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lunes, 6 de febrero de 2017

LA VENTANA

LA VENTANA

Por Fernando Vanegas Moreno


La memoria es mi único tesoro...,

Oscar era un rogado…, cada vez que había fiesta donde Ramírez, nos sumergía en sus cavilaciones, nostalgias y desvelos, nos involucraba por dos horas o más, en su bohemia infinita, para al final, sacarnos el cuerpo y decir, no, yo no voy…, hombre, no joda, porque no dijo desde el comienzo, explotaba Vlas…, los demás, seguíamos el juego y nos apartábamos en paz; luego, la noche continuaba y lo que ocurriera o dejara de ocurrir, siempre llegaba a la ventana.

“Los Ritos” (Rito y Rita), era como cariñosamente conocíamos a los padres de la familia Páez Pinilla, gente divinamente, arraigada en Ciudad Jardín norte, uno de los muchos barrios de la capital colombiana. Tenían más por tradición que como medio de sustento, una pequeña miscelánea, que para nosotros, impúberes currinches, se convirtió en el punto de encuentro y de “cónclave” adolescente; en la ventana de ese comercio, se ennobleció el dulce trasegar de estos polluelos.

Jorge, Chepe, Nano y Adriana, son los hermanos mayores de esta historia, entonces eran nuestros héroes; ya eran “grandes”; profesionales o en camino a serlo, tenían relaciones adultas, hablaban con madurez…, nosotros todavía, nos emocionábamos con “profesión peligro y los magníficos”, series televisivas de la época, y que bueno, hablan bien de nuestra seriedad infantil.

Como decía, esa ventana era punto de encuentro, de salida, de llegada, de anécdotas, carcajadas, chistes, bromas, y muchas veces, testigo mudo de dolor y lágrimas, la ventana era un parcero más en ese parche.

Fue también celestina y alcahueta: muchos nos reunimos ahí con nuestras  tiernas amantes de jardinera gris y saco verde, las siempre presentes niñas del Instituto Ciudad Jardín del Norte. -¿Lalita nos vemos a la salida del cole?, claro, ¿Dónde?, -ya sabes, en la ventana, ahí te espero-. Y no fui el único, todos geo referenciamos el lugar, como punto romántico de amores inocentes, primeros besos, chocolatinas, esquelas, credenciales, solitarios, poemarios, peluches…, despedidas, llanto, promesas vanas. Alix, Adriana, Diana, Viky, y por supuesto, Monika (así, con K), fueron nombres recurrentes en el viejo dintel.

Casi todas las tardes, Andrés “el cabezón”, “Chucho”, Ernesto, Vladimir, el señor Oscar, en algunas ocasiones Italo Javier, y obvio, este servidor, y previo a nuestro “voluntariado”, como alfabetizadores nocturnos, nos reuníamos allí para corregir exámenes, sacar notas, preparar clase, hacer demagogia…, carreta…, solo hablábamos mierda, (fumábamos algunos), arreglábamos el colegio, programábamos salidas, fútbol, baloncesto; nos hacíamos matoneo y nos sacábamos los trapos al sol, lo normal a esa edad. Madreábamos a los de décimo, y trazábamos tácticas y estrategias para las contiendas, fuimos malos de novela, los perversos de los pitufos, los malandros de mi pequeño pony.

También en aquel entrañable vitral, planificamos sin éxito, grupos de estudio pre ICFES, pre universitarios, pre…, presuntuosos, era lo que éramos…, tales grupos siempre fueron una disculpa para el desorden y la juerga.

“Que es lo que pasa camaleón, calma la envidia que me tienes, que aunque tu cambies de color, yo sé muy bien por dónde vienes”…, Nano trato de mil formas, de adentrarme en el son, la salsa, el guaguancó, la charanga y todos estos ritmos caribeños…, no lo logró, yo iba por otro lado, sin embargo, lo entendió, y entonces, apoyado en la calma inquietante de nuestra ventana, me hablaba de sus experiencias en el ejército, me regalaba consejos y palmadas en la espalda, me obsequio en una hoja cualquiera, la letra de “pedro navajas”, esa canción de calle, de putas y borrachos, el tema aquel que nos trae sorpresas, todo, porque mi adorada niña, necesitaba ese poema urbano para algún deber escolar, así era Nano, un bacán, desprendido, generoso, grande, inmenso…,

El arrabal sigue ahí, estoico, nuestra ventana por el contrario, ya no está, al igual que varios de los protagonistas de esta historia…, sin embargo, cada vez que retorno  a aquel suburbio, visito el sitio, vuelvo a atrás en mi memoria, rebobino el casete, y siento que el tiempo se detuvo, entonces, recuerdo al viejo Nano de nuevo, su sonrisa despidiéndome con esa voz eterna que me susurra al oído:

Ay ya tú ves
como el que no sabe,
conoce más
que aquel que cree que sabe.
Y aunque pagué
por mis viejos errores,
aún guardo en mí,
Amargos sinsabores.

“El pasado no perdona”

Del álbum: el que la hace la paga, Ruben Blades, 1983.

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