EL LOCO EMPELOTO
Por: Javier Barrera
Lugo
En Ciudad Jardín,
mi barrio, había una fascinación atávica por los locos que llenaban de barullo
las calles con su mera presencia. Una comunidad obrera marcada por la
veneración a lo extraño, les colocaba el rótulo de “celebridades oscuras”
a aquellos seres desquiciados. Los
choferes de bus les jugaban bromas, las señoras escondían a los niños porque en
sus crisis, abofeteaban a quienes portábamos el saco azul oscuro de la escuela
distrital. Eran figuras relevantes.
En los años 80
dominaron la parada “la loca Beatriz”, acumuladora de basura que alegaba con el
fantasma de su madre y lanzaba piedras a los curiosos, “el loco Galvis,” que
fritó con bazuco su cerebro, “el vecinito,” lleno de mocos, pestilencia y don
de gentes, y el “loco empeloto”, quien andaba calato por las aceras recitando
versos eróticos y suicidas del masón José María Vargas Vila, produciéndoles,
como es lógico, ataques de horror a las beatas.
Una vecina chismosa
(como casi todas en el city), nos
comentó a mis hermanos y a mí que el “loco empeloto”, había perdido la razón
por leer en exceso. A los diez años, siendo alumno de una escuela pública, con
un respeto bobalicón por los adultos metido en los huesos, la conclusión a la
que me llevaron fue evidente: jamás tocaría un libro.
“Era un médico
acertadísimo, pero el vicio de la lectura le llenó de cucarachas los
pensamientos…Tanta universidad pa` terminar mostrándole las “mochilas” a la
gente. Ni “puel chiras” estudien tanto. Si hacen tareas y les duele el
“celebro”, vean televisión y “descansen.” Pobrecitos sus papás; ellos matándose
trabajando y ustedes en riesgo de terminar en un manicomio… ¡Virgen Santísima!”
Una dama cruel le colocaba la primera zancadilla a nuestra razón.
Afortunadamente mi
profesora de quinto grado, la Sra. Ligia Ruge de León, me enseñó que locura, es
dejar pensar a otros por uno. Todavía conservo el primer libro que me regaló
cuando aprobé el año, “Las aventuras de Tom Sawyer”, de Mark Twain, un
acercamiento inicial a los secretos del universo sin intermediarios. El “loco
empeloto”, se suicidó debido a un trastorno bipolar sin tratamiento. Lo supe
años después, cuando me encontré a su cuñado en la Biblioteca Nacional y me lo
contó todo.
Recuerdo a Beatriz, la loca. Vivía cerca a la salida de la calle 132 con 52. A ella se le murió la mamá y se le corrió la teja. Volvió la casa un basurero, varias veces pasaron los de la higiene a sacar volquetadas de escombros.
ResponderEliminarGracias por recordarnos a estas personas.
FLORENTINO BORRÁS.
UNA VECINDAD COMO LA DEL CHAVO PERO CON LOCOS, LOCAS Y DE TODO..... ASÍ ERA CIUDAD JARDÍN. MUY CXERQUITA TODO Y MUY DE LEYENDAS.
ResponderEliminarSALUDOS, GUSTAVO CERÓN.