre y
usted si tiene suerte, los podrá adquirir en algún hipermercado de propiedad
francesa. Para allá vamos, allá estamos, hasta los sombreros “vueltiaos” los producen
ya en China.
Exportaremos algo, hay que
salvar las apariencias, eso es claro, pero qué y cuánto, esa es la cuestión. La
importación de productos no crea suficientes puestos de trabajo, su papel es de
intermediación no de producción. En un par de años el trabajo será más escaso,
un privilegio mal remunerado (ya lo hemos padecido sin TLC), usted tendrá que
pagar seguridad social completa, conseguir tres trabajos los siete días de la
semana para poder comprar la basura (muebles, enseres, servicios) que le
prometieron como panacea los políticos antes de firmar los adefesios de
acuerdos comerciales que empezamos a padecer. Las clínicas estarán vacías
porque sólo un grupo privilegiado podrá acceder al derecho a la salud, los
viejos trabajarán y pedirán limosna porque las pensiones no serán suficientes
para su sustento, será un milagro que sus hijos asistan a una universidad que
les garantice algo de calidad en la educación, el que quiera algo bueno tendrá
que pagar mucho para obtenerlo, endeudarse con los bancos a perpetuidad será la
única alternativa de sobrevivencia. Ese es nuestro panorama si seguimos ciegos
las recetas de quienes ven esta comarca como un potrerito lleno de consumidores
potenciales o mano de obra barata y sin cerebro.
Cada peso que compre de la
producción exterior será un peso que saque de su propio bolsillo en el futuro
inmediato. No es una sentencia sin apoyo, un peso entregado a lo importado es
un peso en contra de la industria nacional (pequeña y mediana empresa, la que
más empleos provee), de su vecino que hace buenos zapatos, del obrero, de su
primo que trabaja de sol a sol para mantener su panadería, de los empleados de
las fábricas, del “veci” que tiene un pequeño mercado de frutas, del campesino
del Caquetá que hace quesillos, de su puesto de trabajo, de la salud, educación
y dignidad que sus hijos merecen. Somos ciudadanos no clientes, tenemos
derechos que no respetan quienes se sienten dueños de este país. Condenan a
varias generaciones buscando lucro personal y nos venden el concepto de
prosperidad, disfrazan la pobreza e iniquidad con lindos anuncios publicitarios.
La empresa nacional, los
pequeños y medianos emprendedores tienen el reto de renovar activos de
producción y conocimiento, adaptarse a esta avalancha de codicia, luchar con
ahínco, están acostumbrados, el gobierno penaliza el trabajo honrado. El
colombiano común debe comprar colombiano, exigir calidad, ser firme. Teniendo
una despensa comprobada no podemos caer en el engaño de sacrificar la seguridad
alimentaria de la nación por simples embelecos de unos piratas comerciales que
deciden el futuro de millones desde sus amplias oficinas en Nueva York. La idea
es salvar al país y sus habitantes, ejercer el derecho de acoger alternativas,
no de aceptar imposiciones. Uno no le paga al padrastro de sus hijos para que
los maltrate.
Está en juego la soberanía y
dignidad de cada uno de nosotros. Esta reflexión carece de matices políticos o intereses creados, la
lógica nunca pelea con los hechos y estos son evidentes. Apoyo el paro
campesino, su ejemplo, su pundonor. La violencia no es camino, el saqueo no se
justifica, tampoco el desperdicio, eso deslegitima la justa protesta. Hay que
seguir luchando el valor de las ideas, abstenerse de dañarnos, respetar. Las
mayorías estamos con el agro, con nuestros hermanos. Si ellos ganan, ganamos
todos, están exigiendo lo justo, como siempre abanderan la protección de la
dignidad Colombiana. Permitir que algo malo les pase es firmar nuestra
sentencia de fracaso. Ojalá, lo digo de corazón, todo lo malo que creo que
pasará, no pase.
PD: Desde el congreso y la
Casa de Nariño, desde sus fincas y fortalezas, los ex presidentes y candidatos
se suben al bus del apoyo a los campesinos, ya casi son las elecciones, es por
eso el repentino interés. Les pregunto: ¿No es el congreso el que ratificó la
firma de los TLC? ¿No fue el gobierno anterior quien negoció los TLC? ¿No fue
el actual presidente, miembro estrella del gobierno anterior, quien firmó los
TLC? ¿No fue el actual presidente quien defendió en un libro junto a Blair, el
nefasto ex primer ministro del Reino Unido, las maravillas del libre comercio
justo y no practicado en la realidad? ¿Ejercicios de hipocresía los golpes de
pecho de la dirigencia? No sé ustedes, pero yo revisaría con lupa por quién
votar el año entrante. Ahí está tácito nuestro poder de
cambiar las cosas.
Si esta columna le genera algún comentario puede escribirme al correo: baluja74@hotmail.com o deje un
comentario en nuestro blog idiota Inútil.