MARINA
¿La verdad?, No sé porqué .
Caminaba sin rumbo aquella madrugada, tal vez
intentando dejar en el asfalto y la soledad de las calles un pasado marcado por
la tragedia y el dolor. Un pucho de marihuana y una caja de alcohol barato eran
su única compañía; buscaba en ese momento exorcizar sus fantasmas internos y
creyó encontrar la mejor manera de hacerlo involucrando a la ciudad desierta en
el proceso de morirse lentamente.
El amante de turno había quedado dormido en
una residencia de esas baratas que decoran el centro de toda gran urbe. Los
50.000 pesos que le pagara por un rato de su amor le alcanzarían perfectamente
para saciar por un día más su eterno deseo de drogas y alcohol y tal vez,
apretándose un poco, quedaría algo de dinero para unos tacones de segunda y
algo de maquillaje que le permitiera tapar la huellas de un rostro marcado por
la noche y el desgaste.
Recorrió por largo rato las calles que desde
siempre observaban mudas su acabose y su desmoronamiento. En una esquina saludo
a varios perros que a esa hora terminaban un festín ofrecido por las canecas de
basura de un restaurante, que en ese momento dormitaba a la espera de los
comensales del día siguiente.
Recordó mejores tiempos y lloró al sentir los
dulces besos de una madre que tres años atrás
moría sola en un hospital de caridad mientras ella, Marina, retozaba en
la cama de algún cliente que después de poseerla la golpearía al descubrir que
ella no era lo que él esperaba.
Detuvo su llanto al descubrir que el poco
maquillaje que le quedaba se corría por efecto de sus lágrimas. Pensó en su
enfermedad y el poco tiempo que le quedaba. Sintió un poco de remordimiento por
los muchos que hasta el momento se contagiaran con su pandemia de amor, pero
luego, y presa del rencor, se dijo a sí misma que ese solo era el pago que ella
debía a la sociedad por todo el daño recibido y por el desprecio que la gente
tanto le producía.
Clareaba la mañana, el cigarrillo de marihuana
se había extinguido al punto que le quemaba los dedos y de su embriagante
compañero, apenas quedaba un trago.
En medio de tropezones y con los tacones en la
mano, logro abrir la puerta del inquilinato donde vivía y con esfuerzo aún
mayor se dirigió al cuarto donde dormía.
Apretó su cabeza con las dos manos y luego de
recordar lo hecho aquella madrugada, se puso en pie frente al espejo. Hay
estaba su ser en todo su esplendor, se observo de arriba abajo como para confirmar
que era su cuerpo, que era ella, Marina.
Al rato, una risita sarcástica se dibujo en su
rostro y su imaginación voló hasta posarse en el desdichado aquel que esa noche
le invitaría un trago, la subiría en su flameante auto, la llevaría a un lujoso
hotel o residencia, la penetraría en medio de palabras de ofensa y de lujuria,
apretando sus nalgas y maltratando sus caderas, para luego caer dormido por
efectos del trago y para despertar al día siguiente sin saber que ese encuentro
dejaría en su sangre el fantasma real de una muerte inaplazable.
Marina dejó de lado su sonrisa y muy despacio
empezó a desnudarse. Primero sus pantimedias ajadas, luego su vestido de
lentejuelas y su brasier repleto de relleno, por último su peluca y sus
pestañas postizas. Se observó de nuevo ante el espejo y redescubrió su esencia
ahí mismo. Su cuerpo plano, sin curvas, sus tetillas adolescentes y ese órgano
monstruoso que le recordaba sin querer al ser que él cada noche y cada día
intentaba aniquilar y sepultar.
Mario ha muerto hoy en alguna sala pobre de
algún hospital, de alguna ciudad, de algún país, pero no ha muerto solo, detrás
de él vienen todos aquellos que compartieron sus caricias, su amor, su lecho y
sus desvelos.
Hoy ha muerto Marina o Mario, ya no recuerdo
su nombre, pero ha muerto, al final no pude darle mi adiós, nunca pude
despedirme, tal vez….., porqué no sé hablar, o quizá porque la última vez que
la vi, me encontraba ocupado dándome un banquete ofrecido por las canecas de un
restaurante, que a esa hora, dormitaba esperando a la clientela del día
siguiente.
Jack
FERNANDO VANEGAS MORENO
DRA.
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