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domingo, 13 de mayo de 2012

INVIERNO.....


INVIERNO

Desde su cama miro por las ventana en donde a esa hora el hielo de la madrugada empañaba los vidrios y cubría todo el verdor de la pradera con un suave rocío, que aunque suave quemaba toda planta donde se posaba. Por un instinto propio, se aferro con más fuerza a las cobijas y pensó que era un día pésimo para salir, estaba helando, se sentía un poco agripado, no había dormido bien y aparte de todo los perros, esos malditos perros con sus ladridos no le permitieron conciliar el sueño en las pocas ocasiones en que los estornudos y la fiebre le daban cabida al descanso.


En medio de todo, y haciendo acopio de su mejor esfuerzo decidió pararse, era lunes y era obligatorio y prioritario asistir a la oficina, en donde un informe de costos lo esperaba pendiente desde el viernes. Maldijo una y mil veces esa situación y ya sin más remedio paso a la ducha, se vistió y luego de beber a sorbos cortos una taza de café humeante dirigió sus paso hacia la estación del metro más cercana, en donde casi todos los días esperaba el vagón que lo acercara al lugar de sus funciones. En las pocas calles que había de recorrer cada mañana entre su casa, ubicada en los suburbios de la ciudad y la famosa parada del metro, observo la gente abrigada hasta el tope, con caras de pocos amigos e imaginó que al igual que él, expresaban en sus rostros el mismo fastidio por la vida que en ese momento lo embargaba.

Ya en su transporte habitual, le fastidiaba el endiablado aroma de la gente, todos sobre todos, el vagón a reventar, el entra y sale de los pasajeros subiendo y bajando, los niños tratando de resguardarse del frió acomodándose estratégicamente, y aprovechando lo congestionado del servicio, entre los holgados abrigos de algodón de los más ancianos de esta ruta, pero por fin termino este suplicio y luego de pelear a dentelladas por salir con todas sus prendas completas de aquel maremagno de cabezas, cuerpos, agites y palabrotas. Al salir de la estación, tomo una gran cantidad de aire, ese aire frió que adentro le faltara y que llenaba con toda vitalidad sus pulmones revitalizándolo y haciendo de lado, así fuera en apariencia los síntomas de la gripa que tanto lo molestaran. Camino unas calles más hacia el norte observando en uno que otro puesto de revistas los titulares de los diarios del día, compro luego un paquete de cigarrillos, y llevándose uno a la boca y como todas las mañanas, sorbió un irlandés, que compraba sin falta en un quiosco donde todos los oficinistas se reunían a conversar trivialidades antes de encararse con el día.

Con pasos entrecortados y lentos subió los cinco pisos que lo separaban de su cubículo en una agencia de consultores contables muy afamada en la ciudad, sin miramiento alguno, sin saludar a nadie se dirigió directo a su puesto de trabajo e inmediatamente puso manos a la obra…, hecho un vistazo rápido a su informe represado y vio que era algo más sencillo de lo que él se imaginaba. Por fin algo bueno le sucedía, pensó; ya no tendría que embromarse horas eternas analizando cifras, sacando cuentas, actualizando cálculos y todas esas carajadas  que se anudan a la ciencia contable. De pronto algo raro paso, sintió en el aire un hermoso e indescriptible aroma, un olor pasajero, que desde su silla era imposible identificar.

Con mucha curiosidad, pero lentamente se levantó para intentar identificar la fuente de ese perfume que lo hacía estremecer y aún sin ponerse de pie del  todo, la vio. Era alta, rubia, hermosa, un cuerpo espectacular que se dibujaba con mayor claridad gracias al vestido ceñido que lo cubría, piernas largas y torneadas, sonrisa perfecta, y  unos ojos tan verdes que invitaban a descansar dentro de ellos, sin embargo su belleza no era lo mejor; lo esplendido es que era la nueva compañera y que solo estaría separada de su pequeño puesto de trabajo por un murillo artificial de no más de un centímetro de espesor. Pero ahí tampoco paraban las sorpresas…, estaba seguro haber reconocido en esa diosa a una antigua compañera de la escuela y evoco con nostalgia esos días aciagos de juegos en el sube y baja y de las primeras letras. No recordaba su nombre pero sabía a ciencia cierta que era ella: la niña pecosa de braquets, que él junto con otros compinches de niñez se deleitaban en hacerle la vida imposible y en provocar sus lágrimas. Por un instante le aterro ese recuerdo, ¿y si ella también lo hubiera reconocido?, ¿y si ella también recordara entre sus nuevos compañeros al patán aquel de las groserías y las molestias?, pero No, no podía ser, habían pasado quizá veinticinco años, el ya no era ni física ni interiormente el bruto de antes y ella por su puesto y por lo que saltaba a la vista había sepultado por completo a la pecosa nerda de la escuela, entonces se relajo y pensó en la forma más adecuada para dirigirse a esta musa inspiradora sin quedar como un idiota y sin parecer el más intenso de los hombres.

El trabajo pues, se olvido; toda la mañana estuvo planeando al mejor estilo de una guerra de guerrillas las mejores tácticas y estrategias que le permitieran por lo menos, invitar a un trago a esta princesa, y lo más importante, que esta princesa aceptara su cortesía. Trazo planes , dibujo bocetos, ensayo discursos, improvisó poemas, pero al final solo una maldición escapaba de su boca y la razón era sencilla: su timidez de mamut, que siempre lo había alejado de su encuentro con el sexo bello, siempre, desde su adolescencia fue un petardo, no coordinaba sus movimientos, le temblaba la voz y el ridículo llego a su máximo punto una noche ya de adulto, cuando en una fiesta y por presión de sus amigos, intento coquetear a una chica que le habían asegurado era la más fácil del planeta. Cuando ella con una sonrisa de oreja a oreja se ofreciera sin tapujos a sus flirteos, el en medio de un ataque de nervios, no controlo sus esfínteres y en medio de toda la multitud, muchos vieron como una mancha oscura y húmeda cubría su zona genital y bajaba extendiéndose por toda su pierna izquierda.

No, no se atrevería a hablar con ella. Ya pesaba demasiado en su memoria la trágica noche de la fiesta, y le horrorizaba que frente a tal monumento llegado a la oficina le ocurriera lo mismo. Entro en angustia, sudaba copiosamente y el catarro que la noche anterior lo desvelara había desaparecido por completo. Las piernas le temblaban, el corazón latía con más fuerza que de costumbre y sentía sus piernas tan pesadas que le parecía haber nacido anclado al lugar en donde en ese momento se encontraba. 

Necesitaba urgentemente un cigarrillo y como pudo y esforzándose a fondo logro alcanzar el ascensor, y una vez en la calle respiro aliviado y trato de poner orden en sus ideas. No fue uno sino dos los humeantes compañeros que este amigo se inhalara y gracias al aire nuevo y a la nicotina que ya recorría todo su cuerpo decidió que lo mejor era buscar algo simbólico, que sin necesidad de palabras expresara por él aunque fuera en parte todo lo que estaba sintiendo. Sintió el calor en sus dedos y cuando ya estaba a punto de quemarse sepulto la colilla bajo su pie derecho, desconcertado miro a lado y lado de la calle buscando el detalle que debía acercarlo a ella y estando en esto recordó el idioma universal e infalible de las rosas. Con la decisión ya tomada corrió hasta el parque más cercano donde sabía encontraría las más hermosas exponentes de estas plantas y compro las más roja y pasional que se le atravesó.

En un dos por tres estuvo de nuevo en sus escritorio y después de ocultar sigiloso bajo el saco el presente celestino, lo oculto con cuidado atrás de su escritorio en una botella de refresco vacía que él se preocupo por llenar hasta la mitad con agua y algo de azúcar, como le enseñara su mamá para conservar por más tiempo la delicadeza de estas compañeras. Pronto sería la hora del almuerzo y el aprovecharía la ausencia de todo mundo y disculpándose en la cantidad de trabajo represado que tenía; para depositar en el escritorio de su admiraba el regalo que seguramente le encantaría; luego con un simple guiño de ojo, ella sabría quien sería el caballero misterioso de la ofrenda y se acercaría a agradecerle gentilmente su amabilidad, entonces, ya roto el hielo y ante lo encantador del obsequio el pondría todo su talento, y su esfuerzo obviamente y la invitaría al cine, a cenar, en fin a lo que ella quisiera.

Puso nuestro personaje en práctica su titánica odisea, cuidando minuciosamente cada detalle de su plan, espero que ya no hubiera nadie, roció con unas gotas de su perfume la rosa, la saco cuidadosamente, le dio un beso y muy cuidadosamente, faltando cinco minutos para la hora de regreso del personal la deposito con todo el cuidado que pudo sobre el teclado de la computadora de la bella. Por poco lo mata la ansiedad cuando la vio dirigirse a su escritorio, ¿Qué pensaría?, ¿como lo tomaría?, este y otros interrogantes tendrían respuesta pronto.

Ella entonces, regalo una sonrisa amable a manera de hasta luego a las dos amigas con las que había compartido el descanso del medio día y sin vacilar llego a su escritorio, miro entonces su teclado por unos segundos, algo sorprendida levanto su cara y trato por lado y lado de identificar a alguien que se hubiese atrevido a tal detalle, paneo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda pero no respuesta alguna. Tomo la rosa entre sus manos, la olió y cuando ya se disponía a sentarse miro a su lado y un guiño tímido e imbécil se escapo de su compañero de cubículo, más que un guiño aquello parecía más bien un tic nervioso tan característico de nuestro famélico amigo.

Sorprendida entonces, frunció el ceño y a continuación ocurrió todo lo contrario a lo que nuestro personaje había imaginado…., Lo miro como las bacteriólogas suelen mirar las muestras coprológicas que llegan a sus manos, tiro la rosa a la esquina mas apartada de su escritorio, entre dientes se entendieron algunas palabras irrepetibles, hizo un gesto obsceno con su mano izquierda y a continuación y de manera brusca se sentó en su silla sin levantar de su pantalla el fulgor de sus bellos ojos verdes.

Nuestro Romeo, sintió su corazón como un cristal al cual le acaban de dar con un martillo……, algo hizo crasch, en su interior, se sentía triste y desolado y sobre todo se sintió avergonzado y apenado por haberse atrevido a mirar a esa mujer, por haber tenido la osadía de imaginar que una simple rosa le permitiría  a él, un pobre e introvertido sujeto, compartir un momento agradable al lado de semejante espectáculo de ser.

Como un caracol amenazado se encerró en su pequeño espacio, sin levantar la mirada de la pantalla, sin tomar agua, sin escuchar a nadie, sin siquiera ir al baño. La tarde se fue de esa manera y las sombras de la noche le permitieron olvidar por unos segundos el mal rato; espero paciente hasta que no hubo quedado absolutamente nadie y ya con la soledad de compañera retomo el camino que lo llevaría de nuevo a casa, en donde de seguro un buen vodka, un habano, y algún buen libro lo alejaría por lo menos esa noche del ridículo de esa tarde. Mañana seria otro día y ya las cosas volverían a su estado normal de letargo y monotonía, en resumen creía él, ya había pasado todo.

Opto por caminar las cincuenta calles que lo alejaban de su hogar, necesitaba despejarse y olvidar, en el camino fumo varios de sus cigarrillos y con las manos en los bolsillos y andar despreocupado hizo más lento su arribo. En el parque devolvió con una patada un balón que algunos adolescentes habían perdido en medio de su juego, acaricio con ternura la cabeza de un labrador y en la tienda de licores de la esquina se aprovisionó de una botella de Absolut y de un nuevo paquete de Marlboro. A pesar de todo y lejos ya de su vergüenza se sentía tranquilo, triste por el fracaso pero tranquilo, ¿sería acaso resignación?, solo él tenía la respuesta.

Al voltear para tomar su calle y al observar desde la distancia, detalladamente, detenidamente, el buzón de la entrada de su casa, observo, y repito en la distancia, que algo  salía de la ventanilla de su Box Mail. Trataba de identificar lo que era pero buenos pasos lo separaban de ese sitio y le imposibilitaban la plena descripción de su objetivo. Con miedo, curiosidad y nerviosismo, se fue acercando cada vez más a su casa, sus ojos no podían creer lo que veían, era increíble, sorprendente, hasta terrorífico, pensó; ahí, en su buzón, en su casa, sin saber cómo o porqué estaba su rosa, sí, la misma que le regalara aquella tarde, la misma que fuera despreciada, la provocadora  de su nuevo fracaso emotivo, ahí estaba…., la retiro tembloroso y confirmo lo que ya sabía, no se equivocaba, era la misma rosa, aún tenía su olor. Sus ojos, sin saber el motivo exacto, se aguaron, y más tembloroso todavía extrajo de su casita de correo una nota que antes envolvía la flor mística, un escrito pulcro y fragante, con el mismo olor que tanto lo atrajera esa mañana. Al abrirla encontró una caligrafía  perfecta que con trazos de firmeza le decía:
  
¿Hoy a las 10 está bien?…, llámame 321432…..


Jack 

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