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domingo, 9 de noviembre de 2014

VIENTOS HURACANADOS Y FINALES FELICES

VIENTOS HURACANADOS Y FINALES FELICES
Por: Javier Barrera Lugo


Voy pensando en cosas que  no tienen relevancia para el resto de habitantes del mundo. La tormenta arrecia; vientos huracanados y lluvia forman una tela blanca que ciega a la conductora y lo único que impide que la camioneta se estrelle contra el vehículo de adelante son las luces de parqueo, que precavido, el patrón de la tractomula rojo fuego accionó para evitar una calamidad en plena Interestatal 95.
El martes menos típico de mi existencia está marcado por la duda, la desazón y las ganas inmensas de seguir callado en este rincón. Simulo una caricia a las siluetas que las líneas de agua marcan en la ventanilla y que parecen gesticular una sentencia que lo profundo de mi ser quiere escuchar para hacer más cómicos los presentimientos que muerden mi nuca con el apetito de una manada de lobos.
Mis compañeros de travesía duermen profundamente. La semana que acabamos de pasar destrozó la resistencia de los cuerpos y las mentes.Tanto sol, montañas rusas y personajes de películas famosas encarnados por hombres y mujeres que ganan U$12.85 la hora, les hicieron trizas la capacidad de disfrutar de un evento cercano a la muerte poco probable para unos excursionistas infectados de optimismo.
Todo parece licuarse en explosiones de fosforescencia y oscuridad dentro de una atmósfera pesada donde la velocidad y el pavimento mojado son elementos relevantes en la intención de volverse loco, mientras se trata de mantener alerta los sentidos como acto de solidaridad con la conductora que nos guía a través del peligro. Es un juego de dar y recibir sin decir nada, simple observación de lealtades sugeridas.
Ella sale del sueño y aprieta mi mano diciéndome con este gesto: “aún estoy aquí”; que el vendaval es un regalo de la naturaleza; pero mis obsesiones están acostumbradas a navegar en los extremos deliciosos de la química cerebral. Los pensamientos trágicos son la sal de mi felicidad. Igual, agradezco a mi vecina de puesto el acto de ternura con una caricia en su mejilla izquierda que dura hasta que el cansancio la vuelve a vencer.
La conductora se atreve a hablar cuando de repente, como comenzó, la tormenta se vuelve una delicada proyección de gotas sobre el vidrio panorámico. El sol se estrella contra las bocas abiertas de los que duermen, formando cientos de arcoíris sobre los labios húmedos. Ella, Jonás, la tía, la monita, Joaco,  despiertan para darle las gracias por haberlos salvado de la tragedia que sólo existió en mi mente. 

En una tienda junto a la carretera la conductora bebe café, fuma compulsiva uno de mis cigarrillos y en silencio evalúa la hazaña que acaba de realizar. Salvar de los delirios obsesivos al pasajero de la última silla es el menor de sus logros. Me acerco, le doy las gracias con el corazón abierto y el sentido de supervivencia activado a su máxima potencia. Me mira y dispara una conclusión disfrazada de consulta:
-Fuiste el único que se mantuvo despierto todo el trayecto. A ninguno le importó lo fuerte de la lluvia, la poca visibilidad, la velocidad a la que íbamos en la carretera, ni como el viento le pegaba a la camioneta y la hacía desplazarse hacia un lado como si fuera un juguete de cartón. Acto de fe en el otro; eso me regalaronlos durmientes. ¿Acaso tu confianza en mis habilidades es tan escasa?
Mi mirada queda fija en sus ojos. La pregunta es una acusación directa, tácita, no hay espacio para teorías. Aquella odontóloga de profesión y conductora por azar, parece querer aplastar mi fobia con el movimiento rápido de su lengua hecha un puño que golpea. Pienso la respuesta, la auténtica, no la que quiere escuchar. Enciendo el último cigarro que me queda y me voy lanza en ristre buscando defender mi lógica peculiar:
-Confío en ti. Me gustan los desenlaces felices, las sonrisas, hasta las lágrimas agradecidas antes de la aparición del cartelito en letras blancas que dice FIN. Cuando se enciende la luz del teatro vuelvo a ser el mismo cínico. Las situaciones límite me suben la adrenalina. El pesimismo es un deporte de alto riesgo-. Concluyo mi respuesta con una mueca que no parece convencerla.
La conductora anuncia que debemos volver a la ruta; la idea es llegar a la ciudad dorada antes de las cinco de la tarde. Mientras nuestros compañeros suben a la camioneta, dos hombres grandes, blancos, mirada agresiva y una incipiente borrachera, entran a la tienda y van directo a la caja. Sin decir nada, diciéndolo todo con una inclinación de la ceja, me ordena subir rápido.
Un par de minutos después, los hombres salen de la tienda con dos cajas de cerveza y desaparecen del estacionamiento. Los pasajeros se quedan dormidos y sólo la voz chillona de un locutor, que la radio vomita estridente, es el sonido que acompaña el trayecto final del viaje. Una tarde de postal se abre a lado y lado del cielo: la promesa muda que apacigua mis miedos y a ella le permite respirar con tranquilidad.
En el horizonte, los edificios se pueden aplastar con los dedos. Uno a uno, los camaradas comienzan a despertar. El tráfico se hace denso, las caras familiares, el hedor del apiñamiento vehicular, palpable. La conductora programa el GPS e informa que en media hora llegaremos al hotel. Siento sus ojos mirarme el alma a través del espejo. Me concentro en la trivialidad de la calle, ya habrá tiempo para desenmascararnos.
Todos se lanzan a la recepción para escoger habitación y los compañeros de celda que mejor se acomoden a sus manías. La conductora deja el maletero abierto, besa a su esposo y se queda frente a la puerta buscando encararme. No desprecio el duelo, la curiosidad hace trizas los órganos que me tapizan el tórax. Me acerco y testifico cómo la suya, es una confesión llena de arandelas:
-También pensaste que los tipos esos iban a atracar la tienda como en las películas, ¿verdad? El olor a marihuana era fuerte... No niegues que sentiste miedo. ¿Acaso tu temor aplica sólo para las tormentas?- Espera una respuesta satisfactoria de mi parte, un faro en mitad de la penumbra... La miro y sonrío. Mantengo la boca cerrada.
-Respiré tranquila cuando los vi salir. Ni sirenas, ni forcejeos, o cajeros que salen disparando una escopeta a diestra y siniestra… Por un momento me sentí tonta al imaginar algo así. ¿Una balacera en una tienda de carretera? Vaya si me puse loca por un instante… Eso se queda para los “mamertos” como tú, (risas). No, en serio, pensé que la cosa se iba a poner difícil… Gracias a Dios…

“Volverse adicto a los finales felices no es algo fácil de asumir”, quise responderle. Es cierto; pero cuando iba a pronunciar la sentencia máxima contra aquella conductora que me cae bien, pese a las evidencias; el tarado de Ney, mi espíritu opuesto en la galaxia, aulló una orden que me hizo reír e irritar al mismo tiempo: “¡Ricitos, ayude a cargar las maletas…!” Vaya si son difíciles los grupos y sus reencarnaciones en masa.

1 comentario:

  1. MUY BUENA DESCRIPCIÓN, BARRERITA... YA SABES TÚ COMO LOS MANIÁTICOS TRATAMOS DE HACERLE MÁS BONITA LA VIDA A LOS "NORMALES". N SALUDO, HERMANO.

    MARIO DÍAZ.

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