PRIMER INTENTO DE VUELO
POR:
JAVIER BARRERA LUGO
Es feo el centro de Bogotá a las ocho
de la mañana cualquier sábado. Los rezagos de las fiestas de la noche anterior,
la fetidez de la orina fermentada y pululando desde cada escondrijo, la gente
de rostros humildes y verdes que denuncian con sus muecas lo incompleto que
quedó el paraíso, conspiran con las paredes heridas de la vieja arquitectura
para revelar el patetismo de una ciudad que se quedó inmóvil en la línea del
tiempo.
Flor Alba es inmune a cualquier
consideración, al miedo que producen los indigentes que se pelean por un
hediondo cuncho de aguardiente y levantan a gritos las cuadras donde los
vigilantes de los almacenes se limitan a verlos y aguantar, por conveniencia,
las ganas de darles un balazo y librarlos del problema de estar vivos. Ella,
imitando un loto en medio de un mar de sangre, centra sus pensamientos en la realización del
plan que ha estructurado desde que tenía siete años. Su andar decidido deja
atrás el Jorge Eliecer Gaitán, Terraza Pasteur y su tufillo a mariconada, el Planetario,
el Museo Nacional y la estación de Transmilenio.
La recepcionista del edificio no ve
inconveniente en que la hijita del Doctor Pasos, la “monita”, flaquita, de
gafas, “la calladita esa que hasta bobita parece”, entre a la oficina de su
papá para recoger unos papeles que se le quedaron la tarde anterior. “Eso sí, mamita, trate de no demorarse; los
sábados la administradora nos tiene prohibido dejar entrar gente…”. Flor Alba asiente,
pulsa la cuadrada tecla de uno de los ascensores y espera el molesto sonido de
la campanilla que anuncia la llegada de aquella cajilla no apta para
claustrofóbicos como ella.
Siempre le gustó la vista del
occidente de la ciudad que brinda la inmensa ventana del piso catorce. Tubos de
luz sepia se filtran por los cúmulos grises de las nubes, como si debajo de
aquella cantidad de agua condensada que amenaza con descender, estuviese
instalado el escenario más grande del mundo. “Las casas, los carros, los
problemas, se ven diminutos. Es el único lugar del mundo donde sólo importan
los sueños”, decía a quienes tenían la vergüenza de no considerar un pecado
mortal hablar con una adolescente rara.
Se dirige al despacho de su padre y
abre de par en par la ventana. Una ráfaga de viento frío le quema las membranas
de los pulmones. Los cerros orientales le dan la bienvenida. “La Macarena, La
Perse, El parque Nacional, se ven hermosos; la magia del silencio, llamaría a
esta visión algún poeta varado en el ridículo”, piensa. Sonríe como lo hace
regularmente.
Acerca la silla roja de rodachinas
donde tantas veces dio vueltas buscando marearse. Se quita los tenis amarillos,
las medias multicolores, la ropa que le incomoda; masajea uno a uno los dedos
de los pies. Respira profundo. Se para sobre el cojín del asiento… Pierna
izquierda, pierna derecha, firmes y llenas de energía…, sus manos sujetan el
marco de la ventana…, comienza su tarea. La piel desnuda de las plantas permite
que la sensación de frío metálico le colme la espalda con
electricidad. Recuerda la historia de Ícaro, el segundo hombre en la historia que asistido por plumas enlazadas y grumos de cera
construyó unas alas que lo sacaron volando del laberinto de Creta. “Yo también
me arriesgo a levitar”, dice para sí. Mientras da el paso al vacío recuerda a
Roberto, el único novio que ha tenido. “Que susto le voy a dar cuando me vea
aterrizando desnuda en el tejado de su casa. Volar con ropa no se puede, le
diré…, es muy raro el sentido de pudor ajeno que sienten los hombres.” Un gesto
pícaro, decora su primer intento de vuelo.
5/08/2014
EL CIELO NO ES EL LÍMITE, LOQUITO. ME PARECE QUE FLOR ALBA REMONTÓ LAS NUBES Y SE FUE HASTA EL CIELO Y ALLÁ SE ENCONTRÓ CON QUIEN SABEMOS. GRAN CUENTO.
ResponderEliminarFLORENTINO BORRÁS.