NO
SIEMPRE GANA DISTANCIA…
Fernando Vanegas Moreno
“Ojalá pase algo que te
borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por lo menos que
me lleve la muerte…”. Serian las dos de la mañana y este
estribillo se ahogaba en las gargantas de cuatro andariegos malpensantes. Era
la muy difícil época de la adolescencia, del colegio, de los primeros amores,
de las génesis del dolor. En un rincón, Ernesto y Oscar exaltaban un nombre:
Monika. Así, con K, aquella por la cual se paralizaba el universo barrial de
uno de ellos, en el extremo opuesto, Vladimir y yo, llorábamos a una ausencia
de ojos verdes; lo había dejado, y tras ella se fueron las ilusiones de ese ser
que hasta hace poco era el más fuerte de ese combo de perdidos. No sabíamos
nada, pero la vida se encargaría de mostrarnos que lo peor vendría después.
En una habitación cercana,
Doña Carmen, la mamá consagrada de Rincón, oía el llanto de su hijo y amparada
en su carácter fuerte, pero acompañada a la vez de esa ternura que es propiedad
exclusiva de las madres, nos gritaba (sin mucha convicción), que apagáramos la
bulla, que esas no eran horas de molestar y despotricaba, a “esos”, los amigos de su hijo.., pero de
nada servía, entre más nos gritara, más se
acrecentaba el llanto y el dolor: “para que se quiere tanto, para que, si el
amor es falsedad es ilusión, que nos hace llorar y padecer, que nos enferma muy
ligero el corazón”, eso y solo eso era lo que le escuchábamos a Julio
Jaramillo, mientras el licor, cada vez más escaso en la botella pero muy
abundante en nuestras almas, oxigenaban ese ambiente de malquerencia y de
emoción.
Vladimir, mi amigo, mi
hermano, el que muchas veces fungiera como mi roca de salvación, en ese momento
no era sino un pedazo de mierda, arropado por la cobija siempre conveniente de
la conmiseración, pero no importaba, ahí estábamos nosotros, dispuestos a lo
que fuera por aplacar (así fuera solo un poco), ese tsunami de pena que lo
arrasaba todo en su interior. “Sábado al fin, termine de estudiar te
propongo un hermoso plan”, continuaban las canciones, que como viles
masoquistas hacíamos sonar en esa vieja casa, de un viejo barrio, de una, aún
más antigua ciudad.
Esa madrugada y por dejar de
fastidiar, decidimos, grabadora en mano, echarnos a la calle a culminar nuestra
historia etílica, a dar fin al tiempo del dolor, a matar de una vez por todas
esos sentimientos de rencor y de pasión; de nada sirvió el regaño de una mamá
furiosa, menos, la voz precavida de Oscar, quizá el más maduro de los cuatro,
había llovido y el frio se colaba hasta en los bolsillos, pero qué más daba…,
su niña de ojos color esperanza se había marchado y era momento de perder. Y
volvía a comenzar: “El tiempo pasó y mi temor aumentaba, en dicha medida aumentaba mi
amor, el miedo a perderte me mortificaba, vivir para amarte era mi
obsesión” . No sé cuánto tiempo
pasó, lo cierto es que de pronto me vi rodeado por tres almas perdidas: Vlas,
quien lloraba por aquella a quien tuvo y
no supo conservar; el otro, en ese momento caminaba en su mente de la
mano de una mujer que hasta ese instante solo era un sueño inalcanzable, el
tercero se hundía en el juego maligno de la duda: su amor de siempre o alguien
nuevo que lo había parido a un mundo desconocido de sentimientos; ah y por
supuesto yo…, yo fumaba y bebía, no tenía más que hacer, fumar, beber y
escuchar. Ni siquiera imaginaba que el destino un año después, me ubicara en un
lugar más profundo que en el que Vlas se encontraba esa mañana.
Cuando se agotaron las
lágrimas, cuando el licor desapareció y cuando las baterías de la grabadora se
fundieron, llegó el momento de retornar a casa. Ernesto tomó un taxi, Oscar y
yo, cada uno tomándolo de un brazo, dejamos a Rincón en su casa (obvio, luego
del regaño justo de una progenitora llevada de la ira) y juntos, decidimos que
nuestro tiempo de caminar apenas había empezado…., andamos mucho…, hablamos
más: de la noche, del amor, del dolor…, de la esperanza. Éramos muy jóvenes,
pero algo nos decía que la vida es un mar de mierda que hay que cruzar con la
boca abierta, y que por eso mismo era fundamental aprender a nadar con la boca
cerrada, que la esperanza y el mañana surgen de cómo se actúe hoy, que todo
pasa en un continuo devenir…, que en ese momento solo él, yo, el amanecer y las
calles desiertas existíamos, y que tal vez algún día, en algún momento, ese
amanecer y esas calles volverían a reunirnos, no solo a los dos, sino a todos y
todas las protagonistas de esta historia que hoy, 22 años después me atrevo a
contar.
Desde entonces no los he
vuelto a ver, Sé que Oscar y Ernesto, como pocos, conquistaron y aún viven con
las inspiradoras de sus sueños, Vladimir, bueno, Vladimir con el tiempo volvió
a ser esa fortaleza que siempre conocí; son felices, o eso deseo, y yo, pues
marica yo, sigo esperando que aquellos amaneceres y aquellas calles vuelvan a
reunirnos, y que como telón de fondo, como música incidental suene esa
frasecita icónica y Cabralesca con la que me despidiera una mañana hace dos
décadas, un bacán que amparaba la nostalgia en el confín de sus locuras: “No
siempre gana distancia el hombre que más camina, a veces por ignorancia, andar
se vuelve rutina, no por gastar los zapatos se sabe más de la vida, ni poco ni
demasiado todo es cuestión de medida”
Algo late y permanece, pese a las circunstancias, de esos niños amigos que alguna vez fuimos por obra y gracia del destino. "Uno termina viviendo con quien le toca, no con quien quiere", decía Germán Solano, el maestro que con el tiempo se quiere y se extraña... Todavía espero que se equivoque nuestro filósofo. Un abrazo a todos y cada uno de los amigos, de los panas del alma, y como es obvio a esas novias inocentes que ahora son mujeres que les enseñan a sus hijitos que la ilusión es uno de los pocos derechos que no se compran.
ResponderEliminarGracias por las palabras, Ferchito.
JAVIER BARRERA LUGO.
Mi agradecimiento va para usted y todos los implicados en este escrito, para cada uno de los seminaristas del 91, sin ellos, estas historias no existirían, como dicen por ahí, un hermano, no siempre será un amigo; pero un amigo siempre será un hermano. Un abrazo y mil gracias
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