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miércoles, 19 de septiembre de 2012

MICRO-BIOS


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Ella amaba al fantasma porque sus palabras eran dulces y a veces, cuando hablaba de amor, estas se encendían como brasas. Ella le escribía poemas y le confiaba su deseo de que estuviera ahí, en carne y hueso, para que probara su carne. Con frecuencia, ella hablaba de él con sus amigos como si en verdad estuviera a su lado, pero al final del día, cuando desconectaba facebook, ella se iba a dormir. Sola, como siempre.




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“Pregunta lo que quieras”, dijo el maestro. El discípulo, pregunto entonces sobre la vida y la muerte, sobre la realidad y la no realidad, sobre el amor y el odio, sobre los alcances del bien y del mal; pero a cada pregunta, el maestro respondía con un: “No lo sé”. El discípulo calló por fin. “¿Tienes más preguntas?”, “No, contestó el discípulo. “Entonces lo has captado todo muy bien”



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La plaza estaba a reventar cuando salió al ruedo con ese garbo y empuje que lo había acompañado toda la vida. Cuando el bicho se le puso al frente, él hizo lo que sabía y enseguida le pareció que el aire se humedecía con una lluvia de aplausos. A la hora de matar, apuntó bien y pincho en las costillas. El bicho dio una voltereta y cayó sobre la arena con el traje desgarrado.



Edgar Allan García, (Ecuador 1959- ), de su libro 333 MICRO-BIOS

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