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miércoles, 23 de noviembre de 2022

 


11 DE SEPTIEMBRE: UNA FIESTA MACABRA

Por: Javier Barrera Lugo

 

“… pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques más rencores
más bombas más aviones más oprobios
porque el hombre de la paz era una fortaleza”.

ALLENDE-Mario Benedetti-



Imagen tomada de:https://elpais.com/internacional/2021-09-10/.html 

Estruendos repetidos como cuervos en una pesadilla llenaron de histeria los pasillos de La Moneda, casa de los gobernantes de Chile. Cargas de metralla, tiros a diestra y siniestra, gritos de muerte y amenaza se colaron por los rincones haciendo del sencillo ejercicio de pensar una tarea digna de titanes. Allende, el Presidente Salvador Allende Gossens, resolvió dejar por un momento su AK-47 sobre el escritorio de madera. Sacó del bolsillo izquierdo de su pantalón uno de los pañuelos que Hortensia le regaló para su cumpleaños. Como abnegado escolar limpió los lentes de carey que siempre acompañaron sus cuitas más profundas y se abstrajo un momento de los hechos que lo tenían como protagonista obligado de una fiesta macabra. La decisión que debía tomar era la más importante de su mandato, la más jodida de su vida, necesitaba observar detalles mínimos para sustentar el desenlace. Sus hombres de confianza, miembros del GAP (Grupo de Amigos Personales, su escolta), una docena de carabineros leales y algunos colaboradores de la casa, mantuvieron a raya a los tres centenares de elementos del ejército, que enviados por Pinochet y sus secuaces, cumplían la orden de destrozar la opinión del pueblo desde sus cimientos. El 11 de septiembre de 1973, la glorificación de la subversión democrática, la fiesta de los esclavos, llegaba a su fin.

 El no, dado por el Presidente Constitucional fue radical. Sus planes jamás incluyeron claudicar ante una junta militar conformada por los más grandes Judas en la historia del continente, tipos que mordieron no sólo la mano del hombre que los alimentó sino la dignidad de todo un pueblo seducido por la visión de justicia. Infames, juraron lealtad al líder horas antes de perpetrar una masacre que le quitó la voz y las manos al futuro.  El pueblo le entregó a Salvador Guillermo, a través de las urnas, la custodia de las leyes para hacerlas cumplir. El sentir y quimeras comunes eran un mandato imposible de negociar, menos con una camarilla de rufianes. De inmediato, los conspiradores decidieron enviar aviones de combate Hawker Hunters para bombardear La Moneda. La explosión del primer cohete sura dejó aturdidos a quienes defendían la democracia.  Marcelo, Víctor, Máximo y Alfredo, recogieron del piso a Allende y lo trasladaron hasta su despacho. “¡Todo bien! ¡Todo bien! El hombre tiene rasguños. Nada importante”, le informaron al resto de la guardia pretoriana del imperio de los trabajadores. El viejo Presidente tomó el Kaláshnikov y lo terció sobre su hombro derecho.

 

    Cerraron la puerta de la oficina contigua y de inmediato se tomaron decisiones. Freire consiguió comunicación con Radio Magallanes, la única emisora que no había sido usurpada o destruida por los militares golpistas. A las 10:15 de la mañana Allende, el médico que quiso extirparle a Chile la enfermedad de la desigualdad, se dirigió por última vez al pueblo. Le recordó a cada uno de los ciudadanos que su lucha era por los derechos, por la igualdad de las personas, que se venían días duros, que resistieran, pero no se hicieran matar en vano, los mártires no reconstruyen las sociedades.

 

     Lágrimas cubrieron los rostros de cada uno de los camaradas de sitio. Allende, al sentir el gemido de las balas sobre su cabeza, decidió cubrirse en el envés de una columna. No era un hombre de guerra tácita, la suya fue una confrontación de ideas desde que era niño. Ahí, resguardado tras una mole de piedra, se acordó de lo que le dijo el Che, Ernestito Guevara, la primera vez que hablaron cuando coincidieron en un encuentro de izquierdistas en Uruguay, uno como héroe universal de la rebeldía, el otro, como insigne Senador de una patria inconforme. Aquellas palabras en ese instante brumoso de agonía le dolieron por ciertas:

 

Imagen tomada de: https://viva.org.co/cajavirtual/svc0725/articulo06.html

“No confíes en los militares jamás. Puede ser General el que te prometa lealtad, pero ellos están acostumbrados a recibir órdenes, a acatar y ya. Tú, más que nadie, sabes a quién le hacen caso. Eres una exquisita rareza que nunca entenderán. Cuídate o ármate, amigo mío, las revoluciones no se mantienen con clavelitos y puños cerrados solamente.”

 

-Si tú también eres militar, Ernestito. Cómo me vas a decir eso-respondió sonriente Salvador.

 

-No soy militar, Senador. Soy médico e insurrecto. Militar nunca.

 

    Los hombres que detenían la contraofensiva enemiga empezaron a caer como moscas. El humo generado por el incendio que desató el bombardeo nubló los pensamientos del grupo. Allende decidió quitarle el seguro al fusil y defender lo poco que quedaba de institucionalidad. Reinaldo y París se apostaron en las ventanas y no dejaron de disparar, Mauricio, Carlos y Miguel contaron las granadas que quedaron y las distribuyeron entre los miembros del GAP. Julio y Mauricio no se despegaron del Presidente. “Tenemos un atisbo de moral. El pueblo no abandona a sus líderes. La gente reconoce al enemigo. Estamos con usted Allende”, dijo en tono heroico París, quien tenía una herida superficial en el antebrazo izquierdo. Esas frases fueron el impulso vital que los hizo retomar la lucha con ahínco.

 

    A las 14:20, los insurrectos entraron a La Moneda. Allende tomó el casco verde oliva que se puso desde el inicio del motín y salió de la oficina dispuesto a todo. Las balas llenaron los corredores, todo eran chillidos y desesperación de lado y lado. Los miembros del GAP cayeron uno a uno, con honor, protegiendo al alfa como lo juraron. Salvador, “el pije”, “pollo fino”, el hombre que el pueblo eligió para garantizarse respeto, prefirió la honradez de la muerte al abyecto tratamiento de prisionero que le querían endilgar sus antagonistas, la figura ejemplarizante para una sociedad sometida por las armas. Se suicidó en uno de los zaguanes de una casa que empezaban a llenar las sombras. Silencio total.  La Unidad Popular, el Chile de carne y hueso, partido conformado por todas las facciones de izquierda, perdía al hombre que por primera vez en la historia del hemisferio occidental ganaba unas elecciones representando al socialismo sin otra denominación, a las fantasías de los oprimidos, a quienes por centavos se quemaban los pulmones en los socavones de las minas de cobre y las salitreras, a los hambrientos de los tugurios que exigían un futuro distinto para sus hijos.

 

   “Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto”, fue el parte de victoria de las bestias. Víctor Jara, el hombre al que Vicentico y los Fabulosos Cadillacs le piden que resista en la canción “Matador”, también cayó un par de días después, víctima del ímpetu vehemente asumido por la tropa. Millares de chilenos fueron torturados, desaparecidos o tuvieron que exiliarse. El Estadio Nacional de Santiago se volvió por semanas, el campo de detención y exterminio a cielo abierto más grande en la historia de América. La desdicha se perpetuó, los abusos se hicieron norma. Sombras, siempre sombras en un lugar donde los pájaros azules alguna vez llenaron los desiertos con su vuelo enloquecido.

 

    Desde Atacama, Antofagasta, Maule, Biobío, La Araucana, desde cada punto brioso del país, a través de las células vegetales de una nación apuñalada por una recua de hijos cegados por la codicia, la memoria de los seres se detuvo. Dragones inundaron con fuego las venas de una tierra anegada por la sangre inocente. Bailaron alrededor de las hogueras espectros amordazados y sin lengua, también las almas de quienes esperanzados supieron que las tragedias jamás son para siempre. De a poco la historia se encargó de limpiarle la cara a la vida. Cientos de purgas se llevaron a cabo, pero el bacilo de la emancipación se mantuvo incólume en los cerebros libres de niebla. Primavera tras primavera, las voces decidieron hacerse fuertes, las calles se llenaron de arengas, se le mostró al dictador que los brazos estaban sanos para pelear.

 

    Los traidores recibieron su merecido. Pinochet, lunático y mediocre, terminó pidiendo clemencia desde su silla de ruedas, todos los pusilánimes hacen lo mismo al final del camino, están acostumbrados a arrodillarse. Chile floreció otra vez, la melodía se impuso de nuevo al silencio, las fotos de Allende, escondidas tras las puertas, volvieron a ocupar lugares de privilegio en las casas de los que nunca olvidaron al gestor de una revolución parida en las urnas, nunca en las trincheras. La verdad salió a flote, los culpables siguen pagando, escondiéndose, nada bajo el sol puede estar oculto. Por las calles retumban manadas de espíritus caminando dispuestos a defender lo que ganaron con pundonor. Los pájaros, benditos pájaros azules, enfatizan colores de una tierra bendecida y maldecida por la riqueza, un suelo, un entorno que ni siquiera los bárbaros pudieron agotar. 

    

lunes, 24 de octubre de 2022

LA ECUACIÓN DE DIOS

 

LA ECUACIÓN DE DIOS

Por: Javier Barrera Lugo

**Este perfil fue publicado el 3 de marzo 2014 en la sección Kien bloguea, del medio digital Kien y Ke.

 

Dedicado a: Santiago Ojeda y Daniel Barrera,

los únicos científicos reales que conozco.


Grigori Perelman es un hombre ruso de cuarenta y siete años, ascendencia judía, soltero, profundamente religioso (iglesia ortodoxa), alto, desgarbado, calvo en la parte superior del cráneo, aunque desde la base de su testa crece una desordenada melena castaña que casi le llega a los hombros. Viste de jeans, chaqueta de paño desleída, camisa apergaminada, unos zapatos tenis que parecen tener su edad y una capa de mugre que cualquier desadaptado promedio estimaría obscena. Su mirada compleja, cercana al estrabismo, tiene impresa la pureza del fuego, el destello palpitante  prodigado por las mentes superiores cuando limitan su territorio. Vive encerrado, sin contacto con la humanidad junto a su madre, la anciana Luvob-quien mantiene la economía doméstica con su pensión-, en un humilde apartamento clavado en la periferia de San Petersburgo. Una particularidad más: pertenece al grupo de los matemáticos más brillantes de los últimos cinco siglos.

 


       Su historia es fascinante: A finales de mil novecientos ochenta, se le otorga el doctorado en la Facultad de Mecánica y Matemática de la Universidad Estatal de Leningrado, con una tesis que tituló: Superficies en silla en espacios euclídeos (espacios geométricos que siguen los principios que en esta materia expuso Euclides tres milenios antes). A los dieciséis años, representando a la URSS, gana la medalla de oro en la olimpiada mundial de matemática llevada cabo en Budapest, Hungría. MENSA, una organización de carácter internacional que evalúa el coeficiente intelectual de personas destacadas, determina, en ese mismo período, que el suyo, es el  más alto que han comprobado. Desde muy corta edad ejecuta con virtuosismo el violín, una prueba más de su estirpe superlativa. Estrategia, visión, un horizonte rodeado de metas. Inicio de una década redonda para Grigori. Por esa época, jóvenes de su edad en todo el mundo se enfrentan a un dilema mayor: utilizar oxy 5 u oxy 10 para tratar la plaga del acné; él, en cambio, no sólo resuelve, ingenia fórmulas para descomprimir los enigmas de la naturaleza. Ironía pura podría titularse aquella obra del destino.

 

       Tras recibir el doctorado comienza a trabajar en el prestigioso Instituto Steklov de Matemáticas de la Academia Rusa de las Ciencias, donde se enfrasca en problemas que trascienden la academia y caen en escenarios tan diversos como la planeación agrícola o la estrategia militar de encriptamiento de códigos.  Pasa dos años becado, a mediados de los noventa, en la Universidad de California, Berkeley, además de estudiar dos semestres en las Universidades de Nueva York y Stony Brook. Esas experiencias educativas cimentan la obsesión que años después, dará frutos impensados hasta para los optimistas extremos: La conjetura de Poincaré, el problema abierto más grande de la topología (estudio de las propiedades de los cuerpos geométricos) queda como pesadilla exclusiva taladrándole el espíritu.

 



       En mil novecientos noventa y nueve el prestigioso Instituto Clay, pionero en la investigación de las diferentes ramas de la matemática y su difusión, instaura un premio para quienes comprueben la teorización de los siete problemas del milenio, acertijos que promulgan la solución de ecuaciones que exponen diferentes realidades abstractas a través de símbolos, caracteres y números; pero que no revelan el desarrollo cierto de ellos. La explicación sustentada de los mismos es premiada con un millón de dólares. La conjetura de Poincaré hace parte de la selección y el avezado Grigori, toma por su cuenta este jeroglífico que tiene como base fundamental la geometría de las esferas, una materia que domina como ningún otro ser en el planeta.

 

       En dos mil dos, Perelman, sube a la cumbre del cielo y le grita a todo el que quiera escucharlo que la mentada teoría que el matemático francés Henri Poincaré le planteó al mundo en los albores del siglo veinte, deja de serlo para convertirse en un teorema (una proposición que afirma una verdad demostrable). Revuelo general. Sus colegas, acuciosos, le dan vueltas a la fórmula, a sus elementos constitutivos, buscan un resquicio, una grieta que rompa el dique, degradan y rescatan, olvidan lo aprendido, sus concepciones. Los prejuicios elaborados con paciencia de costurera, se incineran en las piras de sus egos. Llegan a la misma conclusión que desde el principio un hombre ascético dominado por la excentricidad les recitó como una oración aprendida: nada permanece oculto, o es imposible de lograr para un espíritu envenenado con la dulce ponzoña de la curiosidad. De los siete problemas sólo se han resuelto dos a la fecha: Poincaré y El último teorema de Fermat, por Sir Andrew Wiles, matemático británico, en el noventa y tres del siglo anterior.

 

       El mundo de las ciencias exactas celebra a rabiar el logro de “Grisha”, el irrepetible Grigori Perelman. Para el resto de la humanidad es un hecho que termina depositado en la intrascendencia. Se expresa la sorpresa de manera jubilosa, cartas larguísimas de felicitación, idolatría repentina; pero ella, traicionera, sabia, fanática, cruel, sádica, deja para el final la saña de su coletazo máximo: Grigori, en un acto de iluminación esquizoide, de sentido común y una autoridad disfrazada de enajenación mental, rechaza el dinero que gana en franca lid. La organización del premio del milenio determina como zanjado el asunto de la Teoría de Poincaré: es un axioma. Corre el dos mil diez; ocho años de revisión minuciosa de sus pares le confirman la inmortalidad. Grigori se mantiene firme, no recibirá jamás un centavo por este trabajo. El escándalo estalla, las matemáticas resaltan por fin en los tabloides, no por su esencia o su valía, un acto honesto de conciencia pulveriza las ventanas humidificadas de la sociedad. Huraño, responde la pregunta que todo el mundo se hace. ¿Por qué? Con la tranquilidad que le da su nuevo estatus de profeta trastornado, responde a quemarropa:

 

       “No quiero estar expuesto como un animal en el zoológico. No soy un héroe de las matemáticas. Ni siquiera soy tan exitoso. Por eso no quiero que todo el mundo me esté mirando.” Baldado de agua fría.

 

       Cuatro años después, el hombre que domina los conceptos de las fuerzas esenciales y la abstracción rechaza también  la Medalla Fields, el Nobel de las matemáticas, dotado con diez mil dólares de premio. ““Sé cómo controlar el universo, ¿por qué tendría que correr tras un millón de dólares?”. El puñetazo va directo al mentón de quien cuestiona su aburrido desplante hacia el dinero, la fama, o como dijo Gabo, “la mierda de la gloria.”  En dos mil seis rechaza también la medalla que el Congreso internacional de matemáticos realizado en Madrid le otorga. Previamente lo hizo con el premio de la Sociedad Matemática Europea, porque según él, estaban incapacitados para evaluar su trabajo. El daño queda hecho. Sus palabras denuncian ochenta meses de enclaustramiento, la decisión de olvidar los peros a su genialidad, la frivolidad manifiesta que juzga su trabajo. Algunos de sus conocidos dicen que después de la comprobación de la teoría perdió el amor a las matemáticas, el interés, la pasión, que una niebla helada le entró en las vísceras cuando descubrió cómo se amalgaman las fibras creadoras cuando de instituir embrollos se trata.

 

       En dos mil tres, cuando se retira de Instituto Steklov, las directivas lo tildan de inconforme, de soberbio, de testarudo. Algunos de sus colegas se dedican a buscarle “clavos sueltos” a su trabajo, lo que precipita la deserción. Austero, busca refugio en ese hogar que desconoce, con la vieja que lo parió, y desaparece de la escena tan a prisa como un fantasma al mediodía. Sus apariciones, después de tomar la decisión que movió la estructura de una ciencia exacta, son esporádicas. Fue fotografiado en un vagón del metro de San Petersburgo, en un mercado de su distrito comprando provisiones. Sobran los rumores, los alienígenas se manifiestan más que "Grisha". Un periodista avezado logra sacarle unas frases mientras camina por una calle secundaria cercana a su vivienda. La pregunta es la misma: ¿Por qué? Deja una contestación que no merece mayores análisis: “ellos (los matemáticos), casi todos son conformistas. Son más o menos honestos, pero toleran a quienes no son honestos. No es la gente que rompe los estándares éticos quienes se consideran extraños. Es gente como yo quienes somos aislados.”(SIC).

 

       Chocante, adusto, demente. Los calificativos exceden la capacidad de entender una siquis acostumbrada a objetar el oropel de las cosas que le importan al rebaño. En unas declaraciones que concede en abril de dos mil once, manifiesta que trabaja en una ecuación con la que quiere demostrar la existencia de Dios. Nuevamente rompe la vajilla en una casa repleta de habitantes asustadizos y pacatos.  Ya Isaac Newton, el matemático más famoso de la historia, después de descubrir los trucos primordiales de la mecánica del universo, desarrolló una curiosidad innata por las claves veladas que acarreaba el concepto básico que ha inquietado a sabios y comunes: la existencia de una entidad superior. Paralelos a sus estudios y labores en ciencias, abordó también el desciframiento de los interminables mensajes, que a su juicio, fueron infiltrados en libros específicos de la  Biblia (Daniel, Revelaciones), en los cuales aparecen codificadas las fechas y las advertencias con las que El Creador nos anuncia su presencia y el fin de lo tangible. Repudiado por la Iglesia y muchos de sus contemporáneos, prefirió el calor de su taller, la caricia de los libros, el aislamiento, para seguir pellizcándole verdades a un universo inundado de secretos.

 

        Diógenes el Cínico, filósofo griego resume en una cita la actitud valerosa de Perelman y de Newton, que con casi tres siglos de diferencia le dieron al  sinopense, si no la razón, por lo menos un  espaldarazo a sus criterios cargados de ironía y certezas verificables: “…un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar". Quien piensa será incómodo, rechazado por aquellos que se otorgan la dignidad de amos del conocimiento, de los que abusan escudados en la fe ajena. Por lo menos el buen Grigori, un ruso sin uncir, se ahorró ese mal sabor de boca al rechazar un caramelo relleno de bilis.

 

       Una nota final, una reflexión, una pregunta que me permito después de desmenuzar y escribir esta historia: Si existen comprobaciones matemáticas respecto a las formas de la creación (ADN, física cuántica, química, astronomía, biología, cálculo infinitesimal, etc), de sus dinámicas, por qué es descabellado pensar que también se pueda lograr explicar a través de códigos matemáticos la latencia del inventor del caos. La verdad es como una torta, cada quien prepara  una a su gusto. Sé que es prematuro inferir una respuesta. Tal vez Grigori nos dé la sorpresa y en algunos bisiestos los colegios, en clase de religión, terminen explicando la Ecuación de Dios; y la cruz,  la estrella de David, la media luna, la esvástica, sean reemplazados por una grafía alfanumérica para idolatrar a placer. Habrá que esperar, sorpresas vienen.

sábado, 15 de octubre de 2022

SEMPRE SIMUL

 SEMPER SIMUL

El hombre que solía ser desapareció sin ti,
Flotó, materializó el fuego
Hasta forjar un pájaro azul
Que remontó el universo,
Llevó tu estela cósmica
A sus propias obsesiones.
No hay muerte si niego olvidos;
Existes aún, Ángel pálido,
Ángel indígena tan dulce como el canto
De Yacó oliendo a vida, a madremonte,
A yerba tocada con esencia trashumante
Destilando la sangre de nuestros poemas
Tan conmovedores y valiosos ahora en ausencia. )
Amor es la palabra peor usada,
Su pureza la mancilla el acto ingrato.
Amor vive el que pierde, no el que tiene;
Tener es desdeñar.
Yo que te tengo y te pierdo, desde hace once vueltas, pido escuches
Mi corazón antes de despertar
Y en ese instante constatarás
Cuán profunda es tu música en mi médula.



Hoy celebro tu vida, tu presencia,
Lo que eres, filipina que abandonó la isla
Donde todo era latente, aunque inocuo, falso,
Y hoy camina de estrella en estrella
Cuidando niños, consolando extraviados
Y haciendo la revolución con el curita Camilo,
Su tocayo Cienfuegos, con Sandino, con el Jesusito y todos los héroes niños cuyo reino
No es de este mundo y sus criaturas,
Porque los amaestrados no merecemos nada.
Cuánto silencio hoy en medio del barullo canalla de los cipayos
Que reclamen acostumbrados caricias del amo.
Renueva mi fuerza, verte en sueños,
Imaginar que escuchas mi acción de gracias diaria,
Palabras con las que celebro tu milagro
Y niego creer que eres vacío,
La nada nada más.
Semper Simul, Semper Carmina, muchachita...
11 años desde esas 6 de la mañana...

sábado, 17 de septiembre de 2022

¿A DÓNDE IREMOS A PARAR?

 

¿A DÓNDE IREMOS A PARAR?

Por: Javier Barrera Lugo


Foto: Javier Barrera Lugo. Todos los derechos reservados

Los peones fuimos invisibles aquel verano para doña Amalia. Podíamos estar dos pasos al frente, a su lado, respirarle casi en la nuca, en cuatro patas limpiando algún reguero, y, aun así, éramos invisibles, cosas, no seres; imperceptibles para cualquiera de sus sentidos. Eran el espejo y ella en medio del calor, ella y el maldito espejo insolente que no le contestaba la pregunta que repetía como loca cada cinco minutos: “Espejito, espejito… ¿Quién es la…?”


      Le decía doña, aunque no tuviera más de veinte años, porque el ingeniero Ruiz, su amante cargado de dinero, con ganas de todo y probabilidades nulas de cumplirlas, me lo exigió si quería seguir trabajando como obrero en la finca donde la mantenía apartada de las “cochinas intenciones” de la gente que hacía parte de su mundo de negocios exitosos, la estofa social tóxica a la que pertenecía la señora Bere, un atado de “basura blanca arribista” que, sólo con él y sus vicios, no fueron alcahuetas.


       Una caterva de chismosos que con toda la mala leche y a grito entero hacían las preguntas que en verdad lo incomodaban: ¿Esa mujer tan “chirreada” es sólo tu amiga, bandido? ¿Alguna sobrina que no conocíamos, Jairito…? ¿Berenice sabe que estás acá con una clienta tan hermosa…? ¿Aparte del corazón, te hace parar algo más esta belleza…?  “¡Partida de “levantados venidos a menos”! Gritaba su mirada de macho ofendido, mientras fingía la sonrisita socarrona que apenas le salía.


       A los pedigüeños que se envalentonaban (sacaban como escudito de batalla los abolengos de unos antepasados igual de rufianes a ellos) frente a timoratos como él, les pagaba con generosidad el inmenso favor de la prudencia cuando estuviera su esposa Berenice presente.  Gracias a esos sobornos, terminó con un archivador lleno de réplicas de corbatas Hermès hechas en cualquier toldo de San Victorino, que los arribistas quebrados le cobraban como si las hubiesen traído desde la mismísima tienda de la Vía Montenapoleone en Milán.


       Giró cientos de cheques por asesorías ficticias para determinar las incidencias de la revolución francesa en el desarrollo de la corriente de Humboldt, el efecto de la gravedad en Mercurio y hasta para hacer pasar por real la genealogía y  la heráldica inventada de su familia mazamorrera venida desde las entrañas de la cordillera. El precio que se paga cuando se peca es alto.


       “Una mujer hermosa. ¡Qué fatalidad! Todavía más joven y hermosa si su acaudalado dueño se le plantaba al lado y generaba contraste con su fealdad y decrepitud. Varias veces los vi en el club, pero el viejo cretino decía que era una colega que le hacía asesorías… ¡Y vaya que se las debió hacer…! Alta, delgada, rubia, llena de pecas perfectas. ¿Se da cuenta?”


       Imitando a un perito, señaló con el bolígrafo el pómulo derecho. Continuó: “vea, no son sucias como las que le embarran los cachetes a los pobres.” Con esta frase terminó su intervención Rendón, periodista del diario El Universo, que se  coló por una rendija en el vallado de la finca y presenció en exclusiva el levantamiento del cadáver como si fuese autoridad.


       “¿Qué le pasó a esta pobre criatura?” Preguntó.  


       “Cuando llegué estaba ahí, junto al primer paso de la escalerilla, ojos abiertos, miedosos, su mano izquierda apretando el colorete, un punto rojo en la frente, charco de sangre untándole el pelo de la nuca y los hombros, cara pálida… Y más nada…Como dormida…” Dije.


       ¿Lo viste todo, cierto? Sin mirarlo a los ojos, contesté: “Cómo se le ocurre señor, yo estaba pintando los galpones. Un ruido seco y nada más escuché… Mañana compro su periódico y averiguo qué paso…” Socarrón, Rendón le tomó una foto a los policías que asistían al legista y se fue silbando como si lo que acababa de testificar fuese la sacada de un moco.


       Tres días después don Luis, el capataz de la finca, me citó a las siete de la noche en los billares para darme la plata convenida. Imitando un ventilador, movía la cabeza de izquierda a derecha y viceversa. Luchaba para que no se le notara el susto; sus ojos no estaban conmigo sino en la calle, buscaban sin consciencia la venia del conductor del Dodge Dart blanco hueso que lo esperaba fumando. Pidió dos cervezas y me transmitió las órdenes que mandó el ingeniero: “dos millones para que te pierdas de acá  y uno más cuando cruces la frontera y comprobemos que no abriste la bocota. Una fortuna, Chuchito. Te espero allá en ocho días… Yo veré, el doctor no quiere saber más de este accidente. Cualquier cosa, calladito, o yo mismo te cierro la jeta.” Ninguno tomó la advertencia como algo más que el llamado de auxilio de un hombre servil que quiso demostrar rudeza al patrón que aguardaba el cierre del trato.


       Con lo que me dieron, compré la casa y puse una cantina en el primer piso. No volví al pueblo, tampoco hablé de tema. Cumplí mi palabra. Desde las 2 de la tarde hasta las 3 de la mañana del día siguiente estoy limpiando mesas, arrumando canastas de cerveza, destapando baños, escuchando gritos, separando peleas… la rutina del que intenta sobrevivir…


       No lo niego: de la muerta ya no me acuerdo. Ni un padrenuestro en su memoria rezo. Sé que está mal, pero no me nace.  En cambio, no dejo de pensar en la protagonista de la película que cambió mi vida: sudor cubriéndole la frente, cañón de pistola a centímetros de la cabeza infantil, el dolor de una provocación que cala en el orgullo, brillo en el agua azul, una detonación, el olor a pólvora, cloro y sangre… Silencio por un instante. Berridos. La señora Berenice diciéndose: ¡no quería, yo no quería hacerlo…! Don Luis, sacándola a empellones y al mismo tiempo diciéndome: ¡No viste nada, negro pendejo! ¡No viste…! Pero sí; sí vi, y el sacrifico de doña Amalia, la culpa de la señora Berenice, la pusilanimidad del ingeniero Ruiz, la zalamería criminal del viejo Luis, mi falta de escrúpulos, nos aseguraron un encuentro en el infierno.


       Ojalá no exista la belleza en esos lares, porque sin dudas, así como en la tierra, doña Amalia otra vez nos va a meter en problemas a todos, y sí eso pasa sólo me pregunto: ¿a dónde iremos a parar?

 

16/09/2022

martes, 30 de agosto de 2022

LAS RUINAS ARDERÁN

 

LAS RUINAS ARDERÁN

 Por: Javier Barrera Lugo

Advertencia inicial y epígrafe:

 

“Dios salve a Colombia de sus salvadores…”

Jorge Luis Borges, en entrevista con Gloria Valencia de Castaño.

 


Cada día es más notorio que nos contentamos con pretender ser la memoria de unos tiempos hace mucho borrados por las sombras de lo rutinario. Peleamos contra fantasmas creados en nuestras pesadillas que cuando ganaron confianza  nos quitaron, preñaron, cansaron, usufructuaron, envejecieron, amargaron, envilecieron y dieron una patada en el trasero a esa Colombia que juramos defender por la eternidad mientras duro la noche.

 

Nos gana la pusilanimidad colectiva. Un pueblo cobardón y conformista voltea la cara para no reconocer lo evidente. La mayoría de nosotros jamás tuvo el talante de defenderla, ninguno lo tiene o lo hará. Los de nuestra raza somos cobardes patológicos, tiramos la piedra, escondemos la mano, nos quejamos bajito y bajamos la crin cuando los politiqueros y los “dueños del país” nos tiran una galleta, un puesto, un elogio vacío. Somos conformidad hecha la panza llena por un día.

 

Colombia, esa niña (como la catalogó acertadamente Yuri Buenaventura en una entrevista) que siempre creímos entregaría su virtud por la gracia del amor pasional irredento, limpio, libertino; terminó  desposada por los siglos de los siglos amén, de blanco virginal y por la santa madre iglesia católica, apostólica, romana hasta los tuétanos, con un millar de “principetes” amanerados hechos de cartón, témpera aguada, sildenafilo y babas, formando un amasijo.

 

Viles y mediocres, los amantes de la “nación” la acaban a patadas mientras le susurran al oído un “te amo” doloroso como el hambre. Humillantes, la reconquistan cada tanto con piropos baratos, frases bonitas y huecas; cinco minutos después, con $ 100 de cilantro, arreglan cualquier problema y empieza la serpiente a comerse desde la cola… Obvio, la muy tonta cae en sus redes por enésima vez…El oído la traiciona.

 

Se adueñan de sus virtudes y después la desechan vejada unos salvajes sin honor. Todos los presidentes, en mayor o menor medida, lo han hecho, desde “longanizo,” libertador, el primero en imponer normas megalómanas a sangre y fuego hasta “porky,” ese ignorante vanidoso cerebro de pollo.  Como es obvio, lo comenzó a hacer la más reciente joyita de la lista: el desalmado “cacas,” quien no tuvo reparos en incendiar un país para hacerse elegir, sólo para terminar haciendo las mismas cosas en las que se escudó para incendiarlo… ¡Patético!

 

Criminales, taimados, pusilánimes en jactancia nuestros presidentes de turno;  aupados, además,  por una recua de cortesanos cuyas lenguas viperinas chuparon, chupan y chuparán sin descaro las arrugadas pelotas del otrora rival y en presente “nuevo mejor amigo,” si les otorga una migaja de poder, embajada, burocracia o mermelada a cambio de su silencio cómplice y un trasero ardiente disponible 24/7. Cada cuatro años mil marrullas para apoderarse del cuerpo y  alma de una patria, de una ingenua niña idiotizada por símbolos tan vacíos como la mayoría de cabezas de los habitantes de una república que nunca cuajó.

 

Nuestro sentimiento de culpa como votantes, por lo antes descrito, parece fenecer y revivir con virulencia. Lo bello queda enterrado en la lobotomía que al terminar su administración, los presidentes le practican sin anestesia a la niña. La violencia queda ubicadita en su inconsciente: latente, promiscua, congénita. La candidez entrega a la tierra una camada de sicarios.

 

Cada cuatrienio, Colombia, la niñita, arde de emoción conspicua y nosotros de pulsión sexual moderada, caballerosa, silente como la muerte, seguros de que tomaremos decisiones que la harán feliz o al menos le darán tranquilidad… El resultado es evidente: elegimos a los peores, pero nos convencemos de lo contrario, que “el futuro será de todos,” que tendremos “paz con legalidad” (y es cuando más muertos aparecieron en los baldíos, con las botas de caucho puestas al revés, tiros a quemarropa en el pecho y el camuflado intacto), que somos “potencia de la vida,” mientras vemos impávidos a través de la tele basura, cómo los que negocian su fuerza electoral con los candidatos de turno para que les garanticen amnistías, les vuelan los sesos a decenas de policías  en veredas abandonadas y los compañeros de estos, embrutecidos, matan a los jóvenes de estos caseríos que por mala suerte cruzaron sus destinos en un retén.

 

Y es una ilusión pendeja que para nosotros como manada atolondrada vale el oro, el moro, hasta la pelea con unos familiares que en “modo tarado” ven la acción de votar como fin y no como medio para no lograr lo justo sino lo necesario. Los políticos triunfan al fraccionarnos y nos golean. Carta blanca parta prostituir sin quejas a la niña Colombia, venderla al mejor postor con los cuentos más “chimbos”.

 

Guerra de colores, de falsas ideologías, bandos en pugna por el presupuesto. Unos nos dicen que el progreso de todos está ligado a permitir la riqueza instantánea de las mafias agiotistas que dan AVALes de color naranja, (esa ola que roba vidas, sueños, endeuda) que el frenesí codicioso de la mafia banquera, terminará salvando a través de la “mano invisible” de Smith, -esa garra que tanto defiende el mediocre gordo, falso canoso- a las personas en situación de pobreza, 7.1 millones de seres, bocas suplicantes, jetas llenas de mocos y hambrientas para ser exacto.

 

Sus oponentes, “los otros salvadores,” adoradores de la vareta y los sacos de lana sucios, nos clavan como verdad el sofisma “vivir sabroso”. A través de la queja y la insustancialidad de la protesta violenta envían a sus lacayos, trastornados por la interpretación pueril de la teoría marxista, tan blanda de pruebas y practicidad, a romperse y romperle la “mula” al primer maric@ que “ose intentar detener a la horda retrechera y jetona que grita blandiendo un machete: “¡Cambio, justicia, honradez!” Esa turba que pregona la  “eliminación de los pobres y la pobreza” a punta de subsidios que sus mismos líderes robarán tarde o temprano y porque les toca… Gente empobrecida, no pobre. Cuánta razón la de esa señora regordeta, su única idea real,  que parece no ver en los puentes comunicación sino barreras a incendiar que deben detener a los enemigos que se inventa y volver más dependiente a ese rebaño ávido de su discursito plagado de resentimiento y no de soluciones realistas...  ¡Y “lleve, malparado…”!

 

Los líderes de lado y lado pactan con el enemigo que gobierna: llenan sus bolsillos, sus estómagos y meninges de “vulgar carterista,” con el soborno dado por la “oligarquía,” y le dicen al pueblo (el que se muere, el que asesina, el que pone los muertos siempre, el que destruye, el que no logra ni un puñado de excremento después de chuparse todos los gases y el pene del policía que lo muele a golpes en un CAI) que lograron un “acuerdo patriótico,” “un pacto para la historia…” y que gracias… ¡Y suerte es que les digo…! Que recojan todo y se larguen, porque los grandes pensadores del movimiento social no soportan ver menesterosos, mutilados y huérfanos,  llorándoles en la puerta de la oficina… ¡Ellos ya son gobierno…! Y como en la milonga, el pobre sólo conserva “el valor de su tibio corazón”.  

 

¡Somos estúpidos, niña Colombia…! Siempre llegaremos un segundo después de terminada la subasta de tu alma y tu cuerpo. No tenemos remedio, lo sabemos… ¡Seguiremos aguardando tiempos mejores…! ¡Que aparezca nuestro mesías chibcha! Por el momento son ellos, seductores sin vergüenza, dueños de los ejércitos corruptos y mafiosos, quienes te imponen las reglas: volverán a las calles las turbas de niños violentos, tus hijos cegados por la pereza mental y el bazuco, los celulares, el “chorro,” la red social, el FIFA 22, m@stercheik, Guri Guri y Vicky, la pornografía y todos esos juguetes que les provee la élite a costo razonable. Intentarán matar a pedradas, a cuchillo, a tus otros hijos, los policías y soldados, los de abajo, pueblo bruto, gleba-dicen los amos-, como lo son ellos, cegados también por la pereza mental y el bazuco, los celulares, el “chorro,” la red social, el FIFA 22, m@stercheik, Guri Guri, Vicky, la pornografía y todos esos juguetes que también les provee la élite a costo razonable.

 

Niños resignados matando a otros niños resignados. Mientras, sus jefes, tus amantes traidores, los presidentes y sus cortes bufas, brindan con whisky  por ese pueblo tonto que se mata, literalmente, por elegirlos. Esos líderes, que tienen cincuenta años más que los niños que acabo de describir, además, les enseñan a exterminar en tu nombre, Colombia, por un plato de arroz chino, porque no hay cupos en la universidad pública, por un permiso de salida el fin de semana, por simple rabia y ninguna razón válida.

 

El resultado: los niños que estén de servicio le volarán la nuca a otro niño capucho, con una almohadilla llena de balines disparada con una escopeta dizque “no letal,” que vendió algún traficante de armas para repeler las acciones de quienes protestan. “El resentimiento lo volvió una pequeña “máquina de guerra,”  dirá en su defensa el jefe que les enseñó, por obra u omisión,  a ser criminales a los muchachitos, que parapetados en los CAI, le disparan a lo que se mueva y preguntan después. Odio y miedo se revuelven, la anarquía se respira en los bandos, el daño está hecho. Calles incendiadas y pueblos abortan y replican el Informe sobre los ciegos. Sábato, hombre de las razones, que gran título le diste a una tragedia con ADN de Fénix.

 

Los otros niños se solidarizarán con el niño capucho muerto y matarán a algún niño facho que esté de guardia, lanzándole una papa explosiva directo a la cara. Sacarán sus ojos cargados con la misma vivacidad y las mismas ilusiones que ellos tienen, comerán sus testículos, beberán su sangre, lo enterrarán en un baldío y no le dirán a nadie donde quedó el cuerpo, porque en este país olvidado de dios, el sufrimiento de la gente debe ser perpetuo y tienen más derechos los perros que los hombres.

 

Después de unos años, los niños de bando y bando que queden vivos, los señores políticos a sueldo de su generación, (imitando a sus maestros, como lo describí párrafos atrás) pactarán un cese al fuego, se “perdonarán y olvidarán”, claro está sin justicia ni reparación. La guerra los volverá mercaderes de la muerte, gusanos con ambiciones de poder depredador y  montañas de plata manchadas de sangre guardadas en Panamá. Para eso sus leguleyos crearán amnistías, procesos de paz (no de justicia) y harán del etcétera de la paz una patente de impunidad. Tus amantes “cuadrarán” en prostíbulos de países garantes el “desmonte histórico de la violencia.” -Una mano lava la otra- dicen sin decir de frente. -¡Que se jodan los que queden en la mitad! Las víctimas, sus escuderos, la gente decente; ellos sí son los enemigos de la “reconciliación, el enemigo interno.”

 

Se murieron el niño protestante primera línea roba motos y el soldadito policía muchachito pistoloco al que mandaron detenerlo… Fusibles en un intrincado sistema de usufructo que dominan si acaso seis viejos pederastas que ven pantallas todo el día desde sus islas privadas y dictan las normas grandes y pequeñas de un país de gente absurda que, a esa misma hora, sufre por la suerte de los payasos  que dejan quemar un agua tibia en m@stercheik.

Estúpidos habitantes del país. País de estúpidos. Pobrecita niña crédula. Los amigos del gordo presidente inepto de canas pintadas que terminaron siendo reales, su único logro de gobierno, le entregaron en bandeja de plata a Colombia al tipo que todo lo ha prometido y todo lo ha incumplido, al “reformista borrachín” que, ansioso de materializar sus mezquindades, hace pactos de sangre y mermelada con la peor basura de la basuresca clase gangsteril que nos ha perjudicado desde siempre. Un atado de corrupción (maldito Barreras, no Barrera; desalmado Benedetti jamás poeta), plomo, mediocridad. Su discurso habla de acabar, quitar, expropiar; desconoce adrede la construcción, la mentoría, el aliento, la decencia, el ejemplo, la memoria, la creación, el trabajo, la moralización, la dignificación de un camino que debemos construir todos los que decimos  amar a la niña Colombia.

 

Nos invitan a soñar: sus bocas gritan esperanza, sus ojos perfidia, revancha… Así son y así serán los amantes de la niña Colombia, prometen, meten, desaparecen… Y así nos comportamos el resto: como tarados maltratamos al hermano, destruimos a la familia, al amigo, ignoramos la verdad que un tal Julio César, tirano de Roma, develó hace más de 2100 años: Divide et impera,  Divide y vencerás… Caemos redonditos elección tras erección y erección tras disfunción. Ese es el juego del poder.

 

¿Las ruinas arderán? Quisiera pensar que no. De corazón lo deseo. Ojalá el nuevo atarbán que desde gallos hasta medianoche se aplasta a dormir la juma en el solio de Bolívar y del que se enamoró la niña, me cierre la boca. Ansío equivocarme por el bien de todos. Desafortunadamente la  contundencia de los hechos de los últimos días acrecientan, no mi pesimismo sino mi realismo: cambio es una expresión manoseada que encubre  engatusar. Es como tratar de homologar honradez con banquero y certificar el “para siempre” escupido entre polvo y polvo por un rufián a su adorada concubina.

 

Las ruinas arderán, pero todo seguirá igual, esa es la tragedia de la niña Colombia y nosotros sus vástagos: siempre estamos colgando, al borde, pero no caemos, ni subimos, pendemos de un hilo, como la carnada del pescador novato.

 

Bogotá, 14 de agosto 2022