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lunes, 21 de noviembre de 2016

EVA PRIMA PANDORA DE LOS MALENTENDIDOS


EVA PRIMA PANDORA DE LOS MALENTENDIDOS
POR: JAVIER BARRERA LUGO

Escrito para Emiglia, la artista de la familia.


El gran logro de los pintores del renacimiento europeo fue otorgarle personalidad, desnudeces, humanidad -con todas las atribuciones que el término posee-, a los rostros y ambientes de las cortes monárquicas que un par de siglos después fueron decapitadas en la plaza de la concordia de París, diezmadas o proscritas gracias a las revoluciones gestadas por sus súbditos, seres hastiados de los caprichos de unos soberanos y sus lambiscones de oficio, que con sadismo impusieron la miseria de las masas como principio de sumisión en tierras que sus antepasados conquistaron a punta de espada.
      
Los hombres que a través de la imaginación, la maestría de su oficio artístico y los descubrimientos, retrataron una época contradictoria de la historia (la exaltación de los valores individuales y la inteligencia humana, patrocinada por quienes se autoproclamaban elegidos del Todopoderoso), pusieron en primer plano la creatividad como factor de desarrollo de una especie que para su desgracia, era adoctrinada por la élite que se amparaba en el temor a los designios de un dios “que sólo le hablaba a algunos elegidos,” para realizar su voluntad.

En un período de incompatibilidades conceptuales, el naciente sentido de veneración por las nuevas ideas cohabitó con los sanguinarios apetitos de dominio en el propio corazón de Europa. En el período inicial de las reivindicaciones hechas por estudiosos de las artes, ciencias y letras, hizo su aparición la violencia en todo su esplendor: tortura, censura, destierro, inquisición, guerra. Reyes y clérigos utilizaron el poder para mantener a raya cualquier atisbo de sedición.

Peor suerte corrieron los habitantes de las nuevas tierras descubiertas o inexploradas. África y América, llenas de recursos naturales, les dieron a las monarquías agonizantes el aire necesario para salir del ostracismo. La bonanza de la aristocracia que decía acercarse al humanismo se pagó con crueldad, racismo y la peor de las esclavitudes resumida en el miedo que dejaron plantadas las masacres en la conciencia colectiva de unos nativos que fueron considerados  como inferiores.

Pintores, poetas, filósofos, dramaturgos e inventores, encontraban evasión transitoria de los tentáculos del poder que compraba su tiempo y talento, en cuchitriles donde la sensación de libertad se pagaba generosamente. Miles de monedas que sus mecenas les proporcionaban para que desplegaran sus saberes con sentido estético más que como instrumentos de revolución espiritual, llenaron las arcas de prostitutas y taberneros. Corrieron el vino, los excesos que la carne pedía a gritos, hasta las peleas con las cuales se desfogaba la rebeldía que latía y era tímida, pululaban en el ambiente.

Muchos optaron por el camino provechoso de la rendición a cambio de fortuna y gloria, otros usaron el sistema a su favor, generaron ideas, pero tuvieron la precaución de mimetizarlas delicadamente en sus obras, muchas de las cuales  fueron pagadas por el mismo patrono, que enfocado en el presuntuoso vicio de la apariencia y la ruindad patológica, fue incapaz de detectar el sentido profano de los trabajos que aún hoy adornan palacios y muchos de los rincones Vaticanos, la fosa corrupta donde fueron lapidados herejes y santos.

Hijo de su tiempo, Jean Cousin, “El Viejo,” que fue geómetra en Sens antes que pintor, logró hacerse favorito de Enrique II, monarca de Francia, cuyo logro destacado de gobierno fue desposar a Catalina de Médici y sellar como consecuencia una poderosa alianza con la realeza florentina. La soberana, protectora irrestricta al igual que su familia de los artistas que le caían en gracia, ejerció mecenazgo a favor de “El viejo,” quien tuvo  la sagacidad de arrodillarse primero que todos para hacerse un espacio en la nómina de pintores apoyados.

Aunque no formó parte de la corte, fue tenido en cuenta por su sentido estético y maestría técnica para realizar pinturas, vidrieras y grabados que aún hoy decoran lugares como los Museos de Louvre y Montpellier, la National Gallery de Edimburgo y la Biblioteca Nacional de Francia.

Su trabajo se desarrolló sin novedades por varios años; pero con un encargo hecho por Catalina ocurrió algo que le costó el privilegio de ser un artista mimado. En 1550 cuando ella contaba con 31 años, “El Viejo” presentó su obra, Eva Prima Pandora, -óleo sobre tabla- considerado el primer desnudo  de la pintura francesa. Muchos de quienes detallaron por primera vez la obra, según versiones de historiadores del arte, no pudieron eludir el parecido de la protagonista con la  consorte del monarca francés. Según los expertos “la corte se llenó de silencios, extraños silencios para una turba acostumbrada a la algarabía y el exceso. Sólo cuando Enrique esbozó una sonrisa,  más de compromiso que de satisfacción, los rostros se relajaron, aunque fueron incapaces de mirar a la Médici a los ojos por temor a delatarse.”
       
Tan extraño comportamiento, tibia reacción de un monarca de la época frente a tamaña alevosía, me abrió las venas de la curiosidad. Por eso llamé a mi amigo Mario Díaz, vago de profesión, célebre escritor inédito y enamorado de las bellas artes, quien entre sus extensos conocimientos pictóricos guarda un vademécum de chismes que la propia Negra Candela envidiaría, y le comenté lo que acababa de leer. Díaz me pidió unas horas para sustentar lo que su memoria ya tenía perfilado: “He escuchado superficialmente lo que pudo suceder ese día; pero deme unas horas y le cuento el cuento como es.” Dijo utilizando un melindroso tono de experto.
       
Al día siguiente la historia del pintor francés del renacimiento que humilló en público a la primera reina Médici de Francia, brotó de los labios de Mario como un torrente de veneno con sabor a cereza:
“Cuando se empezó a construir el palacio de las Tullerías, residencia que se levantó como maison de plaisance  para la reina Cathérine de Médici, Cousin “El Viejo,” acostumbraba visitar a una hermosa mujer llamada Dominica, vecina de la obra. Una hembra un tanto “rellenita” que además de tener una belleza plácida, pequeños ojos fríos como de huérfana y labios delgados de traidora, era confundida no pocas veces con la esposa de Enrique II. Jean “le hacía antesala” hasta cuatro veces a la semana, siempre de noche, cargando bajo el brazo una cajita de madera con los trebejos propios de su oficio.

La cosa era vista con cierta naturalidad por las vecindades quienes no ocultaban sonrisas llenas de envidiosa lujuria y desinterés. De ahí no pasaba el asunto, París estaba lleno de concubinatos. Pero una de tantas noches “El Viejo” abandonó presuroso la morada de su amante y se fue directo a una cantina, pidió licor, una mujer para pasar el rato. En medio del desorden comenzó a cantar con varios borrachines que le dieron cuerda. En el momento culminante del jolgorio solicitó un poco de atención a la concurrencia. El silencio se hizo. Apenas si recordó la agria discusión que acababa de tener con su amante antes de empezar el espectáculo.

Tomó del rincón donde dejó sus cosas un retablo cubierto por una sábana amarillenta y elevó para quien quiso escucharlo una lapidaria consideración: “He aquí la obra maestra de mi corazón.  Eva Prima Pandora, se llama, hecha en honor de una arpía que al igual que la primera mujer moldeada del barro por Yahvé en la  biblia y la fémina inicial creada por Zeus, introdujo su maldad en la vida de un hombre.”

Atónitos, los testigos callaron por pudor. Presa de los efectos del ajenjo, “El Viejo” se fue de culo y quedó dormido sobre una silla. Los ronquidos superaban por poco la estridencia de su talento. La mujer del cuadro, desnuda del pecho y apoyada sobre una calavera, completaba la escena de estreno en un burdel de una obra realizada para Catalina de Médici.

Cinco días después “El Viejo asistió a la cita en palacio para entregar el encargo. Catalina se acercó para ver de cerca la obra de su protegido. “Es exacto a como lo describieron quienes lo vieron por primera vez en la cantina donde osó exponerlo, querido Cousin. Y es evidente el parecido de la protagonista conmigo… Lo más probable es que a su majestad no le guste mucho ver la cara de su esposa pegada a un cuerpo que tiene belleza superior al de su reina. Pero…” 

Jean Cousin “El Viejo,” sudó como loco, intentó buscar una excusa coherente para algo que era evidente para todos, menos para él, un anciano enamorado -que su mente trasportó la cara de su protectora hacia el cuerpo de su amante-, pero fue infructuoso. Catalina de Médici pidió la mayor reserva el día de la presentación de la obra a los miembros de la corte, “cero palabras, algo muy rápido,” le ordenó, y él sólo asintió como si fuera un niño que acaba de regar la leche en el piso recién lavado.

La tarde de la presentación estuvo plagada de rumores que “El Viejo” no pudo ignorar. Catalina cumplió rápidamente con el ritual, nada de halagos para el pintor o su creación. Los cortesanos reprimieron risas y comentarios, se limitaron a mirar hacia otros lugares de la sala cuando la sábana fue retirada del retablo. La ceremonia duró menos de quince minutos.
Cuando Jean se disponía a desaparecer, el asistente de Enrique II le pidió que lo acompañara hasta los jardines de palacio.  El monarca, recio, mirándolo con todo el rencor posible mientras se alisaba barba y bigotes, le dijo en su estilo: “Maestro  Cousin, detesto su obra; pero retirarla o destruirla, que es lo que se merece, sería darle insumos a los cotilleos de la maldita corte que me sigue. Todos saben que el retrato es de Dominica Levesque, una de mis amantes ocasionales, y para mi sorpresa, amante suya. No quiero verlo en ningún espacio de esta casa magna, ni cerca de la reina o de la corte. Ha llenado de bochorno la cotidianidad del reino de Francia.”

“El Viejo,” fue comisionado para llenar de vitrales iglesias y palacetes del sur de Francia hasta su muerte. Ese fue su castigo.  Extraoficialmente se dice que su carrera, en represalia, fue opacada y casi fusionada con la de su hijo  Jean Cousin, “El Joven,” cuya obra, similar en estilo a la del padre, fue comparada  y estuvo a la altura de los portentos de su contemporáneo alemán Alberto Durero.

La leyenda de “El Viejo,” cuenta que unos días después del incidente de la Eva Prima Pandora, recibió un mensaje de Dominica en el que la aturdida amante sellaba la suerte pasional del pintor con una sentencia lapidaria: “Una buena forma de confesar tu amor por la reina a través de una pintura que dijiste que era sobre mí. Fui un molde en el que vaciaste el amor por la florentina soberana de Francia. No nos volveremos a ver.”

El relato de Mario, tóxico hasta la médula, lleno de referencias, conocimiento y mucho de fantasía, me  conmovió. Rematamos nuestro paso por el arte francés del siglo XIV con la promesa de averiguar más sobre la vida de Dominica, la protagonista de una de las miles de situaciones que alimentaron con morbo el desarrollo del renacimiento francés y la historia universal de los malentendidos. Estamos en esa tarea.

El sentido humano, sus pasiones, empezaron a hacerse patentes en un período que albergó el inicio formal de la contradicción humana. En el fondo los hechos se repiten hoy, la lucha de los hombres por tener una voz que rebase las circunstancias de sus liderazgos políticos, sociales y económicos aún es tenaz y parece perdida gracias a la comercialización dictatorial de la creación. En un período histórico en el que los medios de expresión abundan, la comunicación real brilla por su ausencia. Los creadores parecen estar condenados a ser los nuevos  Jean Cousin, “el Viejo.” Espero que las circunstancias por venir me hagan comer las palabras que aquí escribí.   


**Si este escrito le genera alguna sensación puede escribir al correo: baluja74@hotmail.com o dejar  un comentario en nuestro blog idiota Inútil. Lo responderé con mucho gusto.

1 comentario:

  1. GRACIAS POR LA COMPARACIÓN LA NEGRA CANDALA... ECHÓ MIS ESTUDIOS PAL CARAJO BUEN AMIGO.
    M DIAZ. HISTORIADOR CHISMOSO

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